A
la ciudad todavía le falta recibir el 60% de las inversiones
aprobadas para la reconstrucción . Los diques están reparados, pero
aun no pueden soportar un huracán como el que asoló la zona
Nueva
Orleans lucha por renacer solo con la mitad de su población
Por
Idoya Noain
Enviada especial a Nueva Orleans
El Periódico, 06/08/29
Las
declaraciones oficiales intentan transmitir optimismo pero las cifras
y estadísticas, y las personas tras los números que luchan y sufren,
ponen freno al entusiasmo. En Nueva Orleans se recuerda hoy el
Katrina, el huracán que arrasó el golfo de México justo hace un año
y marcó un histórico punto bajo en el cuidado del Gobierno de EEUU
de sus ciudadanos y cuyos devastadores efectos perviven hoy en esta
urbe única de futuro incierto.
A
los ojos del visitante ocasional, la ciudad ha emprendido la
recuperación lenta pero continuada de la que hablan el presidente,
George Bush, (que hoy participará en los actos de recuerdo) y el
controvertido y reelegido alcalde, Ray Nagin. Han vuelto convenciones
y turismo. El downtown, centro de los negocios, funciona a ritmo casi
pre-Katrina. Tampoco faltan clientes en restaurantes y tiendas del
Barrio Francés, adonde han vuelto excesos alcohólicos y carnales. Y
solo quienes se aventuran en barrios que antes solo se visitaban por
obligación --como el Distrito Nueve o Saint Bernard-- descubren zonas
tan devastadas como cuando el agua retrocedió.
Algunos
espejismos
No
hace falta rascar mucho en la superficie para vislumbrar los
espejismos. De los 437.186 habitantes de Nueva Orleans, solo han
regresado 235.000, un 54% de la población. En toda el área
metropolitana hay un 30% menos de puestos de trabajo. En la ciudad,
funcionan el 75% de los hospitales con solo 2.000 camas disponibles,
la mitad que hace un año. Y las escuelas públicas han perdido el 66%
de sus estudiantes. La ciudad ha multiplicado por 10 sus necesidades;
las arcas públicas operan con un cuarto de lo que solían ingresar.
Es
difícil no ver en la escasez de medios muestras de ineficiencia de
Washington. El Congreso aprobó destinar 110.000 millones de dólares
(86.000 millones de euros) a la reconstrucción, pero de momento solo
se han invertido 44.000. De los 10.000 millones aprobados para créditos
a pequeñas y medianas empresas solo se ha entregado el 20%. El
Departamento de Vivienda solo ha gastado 100 millones de los 11.500
que tiene presupuestados (y que son urgencia en una ciudad donde
muchos habitantes no pueden pagar los cada vez más altos alquileres).
Y la denostada FEMA, la Agencia Federal de Gestión de Emergencias,
sigue en el ojo del huracán. Las caravanas que sirven de vivienda
temporal a los afectados tardan meses en entregarse y en Nueva
Orleans, por ejemplo, hay más de 5.000 familias esperándolas.
Tampoco
hay sensación de avance en la seguridad ante otro huracán. El Ejército
ha reconstruido los diques que estuvieron en la raíz del desastre,
pero se ha hecho solo eso: reconstruir. Aunque se declaró imperativo
que se hagan suficientemente fuertes para aguantar uno de categoría
5, siguen preparados solo para uno de categoría 3.
Más
violencia
Hay
otros problemas: los índices de criminalidad --escandalosamente altos
antes del huracán-- están a los mismos niveles que cuando la ciudad
tenía el doble de población. Y las drogas y la violencia que las
rodean han vuelto con fuerza, impulsadas por conexiones con los cárteles
de Colombia y México que hicieron en ciudades como Houston algunos
narcotraficantes que se vieron obligados a evacuar.
A
Nueva Orleans no ha llegado tampoco el boom económico que suele
seguir a los desastres. Aquí, los constructores se quejan de que
falta información clara y directrices firmes del Gobierno. Las ayudas
federales a los propietarios para reconstruir o reubicarse van más
lentas de lo esperado. Los ciudadanos se quejan de retrasos en la
financiación de los aumentos en las tasas de seguros y de una escasez
de subcontratistas, y eso que no falta mano de obra, tras el regreso
de desempleados y la floreciente comunidad de hispanos.
Mensaje
de resistencia
El
panorama cambia al hablar con representantes institucionales y con
ciudadanos de a pie. Ellos lanzan un mensaje común de resistencia y
determinación. Y hay zonas y áreas afectadas por el Katrina que se
han recuperado, aunque sea una recuperación que deja claros unos
intereses más económicos que humanos: el huracán destrozó 113
plataformas petrolíferas y dañó 457 gaseoductos. Hoy, al Golfo ha
regresado el 88% de la producción de petróleo y el 91%, de gas
natural.
La
realidad de Nueva Orleans un año después del Katrina es, sin duda y
ante todo, difícil. Y psicólogos como Jacqueline Harris,
subdirectora de Servicios Humanos de una ciudad que ha triplicado su
tasa de suicidios, reconocen: "Hay más depresión, más
ansiedad, más rabia, un incremento del consumo de alcohol y de los
casos de violencia doméstica". "Mucha gente --continúa
Harris-- se siente incapaz de tomar decisiones porque no ve que haya
respuestas. Nadie sabe cuáles son los planes exactos de la
ciudad".
En
lo que coincide casi todo el mundo, desde el músico Wynton Marsalis
hasta Eric, ingeniero de sonido, es que "Nueva Orleans no volverá
a ser como antes". Doce meses después del Katrina, tienen razón.
Los
habitantes del Distrito Nueve de Nueva Orleans se sienten abandonados
por el Gobierno
Negros
y pobres
Por
Idoya Noain
Enviada especial a Nueva Orleans
El Periódico, 06/08/29
Hace
un año, el agua lo cubrió todo en el Distrito Nueve. Se diría que
anegó hasta el tiempo. Y si este barrio donde más del 95% de la
población era negra y pobre tuviera relojes en las calles, sus
esferas aparecerían empañadas, enmohecidas, con las agujas detenidas
en el mismo sitio donde las encontró aquel maldito 29 de agosto. Pero
no hay relojes. No hay casi nada.
Han
pasado 365 días desde que los diques encargados de proteger Nueva
Orleans se rindieron ante las aguas del lago Pontchartrain enfurecidas
por el Katrina. Nadie lo diría en la calle Lazardi o en Mazant. En la
inmensa mayoría de las casas --o en lo que queda de ellas-- habitan
vacío y abandono. La maleza ha conquistado otras. Y en algunas zonas
la electricidad y el agua potable son intermitentes.
"Si
no fuéramos negros y pobres al menos las calles estarían limpias, es
algo que podían haber hecho en un año", protesta Bryant Lee, un
hombre de 50 años que, pese a todo, se ha empeñado en conseguir tres
tráileres del FEMA (Agencia Federal de Gestión de Emergencia) y los
ha plantado junto a lo que era su casa, en el 1314 de la avenida
Caffin.
Desde
esta semana, y tras un año de estancia forzosa en Houston (Tejas),
ahora vive allí con su esposa Brenda, seis hijos y dos nietos.
"Nunca supe como añoraba mi casa hasta que estuve obligado a
estar lejos", relata.
Archipiélago
de resistentes
Los
Lee aún pagan la hipoteca de esa carcasa que no pueden habitar y
tampoco pueden reparar, no hasta que reúnan 70.000 dólares (unos
55.000 euros). No tienen vecinos. Deben conducir un buen rato para
llevar a los niños a la escuela. No tienen trabajo aún. Pero
mantienen el mismo espíritu que late en el resto del barrio, un extraño
archipiélago de resistentes: "Lo único que puedes hacer es
intentar que las cosas salgan adelante".
Ese
es el motivo central aquí. Y lo es por obra y gracia de personas como
los Lee y de organizaciones que han florecido por necesidad y que
hacen que se hable de una revolución civil: Common Ground, Habitat
for Humanity, ACORN, Las Mujeres de la Tormenta, etcétera.
Jolanda
Waiters trabaja para Acción Comunitaria Total, un consejo vecinal
que, gracias a una subvención, está ayudando con donaciones de 3.000
dólares (2.400 euros) a algunos vecinos. "Es poco pero es algo.
Estamos volviendo; no nos vamos a ningún sitio; aquí hay determinación,
motivación y voluntad", dice.
El
domingo, Waiters estaba en la inauguración de un memorial en el
barrio, monumento que ella celebra y otros denostan. "Cuando
quieren hacer algo lo hacen. Obviamente hay cosas que no quieren
hacer", le decía un negro a Vanessa Gueringer, presidenta en el
Bajo Distrito Nueve de ACORN, un grupo que envía equipos de demolición
o desguace a casas de evacuados o les coloca en una lista de espera
(requisito necesario para que la ciudad no considere la casa
abandonada y se haga con ella).
Probablemente
el joven sabía que hablaba a un oído cómplice, y es que Gueringer
es una combativa activista de la comunidad. El alcalde, Ray Nagin, le
llama por su nombre, y sabe que cada vez que ella acude a una reunión
oficial llegarán preguntas difíciles. "La última vez él me
preguntó: '¿Sigues enfadada conmigo?'. Y le dije la verdad. Si no
hubiera sido por grupos comunitarios y de voluntarios no estaríamos
donde estamos. Si fuera por el Gobierno... Me ha ardido el corazón y
la mente y necesitaba ser activa. Este es el momento para serlo.
Necesitamos hacer que los políticos acepten sus responsabilidades. Yo
no permaneceré callada".
Falta
de todo
Otros
comparten la indignación. Joyce Costello, una encantadora señora de
80 años, limpiaba el sábado la casa en la que vivió 35 años y que
ahora pretende vender. "Todo está costando demasiado
tiempo", dice. "Mucha gente necesita dinero para empezar y
ese dinero no está llegando". Junto a la casa están Melba
Gibson y su hija, que viven en un tráiler. "Vivimos como si este
país, el más poderoso y rico del mundo, no tuviera nada", se
queja Gibson.
Sus
palabras enciende el ánimo a Tineka, su sobrina. "Estoy harta.
Lo primero que deberían haber reconstruido son barrios como este,
donde nació la gente de Nueva Orleans".
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