Rumsfeld
prendido con alfileres
Análisis
de Jim Lobe
Inter Press Service (IPS), 128/04/06
Washington.–
A pesar de los esfuerzos de la Casa Blanca por poner fin a la
controversia, la batalla por la permanencia en el cargo del secretario
(ministro) de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, no muestra
señales de apaciguamiento.
El
resultado de la puja, que aún no puede pronosticarse con claridad,
podría determinar la trayectoria de la política del gobierno en áreas
clave –como el vínculo con Iraq, Irán e incluso con China– en
los dos años y medio que restan de presidencia de George W. Bush.
Los
pedidos de renuncia formulados públicamente a Rumsfeld por seis
generales retirados, en una andanada sin precedentes en la historia de
Estados Unidos, tienen como argumentos básicos su falta de
competencia, su estilo de mando inadecuado y la estrategia que aplicó
para invadir y ocupar Iraq.
La
eventual partida de Rumsfeld paralizaría hasta el fin del periodo la
coalición de neoconservadores y nacionalistas belicistas que
dominaron la política exterior desde el inicio de la presidencia de
Bush en 2001.
Es
por eso que los halcones fuera del gobierno, entre ellos los
editorialistas del diario neoconservador The Wall Street Journal,
tratan de convencer a Bush de que es él quien está en la mira de
quienes conducen la campaña contra Rumsfeld.
"El
viernes, el señor Bush dijo que tenía toda la confianza" en
Rumsfeld, observó el periódico. "Sospechamos que el presidente
comprende que la mayoría de quienes piden la cabeza del señor
Rumsfeld en realidad piden la suya."
Aliado
con su amigo personal y antiguo mentor, el vicepresidente Dick Cheney,
Rumsfeld ha tenido una gran influencia sobre la política exterior de
Estados Unidos en los últimos cinco años desde su oficina del Pentágono,
sede del Departamento (ministerio) de Defensa.
De
hecho, cinco horas después del ataque del 11 de septiembre de 2001,
fue Rumsfeld el primero que sugirió que Estados Unidos debería
responder atacando, además de a la red terrorista Al Qaeda, a Iraq.
Según
las notas tomadas por un colaborador, el funcionario proponía
realizar una operación "masiva" contra "cosas
relacionadas y no" con los atentados.
Al
igual que Cheney, Rumsfeld ha mostrado su inclinación por atacar a
Siria, Irán y China, y se ha esforzado por ampliar a niveles inéditos
el rol del Pentágono en acciones encubiertas a expensas de la Agencia
Central de Inteligencia (CIA).
También
logró elevar la ayuda militar a los países aliados de Estados Unidos
en la "guerra contra el terror" declarada por Bush, lo cual
aumentó la influencia del Departamento de Defensa en la política
exterior y redujo la del Departamento de Estado (cancillería).
Las
encuestas sobre aprobación de Bush entre los ciudadanos
estadounidenses marcan una mengua considerable, mientras también
crecen los cuestionamientos a la gestión de Rumsfeld en las fuerzas
armadas y en el Congreso legislativo.
Por
lo tanto, cualquier sucesor en caso de su cese deberá tener una
inclinación menos belicista que Rumsfeld y vínculos más tenues con
Cheney, pues el secretario de Estado debe ser confirmado por el
Senado. Eso privaría al vicepresidente de influencia en la política
exterior y de su principal aliado ideológico.
De
hecho, la mayoría de los candidatos a suceder a Rumsfeld son
considerados "realistas", lo que en política exterior
significa una visión más tradicionalista, vinculada con la gestión
del ex presidente George W. Bush (1989–1993), padre del actual
mandatario.
Entre
ellos figuran el embajador en Alemania, Dan Coates, el presidente del
Comité de Servicios Armados del Senado, John Warner, y el ex
subsecretario de Estado (vicecanciller) Richard Armitage, quien llamó
la semana pasada a establecer un diálogo directo con Irán.
A
pesar de ser conservadores, los realistas se muestran más proclives a
contentar a los militares en actividad y a los funcionarios de carrera
del Departamento de Estado.
La
única excepción de la lista es el senador Joseph Lieberman, del
opositor Partido Demócrata y ex candidato a la vicepresidencia, quien
tiene una posición proisraelí y tiene una posición tendiente al
enfrentamiento con Irán.
La
actual ronda de ataques contra Rumsfeld comenzó el mes pasado, cuando
el general retirado del ejército Paul Eaton, encargado del
entrenamiento de las nuevas fuerzas armadas iraquíes en el primer año
de ocupación estadounidense, criticó a su ex jefe.
En
una columna que escribió para el diario The New York Times, Eaton
calificó al secretario de Defensa de "estratégica, operativa y
tácticamente incompetente".
A
Eaton le siguió la semana pasada el general retirado de la marina de
guerra Gregory Newbold, principal oficial operativo del Estado Mayor
Conjunto de las fuerzas armadas estadounidenses antes de la invasión
a Iraq.
Newbold
se criticó a sí mismo por no cuestionar la operación militar en
ciernes y cuestionó la falta de experiencia en el frente de batalla
de la mayoría de los halcones del gobierno de Bush.
Otros
generales retirados, entre ellos John Batiste –quien actuó en Iraq
y colaboró con el ex subsecretario de Defensa Paul Wolfowitz–,
Charles Swannock Jr. –comandante de la 82 División Aerotransportada
en Iraq– y John Riggs formularon también sus propias críticas.
Los
pioneros fueron dos generales retirados: el ex jefe del Comando
Central, Anthony Zinni, y el ex comandante de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN), Wesley Clark, quienes habían
pedido el cese de Rumsfeld hace ya dos años.
El
ex secretario de Estado Colin Powell, otro general retirado que como
jefe del Estado Mayor Conjunto condujo la guerra del Golfo en 1991,
también acusó al Pentágono de cometer "algunos errores
serios" en Iraq, si bien no pidió la renuncia de Rumsfeld.
Ante
las críticas, Bush afirmó el viernes que Rumsfeld puede contar con
su "pleno apoyo y profundo aprecio". Al mismo tiempo, el
Pentágono envió un memorándum a un grupo de militares retirados y
analistas civiles que suelen aparecer en programas televisivos, con
instrucciones para defender al poderoso funcionario.
Entre
los generales retirados que lo defendieron figuran el ex jefe del
Comando Central, Tommy Franks, y el ex presidente del Estado Mayor
Conjunto, Richard Myers.
Pero
el poco entusiasmo de los simpatizantes de Rumsfeld ilustra la falta
de credibilidad y de autoridad del secretario de Defensa.
En
sus páginas informativas, The Wall Street Journal informó esta
semana que Rumsfeld ejercía un control cada vez más débil sobre la
política militar, y que altos funcionarios del Pentágono se
mostraban inclinados a ignorar o incluso a contradecir las
preferencias políticas de su jefe.
Tampoco
muestran entusiasmo los defensores de Rumsfeld en el Congreso.
"La decisión de mantener o no al secretario Rumsfeld depende del
presidente", dijo el fin de semana el senador John Warner, quien
siempre se había mostrado como un legislador leal al gobierno.
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