Porqué
el más influyente diario norteamericano se ha convertido en la
pesadilla de los halcones que le temen más que al Katrina. La
paranoia republicana y el trasfondo de la guerra mediática por el
poder en EEUU
The
New York Times: la "otra guerra" de Bush
IAR–Noticias
03/07/06
Por Manuel Freytas (*)
La semana pasada,
George W. Bush, quién atraviesa un récord de
"impopularidad" en todos los sondeos, lanzó un furioso
ataque contra los medios estadounidenses –particularmente contra el
diario New York Times– por haber publicado detalles de un programa
secreto que rastrea transacciones monetarias internacionales.
Según el diario
neoyorquino, el Departamento del Tesoro de Estados Unidos estuvo a cargo del
diseño del programa de rastreo junto con la CIA.
El programa secreto
revelado por el Times –con el que se le ha dado seguimiento a
transacciones durante los últimos cinco años– facilita el análisis
de los datos que provienen de un consorcio bancario internacional, y
fue puesto en funcionamiento después de los atentados del 11 de
septiembre de 2001.
Bush montó en cólera,
se puso fuera de sí, con las revelaciones del The New York Times, señalaron
al unísono medios y analistas norteamericanos luego de la última
revelación sobre el "espionaje financiero" de la CIA.
"La revelación
de este programa es vergonzosa", afirmó Bush. "Estamos en
guerra con un grupo de gente que quiere perjudicar a Estados Unidos. Y
que alguien filtre ese programa y un periódico (el Times)
decida publicarlo, le hace enorme daño a Estados Unidos".
La semana pasada The
New York Times informó que diez
principales bancos centrales del mundo estaban al corriente de que la
CIA espió millones de transferencias bancarias de todo el mundo tras
el 11–S en el marco de la "guerra contra el terrorismo"
declarada contra Al Qaeda.
La denuncia impactó
en Europa y en el establishment de poder estadounidense, y fue como la
gota que rebalsó el vaso, dentro de una larga cadena de denuncias
contra los manejos "ilegales" de la administración Bush
contra el "terrorismo" desde el 11–S en adelante.
La nueva denuncia,
que se suma a las anteriores, detonó una ola de paranoia entre los
funcionarios de la Casa Blanca y los legisladores republicanos, que en
noviembre, deberán enfrentar las elecciones legislativas donde –según
los sondeos– pueden perder la mayoría en las dos cámaras del
Congreso.
El lunes pasado el
influyente senador republicano
Peter King, presidente del comité de Seguridad Interior de la Cámara
de Representantes, pidió al
gobierno de Bush que investigue al periódico The New York Times en
relación a la información sobre un programa secreto de la CIA para
rastrear a "sospechados de terroristas".
"Estoy pidiendo
al secretario de Justicia" Alberto González "que comience
una investigación y un procesamiento de The New York Times",
incluidos "los reporteros, los editores y el propietario",
dijo King.
"Estamos en
guerra" y es "una traición" que The New York Times
"difunda información acerca de operativos y métodos
secretos", señaló el senador republicano.
Por su parte, la
prensa norteamericana señaló la semana pasada que algunos
funcionarios y figuras políticas de la derecha de Estados Unidos han
sugerido que los editores del New York Times sean enjuiciados por
traición a la patria, aunque es una opción muy poco probable.
La relación
explosiva del presidente del Imperio con The New York Times viene de
"arrastre", ya que ha sido este diario quien ha impulsado
los dos casos que mayor desgaste ha causado a la administración
republicana de Washington: el "Cia–gate" y las denuncias
del "espionaje telefónico clandestino", a los que ahora se
suma el "espionaje financiero" de la CIA.
Desde que, por
razones editoriales y comerciales, The New York Times se hiciera
marcadamente "anti–Bush" durante la campaña electoral
estadounidense de 2004, sus editoriales y artículos tienen
"percepciones diferentes", y descubren hechos de la realidad que antes no eran sujetos de atención
en su política editorial.
Por ejemplo la
ocupación militar de Irak y el "espionaje ilícito" de la
Casa Blanca del cual –como el mismo diario lo admitió– tuvo
conocimiento desde sus inicios, en septiembre de 2002.
Antes de sumarse
–junto a CNN y otras cadenas norteamericanas– a la campaña de
Kerry y de los demócratas, en las elecciones pasadas,
el New York Times no sentía ninguna atracción por revelar los
"secretos de Estado" de su blanco favorito, el presidente
Bush.
Hay que recordar, de
paso, que este diario (junto con el Washington Post)
fueron los difusores principales de las campañas de acción
psicológica lanzadas desde las oficinas de inteligencia del Pentágono
y de la Casa Blanca, desde donde los halcones y el lobby judío de
Cheney planificaban las invasiones con el general Tommy Frank.
Tradicionalmente este
diario, uno de los más influyentes del mundo capitalista, realizó
sus operaciones mediáticas para el Pentágono y la CIA a través de
sus llamadas "fuentes anónimas", mediante las cuales
vehiculizó información manipuladora orientada con objetivos políticos
o militares.
En los capítulos
previos a la invasión de Irak, cuando todavía Rumsfeld y el general
Frank estaban planificando el bombardeo a Bagdad, The New York Times y
The Washington Post saturaron sus páginas y editoriales con
"información" sobre los arsenales nucleares y químicos de
Saddam Hussein, provista por "fuentes anónimas" (de la CIA
y el Pentágono).
¿Y
porque ahora tanta ferocidad contra Bush y su entorno?
Sencillamente, porque
The New York Times y las otras cadenas, después de apostar al
proyecto perdedor de Kerry, siguen asociados a una parte del
establishment norteamericano que quiere remplazar a Bush y a los
halcones en el control de los negocios de la Casa Blanca.
Cuando empezó a
jugar para los intereses "anti–Bush" del establishment de
poder demócrata, giró el ángulo editorial y comenzó a
"informar" sobre las "investigaciones" que
demostraban que Bush y los halcones habían "mentido al pueblo
norteamericano sobre las ADM de Saddam".
Para tener en claro
la cuestión: ni The New York Times, el Post o el resto de las cadenas
que jugaron para Kerry, son "anticapitalistas",
"antiimperialistas", o "antinorteamericanos", son
"anti–Bush".
No pertenecen a la
prensa alternativa, ni a la prensa de izquierda, ni a la prensa
independiente, son medios del Imperio norteamericano que juegan una
interna de poder en contra de Bush y su administración dentro de la
política imperial estadounidense.
Tanto The New York
Times como The Washington Post, históricamente han servido de polea
de transmisión de la CIA y del Pentágono en las campañas mediáticas
orientadas a preparar el terreno para las invasiones militares
norteamericanas, más allá que sus ejecutores fueran republicanos o
demócratas.
Esta misma prensa
imperial que hoy condena las "torturas" de Bush legitimó y
fue cómplice (junto con la ONU y la OTAN) del criminal bombardeo y
ocupación de Yugoslavia ejecutado por la administración del demócrata
Bill Clinton en la década del noventa.
Paradojalmente, y en
las antípodas de sus posiciones históricas habituales (servir de
voceros oficiales de las invasiones) The New York Times y
The Washington Post se convirtieron en líderes de las
denuncias contra la "guerra". Sus páginas y portadas se
llenaron de denuncias contra las torturas, contra las
"mentiras" usadas para invadir, contra el
"CIA–gate", y contra todo lo que respirara la palabra
"Bush".
Pero no todo es oro
lo que reluce: quién analice con atención comoprobará que el Times
y el resto de las cadenas norteamericanas que critican las torturas,
el uso de armas químicas, etc, no critican la ocupación militar como un hecho genocida de
conquista imperial capitalista, sino que la critican porque Bush y los
halcones la hicieron mal y "mintieron" para justificarla.
Esto quiere decir
que, si Bush y los halcones no hubieran mentido, la invasión
capitalista a Irak para saquear su petróleo y apoderarse de su economía
hubiera sido correcta y legítima.
Los medios de prensa
internacionales influenciados por el
"progresismo" convirtieron a The New York Times y a
The Washington Post (representantes
genuinos del imperialismo norteamericano invasor) en una especie de Biblia de cabecera
de la "objetividad periodística".
The New York Times,
junto con The Washington Post y
The Wall Street Journal, forman la trilogía más influyente de la
comunicación periodística estadounidense.
Son la crema de la
crema entre los voceros
del poderoso patriciado financiero neoyorquino que, junto con las
petroleras y las armamentistas, se beneficia con la tajada del león
de las invasiones militares de conquista lanzadas alternativamente por
republicanos o por demócratas que controlan eventualmente la Casa
Blanca.
A partir de que The
New York Times se pusiera en su contra, a George W. Bush y a su
gabinete de halcones con Cheney y Rumsfeld a la cabeza, ya no le van
quedando resquicios donde ocultar sus operaciones
"contraterroristas" con el espionaje "no
autorizado".
"Lo que estábamos
haciendo era lo correcto", señaló Bush la semana pasada.
"El Congreso lo sabe. Si uno quiere saber qué están haciendo
los terroristas, uno trata de seguir la ruta del dinero, y es
exactamente eso lo que estamos haciendo. Y el hecho de que un periódico
lo publicó hace que ganar la guerra contra el terrorismo sea más difícil",
dijo con visible molestia el jefe de la Casa Blanca.
El director del New
York Times, Bill Keller, atribuyó toda esta tormenta de ataques –a
la que se sumaron las otras cadenas imperialistas
"anti_Bush"– al resentimiento acumulado desde que el
diario divulgó el pasado diciembre la existencia de un programa de
escuchas extrajudiciales dentro de Estados Unidos.
Reconociendo que
existen "preocupaciones legítimas" sobre la conducta de su
diario en tiempos complicados como los actuales, Keller explicó que
cuando llega la hora de tomar decisiones sobre noticias de este tipo
"siempre empiezo con la premisa de que nuestro trabajo es
publicar información".
Más allá de los
contenidos y de las formalidades explicativas (de revelar información
que antes ocultaron), expertos y analistas en Washington coinciden que
The New York Times, así como The Washington Post y el resto de las
cadenas "anti–Bush) están desarrollando una guerra mediática
contra la administración republicana de características inéditas.
Curiosamente, los
mismos espías contratados para las campañas "anti–Bush"
en las páginas de The New York Times formaron parte de planes de
operaciones encubiertas de la CIA durante las administraciones demócratas
o republicanas, y hoy simplemente recitan un "libreto
diferente" para complacer a sus mandantes: el establishment de
poder norteamericano que no quiere a Bush en la Casa Blanca.
El proceso de
denuncias con las torturas en Irak, Guantánamo, el CIA–gate, el
espionaje interno, a las que ahora se agrega el escándalo por el
espionaje financiero de la CIA, pone a Bush y a su administración en
el medio de un colapso político, una especie de "Watergate
institucional", marcado por la campaña demócrata con vistas a
las elecciones parlamentarias de noviembre.
Por otro lado, los
expertos estiman que los
demócratas, en un año electoral con elecciones legislativas en
noviembre, van a seguir aprovechando los testimonios de ex expertos de
la CIA (rezagados por "opositores" a Bush y que hoy venden
información confidencial a las usinas demócratas) , para retomar su
ofensiva orientada a probar que la administración republicana fabricó
pruebas falsas y mintió para justificar la invasión a Irak.
Grupos de la
CIA, como se puede apreciar, operan para ambos bandos del poder
imperial estadounidense, y sirven de "fuentes confiables" de
las campañas mediáticas contra Bush encabezadas por The New York
Times y The Washington Post.
En particular, y en
los sótanos del poder estadounidense, la cuestión del
"CIAgate" y de la reciente acusación del fiscal contra el
jefe de gabinete de Cheney, reaviva las versiones de un "golpe de
Estado" contra Bush, tal como se había hablado en junio del año
2004 tras la renuncia del director de la CIA, George Tenet, a quién
señalaba como tramando un complot contra la dupla presidencial
Bush–Cheney.
El escándalo con el
"CIA–gate", y
sus derivaciones en la justicia, levanta nuevamente versiones de que
detrás de la acusación contra los funcionarios de la Casa Blanca hay
un plan encubierto para destituir a Bush y a su vice antes de la
finalización de su mandato.
No faltan en este
escenario los que predicen que EEUU está al borde de una crisis
presidencial e institucional, que en última instancia llevará a hacer parecer minúscula
la destitución de Richard Nixon en 1974.
Pero a no ponerse
contento: un posible derrocamiento institucional de Bush y de los
halcones no alterará para nada la "política de Estado" del Imperio
estadounidense, que seguirá funcionando (conquistando mercados e
invadiendo países), como en sus mejores tiempos, con los demócratas
en el poder.
La guerra de los demócratas
y de The New York Times contra Bush es sólo una batalla
por el control de los negocios y del lobby que controla la Casa
Blanca.
Para los republicanos
y los demócratas el axioma de máxima es: el que gana gobierna, y el
que pierde acompaña. Y The New York Times, el diario del poder
imperial, siempre estará para "informar con objetividad".
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