Bush
pierde la guerra desatada el 11–S
Análisis
de Jim Lobe
Inter Press Service (IPS), 08/09/06
Washington.–
Las noticias de los últimos días son un mentís a los cantos de
victoria del presidente estadounidense George W. Bush en la
"guerra global contra el terror", en la que se embarcó tras
los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En
Kabul, los ataques de las resurgentes milicias del movimiento
islamista Talibán acabaron desde el 1 de este mes con dos docenas de
soldados de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN),
entre ellos dos estadounidenses.
Fue
en Afganistán donde comenzó en 2001 la guerra contra el terrorismo
de Bush, entonces con el objetivo de desalojar al entonces gobernante
Talibán, que daba refugio a campamentos de entrenamiento de la red Al
Qaeda, a la cual se atribuyen los atentados del 11 de septiembre.
El
comandante estadounidense de la OTAN, general James L. Jones, admitió
el jueves que la alianza occidental pasaba por un "periodo difícil"
y necesitaba 2.500 soldados más, así como aviones adicionales, para
arrebatarle a Talibán las áreas del sur afgano que controlan.
El
gobierno del vecino Pakistán, mientras, accedió a retirar sus tropas
del norte de la provincia de Waziristán, como lo hizo el año pasado
del sur, lo que deja el área a merced de milicias tribales aliadas de
Talibán.
Según
diversos informes, el acuerdo incluye la liberación de sospechosos de
integrar Al Qaeda detenidos por el gobierno pakistaní.
Eso
reanimó el debate en Estados Unidos sobre la conveniencia de reclutar
en septiembre de 2001 al presidente de Pakistán, Pervez Musharraf,
para la coalición que encabeza Washington en la lucha contra el
terrorismo.
En
Iraq, considerado tanto por Bush como por el líder de Al Qaeda Osama
bin Laden el "campo central de batalla" en la guerra entre
Occidente y radicales islamistas, el panorama no podía ser más
desalentador.
A
comienzos de este año, altos funcionarios estadounidenses confiaron
en que 30.000 soldados volverían a casa desde el país del Golfo Pérsico
(o Arábigo).
Pero
el mes pasado, el Departamento (ministerio) de Defensa confirmó que
mantiene en Iraq 140.000 uniformados, 10.000 más que a fines de
junio, debido a los crecientes choques religiosos en Bagdad y otras áreas,
calificados por observadores de "limpieza étnica".
Por
otra parte, el jueves, la morgue de Bagdad informó que la cantidad de
muertes violentas cayó el mes pasado, pero sólo un poco respecto de
los 1.855 registradas en julio, dato que contradice lo afirmado por el
Pentágono: que las muertes habían caído a la mitad.
Esa
constatación, combinada con informes de crecientes masacres en
poblados cercanos, tiende a confirmar lo que dicen altos militares
estadounidenses: que Iraq avanza hacia una guerra civil, y que
Washington podrá enlentecer ese avance, pero no frenarlo. El propio
Bush pareció reconocer en sus últimas declaraciones que la situación
en Iraq es pésima.
Luego
de insistir en que sus tropas estaban "avanzando" en varios
frentes, el presidente prefirió evitar ese tipo de manifestaciones y
concentrarse, en cambio, en la necesidad de mantener la presencia
militar estadounidense en Iraq para evitar la catástrofe que
sobrevendría en caso de retirada.
El
impacto de la guerra de Iraq en la intención de ganar "corazones
y mentes" del mundo islámico con miras a su democratización ha
sido devastador, según recientes encuestas en todos sus países desde
Marruecos a Indonesia.
"Mientras
la masacre continúa, el mundo árabe e islámico está cada vez más
furioso por el sufrimiento del pueblo iraquí y el odio hacia Estados
Unidos alcanza nuevas marcas", dijo el experto israelí en
relaciones internacionales Alon Ben–Meir, de la Universidad de Nueva
York.
A
esa ira se sumó la guerra del mes pasado entre Israel y el partido
chiita libanés Hezbolá, de tendencia proiraní, descripta esta
semana por el propio Bush parte integral de la guerra mundial contra
el terror.
El
choque entre Israel y Hezbolá tuvo el efecto de inflamar las
opiniones antiestadounidenses en todo el mundo musulmán, incluida la
comunidad chiita mayoritaria en Iraq, oprimida por el régimen de
Saddam Hussein que cayó con la invasión de 2003.
Y
también debilitó los gobiernos sunitas, como los de Arabia Saudita,
Egipto y Jordania, que siguen siendo los únicos aliados firmes de
Estados Unidos en el mundo árabe.
La
guerra devastó Líbano, donde la "revolución del cedro" de
2005 había sido aplaudida por Bush como un hito en su lucha por
democratizar Medio Oriente, y elevó a los dirigentes de Hezbolá al
rango de héroes y mejoró la imagen de los principales aliados del
partido islamista, Sira e Irán.
Sin
tomar en cuenta el estado de la opinión pública del mundo islámico,
Bush alineó a Al Qaeda, el partido palestino Hamás, Hezbolá, Siria
e Irán en el campo de los "fascistas islámicos".
Para
muchos críticos, la ampliación de la lista de objetivos de la guerra
antiterrorista de Bush más allá de Al Qaeda, y particularmente a
Iraq, fue uno de los grandes errores estratégicos del conflicto.
En
efecto, esa política convirtió lo que fue originalmente una
conspiración terrorista dirigida por Al Qaeda con el apoyo tácito de
Talibán en una "amplia guerra que se libra" en un
territorio "desde Líbano a través de Afganistán", como
dijo uno de los principales representantes de Washington en la región,
el embajador James Dobbins.
"Estados
Unidos siempre pierde. Si insiste en que la población de Medio
Oriente elija entre Siria, Irán, Hezbolá y Hamas, por un lado, y
Estados Unidos e Israel, por el otro, elegirán siempre al mismo
bando", dijo Dobbins, director de programas sobre seguridad
internacional de la Corporación RAND.
En
ese contexto, el apoyo entusiasta de Estados Unidos a Israel en su
guerra contra Hezbolá sería tan contraproducente en esta guerra como
la decisión de invadir Iraq sin el aval del Consejo de Seguridad de
la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
La
guerra en Iraq se lanzó en momentos en que Al Qaeda había sido
exitosamente expulsada de Afganistán, su capacidad operativa estaba
severamente reducida y sus máximos líderes eran prisioneros o
estaban ocultos en las montañas.
Pero
la invasión a Iraq dio nueva vida a la red terrorista de Osama bin
Laden y sembró el diente del dragón no sólo en Medio Oriente, sino
también dentro de las comunidades musulmanas de Europa occidental.
Todo
eso llevó al ex jefe de la oficina de Medio Oriente del Consejo de
Seguridad Nacional de la Casa Blanca Flynt Leverett a advertir este
viernes, en un foro del Instituto CATO: "Cinco años después del
11 de septiembre, Estados Unidos está perdiendo la guerra contra el
terrorismo."
El
bumerán de la guerra contra el terrorismo
Comentario
de Praful Bidwai
Inter Press Service (IPS), 08/09/06
Nueva
Delhi.– Cinco años después de que el presidente estadounidense
George W. Bush lanzó su "guerra global contra el
terrorismo", el mundo está más inseguro, dividido, conflictivo,
paranoico y, paradójicamente, más vulnerable al fenómeno.
Medio
Oriente, la región más volátil del globo, ahora bulle de indignación
y sufre más violencia y conflictos que antes de los atentados que
acabaron con 3.000 vidas en Nueva York y en Washington el 11 de
septiembre de 2001.
Asia
meridional, cuna del movimiento fundamentalista islámico Talibán
donde encontró cobijo la red terrorista Al–Qaeda, sigue siendo un
caldero de descontento. India y Pakistán, vecinos y rivales, poseen
armas nucleares y están comprometidos en una guerra fría que ya
lleva medio siglo.
La
guerra de Bush no logró dominar a Al–Qaeda, ni mucho menos
destruirla. Sus dos máximos líderes –Osama bin Laden y Ayman
al–Zawahiri– están sueltos, y el "alqaedismo" como
ideología se propagó y adquirió fuerza en cada en más países.
La
guerra contra el terrorismo, librada por una coalición internacional
encabezada por Estados Unidos y Gran Bretaña, hirió e irritó a
millones de musulmanes en todo el mundo. Creó, incluso, fisuras
dentro del bloque occidental.
Para
peor, la mayor manifestación de la guerra contra el terror –la
invasión y ocupación de Iraq iniciada el 20 de marzo de 2003– es
percibida por la mayoría de los estadounidenses como un error.
Una
encuesta de la consultora Gallup difundida en agosto reveló que, para
apenas 36 por ciento de los entrevistados, Estados Unidos está
ganando la guerra contra el terrorismo. En enero de 2002, según la
misma firma, 66 por ciento de los encuestados pensaban eso.
"La
mayor desventaja política para Estados Unidos es que ahora la guerra
contra el terror es vista ampliamente como una hoja de parra para
tapar su proyecto imperial", dijo el cientista político indio
Achin Vanaik, experto en terrorismo.
"Los
neoconservadores estadounidenses pensaron que podían usar la guerra
para establecer una hegemonía global total y duradera, una especie de
moderno imperio romano que impediría el surgimiento de cualquier
rival durante décadas. Y hoy buscan una estrategia de salida",
agregó.
Hace
cinco años, Bush se atribuyó el derecho de actuar unilateralmente
contra lo que fuera que él definiese como "terrorismo", a
través de ataques preventivos y otros mecanismos.
También
estipuló el famoso "o están con nosotros o están en contra
nuestra", borrando la distinción entre perpetradores del
terrorismo y el país donde podrían estar radicados.
Hoy,
la doctrina de Bush está hecha jirones. Se la identifica como la gran
causa de la inseguridad y la inestabilidad en el mundo. Los tres
estados identificados por él como integrantes del "eje del
mal" (Irán, Iraq y Corea del Norte) emergieron más poderosos o
albergan ahora en mayores amenazas.
Iraq
es un caos sangriento. Cada vez se parece más al Vietnam de fines de
los años 60. Las muertes de unos 100.000 civiles iraquíes, cifra
estimada por el periódico The Lancet, dejan un fuerte resentimiento
contra la ocupación.
Así
lo hicieron los excesos y las violaciones a los derechos humanos en la
ofensiva militar estadounidense de octubre y noviembre de 2004 sobre
la central ciudad iraquí de Faluya y también en la cárcel de Abu
Ghraib.
Iraq
puede incluso estar "desintegrándose", como dice la
información militar procedente de Estados Unidos. El país, por
cierto, se ha vuelto inmanejable.
En
los últimos cinco años, Irán y Corea del Norte avanzaron en la
carrera nuclear. Y Estados Unidos aún no puede obligarlos a cumplir
con sus demandas.
"Estados
Unidos se arrogó a sí mismo objetivos más que ambiciosos",
opinó Vanaik. "No describió los ataques del 11 de septiembre de
2001 como un grave crimen contra la humanidad que debe ser castigado,
sino como el primer aldabonazo de una 'guerra' que debe ser
contrarrestada por la guerra global contra el terrorismo."
"El
uso de estas palabras fue deliberado, no accidental. En una guerra,
uno puede actuar militarmente en cualquier momento. Uno no necesita
esperar a que lo ataquen. Y el campo de batalla ahora sería todo el
globo."
Para
librar la guerra contra el terrorismo, Estados Unidos debió pasar por
encima de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y sabotearla,
violando el derecho internacional.
Hizo
eso en 2003, cuando descubrió que no lograría el aval del Consejo de
Seguridad para lanzar la guerra de Iraq. Eso, a su vez, alentó a
aliados clave de Estados Unidos, especialmente Israel.
El
estado judío intensificó su opresión al pueblo palestino imponiendo
más cierres y bloqueos e inmovilizando a los miembros de la Autoridad
Nacional Palestina. Emuló el unilateralismo de Estados Unidos
declarando que debe actuar solo porque no hay "ningún socio para
el diálogo". Mató el proceso de paz.
Israel
se retiró de Gaza, pero sólo para expandir sus asentamientos
Cisjordania, a cuyo alrededor aceleró la construcción de su ilegal
"muro del apartheid". En julio, Israel invadió Líbano,
tras la muerte de ocho soldados y el secuestro de dos por parte del
movimiento islámico chiita Hezbolá, que opera en ese país.
Las
acciones de Israel y el apoyo que le dio Estados Unidos generaron una
indignación y una hostilidad sin precedentes en Medio Oriente y entre
los musulmanes del mundo.
También
fueron causa de indignación los apremiso a presos en cárceles
estadounidenses como la de la base naval del enclave de Guantánamo,
Cuba, y en Abu Ghraib, Iraq, salpicado por las infaustas referencias
de Bush a las "cruzadas" y a la "justicia
infinita". Todo esto le aseguró una enorme victoria de
propaganda a Al–Qaeda.
Hace
cinco años, pocos musulmanes creían en el alegato de Bin Laden según
el cual Occidente estaba comprometido en una cruzada contra el Islam.
Hoy tiene muchos adeptos.
El
argumento no es exagerado. La guerra de Bush apunta casi
exclusivamente al "terrorismo islámico". Hasta hace poco,
de las 36 organizaciones que figuraban en la lista del Departamento de
Estado estadounidense, 24 eran musulmanas. El resto eran separatistas
vascas e irlandesas, o izquierdistas. No había grupos cristianos,
budistas, ni hindúes.
El
Departamento de Estado también enumeró 26 países cuyos ciudadanos
representan un "elevado riesgo de seguridad" para Estados
Unidos. Con excepción de Corea del Norte, todos son países de mayoría
musulmana.
Al
mismo tiempo, crece el sentimiento antimusulmán en Estados Unidos.
Según una encuesta de Gallup publicada recientemente por el periódico
USA Today, 39 por ciento de los consultados dijo sentir al menos algún
prejuicio contra los seguidores del Islam.
El
mismo porcentaje estaba a favor de pedirle a los musulmanes, incluidos
los ciudadanos estadounidenses, portar un documento de identidad
especial "como medio de impedir ataques terroristas".
Alrededor
de un tercio de los encuestados dijeron creer que los musulmanes
estadounidenses tenían simpatía por Al–Qaeda y 22 por ciento
dijeron que no querrían a un musulmán como vecino.
Cada
vez más europeos se consideran vulnerables a ataques terroristas a
causa de la política exterior proestadounidense de sus gobiernos,
especialmente en relación a Iraq y a la guerra contra el terror.
En
Gran Bretaña, 73 por ciento de los entrevistados por la encuestadora
Populus se sienten así.
Los
efectos de la guerra contra el terrorismo sobre Medio Oriente se
amplificaron con la invasión israelí a Líbano, que volvió a
indignar al mundo árabe.
También
las tácticas intimidantes de Washington hacia Irán irritaron a los
musulmanes, especialmente porque el gobierno de Bush embate contra el
programa nuclear del régimen islámico sin manifestar la menor
intención de abandonar sus propias armas atómicas.
El
fracaso de Israel en debilitar sustancialmente a Hezbolá en Líbano
complica los planes de Estados Unidos contra las fuerzas proiraníes
en Medio Oriente. Si se lanza a una nueva desventura militar en Irán,
Washington lo pagaría caro.
En
Asia meridional, la primera fase de la guerra contra el terrorismo
cambió drásticamente las ecuaciones político–estratégicas.
Pakistán, otrora aliado del Talibán (que gobernó al vecino Afganistán
entre 1996 y 2001), se volvió contra él.
La
guerra en Afganistán iniciada en octubre de 2001 también fortaleció
a las fuerzas islamistas radicales en las provincias fronterizas de
Pakistán. El actual descontento y la violencia secesionista en la
sudoccidental provincia de Balochistán es uno de sus efectos.
El
gobierno de Pervez Musharraf comprometió unos 70.000 soldados a la
lucha contra Talibán y Al Qaeda en la región fronteriza de Waziristán,
y proporcionó instalaciones militares a Estados Unidos. Pero
surgieron dudas sobre este compromiso.
Pakistán
se resiste a perder su influencia en Afganistán, especialmente entre
la etnia pashtún (patana), predominante en el sur y en filas de Talibán.
El
acuerdo firmado el martes entre los líderes tribales de Pakistán y
Waziristán permitirá a los rebeldes afines a Talibán operar con
cierta libertad en esa área.
En
India, hogar de la segunda comunidad musulmana del mundo después de
Indonesia, los incidentes terroristas aumentaron en cantidad e
intensidad.
Las
operaciones antiterroristas oficiales también se volvieron más
indiscriminadas, siempre sobre la base del modelo estadounidense de
"islamización" del fenómeno y de apelación exclusiva a
medios militares. Esto originó violaciones de derechos y amplio
descontento entre los jóvenes musulmanes.
El
martes, el primer ministro indio Manmohan Singh admitió excesos.
Singh defendió "una política proactiva para asegurar que unos
pocos actos individuales no empañen la imagen de una comunidad
entera, y eliminar cualquier sentimiento de persecución y alienación
de la mente de las minoría".
También
agregó que "ninguna persona inocente debería ser acosada en
nuestra lucha contra el terrorismo. Si se comete un error, se debe
tomar a tiempo medidas correctivas".
No
está claro si las exhortaciones de Singh se traducirán en acciones.
Pero está claro que, mientras continúe, la guerra de Estados Unidos
contra el terrorismo impedirá una transición hacia una estrategia
antiterrorista sensata, racional, efectiva y humana.
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