Hank Paulson, nuevo
zar económico de Washington
La construcción del
imperio económico y la decadencia interna
Por James Petras
Rebelión, 22/09/06
Traducido del inglés
por S. Seguí
Mientras
la mayoría de los comentaristas se ha centrado estos últimos meses
en el militarismo de Estados Unidos e Israel en Oriente Próximo y
Asia meridional, el capitalismo estadounidense está preparando una
nueva ofensiva interior y exterior. El Gobierno Bush y sus aliados en
el Congreso se han puesto como objetivo tres ámbitos concretos: i)
avanzar en la privatización de la Seguridad Social; reducir programas
sociales como Medicare y Medicaid
a la vez que se aumentan las cotizaciones de los beneficiarios;
reducir todavía más los impuestos que gravan las corporaciones y a
los ricos; y rebajar los controles reguladores estatales que afectan a
las grandes empresas, en particular la Ley Sarbanes-Oxley, a fin de
facilitar las transacciones financieras corporativas en todo el mundo,
a expensas de los pequeños inversores; ii) dar un decidido impulso a
las corporaciones transnacionales estadounidenses, para financiar la
explotación y las adquisiciones en los “países emergentes”
(Tercer Mundo), apropiándose para ello del ahorro local; y iii)
realizar un esfuerzo de primer orden para rebajar las barreras al
comercio y a las inversiones, como por ejemplo las subvenciones y los
aranceles de otros países a los productos estadounidenses
industriales, financieros, etc., manteniendo a la vez el lugar
privilegiado de que gozan los agroexportadores estadounidenses,
fuertemente subvencionados y protegidos en el mercado nacional.
La
interrelación entre la construcción del imperio económico, tanto en
términos de control de los mercados exteriores como de las empresas
no estadounidenses, está vinculada estrechamente a las políticas
interiores. La reducción de impuestos para las grandes empresas y los
ricos incrementa el capital de exportación, a la vez que una
Seguridad Social privatizada añade miles de millones de dólares a
los beneficios de los bancos de inversión de Wall Street, y los
recortes en los programas Medicare y Medicaid, y el incremento de la
contribución de los beneficiarios en los pagos, proporciona un fondo
mayor con el que pagar a los adinerados poseedores de bonos de emisión.
El imperio crece a la vez que la economía social nacional se
empobrece.
La construcción
del imperio por medio del recorte de los derechos sociales
El
nombramiento de Hank Paulson, ex consejero delegado de Goldman Sachs,
principal banco de inversión de Wall Street, como titular del
Departamento del Tesoro de Estados Unidos es un paso decisivo hacia la
reanudación de la batalla de Wall Street por la privatización del
programa multimillonario de la Seguridad Social.
Con
Paulson como director de orquesta, el Congreso estadounidense finalizó
su período de sesiones de verano suprimiendo el impuesto sobre bienes
inmuebles (impuesto sobre la herencia) para todos los propietarios
excepto los más ricos, y amplió una serie de ventajas fiscales de
las empresas (Cf. Financial Times, 2.8.2006). Resulta evidente que la
Secretaría del Tesoro participa en una estrategia consistente en
provocar una crisis presupuestaria mediante las reducciones fiscales
de los más ricos, de la que se culparía a la carga que impone la
Seguridad Social y los programas médicos de los que dependen la clase
media y la clase trabajadora.
En
un alegato ante el Congreso coherente con su lealtad a Wall Street,
Paulson exigió la “reforma” de todos los programas sociales públicos
con el fin de evitar la amenaza del inminente déficit, a la vez que
defendía la eliminación de los impuestos sobre la herencia en favor
de los multimillonarios. Paulson recalcó que la insistencia en los
fracasados intentos de Bush de privatizar la Seguridad Social “sería
su prioridad dominante” (Cf. FT, 2.8.2006). Con su típico aplomo y
sin que se le escapase la risa, Paulson instó al Congreso a
“alzarse por encima de las diferencias bipartidistas” y transferir
las cotizaciones de la Seguridad Social a los bancos de inversión de
Wall Street. En una argumentación aún más extravagante, Paulson
justificó sus recortes fiscales a favor de los ricos y el aumento de
los pagos de pobres y retirados como un “problema demográfico”.
“La demografía no miente, ni es partidista. Si no abordamos el
problema, estos programas obstaculizarán seriamente nuestra
flexibilidad económica y socavarán nuestra competitividad” (Cf.
FT, 2.8.2006). El problema no es demográfico ni de envejecimiento,
sino que reside en los recortes a gran escala y largo plazo de los
impuestos, que han reducido los ingresos estatales, y también en la
utilización gubernamental de las contribuciones a la Seguridad Social
con el fin de financiar los actuales déficits provocados por la
reducción de los impuestos sobre la herencia, los ingresos altos, los
beneficios del capital y otros impuestos progresivos. El discurso de
Paulson en la Universidad de Columbia, en Nueva York, a comienzos de
agosto coloca la privatización de la Seguridad Social de nuevo
“firmemente en la agenda”, y asegura que cuenta con todo el apoyo
de Bush. Es evidente que Paulson ha “sacrificado” su salario
multimillonario en Goldman Sachs y ha puesto “en fideicomiso” sus
fortuna de varios cientos de millones de dólares en bonos y opciones
sobre acciones no por obligación cívica sino para transferir miles
de millones de dólares de las contribuciones de la Seguridad Social
para que sean “gestionados”, con unos lucrativos honorarios, por
sus socios y colegas de Goldman Sachs, Citibank, JP Morgan y el resto
de la pandilla.
Su
decisión de “reformar” las asignaciones sociales de los pobres y
los ancianos, con el fin de proporcionar flexibilidad y competitividad
al big business significa básicamente una reducción de los
desembolsos gubernamentales en beneficio de las clases media,
trabajadora y baja, a fin de poder reducir aún más los impuestos del
mundo de las grandes corporaciones e incrementar las subvenciones a
los inversores y grandes operadores en el exterior. En este contexto,
“flexibilidad” significa, potencialmente, un espacio más amplio
para reducir los impuestos corporativos, o para transferir fondos de
las asignaciones sociales a los pagos a favor de los poseedores de
bonos. Probablemente, significa también aumentar las exigencias de la
edad de jubilación y aumentar los costes del servicio médico.
Las
limitaciones presupuestarias no tienen nada que ver con la demografía
y sí mucho con la política fiscal. La “flexibilidad económica”
puede conseguirse si las grandes empresas aceptan unas tasas menores
de beneficio, si se hace hincapié en la inversión pública cuando la
infraestructuras están deterioradas, si se reducen drásticamente
unos gastos militares exorbitantes, y, sobre todo, si se hace cumplir
la política fiscal por parte de los multimillonarios evasores de
impuestos. Según un reciente estudio (Cf. FT, 2.8.2006), “los
refugios fiscales abusivos están costando al Tesoro de EE UU entre
40.000 y 70.000 millones de dólares por año en impuestos no
recaudados”. Si a ello se añaden otros agujeros fiscales y los
refugios fiscales menos “abusivos”, podríamos llegar a unas
cifras dos veces superiores a las citadas. Uno de los mayores evasores
de impuestos descubiertos por los investigadores del Congreso es el
multimillonario Haim Saban, presidente del Saban Capital Group, de Los
Angeles, y destacado contribuyente a los comités de acción política
israelíes que operan en EE UU, así como a otras numerosas obras de
caridad judías. Un subcomité del Congreso lo ha acusado de
“camuflar ad infinitum” 1.500 millones de dólares de beneficios
de capital mediante el uso de inexistentes transacciones de valores
bursátiles y falsas compañías establecidas en la isla de Man (Cf.
FT, 2.8.2006). Otro magnate multimillonario, Robert Wood Johnson,
heredero de la gran compañía de artículos de consumo Johnson &
Johnson, ha sido acusado también de utilizar una sociedad de valores
para fingir pérdidas mediante falsas ventas de acciones.
El
problema de un inminente desastre presupuestario puede resolverse fácilmente
potenciando por parte del Gobierno la normativa y las auditorías de
los muy ricos, en lugar de hacerlo con los dos tercios inferiores de
la población que paga impuestos. Siguiendo con su ofuscación en
relación con la parte de los ingresos en el presupuesto, Paulson ha
procedido a debilitar la reciente ampliación de la supervisión de
las corporaciones transnacionales y ha hecho lo posible por que se
rechace o se rebaje la Ley Sarbanes-Oxley, que impone importantes
exigencias de información a estas empresas. Citando una vez más la
necesidad de “alcanzar el equilibrio normativo correcto que nos
permita ser competitivos”, las presiones de Paulson al Congreso
apuntan a una vuelta a los tiempos en que los consejeros delegados de
empresas como Enron y WorldCom disfrutaban de libertad para manipular
sus contabilidades y desplumar a sus inversores y empleados. Lo que
resulta especialmente importante es la rápida y directa intervención
de Paulson en respuesta a los líderes de los bancos de inversión,
mostrando que actúa exactamente como uno de ellos.
Con
Paulson como voz solista y creador de las políticas económicas del
Gobierno Bush, la ofensiva tiene por objeto recortar los programas
sociales, rebajar los impuestos y echar mano a los fondos de la
Seguridad Social, a fin de reforzar la expansión del poder financiero
estadounidense en el mundo, tanto mediante adquisiciones y fusiones
como con un capital accionarial directo mayoritario.
El
imperialismo económico: las víctimas financian su propia explotación
La
nueva estrategia adoptada por las compañías transnacionales con el
fin de adquirir empresas extranjeras y financiar sus inversiones en
los mercados extranjeros se basa en los préstamos de los bancos
locales. Este modus operandi tiene algunas ventajas
evidentes, como por ejemplo la reducción de riesgos mediante la
utilización del ahorro de otros países. Según el Financial Times,
“muchos altos ejecutivos están intentando utilizar los mercados
locales de capitales, en rápido proceso de maduración, de los países
emergentes con el fin de financiar sus empresas filiales.” Al tomar
préstamos en las monedas locales, las transnacionales pueden reducir
su deuda en dólares y rebajar así los “riesgos por cambio de
moneda extranjera”. Las principales empresas financieras o no
financieras de EE UU, como el Citigroup y General Electric, y otras
como Volkswagen, Daimler-Chrysler y Kimberly-Clark toman préstamos
“localmente”, y con ello liberan capital para adquisiciones de
empresas locales, tanto públicas como privadas. La búsqueda de
financiación local ofrece a las transnacionales de vanguardia en la
construcción del imperio una serie de ventajas: reducen la exposición
accionarial de la empresa madre, transfiriendo el riesgo a los bancos
e inversores locales; y reduce el riesgo de nacionalización, por
cuanto la filial cuenta con poderosos poseedores locales de bonos, con
influencia en los gobiernos respectivos, los cuales pueden ser
renuentes a enfrentarse con ellos. Con la liberación de más capital
en beneficio de las grandes empresas que les ofrece Paulson y la mayor
libertad de que éstas gozan al tomar prestado sin riesgos en el
Tercer Mundo, la construcción del imperio cuenta con la base material
para avanzar con más flexibilidad y mayores ventajas competitivas.
El
imperialismo comercial: el fracaso de Doha y el auge del mercantilismo
La
mayor parte de los defensores del libre mercado culpan a EE UU del
fracaso de las conversaciones sobre el comercio mundial conocidas como
Ronda de Doha. Al margen de la retórica de Washington sobre
“alcanzar un acuerdo mundial en materia de libre comercio en el
marco de la actual Ronda de Doha”, en la práctica EE UU persigue
una política mercantilista de protección de sus productores locales,
no competitivos, y de establecimiento de cuotas a las importaciones
que puedan competir favorablemente con los productores locales.
Washington subvenciona a sus grandes empresas agroexportadoras, a las
que califica de “granjeros”, a la vez que impone con avidez al
resto del mundo, en particular los países asiáticos, africanos y
latinoamericanos, una reducción de sus aranceles en las manufacturas,
los servicios y la agricultura en favor de las competitivas
corporaciones estadounidenses. El fracaso de Doha, a finales de julio
de 2006, se ha atribuido casi unánimemente a EE UU, que insiste en
que el resto del mundo debería reducir sus aranceles de importación
de productos agrícolas a los productos estadounidenses, que reciben
unos subsidios del orden de 19.000 millones de dólares sólo en 2005
(Cf. FT, 25.7.2006, p.1)
Hasta
el neoliberal presidente de Brasil, Lula Da Silva, que comparte la
posición estadounidense de reducción arancelaria para los productos
agrícolas, denunció la intransigencia de EE UU en materia de
subvenciones como causa del fracaso de las conversaciones comerciales.
Las “reformas comerciales” que Washington presentó en Doha en
2006 incrementan en realidad el umbral de las subvenciones, altamente
distorsionantes, hasta 3.500 millones de dólares más de los
desembolsados en 2005 (Cf. FT, 24.7.2006, p.5). Las exigencias
estadounidenses de saturar los mercados asiáticos del arroz, los
africanos del algodón y los latinoamericanos de la soja con productos
altamente subvencionados, con lo que se llevaría a la bancarrota a
millones de campesinos del Tercer Mundo, enfrió el entusiasmo hasta
de los más ardientes defensores tercermundistas de los “libres
mercados”. El ministro de Comercio de India, Kamal Nath, resumió
certeramente el problema con estas palabras: “Los campesinos indios
pueden competir con los campesinos estadounidenses, pero no con el
Departamento del Tesoro de EE UU (Cf. FT, 24.7.2006, p.5). Los grandes
socios comerciales de Washington en Brasil, India, China, Suráfrica y
otros lugares han ofrecido reducir o suprimir los aranceles para los
productos manufacturados, los servicios (entre otros los de alta y
baja tecnología, y las empresas de la información), los sectores
financiero y bancario, el comercio al por menor y al por mayor, los
productos farmacéuticos, etc. a cambio de la supresión por parte de
EE UU de sus cuotas y aranceles para los productos intensivos en
trabajo, acero, textiles y otros bienes de consumo ligeros, y la
supresión de sus multimillonarias subvenciones agrícolas. Washington
ha rechazado un acuerdo de libre comercio recíproco y de ámbito
mundial, y en su lugar busca acuerdos comerciales bilaterales con
gobiernos satélites que estén dispuestos a sacrificar a los propios
productores agrarios e industriales. Por ejemplo, Washington ha
firmado acuerdos bilaterales de libre mercado con Chile y Perú, países
en gran medida exportadores de minerales y materias primas; ha firmado
un acuerdo de libre comercio en materia de frutos tropicales y café
con países exportadores como los de América Central y Colombia, además
de asignar a este último país 5.000 millones de dólares de ayuda
militar en los últimos siete años. Uruguay, otro potencial socio
librecambista, cuenta con poder vender más carne de vacuno y ovino, y
lana, y recibir plantas productoras de papel altamente contaminantes.
México es un socio clave en este “libre comercio”, que
proporciona una plataforma de mano de obra barata para las maquilas
estadounidenses que reexportan a EE UU, y que ha exportado durante la
última década 20 millones de trabajadores “temporales” de bajos
salarios a EE UU. Además, México ha rebajado todas las barreras a
las inversiones destinadas a la adquisición de empresas mexicanas de
los sectores bancario, de transportes, comercio al por menor, comida rápida,
telecomunicaciones y agroexportación, y ha abierto sus mercados a la
entrada masiva de productos agrarios estadounidenses subvencionados.
Mientras
formalmente sigue buscando un acuerdo comercial mundial, en la práctica
Washington está estableciendo una serie de pactos comerciales y de
inversión bilaterales que desarrollan el imperio económico
estadounidense.
Modo económico
y modo militar de construir el imperio
Mientras
la atención del mundo se focaliza en gran medida en las
intervenciones militares de Washington y en las violentas operaciones
encubiertas, como signos más visibles de construcción de un imperio,
se pasan por alto las estrategias en el propio país y fuera de él,
mucho más exitosas, destinadas a potenciar el imperio económico
estadounidenses. Existen pruebas tangibles de que los creadores de las
políticas estadounidenses para Medio Oriente no tuvieron en cuenta
los intereses de las principales corporaciones transnacionales a la
hora de lanzar las guerras de Afganistán e Irak, y de dar respaldo a
las invasiones israelíes de Gaza y Líbano. El papel predominante de
los militaristas civiles (en su mayoría sionistas y funcionarios pro
Israel en el seno del Gobierno) y del lobby judío, dotado de tantas
cabezas, ha sido mucho más activo que el de los grandes empresarios
petroleros o del complejo militar-industrial a la hora de diseñar,
planificar y vender las guerras en serie contra los adversarios árabes
y musulmanes de Israel. Las consecuencias adversas de estas guerras
por delegación, en particular el alto precio del petróleo, han
llevado con el tiempo a la economía estadounidense a una recesión.
Para compensar los altos costes políticos y económicos incurridos
como resultado de la expansión militar estadounidense y las negativas
repercusiones que ya se reflejan en la economía, el Gobierno Bush ha
pasado de los anteriores secretarios del Tesoro provenientes de la
industria a un representante distinguido de Wall Street como Hank
Paulson. La estrategia de éste es operar dentro de los parámetros
establecidos por los neoconservadores y llevar a cabo decididamente
medidas de cortes y recortes en las políticas sociales, incluyendo la
privatización de la Seguridad Social. Ante una política de enormes y
crecientes presupuestos militares y, a la vez, de masivas rebajas de
impuestos para los ricos, la única opción para potenciar la expansión
económica en el exterior es poner billones de dólares de los fondos
de la Seguridad Social en manos de los operadores de Wall Street,
recortar los fondos de los programas estatales Medicare y Medicaid,
socavar la legislación corporativa para facilitar la “contabilidad
imaginativa” y las transferencias al exterior, incitar a las compañías
subsidiarias estadounidenses en el exterior a explotar el ahorro
local, e impulsar acuerdos comerciales bilaterales de cariz
neomercantilista que permitan a los subvencionados exportadores e
inversores tomar a su cargo las economías de los países satélites.
Se
plantea la pregunta de si Paulson, que es, como decimos, el asesor
económico más cercano a George W. Bush, conseguirá su objetivo de
expandir el imperio económico mientras el Pentágono y el
Departamento de Estado se dedican a sus guerras. Hay varias razones
que invitan a dudar de su éxito. Los anteriores intentos de Bush de
privatizar la Seguridad Social fracasaron. Si bien la inmensa mayoría
de los ciudadanos estadounidenses se opone abiertamente a la
privatización, Paulson va a desarrollar un proceso gradual que le
permita alcanzar una coalición “bipartidista”, especialmente
cuando la crisis fiscal resultante de la recesión llegue a rebajar
los ingresos por impuestos y aumente el volumen de las voces que
exigen “hacer algo” con los derechos sociales adquiridos, por
ejemplo recortarlos. La vía de los acuerdos comerciales bilaterales
seguirá transitándose, pero no es de esperar que vaya más allá de
algunos Estados satélites, especialmente en América Latina, debido a
la presión de las masas, la oposición de Venezuela y la naturaleza
no recíproca de las reformas liberales de EE UU (el mantenimiento de
las subvenciones agrarias). Si las guerras de Oriente Próximo siguen
erosionando el respaldo político de que dispone el Gobierno de Bush,
la capacidad de Paulson de desarrollar políticas sociales regresivas
se reducirá. Es difícil imaginar, incluso para la población de EE
UU, que ésta apoye la privatización de la Seguridad Social, los
recortes en Medicaid, un número creciente de bajas en Irak y Afganistán
y un aislamiento diplomático mundial como resultado de su apoyo a la
máquina de guerra de Israel. Podría pensarse que los partidarios de
la construcción del imperio económico lleguen a desplazar, en su
momento, a los civiles militaristas y los defensores a ultranza de
Israel, y establezcan un nuevo cóctel ideológico compuesto por
nacionalismo interior y expansionismo económico exterior. No
obstante, esto es poco probable que suceda bajo la atenta mirada de
Paulson, precisamente por sus vínculos con Wall Street, campeón por
excelencia de los movimientos internacionales de capital, y que vería
con seria preocupación cualquier variante de “nacionalismo” que
pudiera provocar efectos de imitación en el exterior.
El
éxito o el fracaso de Paulson en la aplicación de su reaccionaria
agenda destinada a alimentar el imperio económico dependerá en gran
medida del grado de movilización de la mayoría pasiva y el grado de
resistencia popular en Oriente Próximo: ambos factores pueden,
conjuntamente, socavar la capacidad de Paulson de crear una coalición
bipartidista de construcción de imperio.
.– Medicare y Medicaid:
programas públicos de seguro médico, de ámbito estatal y
federal, destinados generalmente a los ancianos, familias sin
recursos y discapacitados.
|