Entrevista
a Barbara Ehrenreich
Una
visita guiada por las clases sociales de EEUU
Reportaje
de Tom Engelhardt
Tomdispatch / Sin Permiso, 04/06/06
Traducción de Jordi Mundó
"Sí.
Hay una guerra de clases. Es una guerra iniciada por una de las
clases, y ya es hora de que los demás nos movilicemos para hacer
frente a los agresores"
Nos
acercamos hasta una urbanización de viviendas de clase media en la
periferia de Charlottesville, Virginia, y después de enfilar una
calle de casas adosadas detenemos el coche delante de un cartel
amarillo clavado en una diminuta parcela de hierba que dice: "Se
vende". Una vez dentro, se ven botes de pintura, un cubo y una
fregona, y productos de limpieza. En el pequeño porche que da a un
patio comunal unos trabajadores están pintando de color blanco las
celosías de madera deterioradas por la humedad. Al cabo de un rato,
cuando los pintores ya se han marchado, salimos un ratito para
disfrutar de esta tarde suave de finales de primavera, y ella dice:
"¿Sabes qué haría falta aquí delante? ¡Flores!" Tiene
razón. Las plantas en flor del pequeño porche de una casa cercana
son una explosión de colores: rojo, naranja y lila; mientras que de
la celosía de la casa de mi anfitriona sólo cuelgan tres macetas
sucias con plantas completamente secas.
Pero
no me sorprende que sea así. Barbara, la periodista más competente
que hay en nuestro país dedicada a analizar –y diseccionar– las
clases sociales de Estados Unidos, pasa poco tiempo aquí. Esta
actividad le ha ocupado toda su vida desde que se infiltró disfrazada
de sí misma en la clase obrera que recibe salarios de miseria en su
ya clásico Nickel and Dimed [Por cuatro chavos], un informe
exhaustivo de las enormes dificultades por las que pasan muchos
estadounidenses que tienen que trabajar muy duro para salir adelante.
Luego, años más tarde, repitió la operación centrándose en la
clase media, pero esta vez, para su sorpresa, no acabó trabajando de
incógnito entre trabajadores, sino que básicamente tuvo que tratar
con desempleados sumidos en la desesperación de haberse visto apeados
del mundo empresarial. El resultado de esta reciente incursión es su
libro más reciente, Bait and Switch. The
(Futile) Pursuit of the American Dream. [Gato por liebre. La (fútil)
búsqueda del sueño americano]. Actualmente dedica mucho tiempo a
viajar por todo el país con el propósito de contar sus experiencias
a distintos públicos que comparten sus mismas vivencias. Escribe a
menudo en su blog (http://Ehrenreich.blogs.com/barbaras_blog/), está
muy implicada en poner en marcha una nueva organización dedicada a
articular a los desempleados de clase media, y en su tiempo libre ha
sido capaz de terminar su nuevo libro.
Ahora,
después de pasar cuatro años (o por lo menos una parte de ellos) en
Virginia, tiene intención de cambiar de aires. Señala a las estanterías:
"Esta semana hay muchos menos libros que la anterior. Los estoy
donando a la Virginia Organizing Project". Es verdad, estoy
vaciando la casa para poder venderla". Pero un somero repaso del
interior de la casa permite asegurar que en ella sólo había lo mínimo
indispensable para vivir; es la misma sobriedad que emana de la propia
Ehrenreich, con su pelo corto, sus tejanos, su camiseta y sus
zapatillas deportivas. (De repente me viene a la cabeza la imagen
divertida de ella enfrente de su asesor de imagen en Bait and Switch
cuando trata de convencerla de cómo debe ir vestido el perfecto
futuro trabajador de una empresa).
Mientras
aguardábamos a que llegaran sus dos nietas (las hijas de su hija Rosa
Brooks, jurista, y también columnista de Los Angeles Times), nos
sentamos en la mesa del comedor, llena de libros y periódicos, en la
que no había la más mínima evidencia de que alguien hubiese comido
allí en mucho tiempo. Nos damos cuenta de la hora que es, y
empezamos.
Tomdispatch:
Recientemente estuviste en una ceremonia de graduación en la que los
estudiantes lanzaban pelotas de playa a la tribuna. El presidente de
la universidad se inclinó y te dijo: "Esto es lo que ocurre
cuando se empieza una ceremonia por la tarde. La mayor parte de esta
gente lleva un montón de horas de fiesta". En respuesta a esto,
escribiste: "Hay unas cuantas buenas razones, independientemente
de que los graduados las conozcan o no, para darse mutuamente la
bienvenida al mundo del trabajo bien cargados de cerveza". ¿Podrías
explicarnos por qué un exceso de cerveza puede ser hoy una forma
adecuada de dejar la universidad?
Barbara
Ehrenreich: Bueno, hay un montón de licenciados que
simplemente no encontrarán trabajos acordes con su formación. Van a
ser camareros. Van a ser telefonistas. Van a dedicar sus años de
juventud a cosas así. Hace poco animé a Jared Bernstein, del
Instituto de Política Económica, a que realizaran investigaciones
sobre el vínculo entre nivel de formación y capacitación exigida en
el mundo laboral real. Los resultados son aún provisionales, pero
encontraron que el 17% de los trabajadores con formación
universitaria tenían trabajos que no la requerían. A menudo son
personas que están entre los veinte y treinta años que no gozan de
un empleo profesional, o personas que ya tienen más de cincuenta años
y no son empleables porque se les califica de demasiado mayores.
Pienso en ello y me doy cuenta de que para muchos de los que van a
conseguir un trabajo la fiesta se ha terminado. Van a acabar sentados
en cubículos, y no les será permitido lanzar pelotas de playa en
medio de las reuniones en las que estén presentes sus jefes.
TD:
Las ganancias reales de los licenciados universitarios han descendido
un 5% entre el 2000 y el 2004, de modo que ésta es otra de las cosas
con las que se van a encontrar.
Ehrenreich:
Aún hay una distancia enorme entre las ganancias de los licenciados y
las de los no licenciados, pero empieza a reducirse. Jared considera
que el motivo de que esta distancia aumentara muy rápidamente en los
años noventa no estriba en que los licenciados mejoraran sus
ingresos, sino en que los trabajadores manuales (los blue–collar)
perdieron poder adquisitivo. Sus salarios se desplomaron, y siguen
siendo muy bajos.
TD:
En 1989 publicaste un libro sobre la clase media o, cómo tú les
llamas, la clase de profesionales y gestores, titulado Fear of Falling
[El miedo a perder estatus]. El libro ya avanzaba lo que iba a
ocurrir. Si hoy tuvieras que poner título a un texto que hablara
sobre el mismo tema podrías optar por llamarlo simplemente Falling
[La degradación profesional].
Ehrenreich:
En ese momento estaba pensando en el miedo a la pérdida de estatus
intergeneracional, el miedo de la gente de clase media–alta a que
sus hijos no puedan permanecer en la misma clase social, por la
sencilla razón de que no pueden legarles la clase a la que
pertenecen. Los hijos no pueden heredarla. Tienen que buscar mantener
esa posición por medio de la educación. Quizás podría titularse
Free Fall [Caída libre], aunque no sea del todo cierto. todavía.
TD:
En Bait and Switch –el libro en el que haces periodismo de
investigación poniéndote a buscar trabajo en empresas, y en el que
acabas sumida en el mundo de los desempleados de clase media y de los
empleados de esa misma clase que viven presos de la inseguridad de
perder el trabajo– escribes: "Nunca como hoy la clase media
estadounidense se había visto asediada en tantos frentes". ¿Cuál
es la diferencia entre la clase media de antes y la de ahora?
Ehrenreich:
En Fear of Falling me preocupaba la distancia que había entre la
clase social de los profesionales dedicados a tareas de gestión y la
clase trabajadora tradicional. Pensaba que estaba viendo el desarrollo
de una nueva clase. La idea marxista estricta dice: en primer lugar
están los burgueses. Todos los demás son asalariados, y no son tan
distintos entre ellos, sean contables o peones. Y lo que yo decía
era: sí hay diferencias. El empleado que realiza tareas profesionales
y de gestión (el white–collar), que se sienta en un despacho, de
una manera u otra les está diciendo a otras personas qué deben
hacer. Estos trabajadores ocupan posiciones de autoridad cuando se les
compara con los trabajadores manuales (blue–collar) o los que
ejercen trabajos tradicionalmente ejecutados por mujeres
(pink–collar).
Entonces
traté de evidenciar las diferencias existentes. En cambio, ahora, en
Bait and Switch, doy mucha importancia precisamente a la ausencia de
diferencias, al hecho de que los miembros que pertenecen a la clase de
profesionales y gestores ya no tienen seguridad alguna de conservar su
posición. Cuando escribía sobre este asunto en la década de 1980,
parecía que el segmento de trabajadores de clase media que estaban más
protegidos eran los profesionales y los gestores que ocupaban buenos
puestos en las empresas. Pero algo ocurrió en la década de 1990. Las
empresas empezaron a preocuparse más de la cantidad de gente que podían
echar a la calle que de reforzar sus inversiones corporativas. En lo
que me fijé a finales de los años ochenta fue en que esta clase
media que vivía con ciertos aprietos en realidad estaba muy
preocupada por conseguir que sus hijos no perdieran la posición que
ellos tenían.
TD:
Te preocupaba lo que le ocurriría a tus hijos. Ahora te preocupa lo
que te puede ocurrir a ti.
Ehrenreich:
. y, por supuesto, también a tus hijos.
TD:
En Bait and Switch describes la vida dentro de la empresa como un
"proceso selectivo permanente".
Ehrenreich:
Ahora es común en muchos empleos que el trabajador se someta a una
evaluación anual (cuando no semestral). Te sientes continuamente a la
intemperie, permanentemente fiscalizado, y siempre eres candidato
potencial a ser eliminado.
TD:
¿Cómo explicarías el cambio que ha habido en la cultura
empresarial?
Ehrenreich:
No estoy muy segura. En parte sigue siendo un misterio para mi, pero
los pioneros fueron gente como Al ("Chainsaw") Dunlap [de
Sunbeam] y Jack Welsh, de General Electric, que se vanagloriaban de
despedir a la mayor cantidad posible de empleados, ya fueran
blue–collars o white–collars, por lo que recibían generosas
recompensas en forma de cotizaciones al alza de las acciones de la
empresa y de aumento de su sueldo de presidente. La norma del momento
era reducir plantillas, y a eso se dedicaban muchos esfuerzos. Creo
que parte de la explicación –aunque no dispongo aún de suficiente
información como para poder afirmarlo con seguridad– tiene que ver
con que cada vez más se remuneraba a los altos ejecutivos con stock
options, por lo que la distancia entre altos ejecutivos y propietarios
ya no era la misma de siempre. Un presidente o un consejero delegado
sabían que serían generosamente recompensados si conseguían
aumentar los beneficios por la vía de los recortes. La forma más fácil
de aumentar los beneficios es reduciendo costes, y el mayor coste es
el laboral. Aunque a mi me parece que la mejor forma de aumentar los
beneficios sería tratar de vender el mejor producto, o vender más de
los que ahora se venden, o venderlos a mayor precio.
TD:
Ahora eres famosa por haber vivido como periodista de investigación
en dos mundos muy distintos, el de los salarios bajos de la clase
obrera en Nickel and Dimed y el mundo de la clase media desempleada de
Bait and Switch. Tengo la sensación de que eres una de las pocas
personas que, perteneciendo a la clase de gestores y profesionales, le
hincas el diente a la cuestión de las clases sociales. Supongo que
cuando tocas este tema lo haces siguiendo una línea política
deliberada. ¿Qué te llevó a realizar análisis de clase social, y
qué hace que aún te dediques a ello cuando muchos otros han tomado
la dirección opuesta?
Ehrenreich:
Imagino que tendrá algo que ver con mi trasfondo vital. Cuando nací,
mi padre era minero en una mina de cobre en Butte, Montana. El suyo
era un trabajo muy duro, un trabajo manual. Pero la nuestra es una
historia increíble de ascensión en la escala social. Mi padre fue a
la universidad. bueno, a la Escuela de Minas de Butte. mientras aún
era minero. Era, según sus propias palabras, un genio. [Se ríe]. El
caso es que abandonó las minas y acabó como ejecutivo de empresa.
Después empezó a realizar trabajos de investigación como metalúrgico
y al fin regresó a tareas ejecutivas. De modo que mi infancia fue una
especie de visita no guiada por las clases sociales de Estados Unidos.
TD:
Por los casos de gente que conozco, saltar de una clase social a otra
suele ser una experiencia complicada y dolorosa.
Ehrenreich:
Mi padre había sido muy bebedor, pero dejó el alcohol cuando terminó
la carrera. Ansiaba conseguirlo todo. Deseaba tener éxito. Quería
ganar más dinero; no para llegar a ser una persona rica, pero si para
llegar a ser de clase media. Lo cierto es que también conservaba
aquella nostalgia social de las minas y le gustaba hablar a menudo de
los hombres con los que había trabajado, de las cosas que habían
ocurrido. A mi me quedaba muy claro que ése era un mundo real en el
que la gente tenía lazos mucho más fuerte entre sí.
TD:
Lo cual significaba que había perdido algo.
Ehrenreich:
¡Sí, claro! Hay un detalle que me impresionó mucho y que me fue de
gran ayuda para escribir Nickle and Dimed: durante los años setenta
había hablado a mi padre de los jóvenes izquierdistas que iban a
trabajar a las fábricas para organizar sindicalmente a la clase
obrera. Le parecía hilarante, pero un día dijo algo muy interesante:
"¿Sabes qué es lo que seguramente no entenderán? Si quieres
hacer algo así, lo más importante es que seas muy bueno realizando
tu trabajo. Lo primero es hacer el trabajo". Como minero había
conocido a los comunistas organizando sindicatos en las minas, pero
nunca le resultaron demasiado simpáticos porque algunos de ellos no
eran buenos mineros.
TD:
¿Hay ahora menos movilidad social en sentido ascendente, y también
hay menos análisis de la misma, de la que había en tiempos de su
padre?
Ehrenreich:
Sí hay menos. En esto no podemos compararnos con Europa y otros
lugares.
TD:
Ahora tienes un blog propio. Viajas mucho por todo el país y, a raíz
de tus libros, oyes versiones distintas de los trabajadores manuales y
de los que se dedican a tareas de gestión. ¿Qué cosas te cuentan
actualmente? ¿Qué hay de nuevo?
Ehrenreich:
Ambos problemas crónicos, el de la pobreza de larga duración y el de
la movilidad descendente de la clase media, comparten el rasgo de
pertenecer a la categoría de cosas en las que la gente de Estados
Unidos no quiere pensar. Periódicamente le dedicamos algo de atención
a la pobreza, como ocurrió después del Katrina, pero al poco tiempo
nos olvidamos del asunto. Después del fracaso de las empresas
punto.com, hubo cierto interés por analizar el fenómeno de la
movilidad descendente de la gente que se dedicaba a la programación
informática. Pero estas crisis en las vidas de la gente se dan
permanentemente.
Los
medios de comunicación orillan cualquier cosa que tenga que ver con
penurias económicas. Hay gente que a veces me pregunta: ¿por qué
siempre te ocupas de los que les van mal las cosas? Lo hago porque
considero que analizar los motivos de esos padecimientos es mi
obligación moral. No quiero estar siempre celebrando los éxitos
empresariales, sino que quiero ocuparme de los que salen perdiendo. Me
parece que es una obligación básica que nos concierne a todos. Pero
el sufrimiento es algo que los medios de comunicación soslayan
demasiado a menudo.
Si
quieres conocer historias sobre penurias humanas, en el forum de mi página
web encontrarás montones de las mismas. La gente cuelga cosas como:
"Tengo un Máster en Ingeniería Mecánica. Abandono. Me he
pasado tres años buscando trabajo. Ahora estoy viviendo con mis
padres. Tuve que dejar mi apartamento, mi hogar. Ahora trabajo como
telefonista." Cada vez más oigo este tipo de cosas. Y luego está
la gente que está viendo cómo se esfuman sus pensiones, cómo
pierden su seguro médico. Es algo generalizado, y afecta incluso a
los empleos de la clase media.
TD:
Recientemente has escrito lo siguiente: "Gracias a Reagan,
Clinton y Bush ahora tenemos un sector público que ha ampliado hasta
el infinito sus actividades militares y policiales, pero que ha
permitido que fueran atrofiándose sus servicios asistenciales. Para
hacer una analogía zoológica, imagínense a una leona con unos
dientes y unas garras cada vez más grandes, pero sin glándulas
mamarias."
Ehrenreich:
El origen de esto se remota a 1997, cuando escribí un ensayo para
Nation que titulé "Confesiones de un estatalista
recobrado", en el que hablaba del cambio profundo que se produjo
en los últimos años del gobierno de Clinton, cuando las funciones
asistenciales fueron menguando en provecho de las actividades
militares, penitenciarias y policiales. Lo que me preguntaba era en qué
momento los progresistas tenían que decir que no querían que se
aumentasen los recursos asistenciales porque ocurrían cosas
indeseadas. Un ejemplo perfecto de esto es la vivienda de promoción pública:
bueno, sí, es bueno que haya vivienda pública, pero cuando empiezas
a hacer pruebas de drogadicción para decidir si pueden acceder a una
vivienda o si pueden permanecer en una que ya tienen concedida,
entonces lo que se está produciendo es una extensión de las
funciones policiales del sector público.
Ésta
sigue siendo una de mis preocupaciones. Hoy tenemos este sector público
ampliado, cada vez más correlacionado con las funciones bélicas y de
policía. Esto va más allá de lo que podíamos soñar que haría la
administración Clinton en relación con el sector público. Me parece
que sería incorrecto realizar la asociación simple de los
progresistas con un sector público muy extenso, puesto que un gran
sector público hoy es sinónimo de algo terrible.
TD:
¿Qué piensas del enorme fraude que supone delegar aspectos de la
actividad pública en grupos religiosos o caritativos que a menudo
tienen una fuerte carga política?
Ehrenreich:
Eso es parte de lo que han conseguido las iglesias evangélicas,
y luego está la deriva fanática de la administración Bush, que sueña
con que las funciones de servicios sociales vuelvan a desempeñarlas
las iglesias. Hay muchas grandes iglesias que hoy funcionan como
gigantescas burocracias dedicadas a proporcionar servicios de
bienestar social. Jamás habría conectado con esta red si no hubiese
realizado mi investigación para Bait and Switch, y jamás hubiese ido
a parar a sitios a los que tienes que acudir si quieres establecer
contacto con gente que busca trabajo. Allí es dónde también
encuentras servicios de actividades complementarias a la escuela,
servicios de guardería, grupos de apoyo para las mujeres maltratadas,
grupos de apoyo para personas con distintas enfermedades. A medida que
las funciones de la administración pública menguan, las iglesias van
asumiendo un creciente protagonismo. Lo siniestro del asunto es que
muchas de estas iglesias también apoyan a candidatos contrarios al
derecho al aborto y a los derechos de los gays, y tampoco es casual
que se opongan con uñas y dientes a la proliferación de servicios
sociales laicos.
TD:
Regresemos al asunto candente de la inmigración. Para escribir Nickel
and Dimed acudiste a lugares en los que aún había obreros blancos
que recibían salarios muy bajos (Minnesota, Maine.)
Ehrenreich:
No era el caso de Key West, dónde sólo había trabajadores
inmigrantes. Pero seleccioné con mucho cuidado los lugares que quería
visitar, porque la selección por motivo de raza sigue existiendo. Por
ejemplo, mi hijo Ben Ehrenreich, que también es periodista freelance,
decidió ir a pedir trabajo a una planta envasadora de carne en Los Ángeles.
Cuando apareció por allí se encontró con que había sesenta tipos
haciendo cola y él era el único anglo. Aunque habla español
perfectamente, le rechazaron porque lo único que piensan es: ¿qué
hace éste aquí? Los empresarios piensan que hay trabajos que sólo
pueden hacerlos cierta clase de personas y que no van a contratar a
alguien que sea distinto. Lo comprendí cuando fui a Key West. Me
dije: próxima parada, Maine, dónde casi todos son blancos y no tendré
que lidiar con el asunto de la selección por motivo de raza. Hubiera
sido mucho más lento y difícil realizar el trabajo de Nickel and
Dimed en Los Ángeles o Nueva York, puesto que lo primero que habrían
pensado sería: mujer blanca, ojos azules, mediana edad; si quiere
este tipo de trabajo, es que tiene un serio problema con las drogas.
[Se ríe].
TD:
El tema de las clases sociales y de la inmigración amenaza con
reventar lo que quede de la base social de la administración Bush,
pero no sólo de la de ellos. ¿Cómo interpretas la política de
clase en relación a la inmigración?
Ehrenreich:
Mi hijo acudió a las manifestaciones que hubo en el suroeste, y me
contó que lo fascinante era que muchos de los líderes hablaron en
una línea política claramente contraria a las grandes empresas: las
empresas nos están aplastando, nosotros somos los auténticos
estadounidenses, y cosas así. Tal como ellos lo ven, los inmigrantes
son una parte de los que están siendo aplastados, pero para muchos es
más fácil coger una escopeta e irse a la frontera que plantar cara
el empresario que te ha contratado.
Luego
está eso que dicen muchos analistas acerca de que los estadounidenses
no quieren realizar los trabajos que aceptan los inmigrantes. Es
rotundamente falso que los estadounidenses que llevan varias
generaciones en el país no quieran trabajos pesados, duros o que
hagan sudar mucho. El problema está en que esos trabajos están muy
mal pagados. Lo único que hace posible que los inmigrantes soporten
salarios tan bajos es su disposición a hacer frente –al menos
temporalmente– a situaciones imposibles, como la de soportar una
muchedumbre envasando carne en una pequeña habitación. Al fin y al
cabo, a ojos de los empresarios, ¿qué son los inmigrantes? Son gente
a la que se puede explotar de verdad. Puesto que son ilegales, puedes
hacer con ellos lo que te plazca. No pagarles, por ejemplo. Ni un
centavo. Si realmente quiere abordarse el problema de la inmigración,
lo primero que hay que hacer es analizar qué efectos ha tenido el
Tratado de Libre Comercio en la economía y la agricultura de los
mexicanos de clase obrera. La mayor parte de la inmigración está
siendo utilizada como chivo expiatorio. Lo que quiero decir es que no
vamos a tomarnos en serio el problema de la inmigración hasta que no
incorporemos al análisis el asunto de las economías que están
exportando gente. Los inmigrantes ilegales no están viniendo hasta
aquí por el clima. Debemos preguntarnos: ¿cómo podríamos ayudar
para que, por ejemplo, México fuera un país con un empleo y una
agricultura estables. Con el TLC eso es imposible.
TD:
Y también está el otro aspecto de la cuestión migratoria, la
subcontratación.
Ehrenreich:
Es muy difícil tener una discusión seria sobre subcontratación
cuando no existe ninguna red de protección social para la gente cuyos
empleos son subcontratados. Es calamitoso que pierdas el trabajo y que
esta experiencia te ponga en contra de un programador de software de
Bangalore. El problema a largo plazo debería plantearse del siguiente
modo: ¿Cómo podemos unirnos más allá de las fronteras nacionales,
de modo que el programador de software radicado en Atlanta hable con
el de Bangalore y puedan decir: estamos en el mismo barco?
TD:
¿Qué puedes decir sobre la completa ausencia de movimientos de
protesta en el mundo de la clase media que has visitado en Bait and
Switch? Has empezado a poner en marcha una nueva organización para
poder vehicular estos problemas, ¿no es cierto?
Ehrenreich:
Sabes, después de escribir Nickel and Dimed, mucha gente de clase
media me decía: bueno, ¿cuál es el problema de esa gente? ¿Por qué
aceptan esos trabajos? ¡Que no los acepten! Y me decían esto cuando
ellos mismos acostumbraban a expresar su impotencia por medios poco
productivos, como reírse del jefe a sus espaldas o romper pequeñas
reglas. La gente que se dedica a tareas de gestión parece que tiene
estas cosas muy internalizadas. Me resulta increíble hasta dónde
acepta la gente que jueguen con ella, de qué modo llegan a
internalizar la obediencia. Les aterra la simple idea de expresarse de
algún modo que pueda hacerles sobresalir.
Celebramos
la primera reunión de nuestra nueva organización, Profesionales
Unidos, en Atlanta a finales del mes de abril. Está constituida por
desempleados, empleados en condiciones de trabajo precarias y
trabajadores dedicados a tareas de gestión que sienten la amenaza
permanente de perder sus empleos. Obviamente, no podemos crear un
sindicato con una diversidad tan enorme de empleados y profesiones.
Pero sí puede promoverse el apoyo para un seguro de salud universal,
para la extensión de seguros de desempleo, y cosas así. Y también
pueden ofrecerse algunos servicios. Estamos tanteando la posibilidad
de ofrecer seguros médicos baratos y lo que yo llamo trabajo de
redes, distinto de la forma empresarial instrumental corriente, que
consiste en reunirse, que la gente cuente sus historias, tratando de
que entre todos nos hagamos una composición de lugar y podamos
decidir conjuntamente qué nos conviene hacer.
TD:
Un poco como hizo el feminismo en sus comienzos.
Ehrenreich:
Veo muchos paralelismos con la lucha feminista, puesto que el
desempleado está muy estigmatizado. Las personas que han perdido su
puesto de trabajo sufren depresión y se avergüenzan de su situación.
Es necesario que nos unamos y que superemos este sentimiento de vergüenza.
En los primeros encuentros del movimiento feminista de la década de
1970, a las mujeres les daba vergüenza decir en público que las habían
violado. A la gente le avergonzaba hablar de los abusos que había
sufrido en su infancia. Sacudámonos todo esto de encima y analicemos
el problema que tenemos.
TD:
Quizá estamos de nuevo ante un problema que aún no tiene un nombre.
Ehrenreich:
Exactamente. Hace falta que hagamos algo para conseguir la misma
implicación emocional que lograron las pioneras del movimiento
feminista contemporáneo.
TD:
¿Qué soluciones se te ocurren para mitigar la angustia de los
trabajadores dedicados a tareas de gestión?
Ehrenreich:
Por supuesto serían necesarios unos derechos laborales tan fuertes
como los que los franceses están luchando por mantener (por ejemplo,
que no puedes ser despedido caprichosamente, que hay que seguir un
procedimiento reglado). Cuando recientemente estuve en Inglaterra para
hablar de Bait and Switch mi editor me dijo: "Sabes, la gente no
acaba de entender muy bien lo que estás contando; por ejemplo, sobre
que puede despedirse a alguien sin que sea necesario seguir
procedimiento alguno". Tuve que explicarle que, en Estados
Unidos, no tienes derechos laborales: no tienes ningún derecho
vinculado a tu trabajo, no tienes derecho a ser escuchado. Simplemente
pueden echarte por haber puesto una cara divertida.
Muchas
personas que están afiliándose a Profesionales Unidos están planteándose
la importancia de luchar colectivamente en favor de los llamados
'derechos de transición'. El despido de una persona tiene que ser de
dominio público. Esto ocurrió en una empresa hipotecaria de Fort
Wayne, Indiana. Despidieron a centenares de white–collar y
pink–collar. La empresa hablaba individualmente con cada trabajador
y le decía: aquí tienes tu pequeña indemnización por despido; si
lo cuentas a algún otro trabajador, te la quitaremos. Pero los
trabajadores se agruparon para responder: no, tendréis que negociar
con nosotros de otra manera; queremos una indemnización global que
nos permita vivir o que al menos nos permita capear el temporal
durante unos meses.
TD:
¿Consideras que desde la década de 1950 hasta la actualidad se ha
producido una transformación en la cultura de la clase media?
Ehrenreich:
Sin duda está más aislada. Si perteneces a la clase media–alta no
tienes necesidad alguna de interactuar con otras clases sociales,
excepto con los sirvientes, el taxista o la mujer que te hace la
manicura.
TD:
. hasta que tu empresa te despide, claro.
Ehrenreich:
Sí, se encuentran con una gran sorpresa, pero después resulta que
los hijos se niegan a acudir a la escuela pública; no quieren
utilizar los parques públicos para jugar durante los fines de semana.
Si perteneces a esa clase social, no tomas el transporte público.
Viven confinados en su mundo.
TD:
En 1989 escribiste sobre una "cultura en la que la clase media es
quién escribe el guión y quién lo interpreta". ¿Crees que
esto aún es verdad?
Ehrenreich:
En la clase social de profesionales y gestores se ha producido una
gran polarización desde la década de 1980. Hoy hay un abismo entre
un periodista y el editor de su periódico. La diferencia entre un
preboste de la universidad y un profesor asociado de sociología puede
ser de algunos centenares de miles de dólares al año. Pertenecen a
mundos cada vez más alejados. De modo que yo quiero cambiar esto. Los
guionistas has escalado muy alto.
TD:
¿Cuál sería la anatomía actual de la clase de profesionales y
gestores que retrataste en 1989?
Ehrenreich:
Lo principal es que los decesos importantes se han producido en los
segmentos más bajos de trabajadores, con mucha gente que ha ido a
parar a clases inferiores. En 1989, se había expandido mucho la
educación en las universidades, pero no tanto como ahora. Hoy hay
muchos empleos que exigen formación universitaria. No entiendo por qué.
Creo que de lo que se trata es de formar a gente que sea capaz de
permanecer discretamente sentada durante largos periodos de tiempo.
Creo que la expresión adecuada sería entrenamiento para la
obediencia.
TD:
. como perritos falderos.
Ehrenreich:
¡Claro! No soy capaz de ver qué habilidades tiene un estudiante
universitario poseedor del título tan común de BA. Obviamente, estoy
a favor de la educación, pero esto me parece un timo.
TD:
Por cierto, ¿qué ha ocurrido con los famosos hombres de
los años cincuenta vestidos con americana de franela gris? Me pareció
divertido que para escribir tu libro sobre la clase trabajadora
pudieras ir a trabajar vestida más o menos como vas ahora, con
camiseta y pantalones tejanos.
Ehrenreich:
Me temo que tú necesitarías unos pantalones color caqui.
TD:
Bien. Pero cuando trataste de adentrarte en el mundo de las empresas,
tuviste que hacer una actualización permanente de tu imagen.
Ehrenreich:
La explicación de esto (que ya había ofrecido el sociólogo Robert
Jackall y que mi asesor de imagen empresarial confirmó) es la
siguiente: para tener una apariencia perfecta tienes que emitir señales
de que de algún modo te amoldas a lo que ellos quieren. Estas dando
una señal de hasta qué punto estás dispuesto a hacerte a sus métodos.
TD:
Ciertamente, el hombre del traje de franela gris no
esperaba recibir un cheque de 300 millones de dólares adjunto a la
carta de despido. Esta cifra la he sacado de uno de los apartados de
tu blog: "El 10% de de las familias con más renta aumentaron el
valor neto de sus ingresos (entre 2001 y 2004) en un 6'1% por ciento,
promediando 3'11 millones de dólares". Mientras lo leía me
preguntaba qué opinión debían merecerte las grandes sumas que
ingresaban los presidentes y consejeros delegados de las empresas, una
poderosa elite formada por muy pocas personas, que tiene suficientes
recursos como para hacer que sus hijos no tengan que preocuparse por
nada.
Ehrenreich:
Es un saqueo. Lo que cobran lo determina un consejo
directivo compuesto por sus amigotes, lo mismo que el resto de altos
ejecutivos. Arrasan con todo. ¿De qué habla hoy el periódico? De
Home Depot (la empresa más grande del mundo en comercialización de
productos para el hogar). [Barbara coge un periódico de la mesa y
empieza a pasar páginas a toda prisa]. "Las acciones bajaron,
pero la remuneración de su presidente sigue aumentando". ¿Esto
es noticia? [Se ríe]. O el caso de Verizon (empresa de
telecomunicaciones). Las acciones se hundieron y al presidente le
subieron el sueldo. Reducen los salarios tanto como pueden, y si no
existe un sindicato que les pare los pies, siguen adelante y se suben
el sueldo. ¡Es asombroso de lo que son capaces de apropiarse!
TD:
Has hablado a menudo de la invisibilidad de los pobres, de los
salarios de miseria de la clase trabajadora y de esa gente de la clase
media que va quedando en la cuneta del mundo empresarial; pero, por
raro que parezca, ¿no son también invisibles los ricos?
Ehrenreich:
Bueno, no exactamente invisibles, puesto que siempre están en los
medios de comunicación dando espectáculo; lo que ocurre es que hay
pocos estudios sobre ellos. Estoy convencida de que los pobres saben
mucho más acerca de los ricos que viceversa. Ya sea a través de lo
que ofrecen los medios de comunicación, ya sea porque limpias sus
casas, o porque tienes que atenderles en las tiendas, puedes hacerte
una idea de cómo viven. En cambio, no ocurre lo mismo en la dirección
contraria.
TD:
También me preguntaba quién escribe hoy libros en Estados Unidos con
títulos como ¿Quién manda en Estados Unidos?
Ehrenreich:
Mi fantasía después de Bait and Switch era infiltrarme
clandestinamente en el mundo de los ricos. Pasé mucho tiempo
discutiendo con Lewis Lapham [editor de Harper's Magazine], pero
llegamos a la triste conclusión de que no lo conseguiría. No es sólo
cuestión de llevar las uñas arregladas, sino que una mujer de mi
edad debería de operarse de arriba abajo. De no hacerlo, me descubrirían.
Además de esto, estaba el problema de cómo entrar. Demasiado difícil,
aunque estoy segura de que resultaría muy divertido.
TD:
Ahora que se acercan las elecciones de mitad del mandato y que después
habrá elecciones presidenciales, ¿cómo ves el panorama?
Ehrenreich:
Lo cierto es que no dedico demasiado tiempo a pensar en la política
electoral, aunque sí presto atención a John Edwards, puesto que
desde las elecciones de 2004 se ha dedicado a hablar sobre pobreza y
se le ha visto en manifestaciones con piquetes y cosas así.
TD:
En lo que se refiere a temas que te preocupan, ¿puedes explicarme las
diferencias existentes entre Demócratas y Republicanos?
Ehrenreich:
[Risas] ¿Qué clase de pregunta es ésta, Tom?
TD:
Desde que en 2003 se publicó aquel infame anuncio presidencial que
rezaba Misión Cumplida [sobre la guerra de Irak], me he dedicado a
escribir sobre las promesas incumplidas de la administración Bush.
Creo que en estos momentos avanzan sobre los escombros de su propio
proyecto. ¿Consideras que en la política interna han cumplido más
promesas de su programa?
Ehrenreich:
No, porque aún no han desmantelado por completo el estado de
bienestar. Quiero decir con esto que el sistema de bienestar es algo más
que un patético programa de complementos salariales. No han logrado
deshacerse por completo de la seguridad social y actualmente están
expandiendo el Medicare. Recuerdo haber escuchado a Stuart Butler, un
thatcheriano que llegó de Inglaterra en las postrimerías del mandato
de Reagan, decir que en este país veía realizado su objetivo, la
destrucción de cualquier rastro de estado de bienestar. Bueno, de
momento no lo han conseguido.
Sin
embargo, en una de las cosas en las que sí han tenido éxito –como
bien dice el agudo redactor de temas de economía de Los Angeles
Times– ha sido en trasladar el riesgo a los individuos. Se está
produciendo una completa desintegración del concepto de seguro. Las
aseguradoras ya no quieren asegurar cosas como las costas; y por
supuesto ya no quieren asegurara a nadie que haya estado enfermo. Ésta
es una de las cosas que han moldeado a su gusto. En una sociedad en la
que sólo existen bienes privados, es uno mismo quién debe velar por
su salud; no nos molestes, es tu problema.
TD:
Cuando piensas en el futuro, ¿divisas alguna posibilidad de que
podamos emprender un camino distinto a la increíble senda por la que
ahora avanzamos?
Ehrenreich:
¡Por supuesto que lo veo! Yo soy una especie de socialista
libertaria. Hay un montón de cosas que no deberían estar en el
mercado. La atención sanitaria debería ser inmediatamente retirada
del mercado. Creo que hay lugar para los mercados, pero siempre va a
existir una tensión entre los mercados y nuestra responsabilidad para
con los demás.
TD:
Si la polarización dentro de la clase media que tú describes sigue
aumentando tan rápidamente, ¿crees que es posible que llegue un
momento en el que la vieja clase media marginada y el mundo
empresarial puedan hacer causa común con.?
Ehrenreich:
En realidad éste el tema que resume lo que trato de contar
recorriendo todo el país para hablar del contenido de Bait and Switch
a públicos que son más de clase media que los que solían asistir a
mis charlas sobre Nickel and Dimed. En nuestra sociedad es muy
corriente que la gente con estudios universitarios y que tiene empleos
dedicados a tareas de gestión se crean especiales y superiores a los
demás. Pero, les digo, cuando veáis a alguien empuñando una escoba,
pensad que quizá dentro de un año, o dentro de seis meses, vosotros
podéis estar haciendo lo mismo. No tenéis nada de especial; no a los
ojos de los propietarios y de los miembros de consejos de administración.
De modo que debemos unirnos; debemos buscar la forma de tender puentes
que disminuyan esta división, que superen este esnobismo.
TD:
Regresemos un momento al tema de la guerra. Ahora que
estamos en un periodo de guerra será bueno recordar que tú
elaboraste una ingeniosa explicación de los orígenes de. bueno, tú
los llamaste ritos de sangre de la humanidad en un libro con este
mismo título. Sugerías que la guerra no tiene su origen en nuestra
actividad como agresivos cazadores de presas en nuestra prehistoria,
ni siquiera tiene su origen en las agresiones recibidas, sino que su
etiología está en el miedo e incluso en un periodo previo en el que
fuimos víctimas de otras criaturas más poderosas. No hay duda de que
en tus dos libros, en un contexto no bélico, te has ocupado de las víctimas.
¿Me gustaría saber si tienes algo que decir sobre nuestros ritos de
sangre modernos?
Ehrenreich:
En primer lugar, has dicho algo interesante sobre la atención que
presto en mis libros a las víctimas de la realidad económica. ¡Esto
es importante! Y la forma en que en la prehistoria los humanos u homínidos
pasaron de jugar el papel de presas perseguidas a tener el rol de
depredadores fue mediante la acción colectiva. Quiero decir que éste
es el gran truco de los humanos. También, claro, la construcción de
armas. Sabemos mucho de construir armas. Pero hay otra capacidad
humana a la que no se presta suficiente atención: la capacidad de
movilizarnos de forma concertada como grupo. Pienso que esto es lo que
al final inclinó el fiel de la balanza a nuestro favor. Otros
primates pueden ponerse a saltar juntos para conseguir intimidar a un
depredador, pero los humanos pueden hacerlo de un modo más eficiente.
Somos buenos en la acción colectiva. De un modo parecido, para poder
mitigar estas situaciones en las que hay víctimas internas en nuestra
economía, debemos ir a la una. No es sólo la lección que debemos
extraer de los últimos 200 años de historia sindical, sino que es
una de las lecciones más importantes que debemos aprender de miles de
años de experiencia humana.
¿Qué
pienso hoy de las guerras? Bueno, la guerra actual y la primera guerra
del Golfo han sido, hasta cierto punto, actos de recuperación de
imagen. Éste es un término que los sociólogos hace tiempo que
utilizan para describir algo que los líderes acometen con el propósito
fundamental de manipular las emociones de las masas. En su provecho,
claro. [La primera ministra británica] Margaret Thatcher aparecía
hundida en las encuestas cuando decidió embarcarse en la guerra de
las Malvinas; lo mismo que le ocurrió a George Bush padre, quien tras
la declaración de la primera guerra del Golfo logró que su índice
de aprobación se disparara hasta el 90%.
TD:
Lo mismo, por cierto, que le ocurría a Bush hijo antes de 11–S.
Ehrenreich:
Así es. El 11–S le echó una mano. Naturalmente, la decisión de
invadir un país casi al azar fue suya. Pero este acto de recuperación
de imagen ha perdido fuelle y dudo mucho que sea capaz de remontar el
vuelo. No creo que la gente empiece a agitar banderas americanas
enardecida por el bombardeo de Teherán. Me da miedo pensar en la
posibilidad de que haya otro ataque terrorista que pueda propiciar una
respuesta completamente enloquecida, irracional. ¿A quién atacaríamos
ahora? ¿A Noruega quizás? Esta gente no entiende que el terrorismo
no supone un reto militar normal. Lo que están haciendo los Estados
Unidos en Irak es tan estúpido como que los británicos empezaran a
avanzar en pequeños grupos por los bosques de Norteamérica vestidos
de gala con uniforme rojo y fueran eliminados uno por uno por
estadounidenses agazapados detrás de los árboles. No tienen la menor
idea de lo que tienen que hacer. Históricamente, si no se es capaz de
hacer una transición para afrontar adecuadamente una nueva amenaza,
es decir, si uno sigue luchando como si aún estuviera en la Segunda
Guerra mundial, no hay forma de lograr nada bueno.
TD:
Por último, querría preguntarte por un término olvidado que acaso
debería recuperarse: guerra de clases.
Ehrenreich:
Yo lo utilizo en mis charlas. Les digo, sí, hay una guerra de clases.
Es una guerra iniciada por una de las clases, y ya es hora de que los
demás nos movilicemos para hacer frente a los agresores.
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