La inmigración y la clase dominante en EEUU
Por Alex Callinicos
Socialist Worker, 15/04/06 / Sin Permiso,
16/04/06
Traducción de María Julia Bertomeu
El domingo pasado marcharon medio millón de
personas en defensa de la inmigración en Dallas, Texas. Al día
siguiente, lo hicieron unos cientos de miles más en más de 60
ciudades. Pocas semanas atrás, había marchado medio millón en Los
Ángeles… Algo muy importante está ocurriendo en Estados Unidos.
Las protestas fueron provocadas por una legislación
que se debatía en el Congreso, concebida para controlar la inmigración
ilegal en los EEUU –que se estima de 500.000 personas al año—. La
derecha republicana representada en la Cámara Legislativa, luego de
haber enfrentado una difícil elección en noviembre, trata de usar el
voto anti–inmigración para aumentar su caudal electoral. Pujan por
lograr una ley que reforzaría los controles fronterizos e impondría
fuertes multas a quienes emplearan a inmigrantes ilegales.
En cambio, los demócratas y los republicanos
moderados en el Senado proponen una amnistía que permitiría a los
“ilegales” –aproximadamente 12 millones— obtener los derechos
de residencia y ciudadanía, tras pagar una multa y soportar una larga
espera. En este momento, el congreso está paralizado.
En un sentido, el debate es irrelevante, a la
vista de los poderosos lazos que unen a los vecinos estadouniudenses
con los latinoamericanos en una economía política común. Me percaté
de eso cuando asistí a una conferencia sobre globalización e imperio
en la Ciudad de México, hace algunos meses.
El tema que preocupaba más a los participantes
mexicanos era la migración. Uno de ellos describió por qué, desde la firma
del Tratado de libre Comercio con los Estados Unidos, se ha producido
un enorme éxodo desde el México rural: los campesinos se han visto
obligados a competir con el agrobusinness norteamericano.
Pueblos enteros que han visto destruidos sus
medios de subsistencia, migran hacia el norte en busca de trabajo. No
sorprende que los controles fronterizos norteamericanos se comban bajo
el peso de la presión. El capitalismo norteamericano tiene una gran
demanda de trabajo inmigrante.
En el Financial Times de la semana pasada, hay un
texto muy interesante sobre Dalton, Georgia. La población de esta
ciudad sureña pasó de 22.000 habitantes en 1999 a tener 28.000 en el
2000. En el mismo período de tiempo, ha cambiado la composición
racial: de ser un 83 por ciento los blancos, a representar un 40 por
ciento los hispanos.
Los inmigrantes llegaron para trabajar en las fábricas
de alfombras de Dalton, que abastecen a un tercio del mercado global
de alfombras. No es un dato aislado. Un trabajo presentado en la
Conferencia de la Ciudad de México mostró el impacto de los
trabajadores rurales mexicanos en el Valle Cruci, en la Carolina del
Norte rural.
Dada la dependencia de la economía
estadounidense respecto del trabajo inmigrante, no es sorprendente que
sectores significativos de los grandes negocios quieran suavizar las
leyes migratorias.
Pero sería demasiado simplista presentar la
división dentro de la clase dominante de EEUU como una contraposición
entre el interés del capital por derogar las leyes de inmigración y
los fanáticos irracionales que desean leyes más duras –si bien hay
muchos de éstos últimos.
El domingo pasado, el New York Times citaba a un
veterano ejecutivo de la empresa de alfombras Dalton, que coincidía
en que “no considerar prácticos los requisitos impuestos por la ley
del Senado, particularmente los que exigirían a los inmigrantes de
larga estancia pagar multas y aprender inglés.”
“Muchos empleadores también se oponen a la clásula
que penalizaría a quienes contrataran a trabajadores ilegales, sabiéndolo
o no. Algunos expresan su preocupación ante la posibilidad de que se
concediera la ciudadanía a los inmigrantes que hubieran residido al
menos cinco años en los EEUU, porque sería un modo de alentarlos a
renunciar o a ser menos productivos.”
“Los ilegales son probablemente mejores
trabajadores que los legales”, dijo Mike Gonya, un agricultor
propietario de 2.800 acres de cultivo de trigo y vegetales cerca de
Fremont, Ohio. “Los legales conocen el sistema. Conocen los recursos
legales. Los ilegales se dejan la piel.”
En otras palabras, los intereses del capital están
mejor servidos mediante controles lo suficientemente débiles para
permitir el ingreso de inmigrantes, pero lo suficientemente fuertes
para que los inmigrantes ilegales sigan siendo vulnerables y, por eso
mismo, fácilmente explotables. Divide y reinarás es el santo y seña
del capitalismo.
Con esta perspectiva, el debate actual en
Washington resulta peligroso, porque empuja hacia la acción política
a los rotundos 40 millones de que se compone la población hispánica
en EEUU. Luego de haber provocado el desastre en Irak, parecería que
la derecha republicana está ahora empeñada en ir a despertar al
gigante dormido en su cueva.
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