¿Quién manda en
EE.UU.?
Por James Petras
La Haine, 01/02/07
Traducido
por Sonia Martínez y Sinfo Fernández, revisado por Caty R (*)
Entender, en el más amplio y profundo
sentido, cómo funciona el sistema político estadounidense, cómo se
toman las decisiones acerca de la guerra o la paz, quién consigue
determinadas cosas, cómo las consigue y por qué, requiere que nos
hagamos la siguiente pregunta: ¿Quién manda en EE.UU.?
Introducción
Al
abordar la cuestión acerca de los que gobiernan, necesitamos aclarar
un gran número de malentendidos, especialmente la confusión que se
produce entre aquellos que toman decisiones gubernamentales y los parámetros
socioeconómicos institucionales que definen los intereses a los que
se debe servir.
La
palabra “gobernar” es un término minucioso: define las normas que
deben seguir aquellos que toman las decisiones políticas y
administrativas en lo referente a la elaboración de gastos
presupuestarios, impuestos, legislación laboral y social, políticas
de comercio, asuntos militares y estratégicos acerca de la guerra y
la paz. Las “normas” se establecen, modifican y ajustan según la
composición específica de los sectores dirigentes de la clase
dominante. Las normas cambian según los cambios que se producen
dentro de la clase dominante. Los cambios de poder pueden reflejar las
dinámicas internas de una economía o las posiciones cambiantes de
sectores económicos dentro de la economía mundial, sobre todo el
ascenso y ocaso de los competidores económicos.
Las
normas impuestas por un sector económico de la clase dominante en un
momento de condiciones favorables en la economía mundial, se pueden
ver alteradas cuando aparecen nuevos sectores económicos dominantes y
condiciones externas desfavorables debilitan a los anteriores sectores
económicos dominantes. Como relataremos más abajo, el relativo y
absoluto ocaso del sector manufacturero estadounidense está
directamente relacionado con el crecimiento de un “sector
financiero” de múltiples dimensiones, así como con la creciente
competitividad de otros países manufactureros.
El
resultado es un proceso acelerado de liberalización de la economía,
favorecido por los sectores financieros en alza. La liberalización de
la búsqueda de flujos de inversiones fuera de la ley, de las compras
totales de acciones, de las adquisiciones y el comercio, incrementa el
beneficio, las comisiones, ingresos y primas. La liberalización
facilita la adquisición de activos por parte del sector financiero.
La competitividad en declive del anterior sector manufacturero
dominante, que dependía del proteccionismo estatal y de los
subsidios, conduce a políticas de “retaguardia” que intentan
poner de moda políticas poco prácticas que tratan de liberalizar en
el extranjero y ser proteccionistas en casa.
Para
responder a la pregunta “quién manda”, se debe especificar el
momento histórico y el lugar que vive la economía mundial. La
respuesta es complicada porque los cambios entre los sectores de la
clase dominante implican un prolongado “período de transición”.
Durante este período, tanto los sectores ascendentes como los que
declinan se entremezclan y los miembros de la clase que declina se
“convierten” al sector que está en alza. De ahí que, mientras el
poder entre los sectores económicos cambia, las agrupaciones de
clases dominantes no pierden ni descienden escalafones. Simplemente
cambian sus inversiones y se adaptan a las nuevas y más lucrativas
oportunidades creadas por el sector emergente.
Por
ejemplo, mientras el sector manufacturero estadounidense ha decaído a
causa del “capital financiero”, muchas de las más grandes
instituciones financieras se han pasado a los “sectores en
crecimiento”. En concomitancia, los sectores convertidos de la clase
dominante cambiarán sus políticas para una mayor liberalización,
debilitando fuertemente así las demandas de retaguardia del nada
competitivo sector manufacturero. Igualmente importantes dentro de los
sectores en declive de la clase dominante, los drásticos cambios
estructurales deben continuar, para recuperar provechosos rendimientos
y mantener la influencia y el poder. El más destacado de estos
cambios es el traslado de la producción al exterior para abaratar los
salarios, abaratar los impuestos, establecerse en lugares en los que
no existe el derecho a la sindicación, introducir las Nuevas Tecnologías
de la Información para reducir los costes de mano de obra e
incrementar la productividad y diversificar la actividad económica
para incorporar lucrativos “servicios” financieros.
Por
ejemplo, General Electric ha pasado de la manufactura a los servicios
financieros, ha trasladado la actividad intensiva de la mano de obra
al extranjero y ha informatizado las operaciones. A través de esto
movimientos, la distinción entre “manufactura” y capital
financiero se ha quedado obsoleta para describir a la clase dominante.
Han
conseguido que los viejos capitalistas de la manufactura retengan algún
tipo de poder político y económico en la clase dominante a través
de la subcontratación en el extranjero, Asia y México (General
Motors/Ford), la inversión en plantas en el extranjero para hacerse
con mercados exteriores, o muchos de ellos han pasado a las
operaciones comerciales de importación (zapatos, textiles, juguetes,
chips para electrónica e informática).
A
muchos de los empresarios de la manufactura locales que permanecen en
la clase dominante los encontramos como contratistas militares
viviendo de las rentas que generosamente les da el estado y
dependiendo del apoyo político de los congresistas y de los
sindicatos, ansiosos por asegurar el empleo de la empequeñecida clase
obrera del sector manufacturero.
Durante
este período de transición de cambios rápidos, que llegan a todos
los ámbitos, en la clase dominante, se han desatado enormes
oportunidades financieras por todo el mundo. Como resultado de las
tensiones políticas dentro de la “clase gobernante”, se van
elaborando tendencias políticas clave desde las más representativas
instituciones de Wall Street. Las políticas económicas clave,
especialmente aquellas que son más relevantes para la clase
dominante, suelen ser aplastantes en las manos de líderes punteros y
con experiencia de Wall Street.
Pese
(o más bien, debido) al ascenso de varios sectores de capital
financiero en la clase dominante y sus acuerdos en un gran número de
políticas económicas “liberalizantes”, éstos no son homogéneos
en todos sus puntos de vista políticos, ni en sus afiliaciones políticas,
ni en su política exterior. La mayoría de estas diferencias políticas
son cuestiones sin importancia –excepto sobre una materia donde se
encuentra la mayor y más creciente desavenencia: Oriente Próximo-.
Un
sector de la clase dominante, fuertemente alineado con el Estado de
Israel, apoya una política belicosa hacia los enemigos del estado judío
(Irán, Siria, Hezbolá y Palestina), frente a otro sector de la clase
dominante que quiere favorecer un acercamiento diplomático, que trata
de asegurar lazos de unión más fuertes con las elites árabes y
persas. Dado el cambio hacia una fuerte militarización de la política
exterior de EE.UU. (debido sobre todo al ascenso de los ideólogos
neoconservadores, la fuerte influencia del lobby sionista, y la
inestabilidad y fallos de sus políticas en Oriente Próximo y China),
la clase dominante ha presionado y se ha asegurado el control directo
sobre la política económica exterior.
Las
tensiones y conflictos dentro de la clase dominante –especialmente
entre los “Sioncons” y los “libre mercaderes”- se han tapado
gracias a los enormes beneficios económicos acumulados en todos los
sectores. Todos los sectores financieros de la clase dominante se han
enriquecido gracias a las políticas del Congreso y de la Casa Blanca.
También todos ellos se han beneficiado del ascenso de los “regímenes
liberales” de todo el mundo. Se han llevado los beneficios de la
fase de expansión de la economía internacional. Mientras el sector
financiero que gobierna, el sector inmobiliario y los sectores del
comercio han sido los mayores beneficiarios, han sido los grupos
financieros, particularmente los bancos de inversión, quienes han
abierto camino y quienes han ofrecido el liderazgo político.
El
ascenso del capital financiero
El
capital financiero tiene muchas caras y no se puede entender sin hacer
referencia a sectores específicos. Los bancos de inversión, fondos
de pensiones, fondos de cobertura, bancos de ahorros y préstamos y
fondos de inversión, son sólo unos pocos de los gestores operativos
de una economía “multitrillonaria”. Además, cada uno de estos
sectores cuenta con departamentos especializados involucrados en
diversos tipos de actividades especulativo-financieras, entre las que
se incluyen mercancías y divisas, comercio, adquisiciones en
consultoría y gestión y fusiones. Aparte de ciertos casos de
corrupción, asuntos judiciales, multas y encarcelamientos
ocasionales, el sector financiero marca sus reglas, controla a sus
reguladores y se ha asegurado la licencia para especular sobre todo,
en cualquier lugar y todo el tiempo. Han creado una estructura o
universo en el que se desarrollan todas las demás actividades económicas
(manufacturas, venta al por menor y sector inmobiliario).
El
“capital financiero” no es un sector aislado y no puede ser
contrapuesto a la “economía productiva” excepto en la más
marginal “actividad local”. En la mayoría de los casos, el
capital financiero interactúa con y es la fuerza conductora necesaria
en la especulación inmobiliaria, en los negocios agrarios, en la
producción de mercancías y en la actividad manufacturera.
En
cierto modo, los “precios de mercado” están tan influenciados por
la intervención de la especulación como lo están por la “oferta y
la demanda”. Igualmente importante es que toda la arquitectura del
“imperio del papel” (todo el complejo de inversiones financieras
interrelacionadas) dependa en última instancia de la producción de
mercancías y servicios. La estructura del poder y la riqueza toma la
forma de un triángulo invertido en el que un gran ejército de
trabajadores, campesinos y asalariados producen el valor que se
convierte en la base de instrumentos financieros cercanos y remotos,
simples y exóticos, lucrativos y especulativos. La transferencia de
valor desde las actividades productivas de la mano de obra por las
escaleras y ramas de los instrumentos financieros se realiza a través
de varios vehículos: los dueños financieros directos de las
empresas, créditos, aplazamientos de deuda, compras y fusiones.
La
tendencia de los “capitalistas productivos” es la de levantar una
empresa, innovar, explotar a los trabajadores, hacerse con los
mercados y, después, venderla o “hacerla pública” (ofertar
acciones de la empresa). El sector financiero actúa como un
intermediario, gestor, representante del comprador y consultor, todo a
la vez, que cobra generosos honorarios, expande sus imperios económicos
y… prepara el camino para niveles superiores de adquisiciones y
fusiones…
El
“capital financiero” es la comadrona de la concentración y
centralización de la riqueza y el capital, así como el dueño
directo de los medios de producción y distribución. Al exigir cada
vez mayores “tributos” o “alquileres” (comisiones u
honorarios) en cada una de las transacciones de capital a gran escala
que realiza, el capital financiero se ha encaminado hacia la penetración
y el control de una enorme variedad de actividades económicas,
transfiriendo el capital a lo largo de las fronteras nacionales y
sectoriales, obteniendo beneficios y participaciones de dumping según
los negocios, el producto y el ciclo de ganancias.
Dentro
de la clase dominante, la elite financiera es el miembro más
parasitario y sobrepasa a los líderes de los negocios (CEO’s) y a
los mejores emprendedores en riqueza y ganancias anuales. No alcanza
los ingresos anuales y los activos de los emprendedores super ricos
como William Gates y Michael Dell.
La
clase financiera dominante está estratificada internamente en tres
subgrupos: en lo alto encontramos a los grandes agentes financieros de
capital privado y gestores de fondos de cobertura, seguidos de los
presidentes de Wall Street, quienes sucesivamente están cerca del
siguiente escalón de los socios de mayor antigüedad o los vice
presidentes de grandes fondos de capital de inversión privados, a
quienes siguen sus homólogos en los fondos de capital de inversión públicos
de Wall Street.
Los
más importantes gestores y ejecutivos de fondos de cobertura han
ganado mil millones de dólares o más en un año –cantidad que es
varias veces lo que los miembros del grupo de líderes de los negocios
(CEO’s) ganaron en compañías de inversión que cotizan en bolsa-.
Por ejemplo, en 2006, Lloyd Blankfein, líder empresarial de Goldman
Sachs, ganó 53,4 millones de dólares, mientras que Dan Ochs,
ejecutivo del fondo de cobertura Och-Ziff Capital, se pagó a sí
mismo 220 millones de dólares. Ese mismo año, el alto ejecutivo de
Morgan Stanley recibió 40 millones de dólares, mientras que al
presidente del fondo de cobertura Citadel le pagaron alrededor de 300
millones de dólares.
Mientras
los especuladores de los fondos de cobertura reciben los salarios
anuales más elevados, los presidentes en empresas de capital privado
pueden llegar a esas cantidades, que ascienden a cientos de millones,
a través de transacciones de honorarios y dividendos especiales de
sociedades de cartera. Esto es lo que sucedió en 2006, cuando las
compras de acciones alcanzaron un récord de 710 mil millones de dólares.
El dinero rápido, para los ejecutivos de capital privado, viene de la
acumulación de intereses que éstos tienen en sus sociedades de
cartera. Normalmente rozan el 20% de beneficios, que se hacen
efectivos cuando un grupo vende o enumera sus sociedades de cartera.
En ese momento, el salario asciende a cientos de millones de dólares.
Un
subapartado de la clase dominante financiera está integrado por los
“agentes financieros junior” de empresas de capital privado que
cobran unos 500.000 dólares al año. En el último escalafón se
encuentran los “agentes financieros junior” de las compañías de
inversión que cotizan en bolsa (Wall Street) quienes ganan una media
de 350.000 dólares en un año. La clase dominante financiera está
constituida por estas elites multi-billonarias de los fondos de
cobertura, agentes financieros públicos y privados y sus socios en
las grandes y prestigiosas firmas corporativas de asesoría legal y de
contabilidad. Éstos, sucesivamente se vinculan con las autoridades
del ámbito judicial y legislativo a través de nombramientos políticos
y contribuciones económicas, y por su posición central en la economía
nacional.
Dentro
de la clase financiera dominante, los líderes políticos no suelen
provenir del ámbito de los especuladores más ricos de los fondos de
cobertura, ni mucho menos del ámbito de los “agentes financieros
junior”. Los líderes políticos provienen de los bancos de capital
público y privado, a saber Wall Street –especialmente Goldman Sachs,
Blackstone, el Grupo Carlyle y otros-.
Éstos
se organizan y patrocinan tanto a la mayoría de partidos, como sus
campañas electorales. Presionan, negocian y dibujan la legislación más
favorable y comprensiva en lo referente a estrategias globales
(liberalización y apertura) y políticas sectoriales (reducción de
impuestos, presión del gobierno en países como China para
“abrir” sus servicios financieros a la penetración extranjera,
etcétera). Presionan a los gobiernos para que “ayuden” a las
compañías especuladoras que se encuentran en bancarrota o han
quebrado y para que ajusten el presupuesto reduciendo los gastos
sociales en vez de aumentar los impuestos en los beneficios
especulativos obtenidos de sus “ganancias inesperadas”.
La
danza de los billones: el capital financiero recoge los beneficios de
su poder
Los
especuladores mundiales tuvieron un año espectacular en 2006, ya que
los valores de renta variable globales obtuvieron ganancias de dos dígitos
en EE.UU., Europa y los mercados asiáticos. China, Brasil, Rusia y la
India fueron los centros de los beneficios especulativos, mientras el
índice FTSE [1] en China subió hasta un 94%, la bolsa de valores de
Rusia alcanzó un 60%, la Bovespa de Brasil un 32,9% y la Sensex de la
India llegó hasta el 46,7%. Estas subidas de las bolsas de valores se
debieron, en gran medida, a los créditos baratos (para especular), a
una fuerte liquidez (inmensos beneficios y rentas financieras a partir
del petróleo y de las materias primas) y a las denominadas
“reformas”, que facilitaron el acceso de los grandes inversores
extranjeros a los mercados de China, India y Brasil. Los mayores
beneficios en el terreno de la especulación en bolsa de valores se
registraron en regímenes putativos de “centro-izquierda” (Brasil
e India) y en la China “comunista”, que se han realineado tras los
sectores “dirigentes” más retrógrados de la clase dominante
financiera.
El
boom de la bolsa de valores en Rusia refleja un proceso diferente, que
implica la re-nacionalización de los sectores del gas y del petróleo
a expensas de los gángster-oligarcas de la era de Yeltsin y los
contratos “a precios de saldo” concertados con las compañías de
gas y petróleo europeas y estadounidenses (Shell, Texaco). Como
consecuencia, inesperados e inmensos beneficios se reciclaron
internamente entre los millonarios de la nueva era Putin, que se han
embarcado en un consumo conspicuo, especulación e inversiones en
empresas mixtas con fabricantes extranjeros en las industrias
relacionadas con los transportes y la energía.
El
cambio hacia el capital especulativo de control exterior que ha
aparecido en China, India y Brasil aparece en dirección opuesta a la
inversión patrocinada en el ámbito “nacional y estatal” en las
cuentas rusas ante la irracional y vitriólica hostilidad exhibida por
la prensa financiera occidental.
Una
de las mayores fuentes para lograr beneficios se sitúa en el área de
las “fusiones y adquisiciones” (M&A, en sus siglas en inglés):
los conglomerados multinacionales de compra-venta, con 3.900 millones
de dólares de transacciones en 2006. Los bancos inversores recogieron
18.800 millones de dólares en “honorarios” que produjeron primas
multimillonarias en dólares para los banqueros de las “M&A”.
Las M&A, bien sean hostiles o favorables, implican actividades
especulativas impulsadas en gran medida por la deuda barata y llevan a
una mayor concentración de propiedades y beneficios.
Se
dice que, actualmente, el 2% de los hogares poseen el 80% de los
activos mundiales. Dentro de esta pequeña elite, una parte, empotrada
en el capital financiero, posee y controla el grueso de los activos
mundiales y organiza y facilita todavía más la concentración de
conglomerados. El valor de las M&A especulativas a escala mundial
es un 16% más alto que la cresta de la ola del boom especulativo
“DOTCOM” (2) del año 2000. Sólo en EE.UU. se alcanzaron los
400.000 millones de dólares en transacciones de capital riesgo,
cantidad tres veces superior a la del año anterior.
Para
entender quiénes son los miembros dirigentes de la clase dominante
financiera, sólo se necesita mirar los diez bancos privados de
acciones y valores y las cifras de transacciones en M&A en que las
que aparecen implicados:
Clasificaciones
de capitales de riesgo por transacciones M&A
a lo largo del año 2006, hasta el 20 de diciembre
(Private equity rankings by M&A deals - Year to Dec 20 2006)
|
Estados Unidos
|
Valor en miles de millones
|
Número
|
Blackstone
|
85.3
|
12
|
Texas
Pacific
|
81.9
|
11
|
Bain
Capital Partners
|
74.7
|
9
|
Thomas
H Lee Partners
|
53.4
|
6
|
Goldman
Sachs
|
51.2
|
5
|
Carlyle
|
50.0
|
14
|
Apollo
Management
|
44.9
|
7
|
Kohlberg
Kravis Roberts
|
44.5
|
3
|
Merrill
Lynch
|
35.9
|
3
|
Cerberus
Capital Management
|
28.6
|
4
|
Total
de la industria
|
402.6
|
1,157
|
Fuente:
Financial Times 12/27/2006 p 13 -
FT montage: Bob Haslett
|
El
hecho crucial es que estos bancos de capital de riesgo se han
introducido en todos los sectores económicos, en todas las regiones
de la economía mundial, especulando cada vez más con los
conglomerados que han adquirido. En la época de dominio del capital
financiero especulativo, no es sorprendente que los tres principales
bancos de inversiones: Goldman Sachs, Leman Brothers y Bear Stearns
informen de beneficios anuales récord, debido a su expansión por
Europa y Asia y a sus transferencias de beneficios de los sectores de
la industria y servicios al sector financiero.
En
el año 2006, Goldman Sachs (GS) registró el año más rentable para
un banco de inversiones de Wall Street, a base de grandes
(especulativas) “ganancias obtenidas del comercio y de inversiones
lucrativas en las fábricas de explotación más salvaje de los
trabajadores de Asia”. GS informó de un salto de un 69% en las
ganancias anuales hasta llegar a los 9.540 millones de dólares. Los
bancos de capital de riesgo Lehman Brothers (LH) y Bear Stearsn (BS)
también registraron un récord de ganancias. LB ganó 4.000 millones
de dólares en el año y SB 2.100 millones. A lo largo del año,
reservó 334.000 dólares para los banqueros jóvenes, mientras los
grandes especuladores y banqueros ganaban un gran múltiplo de esa
suma.
Durante
el año 2006, las rentas de los bancos de inversión alcanzaron casi
los 38.000 millones de dólares, comparados con los 25.000 de 2004, un
aumento de un 34% (Financial Times, 13 diciembre 2006, pág. 15).
La
supremacía del capital financiero ha venido gestándose a partir de
la actividad especulativa de los interventores y directores de las
compañías de propiedad estatal. Propiedad “estatal” es un término
ambiguo, ya que plantea una cuestión mucho más precisa: “¿Quién
tiene la propiedad del Estado”? En Oriente Próximo hay siete compañías
de gas y petróleo de propiedad estatal. En seis de esas compañías,
los principales beneficiarios son una pequeña elite dominante.
Reciclan sus ingresos y beneficios a través de bancos de inversión
estadounidenses y de la UE, en gran parte a través de bonos, bienes
inmuebles y otros instrumentos financieros especulativos (Financial
Times, 15 diciembre 2006, pág. 11).
La
propiedad estatal y el capital especulativo, en el contexto de las
cerradas clases gobernantes del modelo de “Estado del Golfo”, son
actividades complementarias, no contradictorias. El régimen
gobernante en Dubai invierte las rentas del petróleo en construir un
centro financiero regional. Muchos bancos inversores de dirección
judeo-estadounidense de Wall Street cohabitan con nuevas instancias
inversoras con sede en países islámicos, recogiendo ambos sistemas
beneficios especulativos.
Gran
parte de los fondos de inversión que están ahora en manos de bancos
inversores estadounidenses, fondos de protección y otros sectores de
la clase dirigente financiera se originaron en beneficios extraídos
de los trabajadores del sector manufacturero y de servicios. Dos
procesos mutuamente relacionados llevan al crecimiento y predominio
del capital financiero: la transferencia del capital y los beneficios
del sector “productivo” al financiero y especulativo y la
transferencia de capital financiero en el extranjero, en forma de
absorciones de activos extranjeros ahora equivalentes al 80% del PIB
de EE.UU.
Las
raíces del capital financiero se empotran en tres formas de explotación
intensificada: 1) de trabajo (a través de horas interminables,
transferencia de pensiones y costes sanitarios del capital al trabajo,
congelación de salarios mínimos, sueldos y salarios reales
estancados y cada vez más bajos); 2) de beneficios del sector
industrial (a través de alquileres más altos, transferencias
intersectoriales hacia instrumentos financieros, tarifas y pago de
intereses y comisiones para fusiones y adquisiciones); y 3) a través
de políticas estatales fiscales que rebajan los impuestos que gravan
el capital, aumentan los valores pasados a pérdidas y los incentivos
impositivos para las inversiones extranjeras y que imponen impuestos
regresivos en el ámbito federal, estatal y local.
El
resultado es, por una parte, que aumenta la desigualdad entre los
banqueros de siempre y los jóvenes, el capital de riesgo público y
privado, la inversión y los directores de fondos protegidos y su séquito
de abogados, contables y, por otra parte, los sueldos y los
trabajadores asalariados. Las ratios de ingresos fluctúan de 400 a 1
y de 1.000 a 1, entre la clase gobernante y los salarios medios y de
los trabajadores.
Crisis
de las clases medias y trabajadoras (La clase dominante empieza a
preocuparse)
Los
niveles de vida de la clase media y trabajadora y de los pobres
urbanos han empeorado sustancialmente a lo largo de los últimos
treinta años (1978-2006), hasta un punto en que se puede apuntar un
desarrollo veloz de la crisis. Aunque, a lo largo de 2005, los
salarios reales en dólares por hora se estancaron, la sanidad, las
pensiones, la energía y los costes educativos (cada vez más
insoportables para los salarios de los trabajadores) se dispararon. Si
se incluyen en la ecuación la ampliación en el tiempo de trabajo y
la intensificación de la producción en el lugar de trabajo (aumento
de la productividad), está claro que los niveles de vida (incluido el
trabajo) se han desplomado. Incluso la prensa financiera puede llegar
a escribir artículos titulados: “¿Por qué los estadounidenses
normales y corrientes se han quedado sin los beneficios del
crecimiento?” (Financial Times, 2 de noviembre de 2006, pág. 11).
Los
bancos, financieros e inversores se encargan de asesorar y dirigir la
“reestructuración” de empresas para fusiones y adquisiciones
mediante reducciones, subcontratas, devoluciones y otras medidas de
recorte de costes. Esto ha provocado una movilidad descendente para
los trabajadores asalariados que conservan sus puestos de trabajo
aunque su seguridad es cada vez más precaria. Es decir, cuanto
mayores son los salarios, bonos, beneficios y rentas para la clase
dominante financiera implicada en la “reestructuración” de
fusiones y adquisiciones, mayor es el deterioro de los niveles de vida
de la clase media y trabajadora.
Un
indicador de la enorme influencia de la clase dominante financiera en
el incremento de la explotación de la mano de obra es la enorme
disparidad entre productividad y salarios. Entre 2000 y 2005, la
economía estadounidense creció un 12%, y la productividad (medida
por el rendimiento por hora de trabajo obtenido en el sector
empresarial) subió hasta un 17% mientras que los salarios por hora sólo
un 3%. Los ingresos reales familiares cayeron durante el mismo período
(Financial Times, 2 de noviembre de 2006, pág. 11). Según una
encuesta realizada en noviembre de 2006, las tres cuartas partes de
los estadounidenses manifestaron que están peor o que al menos no están
mejor de lo que estaban hace seis años (FT, 3 de noviembre de 2006, pág.
13).
El
impacto de las políticas de la clase dirigente financiera tanto sobre
el sector industrial como sobre el de servicios transciende su revisión
de beneficios, apalancamiento de créditos en operaciones
empresariales y prácticas de administración. Abarca toda la
arquitectura de los ingresos, inversión y estructura de clases. El
aumento de inmensas desigualdades entre los pagos anuales a la clase
gobernante financiera y el salario medio de los trabajadores ha
alcanzado cotas sin precedentes. Las elites financieras reciben
ingresos en una proporción de entre 500 a 1000 veces lo que recibe un
trabajador medio, dependiendo de lo reducida o ampliamente que se
conciba a la clase dirigente financiera.
Miembros
de la clase dirigente financiera han observado estas inmensas y
crecientes desigualdades y han expresado alguna preocupación por sus
posibles repercusiones sociales y políticas. Según el Financial
Times (21 de diciembre de 2006) el multimillonario Stephen Scwartzman,
presidente ejecutivo del grupo de capital riesgo Blackstone advirtió
“que la brecha, cada vez más amplia, entre la espléndida variedad
de pagos en Wall Street y los estancados salarios del estadounidense
medio está causando una violenta reacción social y política contra
los ‘Nuevos Ricos’ estadounidenses”. El Secretario del Tesoro y
antiguo director ejecutivo de Goldman Sachs, Hank Paulson, admitió
que el estancamiento de los salarios medios era un problema y que con
una “fuerte expansión económica, muchos estadounidenses
sencillamente (¡sic!) no perciben beneficio alguno” (FT, 2 de
noviembre de 2006), pág. 11).
Ben
Bernanke, Presidente del Banco de la Reserva Federal testificó ante
el Senado que “la desigualdad es una preocupación potencial para la
economía de EE.UU.… hasta el punto en que los ingresos y la riqueza
se van distanciando. Pienso que no es una tendencia positiva” (Ibid).
En 2005, la proporción del ingreso nacional en el PIB que va a parar
a los beneficios, rentas y otras fuentes no salariales alcanza niveles
récord: 43%. La desigualdad en la distribución del ingreso nacional
en EE.UU. es la peor de todo el mundo capitalista desarrollado. Además,
los estudios que tienen en cuenta series de datos a lo largo del
tiempo revelan que en EE.UU. la desigualdad aumentó mucho más y la
movilidad social intergeneracional fue mucho más difícil que en ningún
país de Europa Occidental.
El
crecimiento de las monstruosas y rígidas desigualdades de clase
refleja la estrecha base social de una economía dominada por el
capital financiero, sus vínculos incardinados intergeneracionales y
las exorbitantes cuotas de matrícula (50.000 dólares por curso con
pensión completa) en las universidades privadas de elite y en las
escuelas de posgrado de ciencias empresariales. Igualmente importante
es que el poder político del capital financiero y sus
“conglomerados” asociados ejercen en EE.UU. un poder político
incontestable en comparación con cualquier país europeo. Como
consecuencia, el gobierno estadounidense redistribuye la riqueza mucho
menos a través de impuestos y seguridad social, sistema educativo y
sanitario que otros países (Ibid).
Aunque
algunas autoridades financieras expresan cierta ansiedad ante una
posible “reacción violenta” por la división de clases cada vez más
profunda, ni una sola apoya, en público, impuesto alguno u otras
medidas redistributivas. En su lugar piden aumentos para los niveles
superiores, formación continuada en los puestos de trabajo y mayor
movilidad geográfica, aunque sea precisamente la clase media educada
la que más está sufriendo el estancamiento salarial.
Ni
la mayoría del Partido Demócrata en el Congreso, ni el ejecutivo
controlado por los republicanos ofrecen propuesta alguna que pueda
hacer frente al dominio de la clase dirigente financiera y tampoco hay
ninguna propuesta para cambiar las políticas más retrógradas que
están provocando las crecientes desigualdades, el estancamiento
salarial y la creciente rigidez de la estructura de clase. Tanto el
Wall Street Journal como el Financial Times se han referido al porqué
de esto: Una parte abrumadora de los fondos que los demócratas
dedican en el ámbito nacional a las campañas electorales viene de
los financieros de Wall Street o de los empresarios del software de
Silicon Valley (FT, 3 de noviembre de 2006, pág. 13).
La
campaña electoral demócrata para el Congreso estuvo estrechamente
controlada por dos de los demócratas favoritos de Wall Street, el
Senador Charles “Ante todo Israel” Schumer y el congresista Rahm
Emmanuel, que financiaron selectivamente a candidatos belicistas, pro
Wall Street e incondicionales de Israel. Los demócratas que
criticaron a los jefes de los comités estratégicos del Congreso,
como el sionista Barney Frank, han anunciado ya que tienen “buenas
relaciones de trabajo” con Wall Street.
La
Clase dominante financiera también gobierna
Las
clases dominantes que controlan la economía están en el vértice
superior de la estructura social y establecen los parámetros y normas
con las que operan los políticos. En la actualidad, pocos son los que
aparecen directamente implicados en la política del Congreso,
prefiriendo construir imperios económicos mientras canalizan el
dinero hacia candidatos dispuestos a seguir sus órdenes. Sólo cuando
se produzca una hipotética división, especialmente dentro del
Ejecutivo, entre los intereses de la clase dominante y las políticas
del régimen, será cuando los miembros de la elite de la clase
dominante intervengan directamente o utilicen la posición de un alto
ejecutivo para “rectificar” la política.
El
poder político de la clase dominante: Paulson se hace cargo del
Tesoro
Durante
el régimen de Bush se produjeron varias divergencias graves entre el
capital financiero y los políticos. Estos políticos perjudicaron o
amenazaron con daños severos a sectores importantes de la clase
dominante financiera. Esos daños se referían a: 1) las políticas
agresivas proteccionistas y militaristas seguidas por altos oficiales
del Pentágono y Senadores “sionistas-neocon” hacia China; 2) el
veto político del Congreso a la venta de la gestión portuaria
estadounidense a una compañía de propiedad estatal del Golfo y a una
compañía petrolífera estadounidense a China; 3) el fracaso del régimen
de Bush a la hora de asegurar la privatización de la seguridad social
y debilitar una serie de medidas reguladoras introducidas tras las
enormes estafas corporativas (Enron y World Com) y de Wall Street, y
4) la necesidad de controlar el desordenado crecimiento del déficit
fiscal como consecuencia de las guerras de Oriente Próximo, los
inflados déficit comerciales y el debilitamiento del dólar.
Los
titulares de la prensa financiera (FT, 4 de diciembre de 2006, pág.
3) exponen con claridad la intervención directa del capital
financiero en la política clave de la Casa Blanca:
“Los
Altos Licenciados de Goldman Sachs ejercen su influencia en la Casa
Blanca”
y
“Antiguos ejecutivos de la banca mantienen un poder sin precedentes
dentro de la administración estadounidense”
Las
clases dominantes de la industria y las finanzas de EE.UU. han
influido, asesorado y formulado en gran medida la política de los
presidentes estadounidenses. Pero dados los intereses, riesgos y
oportunidades que afronta la clase dominante financiera, se han
colocado directamente en puestos gubernamentales clave. Lo que no
tiene precedentes es la presencia dominante de miembros provenientes
de un banco inversor: Goldman Sachs. A finales de noviembre de 2006,
el alto ejecutivo de Goldman Sachs (GS) William Dudley se apoderó del
grupo de mercados de Nueva York en el Banco de la Reserva Federal.
Hank
Paulson, antiguo director ejecutivo de GS es el Secretario del Tesoro
(designado especialmente por el Presidente Bush como zar indiscutible
de todas las políticas económicas). Reuben Jeffrey, un antiguo socio
directivo de GS es el jefe inspector de futuros de materias primas y
opciones comerciales; Joshua Bolten, Jefe de Gabinete de la Casa
Blanca (decide quién, cuándo y cuánto tiempo se entrevista con Bush,
es decir, fija la agenda de Bush) sirvió como director ejecutivo de
GS. Robert Steel, antiguo vicepresidente de GS, asesora a Paulson en
finanzas domésticas. Ranall Fort, ex director de seguridad global de
GS, asesora a la Secretaria de Estado Rice. Antiguos directivos de GS
dominan también el grupo de trabajo de Bush sobre mercados
financieros y administración de crisis financieras.
Los
banqueros inversores que hacen uso de poder estatal controlarán a los
mayores gigantes en el sector de la vivienda del régimen de Bush (Fannie
Mae y Freddie Mac), la política impositiva, los mercados energéticos
(todas ellas cuestiones que afectan directamente a los bancos
inversores). Es decir, los bancos financieros serán “controlados”
por sus propios ejecutivos. El capital financiero con dominio absoluto
sobre el poder político se pone de evidencia en la total carencia de
crítica por ninguna parte. Como un periódico financiero señaló:
“Ni el Sr. Bush ni Goldman han sido criticados por los demócratas
por mantener tantos puestos de trabajo influyentes, en parte porque el
banco inversor (GS) también tiene vínculos profundos con los demócratas.
Goldman representó para los demócratas la mayor base donante en las
elecciones a medio plazo de este año (2006)”. (FT, 4 de diciembre
de 2006).
Entre
los primeros movimientos de Paulson estuvo el de organizar una
delegación de alto nivel a China y un grupo de trabajo para la
formación de una “sociedad estratégica”. Su misión es acelerar
la “apertura” de los mercados financieros de China a la penetración
y absorción de los fondos de inversión dirigidos por EE.UU. Eso
representa una potencial ventana de oportunidades de miles de millones
de dólares. Al tomar la iniciativa, Paulson espera socavar la cohorte
de neocon, de militaristas del Pentágono y de la Casa Blanca que están
en contra de China, así como a los tranquilos partidarios de la
independencia taiwanesa y demagogos chauvinistas del Congreso, como el
senador Shumer, que amenaza con minar las lucrativas relaciones económicas
chino-estadounidenses.
Para
rebajar el déficit fiscal, Paulson propone “reformar” los
derechos adquiridos: reducir el gasto sanitario y desarrollar un
acuerdo con los demócratas para privatizar poco a poco la seguridad
social.
Donde
el capital financiero no ha podido crear una estrategia económica
coherente es en relación con las guerras de Washington en Oriente Próximo.
Debido a la fuerza del lobby sionista, Paulson ha fracasado a la hora
de formular una estrategia en muchos de los puestos directivos de Wall
Street –incluidos sus portavoces no oficiales: el Wall Street
Journal y el NY Times-. Ni siquiera se avino a manifestar su acuerdo
con el propósito del informe Baker del Grupo de Estudio sobre Iraq de
reducir de forma gradual las tropas, por miedo a granjearse las
antipatías de algunos de los antiguos ejecutivos clave de Goldman
Sachs, Stern, Lehman Brothers et al, que siguen la línea “ante
todo, Israel”. Como consecuencia, Paulson tiene que trabajar en los
alrededores del lobby, centrándose en las negociaciones con las
monarquías de las ciudades-estado del Golfo y con Arabia Saudí para
evitar otra desastrosa repetición de la venta de administración al
Puerto de Dubai.
Paulson
quiere sobre todo evitar una interferencia política sionista en las
dos vías de flujo de capital financiero entre los complejos petrolíferos-financieros-bancarios
en los Estados del Golfo y Wall Street. Quiere facilitar el acceso del
capital financiero a los grandes superávit de dólares en la región.
No es sorprendente que el régimen israelí haya colocado a sus ricos
e influyentes partidarios financieros en Wall Street, trazando una
distinción entre “moderados” (Estados del Golfo), con quienes
proclaman tener intereses comunes, y “extremistas islámicos”. El
Primer Ministro israelí Olmert ha lanzado a sus fanáticos del lobby
judeo-estadounidense para que presten mucha atención a los
refinamientos en la línea del partido a la hora de abordar las
relaciones arabo-estadounidense.
Sin
embargo, con todo su poder político concentrado y su enorme
apalancamiento económico y de poder sobre la economía, Wall Street
no puede controlar o evitar vulnerabilidades económicas serias o
posibles sucesos catastróficos en el ámbito político-militar.
El
futuro de la clase dominante financiera
Lo
que está totalmente claro es que una de las principales amenazas a
los mercados mundiales –y a la salud de la clase dominante
financiera- es un ataque militar israelí contra Irán. Esta acción
extendería la guerra por toda Asia y el mundo islámico, situando los
precios de la energía más allá de las cotas conocidas hasta ahora,
causando una recesión grave y, probablemente, el hundimiento de los
mercados financieros. Pero, como en el caso de las relaciones entre
Israel y EE.UU., el lobby sionista da las órdenes y sus acólitos de
Wall Street obedecen. Según están las cosas ahora, el lobby judío
apoya la escalada de la guerra en Iraq y la brutal carnicería en
Palestina, Somalia y Afganistán.
Ha
logrado neutralizar los mayores y más concertados esfuerzos de
figuras políticas de gran renombre en su intento de cambiar la política
de la Casa Blanca. Baker, Carter y los antiguos mandos militares de
las fuerzas estadounidenses en Iraq se han visto ferozmente atacados
por los ideólogos sionistas. Bajo su influencia, la Casa Blanca está
poniendo en práctica la estrategia de guerra presentada por el
“American” Enterprise Institute (un think tank sionista). Como
resultado paralelo al nombramiento por parte de Bush de Paulson y de
la gente de Wall Street para dirigir la política económica imperial,
ha designado a todo un nuevo aparato civil, militar y de seguridad
partidarios de la guerra, a fin de ampliar y extender las guerras de
Oriente Próximo a África (Somalia) y a Latinoamérica (Venezuela).
Antes
o después se producirá una ruptura entre Wall Street y los
militaristas. Los costes adicionales de una escalada de las guerras,
los continuos pagos de una deuda inflada, los inmensos desequilibrios
de la balanza de pagos y las entradas decrecientes de capital en forma
de beneficios repatriados de las multinacionales y las
diversificaciones de las reservas de moneda de los bancos centrales en
el extranjero forzarán este hecho. Las enormes y crecientes
desigualdades, la masiva concentración de la riqueza y el capital al
tiempo que disminuye la calidad de vida y se estancan los ingresos de
la inmensa mayoría, da a la clase dominante financiera muy poco
capital político o credibilidad si estalla, o cuando estalle, una
crisis económica y financiera.
En
2006, con el 47% de todos los bonos comercializables del Tesoro
estadounidense en manos de inversores extranjeros, comparado con el
33% de 2001, y con las participaciones extranjeras en la deuda
corporativa estadounidense llegando al 30% en la actualidad desde el
23% de hace sólo cinco años, una rápida venta de acciones
desestabilizaría totalmente los mercados financieros y el sistema
económico de EE.UU., así como la economía mundial. No puede
descartarse una venta rápida de dólares, de consecuencias catastróficas,
si el militarismo sionista-estadounidense sigue adelante con su
locura, creando condiciones para guerras extensas y prolongadas.
La
paradoja es que algunos de los más ricos y poderosos beneficiarios de
la supremacía del capital financiero son precisamente la misma clase
de gente que está financiando su propia autodestrucción. Mientras
las finanzas baratas impulsan fusiones, adquisiciones, comisiones y
sobornos a ejecutivos por valores multimillonarios en dólares, el
militarismo exacerbado opera a base de un presupuesto plagado de
reducciones, exenciones y evasiones de impuestos para la clase
dominante financiera e incluso de mayor asfixia de las sobrecargadas
clases asalariadas. Algo tiene que romper la cohabitación entre los
financieros de la clase dominante y los militaristas políticos.
Corren en direcciones opuestas. Unos invierten en capitales en el
exterior y los otros se gastan en casa los fondos prestados.
Por
el momento, no hay señales de conflicto serio alguno en las alturas,
y en las clases medias y trabajadores no hay señales de ruptura política
alguna con los dos partidos de Wall Street ni ningún desafío al
baluarte sionista-militarista en el Congreso. Es probable que sea una
catástrofe, como un ataque nuclear israelí contra Irán apoyado por
la Casa Blanca, lo que pueda constituirse en detonante del tipo de
crisis que pueda provocar una profunda, amplia y violenta respuesta
popular contra todo tipo de estamentos militares, financieros y los
made in Israel.
N.
de T.:
(*)
Sonia Martínez y Sinfo Fernández son traductoras de Rebelión. Caty
R. Pertenece a los colectivos de Rebelión y Tlaxcala, la red de
traductores por la diversidad lingüística. Esta traducción se puede
reproducir libremente, a condición de mencionar al autor, las
traductoras y la fuente.
1.-
Financial
Times Stock Exchange (FTSE)
es una empresa especializada en el cálculo y difusión de los índices
de bolsa. Fue creada en 1955 por el Financial Times y la Bolsa de
Londres. DOCOTOM: De 1955 a 2001 se produjo una burbuja especulativa
durante la cual las bolsas de valores en las naciones occidentales
vieron cómo sus valores subían rápidamente por el crecimiento de
los nuevos sectores de Internet. El período estuvo marcado por la
financiación de un grupo de nuevas compañías con base en Internet,
denominadas habitualmente DOT-COM.
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