Bush,
Rumsfeld, y el trasfondo de la guerra por el poder en EEUU
La
crisis de los generales
IAR–Noticias,
19/04/06
La
guerra interna que sostienen republicanos y demócratas por el poder
en EEUU se recalentó nuevamente tras la embestida de un grupo de
generales retirados pidiendo la renuncia del secretario de Defensa
Donald Rumsfeld, que tuvo un desenlace este martes cuando George W.
Bush anunció en forma tajante que su "decisión final" es
mantenerlo en el cargo.
Desde
hace una semana, y con vistas a las elecciones legislativas de
noviembre, los demócratas y sus usinas mediáticas han emprendido una
campaña para desalojar a Donald Rumsfel de la cartera de Defensa,
para lo cual se han valido de un grupo de generales retirados que han
pedido públicamente la renuncia del jefe del Pentágono.
La
situación tuvo un desenlace este martes cuando George W. Bush, desde
los jardines de la Casa Blanca, dejó zanjada la cuestión ratificando
a Rumsfeld en su cargo.
"Escucho
todas las opiniones, pero la decisión final es mía. Y Donald
Rumsfeld está haciendo un buen trabajo", señaló el jefe de la
Casa Blanca.
Bush
(un buen recitador de las estrategias urdidas por sus asesores estratégicos
conducidos por Karl Rove), eligió cuidadosamente el momento para el
anuncio señalando que él tiene la última palabra sobre el destino
de Rumsfeld y éste seguirá en su puesto como titular de Defensa
porque hace un "buen trabajo".
Para
los observadores en Washington el desenlace del conflicto era obvio:
entregarle a los demócratas la cabeza de Rumsfeld significaría un
duro traspiés político para Bush y su administración republicana,
dado que implicaría asumir el "fracaso" en Irak que le
achacan sus enemigos internos.
Por
otra parte, Rumsfeld es un "peso pesado" de la administración
Bush que, junto con el vicepresidente Cheney, lidera políticamente el
poderoso lobby judío "de derecha" que controla la política
militar y exterior estadounidense mediante una red de asesores y tecnócratas
en la Casa Blanca y el Pentágono.
Tanto
Rumsfeld como Cheney se habían negado a acompañar a Bush en su
segundo período, pero ambos fueron convencidos por el padre del
actual presidente, el ex presidente George Bush, el verdadero jefe del
clan, considerado por muchos como el "presidente en las
sombras" de EEUU.
Rumsfeld,
Cheney, y la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, conforman el
terceto estratégico clave de la actual administración y su radio de
influencia es decisivo en el diseño de las políticas de la Casa
Blanca.
Por
lo tanto, tanto Rumsfeld como Cheney, que presentan flancos débiles y
críticas de todos los sectores, son el blanco privilegiado de los demócratas
que buscan expulsar a Bush de la Casa Blanca, incluso antes de la
terminación de su mandato.
Tanto
Cheney como Rumsfeld son la variable de ajuste en la guerra por el
poder que mantienen dos sectores internos del Imperio estadounidense
por el control de la Casa Blanca y su infinita red de negocios e
influencias.
Sea
por medio del CIA–gate, las denuncias de tortura, o el fracaso de lo
que llaman "guerra de Irak", los demócratas (tan
imperialistas y genocidas como la administración Bush) vuelven
recurrentemente a las campañas mediáticas para terminar con Cheney y
Rumsfeld, en la certeza que, si consiguen ese objetivo, la permanencia
de Bush en la Casa Blanca tendrá los días contados.
Durante
las últimas horas, y antes del anuncio de Bush, las usinas demócratas
habían diseminado el rumor de que la remodelación del equipo cercano
al presidente se ha hecho inevitable tras asumir Joshua Bolten el
puesto clave de la jefatura de Gabinete tras la salida de Andy Card.
Durante
su aparición en los jardines de la Casa Blanca, Bush, dirigiéndose
como siempre a los sectores de la derecha y ultraderecha que lo
apoyan, mantuvo un breve diálogo con los periodistas para reafirmar
su decisión de sostener a Rumsfeld.
"Tengo
una gran confianza en Donald Rumsfeld. No sólo está transformando
las fuerzas armadas, sino que está librando la guerra contra el
terrorismo", dijo a la invisible tribuna de derecha que lo
escuchaba.
Escucho
opiniones, leo las portadas y sé de la especulación. Pero yo soy el
que decide, y decido lo que es mejor. Y lo que es mejor es que Donald
Rumsfeld siga como secretario de Defensa", añadió.
Por
otra parte, y también el marco de una estrategia diseñada por los
halcones, Rumsfeld, en una rueda de prensa, se mostró
"comprensivo" con los generales retirados que piden su
cabeza y atribuyó el malestar a las grandes transformaciones
organizativas de los últimos años y a las tensiones de librar tres
"guerras": Irak, Afganistán y contra el terrorismo.
Obviamente
que el jefe del Pentágono no le hablaba a los seis generales
"jubilados" que habían pedido su destitución, sino a los
militares en actividad, a la "gran familia militar", cuyos
intereses y destinos profesionales se encuentran profundamente ligados
a las políticas de conquista y ocupación militar del Imperio
estadounidense.
Hay
que recordar que (salvo Wall Street Journal) los más influyentes
diarios y cadenas televisivas estadounidenses apoyaron editorialmente
a la candidatura del derrotado demócrata John Kerry en la última
elección presidencial, y hoy esos mismos consorcios mediáticos
siguen jugando de punta de lanza de todas las campañas mediáticas
urdidas por los demócratas y los enemigos de Bush.
Desde
hace una semana, y en plena campaña electoral para las legislativas
de noviembre, legisladores y miembros del Partido Demócrata
aumentaron la presión sobre la Casa Blanca solicitando la cabeza de
Rumsfeld por su "mal desempeño" en la guerra de Irak.
A
los ruinosos espías jubilados de la CIA, y a los ex funcionarios de
la Casa Blanca que apuntan sus cañones contra Rumsfeld y los halcones
republicanos, ahora también se sumaron algunos generales jubilados
del Pentágono pidiendo la renuncia de Rumsfeld por
"incompetencia" en Irak.
Así
como estos generales formaron parte de las invasiones militares del
Imperio, los ex espías contratados para las campañas
"anti–Bush" formaron parte de planes de operaciones
encubiertas de la CIA durante las administraciones demócratas o
republicanas, y hoy simplemente recitan un "libreto
diferente" para complacer a sus mandantes: el establishment de
poder norteamericano que no quiere a Bush en la Casa Blanca.
Lo
gracioso es que estos generales imperialistas retirados no cuestionan
la invasión de Irak como tal, es decir como asalto y genocidio
imperialista (del cual algunos participaron), sino que la cuestionan
por el lado de la "incompetencia de Rumsfeld para llevarla a
cabo.
Para
los demócratas, los arquitectos de la operación, se trata de un
aprovechamiento electoral utilizando de "chivo expiatorio"
al odiado secretario de Defensa tomado como símbolo emblemático del
"fracaso" y el costo de la invasión y ocupación militar de
Irak.
Repitieron
de esta manera la misma táctica que pusieron en práctica en el 2004,
el año de la campaña presidencial, cuando con los medios aliados
como The New York Times y The Washington lanzaron una campaña
pidiendo la cabeza de Rumsfeld aduciendo el mismo argumento de
"mal desempeño" que hoy aducen contra el jefe del Pentágono.
De
la misma manera que en el 2004, los republicanos (también en campaña)
y la Casa Blanca cerraron filas para defender a Cheney de la hordas
demócratas que buscan utilizarlo como "chivo expiatorio"
para horadar las posibilidades electorales de los republicanos en
noviembre.
Uno
de los militares jubilados que participó en la invasión y ocupación
de Irak y que pidió la renuncia de Rumsfeld es el general John
Batiste, jefe de la Primera División de Infantería en ese país
entre el 2004 y el 2005.
Los
demás retirados castrenses son el general Anthony Zinni, ex jefe del
Mando Central, el ex general Paul Eaton, y el general retirado del
Cuerpo de Infantes de Marina Gregory Newbold.
Luego
de la embestida de los generales retirados del Pentágono, los demócratas
salieron a hacer el "aprovechamiento político" con vistas a
las elecciones de noviembre.
"Considero
que el secretario debería renunciar", declaró Bill Richardson,
gobernador de Nuevo México y potencial candidato demócrata a la
presidencia, al programa "Face the Nation" de CBS.
El
senador Christopher Dodd, un demócrata de Conneticut, declaró que
las críticas de los generales en retiro podían ser considerados un
reflejo de los que actualmente ocupan puestos importantes, a quienes
no se les permite criticar a Rumsfeld o a Bush.
A
la luz de esta nueva embestida contra Rumsfeld, los expertos estiman
que los demócratas, en un año electoral con elecciones legislativas
en noviembre, van a aprovechar al máximo las denuncias y críticas de
los ex funcionarios y ex militares rezagados por
"opositores" a Bush.
Todo
este proceso, y la encarnizada campaña mediática llevada a cabo por
los medios opositores a Bush con los influyentes The New York Times
The y Washington Post a la cabeza, agrega combustible a la guerra por
el poder lanzada por los demócratas aprovechando la caída
pronunciada del presidente George W Bush en las encuestas.
El
diario estadounidense Los Angeles Times (quién se había pronunciado
por la candidatura de Kerry en la última elección) describió un
escenario político catastrófico para los republicanos, de cara a las
elecciones parlamentarias en 2006 en EEUU, las que se verán afectadas
por el descenso en la popularidad del presidente George W. Bush, quien
concita el apoyo más bajo de toda su gestión.
"Estos
conflictos internos complican el desafío que tienen ante sí tanto
Bush como el Partido Republicano, para recobrar la iniciativa en
Washington y prepararse para los comicios parciales de 2006",
indicaba el diario opositor.
La
administración Bush, como consecuencia de la embestida opositora en
varios frentes, está sometida desde hace meses un vendaval político
que amenaza con tragarse a sus principales funcionarios.
El
llamado "CIA–Gate", por ejemplo, desatado tras la revelación
del nombre de la espía encubierta de la CIA, ya ha salpicado a los
principales funcionarios de la administración Bush, entre ellos el
"cerebro" Karl Rove, y ahora amenaza al propio
vicepresidente Cheney, de quien The New York Times dice que tuvo una
participación en el escándalo.
A
pesar de que la acusación del fiscal contra Lewis Libby por la
filtración de inteligencia y del nombre de una espía de la CIA, los
analistas y medios estadounidenses coinciden en que los opositores
"van por la cabeza de Cheney" a quién señalan detrás de
esas operaciones.
El
escándalo del "Ciagate", como se recordará, está centrado
en la filtración a la prensa de la identidad de Valerie Plame como
agente de la CIA en julio de 2003. En EEUU dar a conocer la identidad
de un agente secreto es considerado un delito federal por la justicia
de EEUU.
De
acuerdo a la sección 421 del Acta de protección de identidades de
Inteligencia de 1982, es ilegal revelar intencionalmente información
identificando a un agente encubierto "a ningún individuo no
autorizado a recibir información clasificada".
No
hace mucho, el influyente diario The New York Times afirmó que fue el
propio vicepresidente Richard Cheney, quien reveló la identidad de la
agente a su asesor, Lewis Libby, levantando una ola de especulaciones
en la prensa norteamericana.
Por
otra parte, Dick Cheney padeció otro revés cuando el diario The
Washington Post reveló que el número dos del gobierno de Bush
concibió un plan para que la CIA quede exenta de la prohibición de
torturar, que debería ser aprobada por el Congreso.
Entre
los numerosos frentes de tormenta que azotan a la Casa Blanca (el
"efecto Katrina", las "mentiras" sobre las armas
de Saddam Hussein, el escándalo con las torturas en Irak, entre
otros) el caso de la revelación del nombre de la espía Plame es dónde
más nítidamente se presenta la posibilidad de que sus principales
funcionarios, con Bush y Cheney a la cabeza, terminen procesados y/o
condenados por la justicia.
No
faltan los que predicen que EEUU está al borde de una crisis
presidencial y constitucional, que en última instancia llevará a
hacer parecer minúscula la destitución de Richard Nixon en 1974.
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