Sueños
de una nación bilingüe
Por
Ariel Dorfman
Página 12, 09/05/06
El alma nacional de
los Estados Unidos, manifestó hace unos días George W. Bush en una
conferencia de prensa, está en peligro de perderse. El presidente
norteamericano no se estaba refiriendo, por cierto, al menoscabo que
ha sufrido la democracia en su patria a partir de los atentados del 11
de septiembre del 2001, ni tampoco al uso y justificación de la
tortura por parte de sus agencias de inteligencia, ni menos estaba
preocupado de lo que puede ocurrirle a un país que invade naciones
lejanas esgrimiendo razones fraudulentas. Más bien, aquella amenaza
al alma nacional proviene, según Bush, de... una canción.
¿Una canción? En
efecto, una versión en castellano del himno nacional norteamericano
creada por un grupo de intérpretes latinos y transmitida por radios
hispanas con gran desplante bajo el título de "Nuestro
Himno", eso es lo que provocó la inquietud de Bush. Y de tantos
otros, como los senadores Lamar Alexander (republicano derechista) y
Edward Kennedy (liberal de izquierda), que advirtieron que también
creían que "The Star Spangled Banner" debía entonarse
exclusivamente en inglés. Comentaristas y académicos fueron más
tajantes, acusando a la tonadilla culpable (nada más y nada menos) de
profanar un icono de la identidad nacional.
A primera vista
parece una insensatez tamaño enfurecimiento por una mera transcripción
de un himno nativo. Mal que mal, en un momento de tanto desprestigio
internacional de los United States of America, los angloamericanos
deberían estar felices de que artistas provenientes del extranjero
tengan ganas de realizar un homenaje, en cualquier idioma, a la
bandera norteamericana, precisamente esa "star spangled
banner" que tan asiduamente se quema a lo largo y ancho del
planeta. El problema, reconozcámoslo, es que tal homenaje se está
llevando a cabo en castellano. Es improbable que los patriotas
estadounidenses montaran en cólera si hubieran aparecido, pongamos,
versiones en navajo o inuit o albanés o si alguna banda musical
delirante quisiera resucitar y grabar hoy las traducciones al yiddish
o al latín del himno que se realizaron, según se rumorea, en Nueva
York en el año 1860.
La razón por la que
"Nuestro Himno" suscita tanta indignación es evidente. Las
calles de los Estados Unidos no están atiborradas de esquimales o
albaneses protestando por una ley que los discrimina ni menos colmadas
por una caterva de estudiosos de la lengua de Virgilio exigiendo que
no se los deporte. Lo que sí ha resonado recientemente en las calles
de Los Angeles y Atlanta, Chicago y Nueva York fueron las voces de
centenares de miles de hombres y mujeres que reivindicaban una amnistía
para los doce millones de trabajadores indocumentados que viven
ilegalmente en los Estados Unidos. Y la lengua en que vociferaban sus
demandas era el mismo castellano sacrílego de "Nuestro
Himno".
No es extraño,
entonces, que esta versión de "The Star Spangled Banner"
haya engendrado tanta alarma. Hace patente que, adentro de sus cuerpos
morenos y sudorosos, aquellos mojados han traído de contrabando a El
Norte el vocabulario vivaz y la gramática iluminada de Octavio Paz y
Miguel de Cervantes. No habían cruzado la frontera tan sólo para
trabajar, colocar ladrillos, cambiar pañales, lavar platos, cosechar
tomates, producir el pan de cada día, trabajar, trabajar, trabajar.
¡My God, también estaban haciendo uso de la palabra!
En inglés, claro que
sí. Es lo que desean para sus hijos los padres y las madres que
emigran a este país. Lo que diferencia a estos recién llegados a las
orillas norteamericanas de generaciones anteriores es que no están
dispuestos a renunciar a su lengua materna. El castellano no va a
desvanecerse como el noruego o el italiano o el alemán lo hicieron
durante olas asimilatorias anteriores. No únicamente se susurra entre
los miembros de la minoría más grande de los Estados Unidos, sino
que encuentra expresión simultánea en la boca y en los sueños
multitudinarios de muchos millones de latinoamericanos que habitan ese
inmenso Sur tan angustiosamente vecino. El castellano, la primera
lengua europea en escucharse, después de todo, en estos territorios
de nuestra América, ha llevado a cabo su retorno triunfal y esta vez
tiene la intención de quedarse para siempre.
Creo que son estas
circunstancias las que explican por qué que se ha recibido con tanta
aprehensión a "Nuestro Himno". Al infiltrar a uno de los símbolos
más pertinaces de la identidad norteamericana con sílabas
nerudianas, esta adaptación de "The Star Spangled Banner"
ha cometido una transgresión imperdonable, pregonando algo que han
temido muchos angloamericanos durante décadas, sin querer
reconocerlo: el hecho de que su país se encuentra en vías de
transformarse en una nación bilingüe.
Si tengo razón, y
dentro de poco los Estados Unidos van a ir articulando su identidad en
dos idiomas inevitables, surge la pregunta igualmente inevitable: ¿cómo
habrán de reaccionar a un desafío tan monumental los ciudadanos del
país de Washington y Lincoln? Una posibilidad, por supuesto, es que
haya una virulenta réplica chovinista: más hombres que se unen a las
milicias paramilitares que vigilan la frontera con México, más
llamadas a construir un muro impenetrable en esa frontera, más presión
para deportar a los "ilegales", más oposición a la educación
bilingüe en las escuelas.
Pero otros afirmarán
que los Estados Unidos se han construido, a lo largo de su historia,
en torno a los valores de la diversidad y la tolerancia, y que en un
momento en que de veras se está poniendo a prueba el alma nacional,
en un momento en que se encuentran en peligro de ser sacrificados en
el altar de una falsa seguridad los ideales democráticos que
constituyen el corazón mismo de la identidad nacional, la actitud más
valiente y también más lúcida sería acoger en forma jubilosa al
castellano, con todas sus maravillas, a ese debate y a esa lucha.
Mal que mal, en estos
tiempos de crisis, ¿quiénes pueden aportar más a la búsqueda de
una solución creativa que aquellos inmigrantes empobrecidos que lo
han arriesgado todo, cruzando desiertos y pantanos, para vivir el
American Dream? ¿Acaso no están siguiendo las huellas de los
fundadores de esta República, soñando como ellos, en su idioma
nativo, en el idioma que sea, una patria más abierta y compasiva?.
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