Nuevo
jefe del Pentágono
Gates,
el espía que surgió de las sombras
Por
Roberto Bardini
Bambú
Press, 10/12/06
Cuando
el ex secretario de Defensa estadounidense Donald Rumsfeld presentó
su renuncia el 8 de noviembre, no pudo evitar una última muestra de
arrogancia al señalar que el conflicto iraquí es “una guerra
desconocida, incomprendida, muy compleja como para que la gente la
entienda”.
Se
supone que su reemplazante, Robert Gates, está en condiciones de
comprender la complejidad del conflicto en Irak. Sobre todo si se toma
en cuenta que permaneció durante 26 años en la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), con un breve paso por el Consejo Nacional de
Seguridad (CNS). Desde los dos organismos dirigió operaciones
encubiertas en unos cuantos países de Asia Central, Oriente Medio y
Centroamérica.
El
CNS fue creado en 1947 por el presidente Harry Truman para servir de
“almacén de materia gris” de la Casa Blanca en asuntos de
seguridad nacional y política exterior. Con el paso de los años se
convirtió en una verdadera espina clavada en las encías de los
funcionarios profesionales y los diplomáticos de carrera del
Departamento de Estado, en cuyas áreas comenzó a intervenir sin que
ellos se dieran cuenta. Fue un auténtico nido de halcones,
partidarios de soluciones militares para problemas políticos.
De
63 años, Gates trabajó para seis presidentes, tanto demócratas como
republicanos, aunque es conocida su amistad con la familia Bush. Se
mantuvo en la CIA –y durante seis años en el CNS– bajo las
presidencias de Lyndon Johnson, Richard Nixon, Gerald Ford, James
Carter, Ronald Reagan y George Herbert Bush. Este récord sólo ha
sido superado por H. Edgard Hoover, quien permaneció al frente del
FBI a lo largo de 48 años y bajo ocho presidencias.
Nacido
en septiembre de 1943 en Wichita (Kansas), Gates fue reclutado para
trabajar en la agencia en 1966, durante el gobierno de Johnson.
Entonces tenía 23 años y estudiaba Historia en la Universidad de
Indiana. Antes de incorporarse a la agencia como analista, había
estado enrolado dos años en la Fuerza Aérea.
Gates
–que finalmente se doctoró en Historia de la Unión Soviética por
la Universidad de Georgetown– no se dedicó a la actividad académica
sino a su verdadera vocación: la diplomacia clandestina, las
operaciones encubiertas y los golpes de mano. Desempeñó un papel
clave durante la crisis de los rehenes de la embajada de Estados
Unidos en Irán (1979), la invasión soviética de Afganistán (1979),
la ayuda encubierta a los “contras” nicaragüenses (1980-1986) y
la primera Guerra del Golfo Pérsico (1991). En aquellos tiempos le
suministró armas, equipos de comunicación y unos cuantos miles de dólares
a los mujaidines conocidos como “árabes afganos” que
dirigía un ex estudiante saudita de Economía y devoto islámico
llamado Osama bin Laden.
Ya
en 1987, Gates fue nominado para convertirse en director de “la
compañía”. Su candidatura no prosperó porque carecía de apoyo el
Senado –imprescindible para el nombramiento– debido a su vinculación
con el escándalo “Irán-contras” o “Irangate”, como se
denominó una complicada operación encubierta a mediados de la década
del 80, durante la agresiva administración conservadora de Reagan.
Las
maniobras secretas, dirigidas por el ex teniente coronel de marines
Oliver North desde el Consejo de Seguridad Nacional, consistían en el
desvío ilegal hacia bancos suizos de dinero procedente de la venta de
armas a Irán para financiar a “contras” que intentaban derrocar
al gobierno del Frente Sandinista.
El
3 de noviembre de 1986, el diario libanés Al Shiraa destapó
el affaire: durante 18 meses Washington había mantenido
tratos confidenciales con Teherán para que intercediera ante la
organización chiita Hezbollah, que mantenía secuestrados a seis
estadounidenses en Líbano. Entre los rehenes se encontraba un pez
gordo: William Buckley, jefe de la estación de la CIA en Beirut,
capturado en marzo de 1984.
Las
negociaciones debajo de la mesa entre Estados Unidos e Irán se habían
concretado en seis embarques de armas norteamericanas –equivalentes
a cien millones de dólares y trasladadas por operadores israelíes–
entre agosto de 1985 y octubre de 1986. El dinero fue a parar a
cuentas secretas de los antisandinistas. Según The New York Times,
fue “la más desagradable sorpresa de política exterior en los últimos
25 años”.
Oliver
North, quien se definía a sí mismo como “el teniente coronel más
poderoso del mundo”, fue obligado a renunciar al Consejo de
Seguridad Nacional. Gates fue investigado, pero no se encontraron –o
no se quisieron encontrar– rastros de su vinculación con el “Irangate”.
Cuando
George Bush (padre) era presidente, en mayo de 1991 propuso a Gates
por segunda vez para director de la CIA y esta vez fue confirmado por
el Senado. El experto estuvo al frente del cuartel general de Langley
(Virginia) desde noviembre de 1991 hasta enero de 1993. Fue el primer
jefe de la central de espionaje que alcanzaba el más alto puesto en
el escalafón después de haber comenzado su carrera desde los
escalones más bajos.
Al
retirarse del servicio secreto luego de más de dos décadas y media
de carrera, Gates se convirtió en presidente de la Universidad
A&M de Texas, especializada en ciencia y tecnología. En 1996
publicó sus memorias bajo el título “Desde las sombras: La
historia de cinco presidentes contada desde dentro y cómo ganaron la
Guerra Fría”, en donde se manifiesta como un entusiasta
partidario de la diplomacia en penumbras, las operaciones secretas y
los golpes de mano sorpresivos.
Al
momento de ser convocado por George W. Bush para suplantar a Donald
Rumsfeld, el veterano especialista en inteligencia era miembro del
Grupo de Estudios sobre Irak, una organización bipartidaria dirigida
por el ex secretario de Estado James Baker –otro texano– y el ex
congresista demócrata Lee Hamilton, de Indiana. La comisión, creada
por el Congreso en abril de este año y discretamente apoyada por la
Casa Blanca, trabaja en recomendaciones sobre el país árabe ocupado
por el ejército de Estados Unidos y luego las presentará al
gobierno. Más de 60 expertos en Medio Oriente asisten al Grupo de
Trabajo.
A
diferencia de su arrogante antecesor, es posible que Gates sí
comprenda la complejidad del conflicto en Irak y que esté decidido a
lograr la mayor cantidad de resultados en el menor tiempo posible,
quirúrgicamente, con o sin anestesia.
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