Un
tema tabú: el verdadero poder de Israel en el gobierno norteamericano
El
lobby israelí
Por
Philip Weiss
Veintitres Internacional, mayo 2006
Dos intelectuales
norteamericanos se animaron a hacer público un trabajo sobre el lobby
israelí en Estados Unidos. Sufrieron persecución y censura. Esta es
la historia del paper maldito y las discusiones que nadie se
anima a hacer en voz alta en el país de Bush.
Cualquiera de los
intelectuales "de moda" ni siquiera podrían soñar con
alcanzar el impacto que John Mearsheimer y Stephen WaIt obtuvieron en
este otoño norteño. Apenas horas después de publicar una crítica
al lobby israelí en el London Review of Books del 23 de marzo,
el artículo resonaba en todo el mundo, apareció en la tapa de los
diarios y provocó acaloradas discusiones en los programas de cable.
En una noche, dos calvos profesores cincuentones se habían convertido
en intelectuales públicos y recibieron cientos de emails, mensajes
telefónicos e invitaciones al debate.
Bajo el título de The
Israel Lobby (ver este texto en la edición de Socialismo o
Barbarie del 28 de mayo), los autores argumentan que una coalición
de amplio alcance que incluye a los neoconservadores, sionistas
cristianos, periodistas de primera línea y por supuesto al American
Israel Public Affairs Committee (AIPAC), ejerce una presión
asfixiante sobre la política en Medio Oriente y su discusión pública.
Al tiempo que apoyan
la causa moral por la existencia de Israel, los autores afirman que no
hubo interés moral ni estratégico por parte de Estados Unidos en
apoyar a Israel después de la ocupación. Muchos norteamericanos
creyeron que la guerra contra Irak fue una disputa por el petróleo,
pero "la guerra fue provocada en gran parte por el deseo de
asegurar Israel".
Los conceptos
vertidos en el artículo siguen resonando. La respuesta inicial fue de
furia entre los seguidores de Israel, algunos de los cuales tildaron a
los autores de neonazis. La Anti–Defamation League definió al artículo
como "un típico análisis antisemita conspirativo que invoca a
los viejos personajes del poder y del control judíos". El
profesor de la Universidad de Chicago Daniel Drezner lo limitó a
"una ciencia pobre y monocausal". El profesor de Leyes de
Harvard Alan Dershowitz dijo que los autores "destruyeron su
reputación profesional". Hasta críticos de izquierda
describieron al artículo como erróneo e incendiario.
A medida que pasó el
tiempo (y que el Ku Klux Klan no se manifestó), comenzó un debate más
racional. El New York Times, que primero había ignorado el artículo,
publicó una extensa nota de opinión del historiador Tony Judt
diciendo que los medios se equivocaban al ignorar ideas importantes
que los autores habían puesto en juego. Y el coronel Lawrence
Wilkerson, ex jefe del gabinete de Colin Powell, lo aprobó en el
Middle East Institute por expresar "flashes enceguecedores de
algo que es obvio", ideas "que fueron murmuradas en los
rincones en lugar de gritarlas en voz alta en los cócteles donde
alguien más podría oírte".
Mientras las críticas
al lobby circularon ampliamente durante años en la periferia, el paper
Mearsheimer–Walt resulta sobresaliente por su agudeza y puntualidad,
y porque fue publicado online por la Harvard's Kennedy School of
Governrnent, donde Walt es profesor y alto funcionario saliente.
"Era inevitable que esta discusión cayera en alguien de
Harvard", dice Phyllis Bery.nis, un estudioso de temas de Medio
Oriente del Instituto de Estudios Políticos.
Aun más, el artículo
apareció cuando el pesimismo público en tomo a la guerra de Irak
estaba alcanzando nuevos récords. "El paper fue
importante como intervención política, porque los autores pertenecen
al más alto grado de la vida académica", dice Norman
Filkenstein, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad DePaul,
dedicado a los temas derivados del padecimiento palestino bajo la
ocupación. "La razón por la que se los escucha es por la
debacle de Irak."
Bennis y Finkelstein,
ambos críticos de Israel desde la izquierda, tienen objeciones para
formular al paper. En parte, obedecen al origen del artículo:
aunque se imprimió en un diario de izquierda inglés, fue escrito por
teóricos asociados con la centroderecha: el realismo, que implica que
el mundo es un barrio peligroso, que las buenas intenciones no
significan mucho y que la clave es balancear el poder entre los
estados armados.
Para los realistas,
temas como los derechos humanos y el trato de los estados hacia las
minorías son sueños idealistas. Dado el parentesco del paper,
la controversia levanta cuestiones políticas. ¿Cómo llegaron esas
ideas al centro de la escena? ¿y qué sugieren respecto del carácter
de la inteligencia antibélica?
Comencemos por las
personalidades. El más importante de los integrantes del dúo (y el
único que quiso hablar conmigo), Mearsheimer, 58 años, es un
outsider por naturaleza. Pasó diez años en el el ejército cuando
era joven, graduándose en West Point. Más allá de la pura
curiosidad intelectual, Mearsheimer, que se había convertido en
oficial de la fuerza aérea, se inscribió en las clases de la
University of Southem California. Hoy en día es una de las mayores
potencias de la Universidad de Chicago, y publicó títulos tales como
la Convencional Deterrence.
Como Mearsheimer,
Walt, 50 años, creció con privilegios, pero es diferente. Stanford,
Berkeley y Princeton forman parte de su camino hacia Harvard.
"Creo que a Steve le gustó mudarse a los roles
institucionales", dice un académico. A Steve le gustan las
buenas discusiones, pero a diferencia de John, puede ser amable. A
John le gusta la imagen del tirabombas."
Mearsheimer era
desconfiado con Israel hasta los '90, cuando empezó a leer a los
"nuevos historiadores", un grupo de estudiosos israelíes y
periodistas (entre ellos Benny Morris, Avi Shlaim y Topm Segev), que
le demostraron que los fundadores de Israel habían sido crueles con
los palestinos.
Un ex estudiante de
Mearsheimer llamado Michael Desch, profesor en Texas, recuerda la
epifanía: "Para muchos de nosotros, que no sabíamos demasiado
sobre el conflicto Israel–Palestina más allá del conocimiento
popular y de la novela Exodo de Leon Uris, vimos una guerra fría
aliada; y el tema moral y la democracia reforzaron una fuerte
tendencia pro–Israel".
En ese momento Desch
organizó una conferencia con dos académicos judíos de izquierda
emparentados con los "nuevos historiadores". "Mi reacción
inicial fue igual a la de John: esto es muy loco. Ellos dijeron que
los israelíes no fueron las víctimas de la guerra del '48.
Ben–Gurion tenía verdaderas dudas acerca del reparto. Jordania e
Israel hablaban de dividir al West Bank en partes iguales. Todo esto
era hereje. Hasta que empezamos a leerlos, y cambiamos por completo la
forma de entenderlo."
Mearsheimer dice que
la novela de Leon Uris lo había cegado. "El trabajo de los
nuevos historiadores fue una gran revelación para mí. No sólo
provee abundante evidencia para respaldar sus relatos acerca de cómo
fue creado Israel, sino que sus historias tienen sentido. No hay
manera de que olas de judíos europeos se dirigieran a un territorio
lleno de palestinos para crear el Estado judío y no rompieran un montón
de cabezas palestinas para logrado. No es posible."
El 11 de septiembre
fue el evento catalítico para los realistas. Mearsheimer y Walt
vieron a la alianza entre Estados Unidos e Israel como perjudicial
para la relación entre los primeros y los otros estados
intervinientes. La política norteamericana hacia los palestinos servía
para fortalecer el terrorismo, según escribió Walt en un libro
llamado Taming American Power ("Cómo domesticar el poder
americano"). Y no había cómo discutirlo.
Walt hablaba del
efecto escalofriante del lobby israelí: "En este momento, no se
puede hablar del tema sin que traten de silenciarte de inmediato, sin
que te desacrediten de todas las maneras posibles, de modo que ningún
político norteamericano se refiera a esta cuestión, lo que es
particularmente notable si uno considera cuánto discuten los
norteamericanos acerca de cualquier otro asunto político
controversial. Para mí, es una prioridad de seguridad nacional y nos
debemos un debate abierto, no una discusión en la que se escucha una
sola voz."
Por su parte,
Mearsheimer vio el poder del lobby en un episodio en el otoño de
2002, cuando Bush le pidió a Sharon que retirara las tropas de las
ciudades palestinas. Sharon no le dio importancia, y Bush estuvo de
acuerdo.
Mearsheimer dijo por
e–mail: "En la convención de la American Political Science
Association en el invierno del 2002, yo estaba hablando con un
amigo acerca de las relaciones entre Estados Unidos e Israel. Compartíamos
puntos de vista similares, y estábamos de acuerdo en que muchas
personas más pensaban del mismo modo que nosotros. Le dije durante el
transcurso de una cena que me parecía asombroso que a pesar de la
visión común acerca de la influencia del lobby, nadie podía
escribir y mucho menos publicar algo sobre el tema en Estados Unidos.
Me dijo que él pensaba que no era así, porque él tenía un amigo en
The Atlantic que estaba buscando un artículo como ese."
The Atlantic había
esperado largamente para encargar un artículo que investigara sistemáticamente
el punto en el que Israel y Estados Unidos compartían intereses y en
qué punto esos intereses entraban en conflicto, para examinar el
impacto del lobby. La revista encargó debidamente un artículo en
2002 a Mearsheimer y Walt. "No había manera de que pudiera
hacerlo solo", dice Mearsheimer. "Se necesitaban dos
personas de cierta estatura para aguantar la tormenta que
invariablemente se iba a levantar con la publicación de la
nota."
Mearsheimer y Walt
contaban con gran apoyo ideológico. Tras el 11 de septiembre, muchos
otros realistas cuestionaron la política americana en Medio Oriente.
Stephen Van Evera, profesor de relaciones internacionales en el MIT,
empezó a escribir papers demostrando que el fracaso
norteamericano en la negociación en el conflicto Israel–Palestina
estaba fortaleciendo el apoyo a Al Qaeda en todo el mundo musulmán.
Robert Pape, profesor en Chicago, publicó un libro, Dying fo Win
("Morir para ganar"), en el que exponía que los suicidas no
estaban motivados por la religión sino que actuaban pragmáticamente
contra los invasores.
El escritor Anatol
Lieven afirma que consideró el tema después del 11 de septiembre
como una cuestión de "deber" –cuando se lo pidieron en el
Carnegie Endowment, del que era socio–. "Yo sabía que iba a
hacemos perder popularidad... todas mis lealtades personales están
del otro lado. Tengo literalmente docenas de amigos judíos; no tengo
ningún amigo palestino." Lieven dice que era efectivo en el
Aspen Institute hasta que habló del tema. "Me despidieron de
Aspen. En 2002 dieron una conferencia sobre las relaciones con el
mundo musulmán. Durante dos días nadie mencionó a Israel.
Finalmente, dije: 'Miren, este es un debate estilo soviet. Lo que sea
que piensen sobre el tema, todo el mundo musulmán va a protestar'.
Nunca me volvieron a llamar."
En 2004 Lieven publicó
un libro, America Right or Wrong, en el que argumentaba que
Estados Unidos subordinó sus intereses a un Estado militarizado,
Israel. Acusado de antisemita, Lieven dice que se convirtió en un
paria entre muchos colegas del Camegie Endowment, que dejó por la
reciente New America Foundation.
Otra personalidad que
tomó este camino fue el filósofo político Francis Fukuyama, un
neoconservador convertido en realista. En 2004 escuchó el discurso de
Charles Krauthammer en el American Enterprise Institute y quedó
impresionado por los efectos positivos que Krauthammer encontró en la
guerra de Irak.
Fukuyama atacó este
pensamiento militarista en un artículo de The National Interest.
Escribió a favor de los palestinos y dijo que los neoconservadores
confundieron los intereses norteamericanos e israelíes. "¿Estamos
como Israel, atrapados en una lucha sin remordimientos con una gran
parte del mundo árabe y musulmán, con unos pocos caminos abiertos
para negociar con ellos que no sean el uso del puño de hierro? Creo
que hay problemas reales para superponer una situación con la
otra." Krauthammer respondió en términos personales, no sin
acusar a Fukuyama de antisemita.
"Lo notable
acerca del debate es lo elusiva que fue la referencia de Frank al tema
y lo parciales que fueron Krauthammer y los otros
neoconservadores", dice Mike Desch. "Se dieron cuenta de que
hasta una referencia elíptica podría abrir la puerta, e
inmediatamente saltaron sobre Frank para dejárselo en claro."
El truco pareció
funcionar. El bien hablado Fukuyama omitió la crítica de la
identificación neoconservadora con Israel en su libro más reciente, America
at the Crossroads.
"Entendimos que
habría un alto precio que pagar", dice Mearsheimer. "Los
dos sabíamos que nuestras posibilidades de ser considerados para un
puesto elevado en Washington se verían seriamente reducidas".
Enviaron su trabajo a The AtIantic dos años atrás.
La revista solicitó
revisiones y los autores enviaron un nuevo borrador, que fue
rechazado, en 2005. "Decidimos no publicar el artículo", me
escribió el editor en jefe Cullen Murphy, agregando que la política
de The AtIantic es no discutir decisiones editoriales con otras
personas que no sean los autores
"Creo que se
echaron atrás", afirma Mearsheimer. "Dijeron que les parecía
que la nota estaba muy mal escrita. Esa fue su explicación. Más allá
de eso, no sé nada. Me encantaría saber qué pasó realmente."
La escritura no pudo haber motivado la decisión de la revista, a los
editores se les paga para reescribir notas. Lo que supe de una fuente
cercana a la revista es que The Atlantic quería un artículo
de carácter analítico. En el material había suficiente análisis,
sumado a un argumento fuerte.
Ese podría haber
sido el final. Los autores, "espiados", dice Mearsheimer,
buscando otros editores en Estados Unidos, abandonaron, pensando que
su trabajo no podría ser publicado como libro o artículo en Estados
Unidos. Pasó medio año. Entonces, un universitario que Mearsheimer
se negó a identificar lo llamó para decirle que un miembro del staff
de The Atlantic había derivado la nota, que le había parecido
"magistral". El universitario puso a los autores en contacto
con Mary-Kay Wilmers, editora de The London Review of Books,
quien en la última primavera contrató la publicación del artículo.
"John, que me
parece un poco más testarudo política e intelectualmente, esperaba
que ocurriera", dice Desch. "Steve tenía más confianza en
que los hechos y la lógica desembocarían en un buen desenlace, y por
algunas conversaciones que tuvimos, estaba realmente conmovido. Su
posición en Harvard estaba muy comprometida." Desch agrega que
cuando el New York Sun relacionó a los autores con David Duke,
el líder de la supremacía blanca, que aprobó el artículo,
"fue una verdadera patada en el estómago". Una parte de la
exposición de Walt es financiera. Bernard Steinberg, director del
Harvard's Hillel Center, me habló intempestivamente del tema:
"Hablé con alguien en Harvard y pregunté cuál había sido el
efecto, y me respondió: 'Como un terremoto’.”
Algo en el espíritu
de Mearsheimer parece disfrutar de enojar a los demás expresando
ideas en las que cree profundamente. "Cuando uno escribe sobre
este tema y es crítico con la política de Israel o con la relación
entre lsrael y Estados Unidos, invariablemente lo van a definir como
antisemita", dice. Cuando le dije que como profesor él debería
gozar de "libre discurso", me dijo: "¿Qué es el
discurso libre en Estados Unidos? ¿De qué libertad de discurso me
estás hablando?". El amigo de Mearsheimer, Van Evera, lo critica
por permitir que su legítima indignación por el intento de silenciar
su discurso haya afectado el tono del artículo. Pero Mearsheimer
estaba expresando su aguda personalidad: ¿no es que la pasión le da
vida a la discusión?
Los autores
obtuvieron apoyo de cientos de e-mails, un setenta y cinco por ciento
los felicita, según Mearsheimer. Se dice que los funcionarios del
servicio exterior de Washington, preocupados por el plan
neoconservador, se intercambian copias del artículo. La izquierda
europea también celebró la publicación del paper, afirmando
que el tema necesita discusión. Y hasta en Israel el artículo fue
objeto de una lectura respetuosa: un periodista de Ha'aretz lo definió
como un "llamado de atención" hacia Estados Unidos.
Unos cuantos
liberales e izquierdistas manifestaron su disgusto por el paper.
Daniel Fleshler, un antiguo miembro de Americans for Peace Now,
dice que el tema de la influencia judía es "tan incendiario y
tan complicado que no sé cómo alguien se atreve a comentarlo en la
esfera pública. Ya sé que es un problema. Pero no hay espacio
suficiente en ningún artículo que se escriba como para describirlo
de una manera que no provoque aun. más rencor. Y hay mucho material
en este paper que está poco elaborado y pobremente
investigado". En Shalon, Michelle Goldberg escribió que
los autores se "equivocaron estrepitosamente" en la discusión,
de "complicadas y crudas" maneras.
Noam Chomsky escribió
que los autores ignoraron las fuerzas estructurales de la economía
norteamericana que impulsan la guerra, que él llama "el estrecho
encaje corporativo-estatal". Norman Finkelstein hace una distinción
similar. "Me parece bien que lo publiquen", dice respecto
del paper, pero argumenta que mientras el lobby pro-Israel
controla el debate público, y aun el Congreso, no se lo puede mostrar
como un factor de decisión en la "elite de opinión" que
crea la política en Medio Oriente.
Uno de los problemas
que surgen de este argumento es que al insistir en la primacía de las
decisiones corporativas, disminuye la actividad de la política
cultural y exhibe un análisis muy pobre acerca de cómo esas ideas se
filtran en Washington. Los think tanks, las fábricas de ideas
que ayudan a producir políticas, solían tener un carácter
marcadamente blanco-anglosajón-protestante de alta clase social. Pero
como demuestran Walt y Mearsheimer, las fuerzas pro-israelíes
establecieron astutamente una fuerte presencia en esos grupos, desde
el centro hasta la derecha.
Tras la victoria de
Bush en 2000, Dick Cheney se aseguró de que sus amistades
neoconservadoras obtuvieran puestos importantes en la administración,
y luego del 11 de septiembre sus ideas militares se extendieron como
una fiebre. En los tiempos de temor, su desconfianza hacia la cultura
árabe y musulmana parecía explicar el mundo de los Bushies.
"Hay una alianza entre los neoconservadores y los nacionalistas
agresivos que retroceden treinta años. Sus ideas se mezclan entre sí",
dice Jim Lobe, de Inter Press Service. "Y los
neoconservadores ponen a Israel en el centro de su visión del
mundo."
Una de las creencias
más arraigadas entre los neoconservadores era que el camino hacia la
paz entre Israel y Palestina pasaba por Bagdad: dar a Israel un mayor
sentido de la seguridad y se podría resolver el tema palestino más
tarde. Esa fue la política gubernamental.
Lieven sostiene:
"Es evidentemente cierto que la guerra con Irak involucra otros
intereses y ambiciones. El petróleo es mucho, las ambiciones
imperiales son muchas". Pero, agrega, "sugerir por un lado
que los neoconservadores tuvieron gran influencia sobre la
administración de Bush, y que eso no jugó a favor de los intereses
de Israel es demencial. Si uno cree que los neoconservadores no
manejaron todo el show pero tuvieron un fuerte impacto sobre él, no
puede sugerir que los intereses de Israel no estuvieran
involucrados".
La inteligencia
liberal fracasó en la responsabilidad que le cabe específicamente
por este tema. Porque mantienen una visión nostálgica del establishment
como un baluarte cristiano en el que los judíos pro-israelíes
ejercen un poder limitado, o porque les gusta hacer que George Bush,
los cristianos apocalípticos y los petroleros sean los únicos chicos
malos de la debacle, o porque temen a los eventuales pogroms que podrían
resultar de debatir el poder judío. "Parece qúe la izquierda
americana también es aclamada por el lobby israelí", dice
Wilmers, editor.
Ciertamente, la vieja
ala antibélica del Partido Demócrata está fracturada. En las
elecciones primarias de 2004, Howard Dean fue obligado a retractarse
después de –horror– reclamar una política más blanda en Medio
Oriente. La valiente oposición de The New Yorker contra la
guerra de Vietnam fue reemplazada esta vez con un silencioso apoyo a
la guerra contra Irak. Tom Friedman habló en nombre de varios
liberales cuando dijo que las bombas en las pizzerías israelíes lo
hicieron apoyar las agresiones contra Irak.
En tanto, sin ningún
respeto por Dershowitz, la corriente mediática liberal optó por
ignorar los poderes del lobby, dejándoles el encargo a dos bravos
profesores. La discusión nimia entre la izquierda por la publicación
del paper Mearsheimer-Walt tuvo un tono defensivo, lleno de
desconfianza hacia la habilidad estadounidense para escuchar estas
ideas.
Mearsheimer y Walt
por momentos resultan simplistas y ruidosos. Pero tal vez necesitaron
ese tipo de retórica para llamar la atención. La democracia depende
del libre intercambio, y el libre intercambio implica no tener que ser
siempre cuidadoso.
Lieven dice que ya
vimos en otro sistema el fenómeno de intelectuales denunciando un artículo
que no pudo ser publicado ni siquiera en su propio país: la Unión
Soviética. "Si alguien como yo, un centrista cuya posición en
el conflicto entre Israel y Palestina es idéntica a la del gobierno
de Blair, tiene tantas dificultades para publicar, es una señal de lo
extremadamente limitado y éticamente corrupto que está el debate
mediático en este país."
Las ideas realistas
están resonando ahora porque las ideas utópicas que condujeron a la
guerra fueron asustadoras y desmoralizantes. De hecho, Fukuyama se
cambió a lo que él llama realismo wilsoniano. Lieven está a punto
de publicar (en coautoría con un derechista de la Heritage
Foundation) sobre realismo ético. Esas ideas ofrecen una mejor manera
de explicar un mundo peligroso, en lugar de afirmar que nuestras
bombas son buenas y que los musulmanes sólo respetan la fuerza.
Los izquierdistas y
los liberales se sienten alienados porque los líderes tienen que
aceptar que el potencial de esas ideas consiga forjar una coalición
de outsiders. Pero el precio de ese realineamiento es alto:
significa separarse del lobby israelí (o reformarlo) y confiar en que
una política estadounidense más justa en Medio Oriente no significa
abandonar a Israel.
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