Reescalada
de Bush en Irak
Por
Patrick Cockburn (*)
La Haine, 17/01/07
Uno
de los mitos americanos más largamente sostenidos en Irak es que si
hubiera habido más brigadas de combate en número significativo
durante el primer año de guerra, la insurgencia habría sido rápidamente
aplastada.
Durante
las denominadas guerras del opio entre Gran Bretaña y China en el
siglo XIX las fuerzas militares chinas sufrieron reiteradas derrotas.
Pero los oficiales de Beijing no se dieron por vencidos por esos
contratiempos porque creían que China poseía una arma secreta que
forzaría en última instancia a los británicos a negociar.
La
confianza de los oficiales de Beijing se basaba en la errónea
creencia de que tenían el monopolio mundial del suministro del
ruibarbo. Estaban convencidos, además, de que sin el consumo de
ruibarbo no podía haber movimientos intestinales naturales.
Interrumpir el suministro de ruibarbo a Gran Bretaña, eso propusieron
los astutos cortesanos del emperador, y los británicos tendrían que
combatir con la perspectiva de estreñimiento masivo. A pesar del
estado de cosas en el campo de batalla, se verían forzados a aceptar
las condiciones chinas.
Los
planes de la nueva Casa Blanca para obtener la victoria en Irak están
al mismo nivel de imbecilidad pueril que los planes de aquellos mal
informados oficiales chinos hacia 150 años. El plan que se anunciará
esta semana llega justo después de la espantosa y semipública
ejecución de Sadam Husein. Vista por la comunidad sunita de Irak, de
cinco millones, como un linchamiento sectario con la colaboración e
inducción de Estados Unidos, este asesinato garantiza que los grupos
insurgentes sunitas se llenaran de más reclutas de los que puedan
asimilar.
El
meollo del plan del presidente Bush para evitar la derrota consiste en
el famoso aumento de tropas americanas en Irak: entre 20.000 y 30.000
hombres, que se sumarían a los 145.000 soldados ya existentes. Se
espera que esas fuerzas extraordinarias consigan controlar el área
metropolitana de Bagdad (de una población de siete millones) y el
centro de Irak, objetivo en que el ejército americano ha fracaso en
los últimos tres años y medio.
Uno
de los mitos americanos más largamente sostenidos en Irak es que si
hubiera habido más brigadas de combate en número significativo
durante el primer año de guerra, la insurgencia habría sido rápidamente
aplastada. Generales del Pentágono críticos con el anterior
secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, ansiosos por atribuirle a él
toda la responsabilidad de la debacle, pretenden que todo habría ido
bien si hubiera enviado un contingente mayor. Durante el último año
se ha publicado una serie de best sellers en Estados Unidos ─la
mayoría a partir de información filtrada por estos mismos
generales─ que toman como hecho probado que la razón principal
del fracaso de Estados Unidos para controlar Irak fue la escasez de
tropas. Es el mismo argumento, en esencia, que se utiliza actualmente
para justificar el envío temporal de refuerzos.
Es
probable que para el ejército norteamericano el “aumento”
implique algo similar a lo que significó el corte de suministro de
ruibarbo para el chino. Creer en la utilidad del envío de refuerzos
es ignorar una de las principales lecciones de la guerra de Irak. A
los iraquíes no les gusta ser ocupados más que a cualquier otro
pueblo.
La
mayoría (...) nunca dio la bienvenida a la ocupación. El Grupo de
Estudios sobre Irak presidido por James Baker ya lo anunció. Mostró
que, según encuestas fiables, el 61% de los iraquíes era favorable a
ataques armados contra las fuerzas dirigidas por Estados Unidos.
La
ocupación siempre ha estimulado la insurgencia. Más tropas
americanas significa más resistencia. Todo el mundo en Bagdad quiere
hombres armados de su comunidad en que pueda confiar para que protejan
su calle. Un amigo del oeste sunita me dijo: “Los insurgentes
mujaidines han ordenado a todos los hombres jóvenes de nuestros
distritos que cojan sus pistolas y organicen turnos para estar
constantemente vigilados”.
Es
dudoso que Estados Unidos pueda minar la fuerza de las guerrillas
sunitas. Pero las tropas extraordinarias podrían ser utilizadas para
objetivos aún más arriesgados. Podrían ser utilizadas para
enfrentarse al Ejército del Mahdi, los seguidores del clérigo
nacionalista chiíta Muqtada al Sadr, en quien Estados Unidos cree que
se encuentra el origen de muchos de sus males.
El
gobierno norteamericano ha demostrado una extraordinaria incapacidad
de aprender algo de las lecciones de su fracaso en Irak. La última
vez que los hombres de Muqtada al Sadr lucharon contra Estados Unidos,
dos veces en 2004, perdieron numerosos milicianos, pero ganaron en
credibilidad a ojos de los iraquíes. Esta vez serán mucho más
fuertes. Tienen también mucha más legitimación para los iraquíes
que muchos de los exiliados que han regresado, los llamados moderados
que Washington intenta fomentar incesantemente a pesar de su escasa
valoración en las encuestas. La única certeza sobre el gobierno
“moderado” que intenta instalar Washington es que sea más
dependiente de Estados Unidos que el de Nouri al Maliki, el actual
primer ministro.
Existe
una historia oculta de la ocupación angloamericana de Irak. En 1991
el presidente George Bush padre no quiso derrocar a Sadam Husein por
miedo a que fuera sustituido por partidos religiosos chiítas próximos
a Irán. El mismo dilema que afrontó George W. Bush, hijo, después
de 2003. Cuando Estados Unidos fue obligado a celebrar elecciones en
2005, el 60% de los iraquíes chiítas votó por esos partidos.
Desde
entonces Estados Unidos ha intentado dividir la alianza política chiíta
y mantener al gobierno iraquí bajo su control efectivo. El señor al
Maliki dice que no puede mover una sola compañía sin el permiso de
Estados Unidos. El ejército norteamericano dijo que se estaba
transfiriendo la seguridad de Najaf a los iraquíes y pocos días
después fue asesinado el representante de Muqtada al Sadr en la
ciudad. Quizás Estados Unidos podría tener éxito si se aliara con
la Organización Badr ─las milicias del Consejo Supremo para la
Revolución Islámica de Irak entrenadas en Irán─ contra el Ejército
del Mahdi. Pero el resultado sería probablemente una guerra civil
entre chiítas, además de la guerra entre sunitas y chiítas y de la
guerra entre sunitas y Estados Unidos.
Mientras
la Casa Blanca pretende que puede evitarse la derrota americana en
Irak, las medidas reales para finalizar el conflicto languidecen. Los
fundamentos de la paz deberían incluir un enviado de paz:
probablemente un oficial de alto rango procedente del mundo árabe de
confianza de Estados Unidos y Oriente Medio que actuara al servicio de
Naciones Unidas. Debería empezar por convocar una conferencia
internacional en que se pudieran encontrar todos los actores de dentro
y fuera de Irak.
Un
tema central de la conferencia debería ser la retirada total de Irak
de las fuerzas americanas y británicas, sin dejar base alguna.
Cualquier acuerdo final debería adoptar la forma de tratado
internacional e incluir garantías para las minorías tales como los
kurdos iraquíes y los sunitas. Finalmente, Irak debería ser
neutralizado, como Austria en la Europa de los años cincuenta.
No
hay opción para nada de todo esto con el señor Bush. El cambio total
de política sería demasiado grande e implicaría admitir un fracaso
demasiado humillante.
En
lugar de ello, está respondiendo a un fracaso como el de la Primera
Guerra Mundial en el frente occidental enviando otro aumento de entre
20.000 y 30.000 hombres con la vana esperanza de poder dar finalmente
el gran paso adelante que le permita obtener la victoria.
(*)
Patrick Cockburn es un reconocido analista político norteamericano
que colabora con diversos medios de comunicación alternativos, como
Znet. Es el autor de The Occupation – War and Resistance in Iraq,
publicado por la editorial londinense Verso. Traducción para
sinpermiso.info: Daniel Escribano.
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