Hay
terrorismos y terrorismos
Por
Juan Gelman
Página
12, 02/03/07
Porque
una cosa es el islámico Al Qaida y muy otra la cristiana –o
democristiana– Operación Gladio que se llevó a cabo en Italia en
las décadas del ’70 y ’80. La palabra “gladio” viene del latín
“gladius”, nombre de la espada de los gladiadores, pero los
integrantes de la operación usaban más bien bombas que causaron la
muerte de no pocos civiles en Milán, Brescia y otros puntos de la
bota.
Fue
–¿fue?– una red clandestina de paramilitares dirigida por el
general Gerardo Serravalles que se encargaba de los atentados sistemáticamente
atribuidos a las izquierdas del país en general, y al Partido
Comunista italiano en particular. Las investigaciones de los jueces
Felice Casson y Carlo Mastelloni obligaron al eterno primer ministro
democristiano Giulio Andreotti a revelar, el 27 de octubre de 1990, la
existencia de ese ejército clandestino y paralelo. Sintetizó su
origen con brillante precisión.
“Después
de la Segunda Guerra Mundial –dijo Andreotti–, el temor al
expansionismo soviético y la inferioridad de las fuerzas de la OTAN
(Organización del Tratado del Atlántico Norte) respecto de las
fuerzas del Cominform llevaron a las naciones de Europa Occidental a
abordar nuevas formas de defensa no convencionales, creando en sus
territorios una red oculta de resistencia destinada a actuar en el
caso de una ocupación enemiga mediante la recolección de
informaciones, el sabotaje, la propaganda, la guerrilla.”
El
entonces premier italiano –de quien se dijo que tenía la conciencia
limpia porque nunca la usaba– dejó no pocos detalles en el tintero:
por ejemplo, que la embajada de EE.UU. en Roma financiaba regularmente
a grupos terroristas de ultraderecha. La Casa Blanca quería impedir a
toda costa que el Partido Comunista –el más poderoso de
Occidente– tomara las riendas del gobierno.
Algunas
de esas estructuras clandestinas de la OTAN no esperaron una invasión
soviética para operar. En varios países europeos –no en todos–
organizaron atentados de los que culpaban a las izquierdas respectivas
para desacreditarlas. Daniele Ganser, investigador y profesor de
historia contemporánea en la Universidad de Basilea, llega en su
libro Nato’s Secret Armies: Terrorism in Western Europe (Frank Cass,
ed., 2005) a la siguiente conclusión: a lo largo del último medio
siglo, la CIA ha equipado, financiado y entrenado a estos
paramilitares europeos –en coordinación con el servicio secreto
británico M16– que insistirían en la estrategia de tensión ahora
para sembrar el temor al islamismo y justificar las guerras por el
petróleo. Se trata, en suma, de influir en las sociedades y gobiernos
de países europeos y esto entraña la muerte de civiles. Pero quién
se fija en unos “daños colaterales” más.
El
Comité Clandestino de la Unión Occidental (CCWU, por sus siglas en
inglés), establecido en 1948, fue el primer organismo coordinador de
Gladio. Al crearse la OTAN en 1949, el CCWU se integró al Comité
Clandestino de Planificación (CPC, por sus siglas en inglés) que se
instaló en 1951 bajo la supervisión del mando aliado supremo en
Europa. Pero las actividades tipo Gladio no se limitaron al Viejo
Continente durante la Guerra Fría, hoy en su segunda etapa. Se ha
probado que los atentados terroristas de 1953 en Irán fueron
orquestados por agentes provocadores al servicio de la CIA y el M16.
Los comunistas iraníes fueron acusados del crimen. Agentes del Mossad
israelí perpetraron los bombazos de 1954 en Egipto. Se atribuyó su
autoría a grupos musulmanes. Como es sabido, el buen ejemplo cunde y
son en este contexto inquietantes las declaraciones de Zbigniew
Brzezinski ante el Comité de Relaciones Exteriores del Senado
estadounidense, el ex asesor de seguridad nacional de Carter y de Bush
padre anticipó la posibilidad de autoatentado terrorista en
territorio de EE.UU. “del que se culparía a Irán y esto culminaría
con una acción militar norteamericana ‘defensiva’ contra Irán”
(véase Página/12, 11–2–07).
Los
fines declarados de la OTAN eran la defensa de los aliados de EE.UU.
en territorio europeo. Esa doctrina ha cambiado. La OTAN extendió sus
operaciones a Afganistán y la admisión de ex repúblicas soviéticas
en la organización –Polonia, Rumania, Hungría, otras– no es
inocente: permite la instalación de más bases, sistemas de defensa y
de misiles que cercan a Rusia y acercan los posibles objetivos
militares en los países petroleros de Medio Oriente y Asia Central.
A
quien dude de que la “guerra antiterrorista” encubre la lucha por
el control norteamericano del oro negro del planeta, tal vez interese
la lectura de la doctrina sobre escenarios de guerra que el mando
central de las fuerzas militares de EE.UU. (Uscentcom, por sus siglas
en inglés) formulara en 1995 bajo el gobierno de Clinton. Propone
invadir a Irak y luego a Irán con un propósito muy claro:
“Proteger los intereses vitales de EE.UU. en la región, un acceso
seguro y sin interrupciones de EE.UU./Aliados al petróleo del
Golfo” (www.milnet.com/milnet/pentagon/centcom/chap1). Hace doce años
que Irán está en la mira. Sólo falta un pretexto para atacarlo. ¿Será
el autoatentado que hipotizó Zbigniew Brzezinski?
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