Migración
Los
“invasores de fronteras”
Por
Mike Davis
Sin
Permiso, 17/09/06
Traducción
de David Casassas
El
viajero que pasa hoy de Tijuana a San Diego se ve inmediatamente
sacudido por las chillonas palabras de una enorme valla publicitaria:
"¡Paremos la invasión de la frontera!" Promovido por el
furibundo grupo anti–inmigración de los Minutemen y sus escuadrones
de vigilantes, el mismo truculento eslogan hiere a quienes tratan de
cruzar otros pasos fronterizos en Arizona y Texas.
Los
Minutemen, que en alguna ocasión han sido definidos burlonamente como
payasos armados, se han convertido en altivas celebridades del
conservadurismo de base que controlan las principales estaciones de la
llamada AM hate radio, así como los más encendidos sitios de la
blogosfera de derechas. Tanto en el interior del país como en los
estados fronterizos, los candidatos republicanos pugnan
desesperadamente para ganarse su simpatía. Con un electorado alienado
ante el espectáculo de las carnicerías de Bagdad y de Nueva Orleáns,
el llamado Peligro Oscuro se ha convertido de golpe en el deus ex
machina republicano para mantener el control del Congreso en las
elecciones de noviembre.
Los
titubeos del Partido Republicano en el ejercicio de su hegemonía,
asentada durante demasiado tiempo en las cenizas del 11 de septiembre
y en las armas imaginarias de Saddam, plantean la necesidad urgente de
que aquél busque nuevas vías para hacerse con el control de los
suburbios. Nunca desde que Kofi Annan consideró el envío de sus
helicópteros negros para atemorizar Wyoming se había vivido una
amenaza para la República tan clara e inmediata como la que supone la
formación del siniestro ejército de aspirantes a matones que ha sido
dispuesto a lo largo de la ribera del Río Grande.
A
tenor de lo que vociferan todos estos demagogos, deberíamos asumir
que las torres gemelas fueron derruidas por devotos de la Virgen de
Guadalupe o que el español ha sido designado como la lengua oficial
de Connecticut. Tras el intento fallido de barrer el mal del mundo a
través de las invasiones de Afganistán y de Irak, los republicanos,
con el apoyo de ciertos sectores del Partido Demócrata, proponen
ahora que nos invadamos a nosotros mismos enviando a los Marines y a
los Boinas Verdes, junto con la Guardia Nacional, a los hostiles
desiertos de California y de Nuevo México, donde parece que la
soberanía nacional se halle en un brete.
La
distinción entre nativos e inmigrantes ha sido y es fuente de
fanatismo y punto de arranque de estrambóticas y surrealistas
caricaturas de la realidad. Y es que lo irónico del caso es el hecho
de que sí que existe algo que podría ser denominado como una
"invasión de la frontera", pero con la salvedad de que las
vallas de los Minutemen se hallan situadas en el lado equivocado de la
autopista.
Lo
que pocas personas reparan, por lo menos fuera de México, es que, al
mismo tiempo que todas esas niñeras, cocineros y empleados domésticos
se dirigen hacia el norte para hacerse cargo del lujoso tren de vida
de los airados republicanos, hordas de gringos se agolpan hacia el sur
para gozar de sus espléndidas pensiones de jubilación en asequibles
segundas residencias bajo el sol mexicano.
Sí:
tal y como reza la inmortal expresión de Pete Wilson,
"sencillamente, siguen viniendo". El Departamento de Estado
Norteamericano ha estimado que, a lo largo de la última década, el número
de estadounidenses que viven en México ha subido de 200.000 a un millón
–esto significa una cuarta parte del total de expatriados
estadounidenses–. El reciente crecimiento espectacular de las
remesas de Estados Unidos hacia México –de 9.000 millones de dólares
se ha pasado a 14.500 millones en sólo dos años– fue interpretado,
inicialmente, como el resultado de una lucha eficaz contra el trabajo
ilegal. Sin embargo, visto con mayor detenimiento, dicho fenómeno se
explica por el auto–envío de dinero por parte de los
estadounidenses para financiar sus casas y su estrenada vida de
jubilados en México.
Pese
a que algunos de ellos son ciudadanos que en su día obtuvieron la
nacionalidad estadounidense y que ahora vuelven a sus pueblos y
ciudades de nacimiento tras años y años de trabajo "al otro
lado", el director general de FONATUR, la agencia estatal para el
desarrollo del turismo, caracterizó recientemente al inversor medio
en suelo mexicano como "un hijo del baby boom que ha saldado
buena parte de su primera hipoteca y que empieza a percibir dinero
heredado".
De
hecho, de acuerdo con el Wall Street Journal, "estos cambios en
la propiedad del suelo anticipan lo que será una auténtica ola
demográfica. Con más de 70 millones de estadounidenses nacidos del
baby boom, de los que se espera que se jubilen a lo largo de las próximas
dos décadas, varios expertos predicen una enorme corriente migratoria
hacia climas más cálidos y regiones más baratas. A menudo se trata
de compradores que adquieren una propiedad inmobiliaria 10 o 15 años
antes de su jubilación, propiedad que utilizan como segunda
residencia o que, en algunos casos, ocupan durante la mayor parte del
año. Los promotores, que construyen comunidades cerradas, edificios
de apartamentos y campos de golf, cada vez sacan mayores beneficios de
esta tendencia".
Por
otra parte, el extraordinario incremento del valor de la propiedad
inmobiliaria en los estados del sur y del suroeste de Estados Unidos
confiere a los gringos un inmenso poder de influencia en la economía.
Los sagaces hijos del baby boom no se limitan a preparar sus nidos
para su eventual jubilación, sino que, cada vez más, especulan con
las reservas de suelo mexicano, elevando el precio de la propiedad más
allá de lo que se pueden permitir unos empobrecidos habitantes del país
que, como consecuencia, se ven empujados hacia barrios insalubres o
forzados a emigrar.
Al
igual que ocurre en Galway, Córcega e incluso en Montana, el boom
global de la segunda residencia está haciendo de la vida en bellos
espacios naturales algo totalmente inasequible para sus residentes
tradicionales. Muchos expatriados optan por establecerse en bien
dispuestos refugios para estadounidenses como San Miguel de Allende o
Puerto Vallarta; otros prueban en espacios más exóticos como la
Rivera Maya, en el Yucatán, o Tulum, en Quintana Roo. Pero lo más
interesante desde el punto de vista geopolítico es lo que está
ocurriendo en la Baja California, ese vasto apéndice desértico de
1.000 millas pegado al paralizado estado–nación gobernado por
Arnold Schwarzenegger, donde los agentes inmobiliarios se encargan de
alimentar, a través de unos sitios web que vierten sin cesar hiperbólicos
relatos, el fantasma de la amenaza que supone la inmigración ilegal.
Lo
que en esencia está ocurriendo es que la Alta California está
empezando a inundar la Baja California, en un proceso que puede hacer
época si, libre de todo tipo de bridas, se completa y, así,
consolida la intolerable marginalización social y la devastación
ecológica que ya se avizoran en la última región verdaderamente
fronteriza de México. Todas las contradicciones de la California
post–industrial –desbocado crecimiento del precio del suelo en la
zona costera, desarrollo suburbano incontrolado en valles interiores y
desiertos, autopistas congestionadas y ausencia de medios de
transporte de masas, crecimiento astronómico del uso de vehículos
motorizados como forma de esparcimiento, etc.– no hacen más que
anunciar la invasión de la maravillosa "península vacía".
Para utilizar un término proveniente de un pasado negro pero no
irrelevante, la Baja California puede convertirse en el lebensraum
californiano.
De
hecho, los dos primeros pasos hacia esta anexión informal ya se han
realizado. En primer lugar, bajo la bandera del NAFTA, la California
meridional ha exportado cientos de industrias contaminantes y de fábricas
en las que los trabajadores se hallan altamente explotados a las zonas
de maquiladoras de Tijuana y Mexicali. Asimismo, la Asociación Marítima
del Pacífico, que representa los intereses de las mayores empresas
navieras de la costa oeste, se ha coligado con corporaciones coreanas
y japonesas para forzar la construcción de un enorme
puerto–contenedor en Punta Coronel, 150 millas al sur de Tijuana, lo
que supondría un importante debilitamiento del poder de las centrales
sindicales de estibadores que operan en San Pedro y San Francisco.
En
segundo lugar, decenas de miles de jubilados y veraneantes gringos se
están apiñando a ambos extremos de la península. En el folleto
publicitario de un reciente congreso celebrado en la Universidad de
California–Los Ángeles (UCLA), se alardeaba de que, a lo largo de
la costa noroccidental, de Tijuana a Ensenada, "se encuentran ya
cerca de 57 urbanizaciones, lo que equivale a unas 11.000 casas o
apartamentos cuyo valor conjunto se acerca a los 3.000 millones de dólares
y que están enteramente destinados al mercado estadounidense".
Mientras,
en el tropical extremo sur de la Baja California, otra nueva
"Costa de Oro" se ha desplegado en la franja de 20 millas
que une el Cabo San Lucas y San José del Cabo. De hecho, "los
Cabos" forman parte también de este archipiélago de cálidas
urbanizaciones donde el crecimiento de dos dígitos de los valores de
la propiedad inmobiliaria atrae capital especulativo proveniente de
todos los lugares del mundo. Por su parte, los gringos de a pie pueden
participar de los beneficios de este glamouroso casino inmobiliario de
"los Cabos" adquiriendo y revendiendo sus hogares costeros o
sus fracciones de los bienes poseídos en régimen de multipropiedad.
Pese
a que los especuladores del Canadá occidental y de Arizona han dejado
su imponente rastro a lo largo de toda la zona meridional de la Baja
California, "los Cabos" se han convertido también en el
distrito turístico de Orange County, la región de donde proceden,
precisamente, los grupos más violentos de Minutemen –de ahí la
enorme cantidad de registros de aviones privados en el aeropuerto
local–. De hecho, parece que, para muchos acaudalados californianos
del sur, no existe contradicción alguna entre fustigar la
"invasión de inmigrantes" en presencia de los amigos
conservadores de Newport Marina y, al día siguiente, volar hacia
"los Cabos" para jugar al golf o salir al mar con sus kayak.
El
siguiente paso de esta colonización tardía de la Baja California lo
constituye la llamada "Escalera Náutica", un complejo de
puertos deportivos y estaciones marítimas cuyo coste se estima
cercano a los 3.000 millones de dólares y que será desarrollado por
la FONATUR. Se trata de un complejo que permitirá adecuar en ambas
costas inmejorables espacios para el establecimiento de todo un amplio
conjunto de clubes de navegación.
Y,
mientras, el "Show de Truman" ha alcanzado también la pequeña
y pintoresca ciudad de Loreto, en la costa de la península que da al
Golfo. La FONATUR ha unido sus fuerzas con una compañía de Arizona y
con "nuevos urbanistas" de Florida para construir los
"Pueblos de la Bahía de Loreto": 6.000 casas para
ciudadanos de origen estadounidense expatriados en un régimen
neo–colonial –un nuevo San Miguel de Allende para el Mar de Cortés,
en otras palabras–. Los gestores del proyecto de Loreto alardean de
que allá se encontrará lo último en diseño ecológico, a la vez
que se explotará la energía solar y se restringirá el uso del automóvil.
Sin embargo, al mismo tiempo el plan supondrá, en una sola década,
un aumento de la población de Loreto de los 15.000 habitantes
actuales a 100.000, lo que conllevará el mismo tipo de consecuencias
sociales y medioambientales que se pueden observar en la insalubre
periferia de Cancún y de otros centros turísticos de masas.
Uno
de los elementos más apreciados de la Baja California lo constituye
el hecho de que se hayan conservado los espacios todavía vírgenes
que, han desaparecido por completo en el resto del oeste
estadounidense. De ahí que los residentes locales, a la par que todo
un movimiento ecologista indígena muy activo y convincente, trabajen
para conservar este paisaje incomparable y para proteger el ethos
igualitarista que pervive en las pequeñas localidades y pueblos
pesqueros de la península. Sin embargo, la callada invasión de los
hijos del baby boom procedentes del Norte podría destruir, en una
sola generación, gran parte de la historia natural y de la cultura de
la frontera de la Baja California. Los centros turísticos de masas y
los suburbios neo–coloniales, así como la estrategia de desarrollo
regional de la FONATUR, que se halla centrada exclusivamente en el
turismo, aparecen como los últimos caballos de Troya del
estadounidense Manifest Destiny.
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