Entrevista
a John Mearsheimer y Stephen Walt
El
lobby israelí y la política exterior de EEUU
Reportaje
de Paige Austin
Mother
Jones, 18/07/06 / Sin Permiso, 30/07/06
Traducido
para Sin Permiso por David Casassas
Los profesores norteamericanos Stephen Walt y John Mearsheimer
responden al río de críticas desatado por su famoso texto sobre el
lobby israelí y la política exterior estadounidense publicado en la
primavera pasada por la London Review of Books.. La entrevista corrió
a cargo de Paige Austin para Mother Jones (18 de Julio de 2006)
Cualquier
trabajo de investigación acarrea ciertos riesgos. Pero la publicación,
en la edición del 23 de marzo de la London Review of Books,
del artículo “The Israel Lobby”, escrito por los profesores
Stephen Walt y John Mearsheimer, de la Harvard University y de la
University de Chicago, respectivamente, parece presagiar secuelas
especialmente severas. Al asegurar que el alcance de la alianza
estadounidense-israelí “no tiene parangón en la historia política
norteamericana”, Walt y Mearsheimer nos sitúan ante una pregunta
claramente incómoda: “¿Por qué los Estados Unidos han querido
dejar de lado su propia seguridad y la de varios de sus aliados con el
objetivo de promover los intereses de otro estado?”
Arguyen
los autores que el apoyo prestado por Estados Unidos a Israel no viene
motivado ni por consideraciones de tipo estratégico, ni por ningún
tipo de imperativo moral. Bien al contrario, los autores señalan al
lobby israelí como la principal fuerza rectora de dicho apoyo. Si no
fuera por el poder de esta comunidad de defensores de los intereses de
Israel, dicen los autores, Estados Unidos no hubiera abrazado tan
estrechamente una alianza que es, según el punto de vista de los
autores, perjudicial para los intereses estadounidenses en el
exterior. Walt y Mearsheimer, tempranos opositores de la invasión
estadounidense de Irak, mantienen que el lobby israelí es en parte la
causa también de esta debacle: “La presión de Israel y del Lobby
no fue el único factor explicativo del ataque a Irak en marzo de
2003, pero fue decisivo”, escribieron. “La guerra estaba motivada,
en buena medida, por el deseo de hacer de Israel un país más
seguro”.
La
ofensiva contra el artículo poco se hizo esperar. Como un periodista
observó posteriormente, “ningún ensayo académico había generado
tanta controversia” desde que Samuel Huntington escribió El
choque de civilizaciones. Las reacciones fueron, en gran medida,
críticas: hasta Noam Chomsky puso en cuestión el formidable poder
atribuido al lobby por parte de los autores. En la New York Review
of Books, el reportero Michael Massing denunció la “escasa
documentación” y, a menudo, lo poco convincentes que resultaban los
argumentos del artículo. Pero Massing también destacó que los
profesores Walt y Mearsheimer se enfrentaran a una cuestión que
normalmente queda ensombrecida por la mortaja del tabú, a la vez que
afirmó que “la repugnante campaña lanzada contra ellos […]
constituye, per se, un excelente ejemplo de los métodos
intimidatorios utilizados por el lobby y sus adeptos”. Asimismo,
Massing ofrecía información adicional que mostraba hasta qué punto
el lobby es poderoso.
Mientras,
el New York Post relacionaba a ambos estudiosos con el antiguo
líder del Ku Kux Klan David Duke. El profesor de Harvard Alan
Dershowitz cuestionaba los motivos que llevaron a Walt y a Mearsheimer
a escribir su texto, lo que lo llevaba a la siniestra conclusión de
que sólo el más asqueroso antisemitismo podía explicar la aparición
de tal artículo. Otros eran más explícitos en este sentido: en un
artículo de opinión del Washington Post titulado “Sí, es
antisemita”, Eliot Cohen, un profesor de la Johns Hopkins, dijo del
estudio que “no es ni académico ni de intervención política: es,
de manera imperdonable, mero fanatismo”.
¿Cómo
están Walt y Mearsheimer viviendo todo esto? Ambos profesores
hablaron recientemente con Mother Jones y defendieron los
argumentos contenidos en su ensayo, a la vez que rechazaron varias de
las acusaciones que se están vertiendo sobre ellos.
Mother Jones: ¿Por qué
decidieron ustedes ponerse a trabajar conjuntamente sobre esta cuesión?
John Mearsheimer: Steve y
yo habíamos sido colegas en la University of Chicago durante una década
y habíamos hablado mucho sobre política exterior estadounidense y
sobre Israel. Habíamos mantenido una estrecha relación antes de
escribir el artículo. De hecho, lo que ocurrió con el texto sobre el
lobby es que, en otoño de 2002, hablé con gente del Atlantic
Monthly sobre la posibilidad de escribir un artículo sobre el
lobby y la política exterior estadounidense. Estaban muy interesados
en sacar este texto, pero les dije que sólo lo escribiría si podía
hacerlo con otra persona más, y que esta persona debería ser Steve.
MJ: ¿Por miedo a
posibles reacciones hostiles?
JM: Sí, pensé que el
estudio crearía una tormenta tal, que nadie, en solitario, podría
ser capaz de resistir. Pensé que se necesitarían dos estudiosos de
reconocido prestigio para aguantar las críticas despiadadas que se
lanzarían contra el artículo y, especialmente, contra sus autores.
Esta es la razón por la que dije a Atlantic que antes tenía
que preguntar a Steve si querría colaborar conmigo, y que, si decía
que sí, escribiríamos el artículo juntos. Les dije también que si
Steve decidía no hacerlo, yo no querría hacerlo solo.
MJ: Cuando el informe
salió a la luz pública, ambos fueron criticados por haberse
aventurado en terrenos que no les son propios. ¿De qué conocimientos
disponían para abordar esta cuestión con la preparación que ello
exige?
Stephen Walt: En primer
lugar, se trata de una cuestión que tiene que ver con la política
exterior y con la política internacional, y tanto John como yo hemos
trabajado en este terreno durante unos 25 años. Así que contábamos
ya con credenciales substanciales. En segundo lugar, ambos habíamos
trabajado sobre temas de Oriente Medio en el origen de nuestras
respectivas carreras profesionales, de modo que, aunque ninguno de los
dos se presentaría como un experto en Oriente Medio, ambos contábamos
con una buena base sobre la cuestión. Finalmente, tanto John como yo
habíamos escrito, a lo largo de mucho tiempo, un buen número de
textos sobre distintos aspectos de la política exterior
norteamericana, con especial atención en los mecanismos que la ponen
en funcionamiento y la rigen. Así que la afirmación de que nos movíamos
en un terreno que no conocíamos me parece una crítica engañosa.
MJ: El trabajo ofrece
una definición algo expansiva del lobby israelí. ¿Qué es lo que,
en opinión de ustedes, conforma el lobby?
JM: Sostenemos que el
lobby es una amplia coalición de grupos e individuos que emplea una
considerable cantidad de tiempo trabajando para asegurar que la política
exterior norteamericana dé apoyo a Israel, sin importar lo que Israel
haga. Hacemos hincapié en el hecho de que no se trata de un lobby judío,
pues no sólo no incluye a todos los judíos norteamericanos, sino
que, además, incluye a sionistas cristianos –éstos, bueno es
saberlo, constituyen una parte importante del lobby-.
MJ: ¿Qué es lo que
hace del lobby pro-israelí un grupo de presión distinto de otros
que, al igual que éste, promueve sus intereses?
SW: No hay demasiadas
cosas que el lobby israelí haga que no practiquen también otros
grupos como el lobby cubano-estadounidense u otros grupos de interés.
La diferencia la hallamos en cuán eficaces son estos grupos. El
israelí es considerado por muchos como el más eficaz e influyente en
Washington. Esto es, por lo menos, lo que aseguran políticos como
Bill Clinton o Newt Gingrich, que no están de acuerdo en demasiadas
cosas, pero sí en este punto. En definitiva, no se trata de que sus
actividades sean distintas, sino de cuán eficaces son; no se trata de
qué hacen, sino de lo bien que lo hacen.
MJ:
Han sido ustedes
criticados desde la izquierda –por Noam Chomsky y Stephen Zunes, por
ejemplo- por estar librando de cualquier tipo de culpa al gobierno de
los Estados Unidos al atribuir tanta responsabilidad al lobby israelí.
¿Qué hay de factores externos a la acción del lobby, como la
dependencia del petróleo de Oriente Medio, que puedan también estar
determinando la política estadounidense en relación con Israel?
JM: Mucha gente,
especialmente gente de izquierdas, cree que la política
estadounidense en Oriente Medio viene marcada en gran medida por
intereses relativos al petróleo –dicha acusación apunta básicamente
a las compañías petroleras y a los estados productores de petróleo
de la región-. Se trata de una tesis intuitivamente atractiva, pero
lo cierto es que existe escasa evidencia empírica de que tales compañías
petroleras y estados productores de petróleo estén guiando la política
estadounidense en Oriente Medio. En cambio, sí contamos con sobrada
evidencia relativa al poder del lobby israelí como principal fuerza
rectora de dicha política.
Voy
a poner sólo dos ejemplos. Si las compañías petroleras y los
estados productores de petróleo estuvieran guiando la política
exterior, Estados Unidos estaría favoreciendo a los palestinos frente
a los israelíes. Y lo que ocurre es todo lo contrario. Si los
intereses del sector del petróleo fueran la clave, Estados Unidos no
hubiera entrado en guerra contra Irak, y su relación con Irán sería
de una confrontación mucho menor. Pero la cuestión es que el lobby
constituyó una de las principales fuerzas promotoras de la guerra
contra Irak, del mismo modo que ha estado fomentando asiduamente una
política de línea dura contra Irán.
MJ: El apoyo
estadounidense a Israel ¿no podría explicarse también por la histórica
afinidad entre ambos estados, así como por la simpatía de Estados
Unidos con dicho país en tanto que democracia semejante?
JM: La razón principal
por la que existe esta poderosa afinidad entre las clases políticas
israelí y estadounidense radica en el hecho de que no se nos permite
mantener una discusión abierta y relajada acerca de la política
exterior israelí y la relación entre Estados Unidos e Israel. Por
ejemplo, si pudiéramos mantener un debate abierto y franco sobre lo
que los israelíes están haciendo en los territorios ocupados de
Palestina, la opinión pública estadounidense mostraría una simpatía
mucho menor hacia Israel. Y, claro está, ésta es la razón principal
por la que quienes apoyan a Israel hacen todo lo posible para
silenciar a los críticos de la política israelí con respecto a los
palestinos. De hecho, la actual relación entre Estados Unidos e
Israel no resistiría el peso del escrutinio público.
SW: No estamos diciendo
que el lobby israelí sea la única fuerza que explique el apoyo y
simpatía estadounidenses para con Israel; lo que decimos es que el
lobby israelí constituye la raíz de la naturaleza incondicional
de dicho apoyo, esto es, la causa de que éste se mantenga sea cual
sea la política exterior emprendida por Israel. Existen muchas
razones por las que la ciudadanía estadounidense tiende a mirar con
buenos ojos el estado judío, y lo cierto es que yo mismo podría
hacer mías un buen número de ellas. John y yo hemos declarado
abiertamente nuestro apoyo al derecho de Israel a existir como estado,
a la vez que pensamos que la sociedad israelí presenta características
admirables. Lo que sostenemos con respecto al lobby es que fomenta
aquellos aspectos del apoyo a dicho estado que no se corresponden con
los intereses estadounidenses.
MJ: ¿Qué les hace
pensar que las fuerzas pro-israelíes son la causa real de decisiones
de los Estados Unidos en materia de política exterior como la invasión
de Irak o, para tomar otro ejemplo de su estudio, la presión ejercida
sobre Siria? ¿No podría tratarse de que, sencillamente, el gobierno
estadounidense y el lobby israelí estén de acuerdo en lo que debe
hacerse?
JM: Empecemos analizando
la Syrian Accountability Act, que fue concebida para ejercer
una presión despiadada sobre Siria en un momento en el que Damasco
estaba prestando su ayuda a Estados Unidos para hacer frente a Al
Qaeda. Está claro que la Administración Bush no quería esta ley y
que fue el lobby quien presionó duramente el Congreso para que la
hiciera realidad.
En
relación con Irak, sostenemos que el lobby –y aquí nos referimos básicamente
a los neoconservadores- estuvo presionando, desde principios de 1998,
para que se declarara la guerra. Pero los neoconservadores no lograron
convencer a la Administración Clinton para que usara el ejército
para derribar a Saddam. Como tampoco fueron capaces de persuadir a la
Administración Bush, por lo menos durante la primera fase de su
mandato, para que declarase la guerra a Irak.
Después
del 11 de Septiembre, sin embargo, el Presidente Bush y el
Vicepresidente Cheney cambiaron de opinión sobre Irak, y concluyeron
que la guerra tenía sentido desde un punto de vista estratégico. No
cabe duda de que los neoconservadores jugaron un papel importante para
que Bush y Cheney llegaran a esta conclusión, pues disponían de un
muy bien armado conjunto de argumentos para justificar la guerra, por
mucho que Saddam no tuviera nada que ver con el 11 de Septiembre. En
esencia, nuestra tesis es que el lobby no podía, por sí solo, lograr
que los Estados Unidos atacaran Irak: necesitaba ayuda, y esta ayuda
se la prestaron Bush y Cheney después del 11 de Septiembre. En otras
palabras, el lobby era una de las principales fuerzas que empujaron a
Estados Unidos a la guerra, si bien no fue la única.
MJ: Ustedes sostienen
que existe una importante imbricación entre el lobby y los
neoconservadores en general. ¿Sugieren que Paul Wolfowitz y Richard
Perle estuvieron promoviendo la guerra de Irak desde el mismo seno de
la Administración con el objetivo de favorecer a Israel?
SW: Los neoconservadores
constituyen una pieza de la amplia coalición de grupos que muestran
posiciones netamente pro-israelíes. Mantienen vínculos estrechos con
el Likud y otros grupos más de derechas y de línea dura que operan
dentro de Israel. Y creo que las medidas que promovían perseguían,
en parte, la creación de un entorno estratégico que fuera bueno para
Israel; en parte, para echar una mano a Israel en su confrontación
con los palestinos.
Pero
quiero aclarar también que estoy seguro de que estos grupos estaban
convencidos de que dichas medidas iban a resultar beneficiosas para
los intereses estadounidenses. No acusamos a nadie de deslealtad o de
tratar de perjudicar los intereses estadounidenses en nombre de
Israel. Creo que trataban de promover los intereses estadounidenses y
los israelíes al mismo tiempo.
MJ: ¿En qué dirección
creen ustedes que la política de Estados Unidos en Oriente Medio
cambiaría si disminuyeran los actuales apoyos y vínculos con Israel?
JM: En primer lugar, creo
que podríamos hacer un análisis mucho más ecuánime del conflicto
árabe-israelí. Creo que podríamos lograr el sosiego necesario para
analizar los argumentos de ambas partes, lo que permitiría alcanzar
un acuerdo que diese a los palestinos un estado viable. También creo
que Estados Unidos recuperaría su estrategia tradicional de actuar
como garante externo de cierto equilibrio político en la región. En
otras palabras, Estados Unidos retiraría sus tropas de Irak y, más
en general, del Oriente Medio, sin por ello dejar de ejercer cierto
control desde la distancia, tal y como lo hizo durante la Guerra Fría.
En definitiva, pienso que la presión del lobby israelí ha
constituido una de las principales razones que explican la profunda
militarización de la presencia de los Estados Unidos en Oriente Medio
desde al Guerra del Golfo de 1991. Creo, finalmente, que si el lobby
fuese más débil, Estados Unidos encararía la cuestión iraní con
menor crispación.
MJ: Hasta algunos
defensores de su informe han dicho que el amplio uso de fuentes
secundarias en lugar de, por ejemplo, entrevistas o encuestas da a su
estudio cierto aire de “segunda mano”. ¿Por qué decidieron
basarse en el tipo de fuentes con las que han trabajado?
SW: Cualquier objetivo que
un conjunto de estudiosos pueda fijarse debe enfrentarse a
determinados límites. Nosotros pensamos que había una gran cantidad
de información disponible en fuentes periodísticas y en testimonios
que otras personas habían recogido en otros trabajos. Además, estábamos
especialmente interesados en averiguar de qué modo estos grupos
pro-israelíes actúan en el debate político, y esta es una cuestión
que difícilmente se puede estudiar a través de fuentes primarias.
Merece
la pena subrayar que, en gran medida, nos basamos en fuentes israelíes
y en periódicos judíos como el Forward, así como en fuentes
propias del establishment como el New York Times o el Wall
Street Journal. Ni John ni yo somos periodistas de investigación,
y tenemos que hacernos cargo de nuestras obligaciones laborales
diarias. Quiero decir con esto que no estábamos en condiciones de
dedicar grandes cantidades de tiempo entrevistando a gente en
Washington. Otros sí lo han hecho. Por ejemplo, Michael Massing ha
publicado un impresionante trabajo de periodismo de investigación
sobre la cuestión que nos ocupa [en The New York Review of Books],
y el caso es que los resultados de su labor muestran que nuestras
tesis centrales son totalmente correctas. El estudio de Massing ofrece
sobrada evidencia empírica que sostiene y complementa el panorama que
nosotros hemos dibujado a partir de otro conjunto de fuentes.
MJ: Pero ¿cómo podían
estar ustedes tan seguros de que la presión lobby es la causa de que
se tomen ciertas decisiones sin conocer de primera mano los mecanismos
a través de los cuales dicha presión se ejerce?
JM: En nuestro trabajo
describimos cómo opera el lobby en la práctica. Por ejemplo,
mostramos la forma en que el lobby logró derrotar al Senador Charles
Percy, que iba a ser reelegido en 1984. Mostramos también cómo el
lobby forzó al Presidente Bush, en abril de 2002, a rectificar tras
haber instado a Ariel Sharon a retirar sus tropas de las zonas
palestinas que acababa de reocupar. El caso es que, de no ser por
limitaciones de espacio, hubiésemos podido poner sobre la mesa
cantidades ingentes de ejemplos que refuerzan nuestras afirmaciones.
Michael Massing lleva razón cuando dice que hubiese sido interesante
que hubiéramos analizado con mayor detalle cómo funciona el lobby.
Pero la cuestión es que la London Review of Books no nos daba
más que un espacio de 14.000 palabras y nosotros estábamos tratando
de cubrir un amplio período histórico, a la vez que queríamos
abordar una gran cantidad de cuestiones. Sin duda, tales
constricciones no podían sino limitar el alcance de nuestro relato.
MJ: En el foro de
debate sobre su artículo organizado por la revista Foreign Policy,
Shlomo Ben-Ami critica sus tesis sobre el poder del lobby arguyendo
que, en varias ocasiones, las administraciones estadounidenses han
actuado en contra de los deseos de Israel. Cita, por ejemplo, la
Cumbre de Madrid; o el reconocimiento, por parte de Reagan, de la OLP;
o la decisión de Clinton de organizar Camp David. ¿Cómo explican
ustedes estos ocasionales fracasos del lobby?
JM: Apenas hay un puñado
de casos en los que el lobby no haya logrado imponer su voluntad, y
además hay que remontarse a los años 80 o a principios de los 90
para ubicar la mayoría de tales casos. Con el tiempo, el lobby ha ido
creciendo y fortaleciéndose, hasta el punto de que, en la actualidad,
en raras ocasiones falla.
SW: Nunca hemos dicho que
el lobby sea omnipotente o que dicte todos y cada uno de los pasos que
los presidentes americanos realizan. Podemos identificar un buen número
de situaciones en las que el lobby ha apuntado hacia una dirección
determinada sin lograr sus objetivos. Sin embargo, en tales ocasiones
dichos objetivos han sido, por lo general, secundarios: no se trata de
asuntos centrales, de cuestiones críticas para los intereses de
Israel; se trata, en cambio, de asuntos que, sin ser determinantes,
aparecen de un modo tal, que resulta evidente dónde se hallan los
intereses estadounidenses.
La
clave radica en el hecho de que, haga lo que haga Israel, Estados
Unidos continúa prestándole su apoyo. Israel sigue construyendo
asentamientos pese a que cada presidente desde Lyndon Johnson ha
dejado entrever que se trata de una mala política; nos espían de
forma rutinaria; han dado o vendido tecnología militar estadounidense
a terceros países; además, según Amnistía Internacional, Human
Rights Watch y B’Tselem, han violado un buen número de derechos
humanos; y ninguno de estos hechos ha sido motivo suficiente para que
el apoyo estadounidense cesara.
MJ: Escriben ustedes en
su trabajo que el hecho de que Estados Unidos padezca el problema del
terrorismo “se debe en buena medida a la estrecha alianza que
mantiene con Israel”, y que el apoyo estadounidense a Israel es una
de las causas principales del sentimiento anti-estadounidense que se
respira en el exterior, sobre todo en Oriente Medio. ¿Hasta qué
punto creen que estos problemas se aliviarían con una disminución de
nuestro apoyo a Israel?
JM: No hay duda alguna de
que el apoyo estadounidense a las políticas israelíes en los
territorios ocupados de Palestina es una de las fuentes principales de
nuestros problemas con el terrorismo, si bien en ningún caso puede
decirse que sea la única. Si Estados Unidos fuera capaz de presionar
a israelíes y palestinos para que alcancen cierta solución para su
conflicto, el problema del terrorismo todavía persistiría, pero una
de sus manifestaciones más importantes perdería fuerza. Sin ir más
lejos, el informe de la Comisión del 11 de Septiembre deja bien claro
que la decisión de Osama bin Laden de atacar Estados Unidos venía
marcada por el comportamiento de Israel con los palestinos. Hasta
consideró la posibilidad de cambiar la fecha del ataque para hacerla
coincidir con una visita a Washington de Ariel Sharon. Sin duda, quería
asegurarse de que el Congreso captaba el mensaje de su ataque, pues
consideraba que el apoyo más acérrimo con el que contaba Israel era,
precisamente, el del Capitolio.
Pero
no se trata sólo de bin Laden: en general, las gentes del mundo islámico
muestran una profunda hostilidad hacia Estados Unidos, a quien acusan
de apoyar a Israel a expensas de los palestinos. Como consecuencia de
ello, cantidades ingentes de personas de Oriente Medio tienden a
simpatizar con bin Laden en mayor medida de lo que lo harían si
Estados Unidos no actuara como lo hace. En la medida en que Estados
Unidos continúe apoyando la política israelí con respecto a los
palestinos, será imposible ganar simpatías y establecer lazos con el
mundo árabe e islámico y resolver el problema del terrorismo.
MJ: La publicación de
su informe ¿ha tenido consecuencias para ustedes en el seno de las
universidades en las que trabajan?
SW: Nada substancial. Que
yo sepa, sólo ha habido un puñado de reacciones negativas como
cancelaciones de invitaciones previamente efectuadas y otras cosas por
el estilo. De hecho, una de las razones por las que John y yo pudimos
escribir este artículo es el hecho de que ambos gozamos de una
situación contractual que garantiza que no perderemos nuestros
empleos.
JM: No dispongo de
información por la que tenga que afirmar que la aparición del artículo
ha conllevado represalias sobre mi persona. Ahora bien, se hace difícil
conjeturar cuáles serán las consecuencias reales a largo plazo para
mi carrera profesional. Tengo la impresión de que Steve y yo
tendremos que pagar un precio elevado, pero de momento es difícil
identificar hechos concretos que muestren que esto puede que sea así.
Ojalá me equivoque.
MJ: ¿Qué tipo de
precio creen ustedes que pueden tener que pagar?
JM: Es dable pensar que la
aparición de este estudio hará difícil que alguno de los dos sea
llamado para ocupar un puesto en el ámbito de la toma de decisiones
de tipo político en Washington. También se hace difícil imaginar
que Steve ocupe algún cargo de responsabilidad de alto nivel en el ámbito
académico, pese al hecho de que acabe de cerrar un muy buen mandato
como Decano académico de la Kennedy School.
MJ: ¿Y ya habían
previsto todo esto?
JM: Sí. No existe la
posibilidad de estudiar cómo opera el lobby sin darse uno cuenta de
que va a pagar un precio importante por ello.
MJ: ¿Creen ustedes que
el estudio ha sido ignorado por los medios de comunicación
dominantes?
SW: Lo más descorazonador
ha sido constatar que no es que el trabajo sea ignorado, sino que
buena parte de los medios de comunicación dominantes lo tratan de un
modo muy superficial. Una de las razones por las que no hemos
concedido muchas entrevistas ni hemos hecho demasiadas apariciones públicas
a propósito del artículo es, sencillamente, que no queremos que la
atención se centre en los autores, sino en aquello que escribimos.
JM: Lo que sorprende en
este punto es que, pese a la importancia de las problemáticas
relaciones de Estados Unidos con los países de Oriente Medio, y pese
a que un gran número de personas, incluidos algunos de nuestros críticos,
reconocen que muchas de nuestras tesis son correctas, especialmente
las que se refieren al papel del lobby en la confección de la política
exterior estadounidense, el interés mostrado por los medios de
comunicación dominantes ha sido más bien escaso. De hecho, la cuestión
de los beneficios o perjuicios que pueda conllevar nuestra política
para con Israel es algo que en raras ocasiones se discute en los
medios de comunicación dominantes.
MJ: ¿Están
satisfechos de haber escrito el artículo?
SW: Sí. No seremos
capaces de abordar el conflicto entre israelíes y palestinos, o las
implicaciones de la elección de Hamas, o la situación en Irak, o
nuestra política con respecto a Irán, así como otros muchos temas
candentes, si no podemos mantener un debate abierto sobre todos estos
temas.
JM: Haber escrito el
trabajo hace que me sienta bien, y si tuviera que hacerlo de nuevo, lo
haría con entusiasmo. El lobby israelí y su influencia ha sido un
tema tabú durante demasiado tiempo. Es muy importante para el interés
nacional que esta cuestión sea discutida con profundidad y seriedad,
tanto en los medios de comunicación como en el Capitolio. Demasiadas
cosas están en juego como para seguir actuando como si el lobby e
Israel no existieran.
|