Descontento
por abajo y divisiones por arriba frente al desastre de Iraq
Crisis
política en Estados Unidos
Por
Claudio Testa
Socialismo
o Barbarie, periódico, 25/01/07
The New Yorker –una de
las publicaciones más tradicionales y prestigiosas de EEUU- apareció
hace dos semanas con una portada muy expresiva. En ella, George W.
Bush, caracterizado como Nerón, toca el arpa desde un podio con micrófonos.
La tapa tenía como titular: “Mientras arde Roma”.
Efectivamente,
“Roma” está en llamas... mientras Bush toca el arpa: es decir,
mientras propone como salida planes de guerra disparatados que van a
echar más nafta al fuego. Es que el imperialismo yanqui pasa por la
crisis política y militar más grave desde su derrota de 1974/75 en
la guerra de Vietnam. El epicentro de esta crisis, que ha
debilitado profundamente el peso hegemónico que EEUU tenía hace una
década en los asuntos mundiales, es su vergonzosa derrota en Iraq.
La
catástrofe de Iraq expresa, más ampliamente, el fracaso político y
militar del plan neoconservador, formulado en el famoso “Proyecto
para el Nuevo Siglo (Norte)Americano”. Este programa estratégico
fue puesto en práctica al llegar a la presidencia Bush y el equipo
neoconservador en 2001. Con la invasión de Afganistán, primero, y de
Iraq, después, trataron de poner los cimientos de un proyecto
neocolonial que (según decían) iba a darle al imperialismo yanqui el
absoluto dominio del planeta... y por todo el siglo XXI.
Como
venimos señalando desde hace mucho tiempo, el naufragio de este
proyecto “super-imperialista” constituye el elemento
determinante de la presente situación mundial. Sus consecuencias
se sienten cada vez más en todo el globo. En América Latina, es el
marco de la ola de “desobediencia” a Washington, cuya expresión más
notoria es Venezuela.
Dos cambios
importantes en la situación política de EEUU
El
año 2006, especialmente en su segunda mitad, marca un agravamiento
de esta crisis.
En
el campo de batalla de Medio Oriente, a la profundización de la
bancarrota en Iraq se le agregaron dos nuevos contrastes: en Afganistán,
los talibán, cada vez más fuertes, pasaron a la ofensiva; en Líbano,
la guerra desatada por Israel –saludada por Bush como el “tercer
frente en la lucha contra el terrorismo”– terminó en otra
derrota. Su resultado inmediato fue convertir a Hezbollah en la fuerza
hegemónica de Líbano y a su líder Nasrallah en el héroe del mundo
árabe e islámico.
En
EEUU, las elecciones legislativas de noviembre se transformaron en un plebiscito
contra la guerra. Los candidatos de Bush fueron derrotados y el
Partido Republicano perdió
la mayoría en ambas cámaras.
En
verdad, los triunfadores del Partido Demócrata nunca habían hecho
una oposición seria a la guerra. En los momentos decisivos, o
apoyaron decididamente el curso belicista, como es el caso de Hillary
Clinton, o se limitaron a lloriquear en el rincón, como estila Edward
Kennedy–. A pesar de su complicidad o cobardía, fueron los
beneficiados por el “voto castigo” contra Bush y la guerra.
Las
elecciones van a poner de manifiesto dos cambios muy importantes en
el “frente interno” del imperialismo yanqui:
1)
La mayoría de la población, que en el 2001 (gracias a los atentados
a las Torres) había sido ganada para apoyar las guerras coloniales de
Bush, ahora se vuelca masivamente en contra. En estos momentos,
según encuestas, sólo un 30% de la opinión pública aprueba la
guerra.
2)
La burguesía y sus políticos se dividen. Este es otro hecho
de trascendental importancia. El “Proyecto para el Nuevo Siglo (Norte)Americano”
nació como el programa de una corriente política particular
de la burguesía. Pero, en su momento, la aventura hegemonista de Bush
y sus guerras de conquista lograron el apoyo prácticamente unánime
de la clase dirigente y sus políticos. Ahora esta unanimidad no sólo
se ha roto, sino que las fracturas son “transversales”: agrietan
tanto al Partido Republicano como al Demócrata.
La
combinación entre el creciente descontento por abajo y las divisiones
por arriba han generado una situación política más favorable
para que finalmente ese descontento deje de ser pasivo. O sea,
para que se exprese mediante movilizaciones de masas contra la
guerra.
El
movimiento contra la guerra va creciendo y logrando un mayor impacto y
simpatía en la opinión pública. Pero aún hasta ahora es la
movilización de una amplia vanguardia. Sin embargo, como decíamos,
estos cambios en la situación política abren la posibilidad
(aunque, por supuesto, no la seguridad) de que finalmente se
produzca una irrupción de masas en protesta contra la guerra.
Contradictoriamente,
un factor que puede ayudar a eso es la decisión de Bush de “huir
hacia delante”. O sea, de no retirarse de Iraq sino, por el
contrario, de “escalar” la guerra enviando más tropas y,
eventualmente, atacando también a Irán.
Muchos
estadounidenses opuestos a la guerra van a ahora a comprobar que el
mero “voto castigo” y la mayoría demócrata en las cámaras no
van a detener por sí mismos al genocida Bush. El curso decidido por
Bush puede polarizar la situación política y, lo más
importante, podría convencer a muchos de que ha llegado la hora de
hacer algo.
Un
primer test en ese sentido podría ser la marcha sobre Washington
convocada por los movimientos contra la guerra para el próximo sábado
27.
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