¿Qué
“nueva estrategia” en Irak?
Por Immanuel Wallerstein
La Haine, 07/01/07
Traducción
de Ramón Vera Herrera
¿Por
qué Bush no pone fin a sus pérdidas? No puede. Su presidencia entera
gira en torno a la guerra de Irak. Si lo intenta, tendría que admitir
que es responsable de un desastre nacional. Así que no le queda sino
pedalear hasta 2009, para luego endosarle el desastre a algún otro.
Durante
un mes, George W. Bush ha proclamado que está en busca de una
“nueva estrategia” para la “victoria” en Irak, y que está
haciendo amplias consultas acerca de lo que será esta estrategia.
Dados los indicios y filtraciones, hay muy pocas personas que con el
alma en un hilo esperen el discurso presidencial donde revele sus
decisiones. La nueva estrategia promete ser la vieja estrategia, con
tal vez unos cuantos soldados estadounidenses más en Bagdad.
Por
vez primera, el presidente sí admitió que su país no está ganando
aún en Irak, pero que tampoco está perdiendo. El número de
personas, en Estados Unidos y otras partes, que están convencidas de
esto disminuye más y más. Una encuesta realizada a principios de
diciembre en seis naciones occidentales muestra que 66 por ciento de
los estadounidenses está en favor de una retirada de las fuerzas de
coalición, y en Italia, Alemania, Gran Bretaña, España y Francia
las cifras están en el orden de 73 a 90 por ciento. Como dijera el
Financial Times, “en muy pocas ocasiones Estados Unidos ha tenido
tal necesidad de amigos y aliados”.
El
7 de diciembre, aniversario de Pearl Harbor, un senador republicano,
Gordon Smith, que desde el inicio de la guerra la apoya, anunció que
había cambiado de opinión. “Yo, por mi parte, ya llegué al final
de la soga en lo referente a respaldar una política que tiene a
nuestros soldados patrullando las mismas calles, quienes de la misma
manera son volados en pedazos por las mismas bombas día tras día.
Eso es absurdo. Puede, aun, ser criminal. Ya no le puedo dar mi apoyo
a eso”.
Entonces,
¿por qué Bush hace tanto teatro acerca de una nueva estrategia si
claramente pretende continuar su vieja estrategia? Dos, las razones:
las elecciones de noviembre y el informe Baker–Hamilton.
Las
elecciones le mostraron a Bush que la política iraquí ha causado
serias averías en la fuerza electoral del Partido Republicano. Es
claro que se requiere más que despedir a Donald Rumsfeld para impedir
el desplome de los candidatos republicanos, en particular si 2007
resulta en mayor proporción de bajas en Irak, mayor limpieza étnica,
un descenso adicional del dólar y caída mayor en los niveles de vida
de 80 por ciento inferior de la población estadounidense.
En
cuanto al informe Baker–Hamilton, su frase inicial es: “La situación
en Irak es grave y se deteriora”. Mucho de la discusión de este
informe ha sido qué tanto el Grupo de Estudio sobre Irak podía
convencer a Bush de que siguiera sus numerosas y no tan audaces
sugerencias de cambio. Pero nunca fue éste su propósito. Ni Baker ni
Hamilton son tontos. Ambos son viejos adherentes de las políticas
estadounidenses. El propósito del informe era legitimar la crítica a
la vida política estadounidense, procedente del centro del
establishment tradicional, y claramente desató esta crítica. La
declaración del senador Smith da testimonio de esto. Otro testimonio
es la creciente osadía de los oficiales militares al hacer público
su profundo escepticismo.
Así
que, ¿qué ocurrirá ahora? Bush pujará en favor de su plan de
enviar más tropas estadounidenses. Como lo señalan todos los
comentaristas serios, esto no hará diferencia alguna en lo militar.
Por supuesto, si Estados Unidos enviara 300 mil soldados, podrían
sofocar tanto la insurgencia como la guerra civil. Pero aun enviar 30
mil soldados significará un increíble desgaste de la viabilidad y la
moral de los militares estadounidenses. Para junio de 2007, cuando
mucho, será claro aun para los más tercamente ciegos como Bush y los
neoconservadores que sobrevivan, que Estados Unidos se encuentra en un
callejón sin salida y se desangra profusamente.
¿Por
qué entonces Bush no pone fin a sus pérdidas? No puede. Su
presidencia entera gira en torno a la guerra de Irak. Si intenta poner
fin a sus pérdidas, tendría que admitir que es responsable de un
desastre nacional. Así que no le queda sino pedalear hasta 2009, para
luego endosarle el desastre a algún otro. Es decir, no tiene otra
opción aceptable para él. Pero Bush aprenderá algo en los
siguientes 18 meses. La situación está fuera de control y aun el
presidente de Estados Unidos puede verse forzado a hacer cosas que le
resultan aborrecibles.
Primero
que nada, está la presión del electorado estadounidense, y como tal,
la de los políticos. El número de republicanos racionales y de tímidos
demócratas que quieren apartarse de la guerra crece día con día. Lo
vemos en la declaración de Joseph Biden uno de los senadores demócratas
más conservadores, presidente entrante del Comité de Relaciones
Exteriores del Senado en el sentido de que sostendrá audiencias (es
claro que serán hostiles) sobre un aumento de tropas en Irak.
Mi
suposición es que, en la acalorada lucha demócrata por la nominación
presidencial habrá un impulso lento al principio y después muy
acelerado hacia una postura abierta contra la guerra. Esto lo
observamos en las posiciones asumidas por los aspirantes a la
presidencia, Barack Obama y John Edwards. Hillary Clinton no se quedará
a la zaga por mucho tiempo. Y cuando esto ocurra, o igualan esto los
aspirantes republicanos o se verán condenados a perder la elección.
Luego
están los generales. Parece que al nuevo secretario de Defensa,
Robert Gates, se le encomendó la tarea de alinear a los militares
disidentes. El general John Abizaid se “retirará” en unos cuantos
meses y el general George Casey ya limó su oposición abierta. Gates
seguramente se presiona a sí mismo para mantenerse alineado también.
¿Pero cuánto tiempo puede durar esto? Seis meses, cuando mucho. La
vida se vuelve difícil para un comandante en jefe que pierde guerras.
Eso es verdad en todas partes y en todo momento. No será diferente en
Estados Unidos de América.
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