Estados Unidos

 

¿Es posible mantener una discusión civilizada sobre el rol que juega Israel en la política exterior de los Estados Unidos?

La tormenta sobre "el lobby israelí"

Por John Mearsheimer y Stephen Walt [1]
London Review of Books, Letters, Vol. 28 No. 9, 11/05/06

Nosotros publicamos nuestro informe "El Lobby Israelí" a fin de iniciar una discusión sobre un tema que se había tornado difícil de abordar en los Estados Unidos (ver London Review of Books, 23 de marzo). Sabíamos que era probable que el mismo generara fuertes reacciones y no nos sorprendió que algunos de nuestros críticos eligieran atacar a nuestras personas o distorsionar nuestros argumentos.

También hemos tenido el gusto de recibir muchas respuestas positivas como así también comentarios equilibrados y profundos que han comenzado a emerger en los medios y en la blogosfera. Claramente, mucha gente – incluyendo a judíos e israelíes – consideran llegada la hora de poder discutir en forma abierta la relación de los Estados Unidos con Israel. Es en ese espíritu que nosotros nos referimos a las cartas recibidas en respuesta a nuestro artículo. Nos limitamos aquí a los aspectos más relevantes de la disputa. Una de las acusaciones más prominentes contra nosotros es la que pretende que nosotros percibimos al lobby como una bien organizada conspiración judía.

Jeffrey Herf y Andrei Markovits, por ejemplo, comienzan observando que "las acusaciones de que existen judíos poderosos detrás del telón, se insertan dentro de las tradiciones más peligrosas del antisemitismo moderno" (Cartas, 6 de abril). Esa es una tradición que nosotros deploramos y que rechazamos explícitamente en nuestro informe. En vez, nosotros hemos descrito al lobby como una coalición vaga de individuos y organizaciones sin una sede central. Incluye a gentiles al igual que a judíos y muchos judíos estadounidenses no endosan sus posiciones sobre algunos o todos estos temas.

Más importante aun, el lobby israelí no conforma ningún grupo secreto y clandestino; todo lo contrario, se involucra abiertamente en actividades políticas de grupos de interés y no hay nada conspirativo o ilícito sobre su comportamiento. Por ende, resulta fácil creer que Daniel Pipes jamás haya "recibido órdenes" del Lobby, según la imagen caricaturesca leninista que hace del Lobby en su carta, que es una que nosotros claramente rechazamos.

Los lectores también observarán que Pipes no niega que su organización – Campus Watch – fue fundada con el objetivo de monitorear lo que dicen, escriben y enseñan los docentes y académicos, de forma tal de desalentarlos a involucrarse en un discurso abierto respecto de la problemática del Medio Oriente. Varios autores nos retan por realizar argumentos mono–causales, acusándonos de decir que sólo Israel es responsable del sentimiento anti–estadounidense en el mundo árabe e islámico (como una carta lo expresara, ese sentimiento anti–estadounidense "existiría aun si Israel no existiera"), o sugiriendo que el Lobby tiene exclusiva responsabilidad por la decisión del gobierno de Bush de invadir Irak. Pero esto no es lo que nosotros hemos dicho. Nosotros enfatizamos que el apoyo de Estados Unidos a la política israelí en los Territorios Ocupados es una fuente poderosa de sentimiento anti–estadounidense, que es la conclusión a la que arribaron varios estudios académicos y también comisiones del Gobierno de los Estados Unidos (incluyendo a la Comisión 9/11).

Pero también hemos señalado que el apoyo a Israel apenas conforma la única razón por la que la posición de Estados Unidos en el Medio Oriente es hoy tan mala. De manera similar, hemos destacado con claridad que Osama bin Laden tenía otras quejas contra los Estados Unidos al margen del tema palestino.

Sin embargo, como bien lo documenta la Comisión 9/11, este tema conforma una importante preocupación para él. También dijimos explícitamente que el Lobby, por sí mismo, no pudo convencer ni al gobierno de Clinton ni al de Bush que invadieran Irak. Sin embargo, existe abundante evidencia de que los neo–conservadores y otros grupos dentro del Lobby jugaron un rol central en armar las argumentaciones a favor de la guerra. Al menos dos de estas cartas se quejan de que nosotros ”catalogamos” las falencias morales de Israel, mientras que prestamos poca atención a las falencias de otros Estados. Nosotros nos hemos centrado sobre el comportamiento de Israel, no porque tengamos ninguna animosidad hacia Israel, sino porque los Estados Unidos le presta un nivel tan elevado de apoyo material y diplomático.

Nuestro objetivo consistió en determinar si Israel amerita este trato especial, sea porque conforma un activo estratégico clave y único, o porque su comportamiento es mejor que el de otros países. Hemos pretendido demostrar que ninguno de estos dos argumentos resulta convincente: el valor estratégico de Israel ha declinado desde el final de la Guerra Fría e Israel no se comporta significativamente mejor que la mayoría de los otros Estados del mundo.

Herf y Markovits nos interpretan como que decimos que la “futura supervivencia” de Israel debiera ser de poca preocupación para los Estados Unidos. De ninguna manera hemos dicho algo semejante. En rigor de verdad, hemos enfatizado que existen fuertes razones morales para la continuada existencia de Israel y nosotros creemos firmemente que los Estados Unidos debieran tomar acciones para garantizar su supervivencia en caso de hallarse Israel en peligro. Nuestra crítica estaba dirigida a las políticas de Israel y a la relación especial de los Estados Unidos con Israel, y no a la existencia misma de Israel.

Otro tema recurrente en las cartas recibidas es aquél que señala que, en última instancia, el Lobby tiene poca importancia dado que “los valores de Israel inspiran verdadero apoyo entre el público estadounidense”. De esta manera, Herf y Markovits mantienen que existe un apoyo sustancial a favor de Israel entre círculos militares y diplomáticos dentro de los Estados Unidos. Estamos de acuerdo de que existe un fuerte apoyo publico a favor de Israel en los Estrados Unidos, en parte debido a que se la percibe como compatible con la cultura judeocristiana de los Estados Unidos.

Pero también creemos que esta popularidad es debida sustancialmente al éxito que el Lobby ha tenido en mostrar una imagen de Israel de una manera favorable, logrando limitar de manera efectiva la toma de conciencia y discusión pública respecto de algunas acciones menos aceptables de Israel. Oficiales militares y diplomáticos también se ven afectados por este distorsionado discurso público, pero muchos de ellos saben como ver a través de ese muro de retórica.

Se mantienen en silencio, sin embargo, dado que temen que grupos como AIPAC puedan dañar sus carreras si hablan abiertamente. La realidad es que si no existiera AIPAC, los estadounidenses tendrían una visión más crítica de Israel y la política estadounidense en el Medio Oriente sería diferente.

Con respecto a un tema relacionado con esto, Michael Szanto contrasta la relación estadounidense–israelí con los compromisos militares estadounidenses en Europa Occidente, Japón y Corea, para demostrar que los Estados Unidos han brindado un apoyo sustancial a otros Estados fuera de Israel (6 de Abril). Sin embargo, no menciona que estas otras relaciones no dependían de fuertes lobbies internos.

La razón de ello es simple: estas naciones no necesitaban un lobby debido a que el mantenimiento de vínculos estrechos con cada una de ellas era parte del interés estratégico de los Estados Unidos. En cambio, a medida que Israel se ha transformado en una carga estratégica para los Estados Unidos, quienes le brindan apoyo en Estados Unidos han debido intensificar sus tareas aún mas para preservar dicha "relación especial".

Otros críticos mantienen que hemos sobre–enfatizado el poder del Lobby debido a que hemos ignorado ciertas fuerzas incidentes tales como los “grupos paleo–conservadores, favorables de los árabes e islámicos... y el Establishment diplomático”. Tales fuerzas incidentes existen pero no tienen ni remotamente el mismo poder del Lobby, sea individual o colectivamente.

Existen grupos políticos árabe–estadounidenses, por ejemplo, pero son débiles, están divididos y detentan mucho menos influencia que AIPAC y otras organizaciones que presentan un mensaje fuerte y consistente con el Lobby. Probablemente, el argumento más popular que se haya hecho sobre estas fuerzas contrarias es la aseveración de Herf y Markovits en el sentido de que la clave central de la política estadounidense en Medio Oriente es el petróleo y no Israel. No caben dudas que el acceso al petróleo de dicha región es de vital importancia para los intereses estratégicos estadounidenses.

Pero Washington también se encuentra profundamente comprometida en apoyar a Israel. De manera que la pregunta clave radica en saber de qué manera cada uno de estos intereses afectan la política estadounidense. Nosotros creemos que la política estadounidense en Medio Oriente se ve dinamizada principalmente por su compromiso hacia Israel y no por los intereses petrolíferos. Si las empresas petroleras y los países productores de petróleo fueran el motor de estas políticas, entonces Washington se vería tentado de favorecer a los palestinos en lugar de Israel.

Más aún, los Estados Unidos innegablemente no hubieran ido a la guerra contra Irak en marzo de 2003, y el gobierno de Bush no estaría hoy amenazando a Irán con el uso de su fuerza militar. Aunque muchos aseveran que la guerra de Irak estaba íntimamente relacionada con el petróleo, prácticamente no existe evidencia alguna que apoye esta suposición y sí mucha evidencia que indica que se debió a la influencia del Lobby.

El petróleo claramente es una preocupación importante para quienes diseñan la política exterior de los Estados Unidos pero, salvo por episodios como el embargo petrolero de la OPEP en 1973, el compromiso estadounidense con Israel aún no ha llegado a amenazar el acceso al petróleo. Sin embargo, contribuye al problema de los Estados Unidos con el terrorismo, complica sus esfuerzos de detener la proliferación nuclear y ha ayudado a involucrar a Estados Unidos en guerras como la de Irak.

Lamentablemente, algunos de nuestros críticos ha tratado de ensuciarnos asociándonos con personajes abiertamente racistas, sugiriendo así que nosotros mismos seríamos racistas o antisemitas. Michael Taylor, por ejemplo, observa que nuestro artículo ha sido "alabado" por el líder del Ku Klux Klan, David Duke (6 de abril). Alan Dershowitz sugiere que alguno de nuestro material fue tomado de sitios neo–nazis en Internet y de otra literatura que promueve el odio (20 de abril).

Nosotros no tenemos control sobre a quienes les gustó o no les gustó nuestro articulo, pero sí lamentamos que Duke lo utilizara para promover su propia agenda racista la cual rechazamos absolutamente. A su vez, nada contenido en nuestro escrito fue tomado de fuentes racistas de ningún tipo y Dershowitz no ofrece evidencia alguna en apoyo de su aseveración falsa. Hemos brindado una versión totalmente documentada de nuestro ensayo de manera tal que el lector pudiera verificar por sí mismo que hemos utilizado fuentes fidedignas.

Finalmente, ciertos de nuestros críticos aseveran que algunos de nuestros datos, referencias o citas son erróneas. Por ejemplo, Dershowitz desafía nuestra aseveración de que Israel "fue fundada explícitamente como un Estado judío y la ciudadanía se basa sobre el principio de la hermandad de sangre". Israel fue fundada como un Estado judío (un hecho que Dershowitz no contradice), y nuestra referencia a la ciudadanía se refería, obviamente, a los ciudadanos judíos de Israel cuya identidad usualmente se basa sobre sus antepasados. Hemos indicado que Israel tiene una cantidad importante de ciudadanos no–judíos (especialmente árabes), y el punto a recalcar es que muchos de ellos quedan relegados a una categoría de ciudadanos de segunda clase dentro de una sociedad predominantemente judía.

También nos referimos a la famosa declaración de Golda Meir respecto de que "no existe algo que pueda llamarse un Palestino" y Jeremy Schreiber nos interpreta como pretendiendo decir que Meir estaba negando la existencia de dicha gente en lugar de simplemente rechazar la nacionalidad palestina (20 de abril). No hay ningún desacuerdo en esto; concordamos con la interpretación de Schreiber y citamos a Meir en el marco de una discusión respecto del esfuerzo prolongado de Israel de "negar las ambiciones nacionales del los Palestinos".

Dershowitz desafía nuestro reclamo de que los israelíes no ofrecieron a los palestinos un Estado judío en la reunión de Camp David en julio del 2000. En apoyo a ello, cita una declaración del ex–primer ministro israelí Ehud Barak y las memorias de David Ross, ex negociador estadounidense. Hay varios relatos que compiten entre sí respecto de lo que ocurrió en Camp David, sin embargo, muchos de ellos coinciden con nuestras aseveraciones. Más aun, Barak mismo acepta que "a los palestinos se les prometió un trozo continuo de territorio soberano salvo por una cuña israelí sumamente estrecha que correría a través desde Jerusalén...al Rio Jordan".

Esta cuña que dividiría a la Ribera Occidental era esencial para el plan israelí de retener el control del valle del Río Jordán por otros seis a veinte años. Por último y contrariamente a lo que asevera Dershowitz, no existía ningún "segundo mapa" o mapa de una "propuesta final de Camp David". En verdad, se indica explícitamente en una nota al lado del mapa publicado en las memorias de Ross que "no se presentó ningún mapa durante las últimas rondas en Camp David". Considerando todos estos hechos, no sorprende que el ministro de relaciones exteriores de Barak, Schlomo Ben–Ami, quien fuera un participante clave en Camp David, luego admitiera que "Si yo fuera palestino, también hubiera rechazado la propuesta de Camp David".

Dershowitz también dice que hemos citado a David Ben–Gurion "fuera de contexto" y de esta manera distorsionado sus puntos de vista respecto de la necesidad de utilizar la fuerza para construir un Estado Judío en toda Palestina. Dershowitz está equivocado. Tal como lo han podido demostrar una serie de historiadores israelíes, Ben–Gurion hizo varias declaraciones respecto de la necesidad de usar la fuerza (o la amenaza del uso de fuerza avasalladora) para forjar un Estado Judío en toda Palestina. En octubre de 1937, por ejemplo, le escribió a su hijo Amos diciendo que el futuro Estado israelí tendría "un ejército excepcional... de manera que estoy seguro que no nos veremos limitados para asentarnos en el resto del país, sea a través de un acuerdo y entendimiento mutuo con nuestros vecinos árabes, o de alguna otra manera" (se agrega énfasis). A su vez, el sentido común indica que no había ninguna otra manera de lograr dicho objetivo puesto que era altamente improbable que los palestinos pudieran ceder su patria voluntariamente. Ben–Gurion era un consumado estratega y entendía muy bien que hubiera sido poco conveniente para los sionistas hablar abiertamente acerca de la necesidad de "ejercer la "compulsión brutal". Citamos de un memorandum de Ben–Gurion escrito antes de la Conferencia Extraordinaria Sionista celebrada en el Hotel Biltmore de Nueva York en mayo de 1942.

Entonces, él escribió que "resulta imposible imaginar una evacuación general de la población árabe de Palestina sin aplicar la compulsión y compulsión brutal". Dershowitz asevera que la posterior declaración de Ben–Gurion en la que dice que "nosotros no debiéramos de manera alguna hacer que esto forme parte de nuestro plan", indica que él se oponía a la transferencia de la población árabe y la "brutal compulsión" que la misma conllevaría. Pero Ben–Gurion no estaba rechazando dicha política: simplemente señalaba que los sionistas no debieran proclamarla abiertamente. En verdad, él manifestó que ellos no debieran "desalentar a otros pueblos, británicos y norteamericanos quienes están a favor de la transferencia, de abogar por este curso de acción, pero nosotros no debiéramos de ninguna manera transformarlo en una parte de nuestro programa".

Cerramos con un comentario final respecto de la controversia suscitada en torno a nuestro artículo. Aunque no estamos sorprendidos por la hostilidad que se nos ha dirigido, seguimos desilusionados con el hecho de que no se le haya prestado más atención a lo más sustancioso de nuestro ensayo.

El hecho permanece de que los Estados Unidos se encuentran en serias dificultades en el Medio Oriente y que no podrá desplegar políticas efectivas si resulta imposible mantener una discusión civilizada respecto del rol de Israel en la política exterior de los Estados Unidos.


[1].– John Mearsheimer (Universidad de Chicago) – Stephen Walt (Universidad de Harvard).