El
papel estratégico de Noam Chomsky y
de Le Monde diplomatique
Por
Daniel Rey
Red Voltaire, 30/05/06
Numerosos son los
autores estadounidenses que se han interrogado sobre el tipo y la
intensidad de la influencia entre Israel y los Estados Unidos pero
también entre intelectuales y respetados diarios que difunden sus
ideas.
La invasión a Irak
por parte de una coalición anglosajona inició el debate sobre las
relaciones que mantienen el campo llamado occidental e Israel. Es una
guerra inútilmente costosa para los Estados Unidos y el Reino Unido,
mientras satisface los objetivos sionistas de siempre, enunciados en
1943 por la «Declaración de Biltmore ampliada».
Numerosos son los
autores estadounidenses que se han interrogado sobre el tipo y la
intensidad de la influencia de Tel Aviv sobre Washington, mientras que
sus homólogos británicos lo hacían acerca del incondicionalismo de
Londres con relación a Washington.
El debate se amplía
hoy a un cuestionamiento sobre el imperialismo estadounidense: ¿acaso
utiliza este a Israel como mercenario o lo obedece? A partir de ahí,
importantes intelectuales como John Marsheimer y Stephen Walt, de
Harvard, se dedican a estudiar el lobby sionista en Estados Unidos, un
tema hasta ahora tabú en el medio académico.
Igualmente se
descubren los límites de las explicaciones sobre el imperialismo
norteamericano, hasta ahora consideradas como ciertas y suficientes.
Así, Jeff Blankfort ha sacado a la luz una zona de silencio en el
pensamiento de Noam Chomsky: durante 30 años, el maestro ha exonerado
sistemáticamente a los israelíes de sus responsabilidades, haciendo
cargar con toda la culpa al imperialismo norteamericano.
El debate llega ahora
a Le Monde diplomatique. La publicación francesa parece
debatirse entre las turbulencias que agitan la diplomacia de su país.
Un día París proclama su independencia según el modo gaullista y
critica al imperialismo norteamericano incluso en el Consejo de
Seguridad y otro, con la misma fuerza, jura fidelidad a la OTAN y
presta ayuda al Tío Sam para derrotar un presidente en Georgia,
secuestrar otro en Haití y amenazar a un tercero en Siria.
Asimismo se vuelven
inmanejables las contradicciones cuando el asunto toca de cerca a
Israel. Así, Francia ha dejado de ser solidaria con la OTAN y la Unión
Europea para apoyar al pueblo palestino y a su gobierno electo,
formado por Hamas, pero niega las visas a los miembros de este mismo
gobierno electo. Algunos, erróneamente, aluden hipocresía.
En realidad ya no
existe diplomacia francesa como tampoco gobierno francés. De estos
hay dos: los gaullistas de Jacques Chirac y Dominique de Villepin, y
los atlántico-sionistas de Nicolas Sarkozy. La batalla causa estragos
en las altas esferas del Estado y tiene como tela de fondo denuncias
calumniosas y registros en oficinas ministeriales.
En este contexto,
algunos directivos de la Asociación de Amigos de Le Monde
diplomatique descubren que la línea editorial de la publicación
mensual tiene los mismos límites que el pensamiento de Noam Chomsky:
«¡Al sionismo no lo toquen!» Así, se proyectan públicamente y
provocan una crisis que está lejos de agotarse.
También la dirección
les respondió públicamente mediante una profesión de fe
antiimperialista que encantó a los lectores. Sin embargo, esta
respuesta está marcada por la dualidad del compromiso político de
sus redactores, un reflejo exacto de las contradicciones de los diplomáticos
franceses.
Un inesperado
incidente tuvo lugar durante la asamblea general de 2005 de los Amigos
de Le Monde diplomatique cuando algunas personas atacaron a una
de las directivas porque ésta, de cultura musulmana, llevaba un chal
que le cubría la cabeza lo que habría sido interpretado como una
manifestación islamista de proselitismo. Los dirigentes del periódico
dejaron que la insultaran sin restablecer el orden para concluir
finalmente que deploraban haberse visto en esta situación.
Luego, la dirección
del periódico prohibió a los Amigos la organización de reuniones de
discusión acerca del 11 de septiembre o del sionismo y finalmente
vinieron las medidas contra los infractores que invitaron a Alain Ménargue,
ex director de información de Radio Francia Internacional, y que
pensaban concederle el Premio Le Monde diplomatique por su crítico
libro acerca del Muro de Sharon. La crisis alcanzó su paroxismo con
la publicación en julio de un artículo del difunto Edward Said.
Al texto del profesor
universitario palestino[ya fallecido], presentado como integral, le
faltaban frases que criticaban la solución de los dos Estados y los
acuerdos de Oslo. Después de haber censurado la expresión de algunas
personas y luego prohibido algunos temas de debate, la dirección del
periódico falsificaba las palabras de uno de sus más célebres
autores.
Para justificarse, la
dirección del periódico asegura que sólo se trata de querellas
personales y que su posición política nunca ha variado: «Seguimos
siendo partidarios convencidos de la paz en el Cercano Oriente, basada
en la creación de un Estado palestino independiente y factible con
Jerusalén Oriental como capital, que viva junto al Estado de Israel
cuya seguridad sería garantizada.» Pero los tiempos han cambiado.
Esta respuesta chomskyana no es suficiente. En la propia redacción,
algunos subrayan que para los progresistas, la cuestión principal es
la afirmación de la igualdad humana y la lucha contra el apartheid.
Al igual que no podían
admitir la presencia del régimen afrikánder en Sudáfrica, al lado
de los bantustanes independientes, no pueden apoyar el mantenimiento
del régimen sionista junto a uno o dos bantustanes palestinos.
Para cerrar el
debate, la dirección de Le Monde diplomatique esgrime un
segundo argumento: la publicación apoya las revoluciones
latinoamericanas y su redactor jefe, Ignacio Ramonet, acaba de
publicar una entrevista en forma de libro con Fidel Castro.
También para esto
los tiempos han cambiado y la respuesta no es suficiente. Al conceder
una entrevista a Le Monde diplomatique, Fidel Castro no le dio
un certificado de revolucionario como tampoco se lo dio a Larry King
al entrevistarlo para la CNN.
A menos que se
considere que Fidel Castro es un dictador que sólo habla con
periodistas a sus órdenes. Esta es la posición de Reporteros sin
Fronteras desde que firmó un contrato con Otto Reich. Y precisamente
el vicepresidente de Reporteros sin Fronteras, Daniel Junqua, alterna
sus funciones con las de vicepresidente de los Amigos de Le Monde
diplomatique.
Como perfecto reflejo
de los diplomáticos franceses, Le Monde diplomatique ha
apoyado sin reservas la revolución bolivariana de Hugo Chávez
mientras abandonó a Jean-Bertrand Aristide cuando París decidió
entregarlo a Washington. Uno de los colaboradores y ejecutivos,
Christophe Wargny, es un antiguo asesor de Aristide que cambió de
casaca y apoyó su secuestro por parte de los marines norteamericanos.
Más significativo aún: la publicación que nos ocupa organizó una
gran fiesta en ocasión de su quincuagésimo aniversario en mayo de
2004.
Su más prestigioso
huésped era el filósofo Regis Debray. Ahora bien, según
Jean-Bertrand Aristide, fue este mismo Regis Debray quien lo amenazó
con ser destituido si no renunciaba y quien supervisó la ayuda
francesa a la intervención militar estadounidense para derrocarlo. Y
ya que decididamente Israel tiene el don de revelar, Regis Debray y la
dirección de Le Monde diplomatique aprovecharon la ocasión
que les brindaba la fiesta para hacer una gran propuesta: ¡transferir
la sede de la ONU hacia la ciudad santa de Jerusalén! Una idea
descabellada que, además de vincular la búsqueda de la paz únicamente
con las religiones del Libro, hacía definitivamente imposible el
regreso de los palestinos a sus hogares.
A los franceses les
gustan las querellas excesivas y estas turbulencias no dejan de tener
consecuencias: la venta en estanquillos de Le Monde diplomatique
ha disminuido 25% en dos años en su país. Queman lo que adoraron y
no tardarán en desechar las obras de Noam Chomsky. Más sabios,
conservaremos nuestros viejos libros entre otros documentos teniendo
en cuenta sus límites.
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