La
desaparición de la clase media en EEUU
Por
Paul Krugman (*)
Sin Permiso, 18/03/07
Traducción de Camila Vollenweider
El economista y
columnista del New York Times, Paul Krugman, explica de manera
sencilla cómo la economía americana pasó en sólo 30 años de tener
la clase media más dinámica del mundo a ser un país socialmente polarizado, a pique de convertirse
en una nación de ricos y pobres socialmente antagónicos.
Extracto de la
conferencia de Paul Krugman en el Instituto de Economía Política en
un reciente simposio intitulado Agenda para la Prosperidad Compartida:
...Una de las cosas
que he venido notando en los últimos debates sobre políticas públicas
–también en el asunto del cambio climático— es que parecen fluir
sin solución de continuidad de la negación al fatalismo. Durante 15
o 20 años la gente te dice: “No, lo que estás diciendo no está
sucediendo”. Y luego, subitáneamente, esa misma gente se gira y te
dice, “Bueno, sí, lo más seguro es que esté pasando, pero nada
puede hacerse al respecto”.
Así se desarrolla
ahora la mayor parte del debate sobre la desigualdad. Que no hay nada
que puedas hacer para frenarla. Que hay una mano invisible que guía
este crecimiento hacia la desigualdad, y que no hay nada que pueda
hacerse para cambiar. Bueno, tal vez, mejorar la educación. Pero
aunque la educación es, con mucho, algo muy bueno, es la manera
americana de evadir los problemas. Puesto que todos están de acuerdo
en ello, puedes decir que deberíamos tener mejor educación, pero
dejando de lado la abrumadora evidencia de que si bien es algo bueno,
no marcará ninguna diferencia. Por esa razón hay un sentimiento
general de que no puedes hacer nada.
Y no creo que esto
sea lo que sugieren los registros históricos. Que, de hecho, cuando
observamos el tema, resulta evidente lo que el proceso político puede
hacer respecto de la desigualdad. Hay que decirlo, esto resulta obvio.
Evidentemente, si miráis los Estados Unidos de ahora mismo, los
impuestos y el sistema de seguridad hacen una diferencia enorme.
Pero la dosis de
desigualdad en Estados Unidos es sustancialmente menor de la que habría
sido si no tuviésemos la mínima imposición progresiva de que aún
disponemos, ni la amplia –aunque ni de cerca suficiente— cobertura
de seguridad social. Y esto hace una gran diferencia. Ciertamente, si
comparamos Estados Unidos con Canadá, el grueso de la diferencia
entre los dos países es sólo que Canadá tiene una mejor red de
seguridad social financiada con tasas impositivas algo mayores.
Y si de aumentar la
progresividad, desde luego yo pienso eso, una gran parte es asunto de
técnica ortodoxa, muy difícil de alterar políticamente. Consistiría
esencialmente en restaurar la progresividad del sistema impositivo, y
en usar los ingresos para mejorar la seguridad social y, sobre todo,
el sistema de salud.
Entonces, si preguntáis
qué me gustaría si me durmiera profundamente y me despertase dentro
de diez años, pues sería descubrir que tenemos un sistema de sanidad
pública con el financiamiento necesario proporcionado en parte por
altos impuestos sobre mi renta, o de hecho, sobre los contribuyentes
con ingresos dentro del 2% más alto de la distribución de la renta.
Personas mucho más ricas que yo, por supuesto. Pero
los impuestos y la seguridad social no son las únicas cosas
que se pueden modificar. Un recorrido por la historia de EEUU sugiere
que, en realidad, hay muchas más cosas que podrían hacerse.
Si miráis
retrospectivamente los últimos 80 años de los Estados Unidos, lo que
veréis es que en la década del 20 perseguíamos propósitos prácticos,
todavía en la edad dorada. Esta puede no ser la manera en que los
historiadores lo desgranan, pero en comparación con la actual
distribución de la renta, en la medida en que podemos estimarla en términos
del papel del status y en el sentir general de la sociedad, aún vivíamos
en una sociedad monárquica extremadamente desigual.
Cuando terminó la
Segunda Guerra Mundial, nos habíamos convertido en la sociedad de
clase media en la que creció la generación de baby boomers de esta
audiencia. Nos habíamos convertido en una sociedad mucho más
igualitaria. Aquel alto grado de igualdad comenzó a esfumarse hacia
finales de los 70, tal vez un poco antes, según las estadísticas que
consultéis. Y ahora estamos volviendo básicamente a la era
preimpuestos y encaminándonos de nuevo a los niveles de desigualdad
que teníamos en 1929.
Entonces tenemos este
gran periplo de la clase media: desde de la edad dorada hasta la
sociedad de clase media, y de nuevo hasta la nueva edad dorada en la
que vivimos hoy. Y hay efectivamente dos rompecabezas sobre esto. Uno
es el político, que es por qué en lugar de hacer frente a esta
tendencia, la política en realidad la ha reforzado. ¿Por qué la política
norteamericana se movió hacia la izquierda durante la época de una
sociedad de clase media, y se movió hacia la derecha cuando la
sociedad se volvió más desigual?
Una mirada ingenua
sobre la política diría: “Caramba, cuando poca gente está ganando
mucho y la mayoría de las personas se están quedando atrás, las
personas deberían estar votando por más seguridad social y un
sistema impositivo más progresivo, no menos”. Tenemos alguna idea
acerca de por qué no ha sucedido esto. Tiene que ver con el papel del
dinero, el de la organización y todas esas otras cosas que afectan a
la política. Esta historia también nos ayuda a entender por qué la
política se ha vuelto tan desagradable.
Si miráis alguna de
estas métricas –entro ahora en el campo de la ciencia política
cuantitativa— sobre las posiciones políticas que arman los politólogos,
parece como si el elemento principal que se mueve en el tiempo fuera
el partido Republicano. El partido Demócrata no se ha hecho más de
izquierda que en el pasado –al menos en el caso de los Demócratas
del norte—. No se han movido demasiado durante los últimos 30 años.
Pero el Partido
Republicano, que convergió considerablemente con los Demócratas en
la época de Eisenhower, se ha movido mucho hacia la derecha. Y
resulta que, en efecto, un partido se moviliza con la renta del 5% o
del 1% más rico de la población. Esta parece ser la historia. Quiero
decir, podemos pensar en las razones por las que esto puede ser
verdad. Pero el otro rompecabezas, y aquí viene la pregunta de la
conferencia, es ¿qué condujo a estos cambios? ¿Cómo fue que una
vez nos convertimos en una sociedad mayormente de clase media? Y ¿por
qué nos hemos convertido nuevamente en una sociedad mucho más
desigual?
Lo habitual, lo que
los economistas gustan decir, es “bueno, todo esto es producto de
la mano invisible. Son las fuerzas del mercado”. La historia
no parece verlo así, si nos preguntamos cómo fue que se creó la
sociedad que teníamos en 1947, que es de donde arranca el grueso de
las estadísticas disponibles.
¿Fue por un proceso
gradual que se desarrolló la economía, dejando definitivamente atrás
los primeros días de la revolución industrial americana, y que nos
movimos gradualmente hacia una sociedad de clases medias? Bueno, no,
históricamente esto sucedió en un parpadeo. En el clásico artículo
de Claudia Golden y Bob Margot, lo llaman la gran compresión. Tan
tarde como a fines de la década del 30, la distribución de la renta
parecía ser muy desigual.
Por la época en que
ustedes nacieron, alrededor de 1946, era ya muy igualitaria. ¿Cómo
sucedió esto? En gran parte se debió a una compresión más o menos
deliberada de las diferencias salariales durante la Segunda Guerra
Mundial. Para si os atenéis a estándares, la oferta y la demanda de
diferentes tipos de trabajo, diríais que eso sólo dura mientras
duran los controles salariales. En realidad, debería haber
retrocedido, pero no lo hizo. Permaneció igualitaria durante al menos
otros 30 años. ¿Os preguntáis qué lo apuntaló? En parte, un
poderoso movimiento sindical, lo cual constituye, al menos en gran
medida, un cambio en el ambiente político, pero luego permaneció en
pie por varias décadas más.
De otras cosas no
estamos seguros. Pero parece más o menos como una nivelación de la
distribución de la renta. Obviamente tenemos que ser cautos en las
palabras. Presumiblemente, nadie en esta sala, y ciertamente yo no,
está defendiendo a Cuba. No estamos pidiendo una distribución plana
de la renta. Pero la igualación relativa que parece haber tenido
lugar fue diseñada por una combinación de políticos de todo tipo y
organizaciones de base que hicieron que la gente quisiera una sociedad
más igualitaria en los 30 y los 40, y la tuvieron.
Y duró un muy largo
período. Ahora que esa sociedad ha comenzado a deshacerse desde hace
aproximadamente 30 años, hemos tenido un gran incremento de la
desigualdad. Como la gente ya probablemente sabe, yo he escrito sobre
la parte de este asunto que es más políticamente correcta, a saber:
sobre la creciente prima que reciben el personal altamente calificado.
Pero esta es sólo una parte. Aun más espectacular es el incremento
de la desigualdad del extremo derecho de la distribución de la renta.
Los CEOs (ejecutivos
corporativos) y los profesores de escuela secundaria, que tienen
aproximadamente la misma cantidad de años de educación formal, no
han tenido precisamente el mismo crecimiento de renta durante los últimos
30 años. Entonces, hay un vasto incremento en la desigualdad en la
parte superior de la distribución. ¿Qué pudo causarlo? Casualmente,
tuve que dar una clase sobre esto. Fue en mi curso sobre comercio
internacional, pero estábamos tratando cuestiones de comercio y
desigualdad.
La pregunta era: ¿qué
creemos que subyace al aumento de la desigualdad en Estados Unidos? Y
buscando una metáfora, propuse el “Asesinato en el Expreso de
Oriente”. No en relación a lo que sucedió en realidad, sino a la
forma como lo describimos. En
“Asesinato en el Expreso de Oriente”, alguien resulta muerto y hay
12 sospechosos. La pregunta es cuál de ellos lo hizo, y la respuesta
es que en realidad lo hicieron todos. La historia económica oficial
sobre el aumento de la desigualdad es una historia con un montón de
malvados, y todos parecen desempeñar su papel.
Tenemos un cambio
tecnológico sesgado que aumenta la demanda de trabajadores altamente
calificados. Tenemos un aumento del comercio internacional con
importaciones crecientes de productos trabajo–intensivos que reducen
aún más la demanda de trabajadores menos educados. Tenemos la
inmigración, posiblemente similar en sus efectos al comercio
internacional. Tenemos un valor real del salario mínimo en caída
libre, con impacto en la parte baja de la distribución. Tenemos una
sindicalización mermada, que contribuye a entender el cambio
distributivo. Finalmente, en lo tocante a la distribución después de
impuestos, tenemos cambios en los tipos impositivos que, en general,
han reforzado la creciente desigualdad.
Todo eso puede ser
verdad, pero resulta un tanto ‘alegre’ suponer que todas estas
fuerzas tan diferentes operan de consuno en la misma dirección. En el
“Asesinato en el Expreso de Oriente”, una elaborada conspiración
explica que 12 sospechosos potenciales actuaran en real complicidad.
Es un poco difícil entender la manera en que todos los factores
mencionados y la economía se hallan en colusión.
Ahora bien; yo creo
que sí podemos decir que el ambiente político importa más para la
distribución de la renta que los modelos económicos que sabemos
manejar, y sugiere más de lo que nuestros modelos
pueden captar. Si me preguntáis qué hay que hacer prácticamente,
diré que el asunto más importante ahora es, en efecto, trabajar
sobre los impuestos y la seguridad social, porque es un tema concreto
y puede brindarnos resultados.
Pero hay muchas
razones para creer que un cambio de clima político puede hacer mucho
más de lo que podría pensarse atendiendo sólo a los impuestos y a
la seguridad social. Déjenme darles dos pruebas. Una es un trabajo
realmente interesante, aunque intelectualmente perturbador, que realizó
mi colega Larry Bartell –del Departamento de Política, en Princeton—,
donde observó lo que sucede con el crecimiento de la renta en
diferentes puntos de la distribución de la renta bajo las
administraciones de los dos partidos.
No debería en
principio haber realmente grandes diferencias, porque en cualquier
periodo histórico dado las políticas visibles no son tan diferentes.
Ciertamente hay un cambio bastante significativo de Clinton a Bush, y
hubo, de hecho, un cambio bastante significativo entre Bush y Clinton,
previamente. Pero el cambio se concentró en los impuestos, y no debería
notarse mucho en la distribución de la renta antes de impuestos. Y lo
que Bartell encuentra es que hay una diferencia llamativa. La
desigualdad en promedio aumenta bajo las administraciones
republicanas. Al menos en el 80% más bajo de la distribución de la
renta, disminuye o se mantiene en las administraciones demócratas. El
1% superior se mantuvo en crecimiento. Se observa una correlación
robusta y, como mínimo, sorprendente.
La otra cuestión de
la que me gustaría hablar es de la sincronización. Hay un claro co–movimiento
a través del tiempo entre la desigualdad de renta, por un lado, y la
polarización política y la inclinación hacia la derecha de nuestros
políticos. Es bastante claro que el aumento de la desigualdad durante
los últimos 30 años ha estado asociado a una inclinación hacia la
derecha del centro de gravedad político, principalmente porque el
Partido Republicano se ha desplazado hacia la derecha.
Podría argumentarse
que la causalidad va desde la distribución de la renta hacia la política.
Pero si entonces comienzas a mirarlo a través de la historia, la
sincronización parece haber sido la inversa. El surgimiento de un
agresivo movimiento de derecha, y el aumento de la agresión contra el
gran legado que el New Deal hizo a la sociedad, vinieron antes del
gran desplazamiento en la distribución de la renta.
El surgimiento de la
derecha moderna es algo que obviamente se remonta a Goldwater, pero
que se convierte en una fuerza política en los 70. En realidad, no se
divisan grandes cambios en la distribución de la renta hasta los 80.
Entonces, parece que –en este sentido llano— es la política la
que dirige los cambios económicos ¿Cómo pudo suceder esto? Sólo
quiero mencionar dos cosas. Sospecho que hay varios canales que no
percibimos, pero hay dos que son muy claros. Uno de ellos es la
sindicalización.
Obviamente, los
sindicatos del sector privado eran muy importantes en los Estados
Unidos de hace 30 años, y casi –no completamente, pero casi— han
colapsado: están por debajo del 8% del empleo privado. ¿Por qué
sucedió? A menudo oiréis gente diciendo: bueno, es por la
desindustrialización y por la reducción de la producción
manufacturera. Pero esto no es cierto. Y no es cierto en dos sentidos.
Por lo pronto, aritméticamente,
la mayor parte del desplome de la sindicalización es un resultado no
del deterioro en la participación de la industria, sino de la
disminución de la sindicalización industrial en sí misma. Entonces,
lo que sucede es que hay un colapso de la sindicalización dentro del
sector manufacturero, y también una participación menor de la
industria en la economía, pero resulta mucho más espectacular el
hundimiento dentro del sector.
En segundo lugar, no
está dicho que la sindicalización tenga que ser un fenómeno de la
industrialización. En realidad, y en la medida en que se puede contar
la historia, lo que sucede es que es más probable que la
sindicalización tenga lugar en las grandes empresas. La razón de que
la alta sindicalización coincidiera con un periodo en que la
industria era el centro del movimiento sindical es que las grandes
empresas eran en buena medida un fenómeno de la industrialización.
Ahora tenemos una economía de servicios en la que hay muchas grandes
empresas en ese sector. Sin entrar en detalles, me pregunto: ¿exactamente
por qué motivo Wal–Mart no puede ser sindicalizada? No se enfrenta
a competencia internacional. No hay ninguna razón obvia por la que
resulte imposible tener un sindicato fuerte en Wal Mart y en el sector
de grandes tiendas y otras partes de la economía. Y no hay sino
pensar en lo distinta que podría ser la política económica, si las
empresas del sector terciario estuvieran sindicalizadas.
No necesariamente
todos los efectos tendrían que ser positivos, pero sería,
ciertamente, muy, muy diferente ¿Qué sucedió? ¿Por qué se desplomó
la sindicalización industrial? ¿Por qué no se sindicalizó el
emergente sector servicios? Y la respuesta en realidad es bastante
simple y dura. Esto es, la política y el
agresivo comportamiento empresariales que toleraron los políticos.
He visto estimaciones
de una fracción de los trabajadores que votaron por la sindicalización
y fueron despedidos a principios de los 80. Fluctúa entre un mínimo
de 1 de cada 20, y un máximo de 1 de cada 8. No hay duda de que la
agresiva, y a menudo ilegal, la desarticulación de los sindicatos es
la razón principal de la decadencia del movimiento sindical. Y es
claro que el cambio de clima político que comenzó en los 70 jugó un
papel facilitador.
Bien, ¿qué
importancia tiene todo eso? Ya habréis visto muchas estimaciones
distintas del efecto de los sindicatos en la distribución de la
renta. Es gracioso. A menudo se dice que las estimaciones son pequeñas,
y en realidad resultan más o menos comparables en su amplitud a las
estimaciones del efecto del comercio internacional en la distribución
de la renta, motivo por el cual se consideran secundarias frente a la
contribución corrientemente atribuida al cambio tecnológico. Pero
ambas son estadísticamente significativas.
Es más: hay muchas
razones para pensar que todas esas estimaciones no logran captar una
buena parte de la historia. Como la gente que las elabora concederá,
lo que básicamente hacen es decir: veamos qué pasa si se paga a los
trabajadores, sindicalizados o no, lo mismo que tienen hoy, y
procedamos entonces a una
especie de análisis de diferencias. Lo que no capta eso –y lo
saben, pero no hay modo de hacerlo mejor— es el efecto de un
movimiento sindical fuerte en la posición negociadora de los
trabajadores que no están sindicalizados.
No capta el efecto de
un movimiento sindical fuerte y sus posibles consecuencias
disciplinantes, dentro de la empresa, también sobre los ejecutivos y
sobre otros situados más abajo en la línea jerárquica. Es probable
que sea una historia mucho más importante de lo que podemos pensar.
Permítanme contarles ahora la otra parte de la historia, la
remuneración de los ejecutivos. Hay un encendido debate ahora acerca
de la medida en que las altas compensaciones ejecutivas son
autogestionadas, y cuánto de ello se debe a las fuerzas del mercado.
Busqué y miré lo
que la gente decía sobre la remuneración de los ejecutivos cuando
era baja, sólo unas 40 o 50 veces el salario promedio de un
trabajador. He aquí algunas citas: “Los contratos de trabajo de los
directivos no son, de hecho, un asunto privado entre empleados y
empleadores”. “Los partidos y los sindicatos de los empleados, los
grupos de consumidores, el Congreso y los medios crean fuerzas en el
medio político que restringen los tipos de contratos”. Y así
sucesivamente.
Gran parte de la
discusión versaba sobre el papel desempeñado por el clima político,
que era básicamente hostil a los escandalosos sueldos, y los
limitaba. ¿De dónde vienen estas citas? Proceden de escritos de [los
economistas] Michael Jensen y Kevin Murphy, que dicen que la gente se
ha quejado de que no hay incentivos suficientes en la remuneración de
los ejecutivos. Y lo que defendían era que se necesitaban ejecutivos
con más posibilidades de obtener opciones de compra de acciones
(stock options) y participaciones en la empresa. Es decir, todo lo que
ha venido sucediendo desde entonces.
Así, cuando la
remuneración para los ejecutivos era baja, 40 o 50 veces el salario
promedio, en realidad eran los defensores de las pagas más altas
quienes se quejaban de que las limitaciones no provenían de las
fuerzas del mercado. Por supuesto, ahora que este aumento de la paga
ha sucedido, el mismo lado del debate dice que es ridículo exigir que
las normas sociales y las fuerzas políticas tengan algún papel en
ello. Pero pienso que está bastante claro que lo han tenido. Podemos
discutir sobre cuál es el resultado natural del mercado. Pero el
punto es, de hecho, que hace 25 años teníamos una sociedad en la
cual había algunas restricciones impuestas por la opinión pública,
por sindicatos fuertes, por un sentimiento general de que había cosas
que no se debían hacer.
No es imposible que
eso llevara a las empresas a pensar que había una especie de
disyuntiva entre “tener unos trabajadores felices con la moral
alta” o tener ejecutivos superstar y presionar a los trabajadores
todo lo que se pueda. Hubo algunas cosas que inclinaron la balanza en
esta última dirección.
Está bien, ¿vamos
ahora camino de otra gran compresión? Ojala que no. Digo ‘ojala
no’ porque hasta Franklin Delano Roosevelt necesitó de la Segunda
Guerra Mundial para poder llevar adelante el tipo de ingeniería
social a gran escala que tuvo lugar. No abogo por una repetición de
esto. Creo que si nos ponemos serios, como algunos de nosotros
esperamos hacer, y experimentamos un desplazamiento en el péndulo político,
podemos generar un gran aumento del poder negociador de los
trabajadores aplicando muchos pequeños cambios.
Aumentar la capacidad
del 80% más pobre de la población para hacerse con una parte mayor
de la torta. De eso se trata, y creo que cuando lo logremos, nos
sorprenderemos de la facilidad con que conseguimos volver atrás,
desandando al menos una parte del camino, y regresando al tipo de
sociedad de clases medias en la que creció la gente como yo.
(*)
Paul Krugman es uno de los economistas más reconocidos académicamente,
y uno de los más célebres gracias a su intensa actividad publicística
y divulgativa desde las páginas del New York Times. Colaboró con el
grupo de asesores de economía del Presidente Clinton, pero la dinámica
de la vida económica, social y política de los EEUU en el último
lustro le ha llevado a diagnósticos tan drásticos como lúcidos del
mundo contemporáneo.
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