El ejército
y el complejo industrial del armamento
Los pretorianos en Washington
Por
Aleksandro Palomo Garrido
El Viejo Topo, Nº 230, marzo 2007
Rebelión, 19/04/07
El ejército y el
complejo industrial del armamento han ido ganando un protagonismo
creciente en la sociedad estadounidense, que se ha traducido en un
mayor poder político.
Se puede hablar de la
subida al poder de una auténtica corte formada por pretorianos. No es
casualidad que casi todos los jerarcas del gobierno Bush estén íntimamente
relacionados con el complejo militar–industrial del país
norteamericano.
El ejército y el
complejo industrial del armamento han ido ganando un protagonismo
creciente en la sociedad estadounidense, que se ha traducido en un
mayor poder político. Este poder político atrincherado en el ala
derecha del partido republicano se ha ungido como el representante de
los valores tradicionales estadounidenses. Con la llegada del
presidente Bush a la Casa Blanca se puede hablar de la subida al poder
de una auténtica corte formada por pretorianos. El Pentágono, al
ampliar el significado de la seguridad nacional para que abarque el
contraterrorismo y el control de la inmigración, campos en los que
ahora participa activamente, se ha introducido en asuntos de política
interna. La lucha antiterrorista es una noción sumamente flexible que
ha abierto la puerta a los abusos de unas fuerzas armadas ambiciosas y
poco escrupulosas. El estamento militar ha expandido sus funciones en
detrimento de otras parcelas del gobierno. En el verano de 2002, el
gobierno Bush ordenó a los abogados de los departamentos de justicia
y de defensa que revisaran la ley Posse Comitatus y cualquier otra que
pudiera limitar la participación de las fuerzas armadas en la defensa
y promoción del cumplimiento de la ley interior del país. En virtud
de ello el Departamento de Defensa ha redactado órdenes de servicio
para responder a lo que denomina CIDCON (situación de desorden
civil). Para respaldar esta orden, el Departamento de Defensa creó un
nuevo mando militar regional para la protección de Norteamérica,
comparable a los existentes para la defensa de Latinoamérica, Europa,
Oriente Próximo y el Pacífico. El poder de los comandantes militares
regionales (CINC), que están al mando de estas regiones es enorme. Un
CINC rinde cuentas directamente al presidente y al Secretario de
Defensa, pasando por alto a los jefes de los distintos cuerpos y a la
cadena de mando usual.
El Pentágono, también,
ha logrado del Departamento del Tesoro que toda adquisición
extranjera significativa de empresas estadounidenses deba someterse a
un examen de seguridad nacional. Tal es así, que dicho organismo
tiene que notificar al Pentágono, obligatoriamente, todas las
adquisiciones realizadas por extranjeros por valor superior a los cien
millones de dólares. Lo mismo ha ocurrido con los recursos. Además,
los militares han conseguido tener una voz mucho más fuerte en el
Comité de Inversiones Extranjeras de Estados Unidos (CFIUS). En lo
que respecta al ámbito internacional, el anterior mandatario del Pentágono,
Donald Rumsfeld, persiguió con ahínco el que las fuerzas de
operaciones especiales del ejército desplazaran a la Agencia Central
de Inteligencia (CIA) en su papel tradicional en la dirección y
ejecución de las operaciones encubiertas en el extranjero. Sus
esfuerzos no han sido vanos y en tiempos de la “guerra contra el
terrorismo” las funciones de los militares se han ampliado y les ha
otorgado jurisdicciones que antes eran casi en su totalidad territorio
civil. De hecho, se les asignó el mayor incremento de gastos en el
presupuesto de defensa de 2003 (un aumento de cerca del 20%, hasta
alcanzar los 3.800 millones de dólares).
El presupuesto de
defensa no ha parado de crecer y ello ha ido en detrimento de las
asignaciones presupuestarias de otros departamentos. Por ejemplo, en
2003, el 93% de las asignaciones presupuestarias destinadas a los
asuntos internacionales han ido a parar a los militares y sólo el 7%
al Departamento de Estado. Para justificarlo se aduce que el dominio
militar permanente del mundo es un negocio caro y no les falta razón.
El US. Army tiene 480.000 miembros, la US. Navy
375.000, la US. Air Force 359.000 y la infantería de marina
175.000, sumando un total de 1,389.000 hombres y mujeres en servicio
activo. En 2003, la nómina de ese personal ascendía a 27.100
millones de dólares en el US. Army ; 22.000 en la US. Navy ; 22.000
en la US. Air Force y 8.600 en la infantería de marina. Para el año
fiscal 2003, el proyecto de asignaciones militares, que se firmó el
23 de octubre de 2002, ascendía a 354.800 millones de dólares. Para
el año fiscal 2004, el Departamento de Defensa solicitó al congreso
que ese importe se elevara hasta los 379.300 millones de dólares, lo
que se le concedió, además de los 15.600 millones para los programas
de armas nucleares que administra el Departamento de Energía y de los
1.200 millones para la Guardia Costera. El importe total asciende a
396.100 millones de dólares. Esas cifras no incluyen los presupuestos
de los servicios de inteligencia, ni los gastos derivados de la invasión
de Iraq, ni la solicitud adicional del Pentágono de 10.000 millones
de dólares para la lucha contra el terrorismo. Gran parte de este
presupuesto de defensa, lo cual incluye la totalidad de las partidas
destinadas a los servicios de información, es secreto. El nombre
oficial de este “presupuesto negro” es “Programas de Acceso
Especial” (SAP) y están clasificados como alto secreto. Los SAP se
dividen en tres tipos básicos: investigación y obtención de
armamentos (AQ–SAP), operaciones y apoyo (OS–SAP), e inteligencia
(IN–SAP). Unicamente unos pocos congresistas pueden asistir a las
sesiones informativas sobre ellos[i]. Además, el Secretario de
Defensa puede eximir a determinado programa del informe exigido, una
decisión de la que sólo se notifica, oralmente, a un total de ocho
congresistas pertenecientes a los comités de defensa. No existe un
total oficial, aunque la Oficina General de Contabilidad (GAO) estimó
en una ocasión que se dedicaban entre 30.000 y 35.000 millones de dólares
al año a secretos militares y de inteligencia. Los fondos para
“programas negros” incluidos en el presupuesto de 2004 fueron los
más elevados desde 1998[ii].
Para añadir más
oscurantismo sobre el complejo militar en Estados Unidos, el
Departamento de Defensa pidió, en octubre de 2001, a las empresas
estadounidenses fabricantes de armamentos, que no informaran sobre sus
exportaciones. El secreto se extendía sobre los contratos ya
firmados. Teniendo en cuenta la diversificación financiera inversora
creciente con la Globalización, se hace muy complicado determinar
hasta donde llegan los tentáculos del dinero proveniente de la
producción de armamento. Lo que es indudable es que el negocio de las
armas produce pingües beneficios en una sociedad global envuelta en
pleno “choque de civilizaciones”. Existen sociedades financieras
dedicadas a explotar este creciente mercado, ya sea blanqueando
beneficios provenientes del tráfico de armas, como invirtiendo estos
capitales en sectores económicos de importancia estratégica que
refuercen este monopolio sobre el sector.
El grupo Carlyle es
una de estas sociedades financieras y una de las más poderosas del
momento. Las cifras indican que ninguna otra compañía de inversiones
gestiona más dinero. Y es que el líquido con el que Carlyle cuenta
para sus actividades es de casi 14.000 millones de dólares. Las
inversiones del grupo Carlyle se extienden por todo el mundo. El
desembarco en Europa de la sociedad fue espectacular. Llegó en el año
2001 con miles de millones de euros para invertir en los países más
proclives a la política de Estados Unidos. Llama la atención su
interés por sectores industriales estratégicos como el sector de los
armamentos y la investigación. El Carlyle Group fue creado en 1987 y
está dirigido por importantes figuras de la política internacional,
ligados por la ideología conservadora: Frank C. Carlucci
(ex–secretario de Defensa de Bush sr.), el propio Bush sr.
(ex–presidente de Estados Unidos), James Baker (ex–secretario de
Estado con Bush sr.), John Major (ex–primer ministro de Reino
Unido), John Malek (ex–director de la campaña electoral de Bush jr.),
Sami Barrma (director del Prime Comercial Bank ), etc. La sociedad
gestiona los bienes de algunas de las más importantes fortunas del
planeta y actúa como contratista para numerosas empresas,
especialmente las dedicadas a la fabricación de armamento[iii]. Posee
participaciones mayoritarias en United Defense Industries Inc. (el
principal suministrador de armas a los gobiernos de Estados Unidos,
Turquía y Arabia Saudí), pero también posee participaciones en el
sector civil que no tienen nada que ver con el militar, como por
ejemplo en Seven Up (que asegura el embotellamiento para Cadbury
Schweppes ) o Federal Data Corporation (que equipó, por ejemplo, a la
Federal Aviation Administration con su sistema de vigilancia de tráfico
aéreo civil). Este tipo de empresas salió enormemente beneficiadas
de las ayudas y de los importantes contratos que impulsó el gobierno
Bush tras el 11–S. En concreto, el Carlyle Group se calcula que ha
recibido del gobierno de Bush, a raíz del 11–S, más de 12.000
millones de dólares.
Aparte de dinero,
Estados Unidos precisa movilizar importantes recursos humanos para
mantener activo un ejército de tales dimensiones. Desde la Guerra de
Vietnam, el servicio en las fuerzas armadas es voluntario y se ha
convertido en una forma de movilidad social para quienes están
vedados otros canales de ascenso. En 1999, el 38% del personal
alistado en el ejército de Estados Unidos no pertenecía a la raza
blanca (el 22% eran afroamericanos, el 9% hispanos y el 7% otros).
Esta proporción se incrementaba en las unidades de primera línea de
combate. Incluso hay un factor racial en los criterios de selección
para las distintas armas del ejército. La fuerza aérea es el feudo
de la raza blanca, sólo un 28% pertenecen a minorías raciales,
mientras que el 44% del personal del ejército de tierra pertenecen a
minorías raciales. Los motivos prácticos, como el ascenso en el
status social, son los principales a la hora de motivar el
alistamiento en el ejército, pero no es despreciable el romanticismo
que empuja a muchos jóvenes a buscar en la vida castrense el riesgo y
la gloria. De hecho, en una sociedad en la que el ejército tiene un
papel protagonista, como en Estados Unidos, es necesario reforzar esta
visión idealista acerca del ejército y sus cometidos. En un ejército
profesional como el de Estados Unidos, los soldados son inculcados con
la idea de que constituyen un estrato especial de la sociedad. Por
tanto, se sienten cada vez más inclinados a pensar en términos
corporativos y no ya como personas que esperan regresar en breve a la
vida civil. Todo esto constituye un aspecto del militarismo creciente
que impregna la sociedad estadounidense.
Este militarismo se
traduce en rasgos de violencia que impregnan la cultura. Las películas
de Hollywood favorables a la guerra y que ensalzan la violencia no son
una novedad. En Hollywood la desnudez del cuerpo humano no es
bienvenida, mientras que la exhibición de armas y desgarros
corporales varios se considera algo casi imprescindible. Las películas
bélicas en concreto, se realizan con asesoramiento, personal y
equipamiento militares, a cambio de que las fuerzas armadas examinen
por anticipado el guión y tengan derecho a efectuar cambios en el
mismo. El Pentágono participa regularmente en la realización de películas
que tratan temas bélicos. Estas películas han divulgado la imagen de
que la guerra es emocionante, un lugar para demostrar la masculinidad
y para desafiar a la muerte de un modo socialmente aceptable. El
protagonista es un personaje prototípico familiarizado con el manejo
de las armas e imbuido de una poderosa obsesión por salvar al mundo.
El personaje del malvado está representado por una figura
unidimensional, cuya única función es ser fanática y conspirar para
llevar el dolor y la muerte a los norteamericanos. Actualmente, los
villanos favoritos son terroristas, de origen musulmán, sudamericano
o del Este. Esa es la tesis de tantas películas recientes de
Hollywood como: Iron Eagle (Aguilas de acero), True lies (Mentiras
arriesgadas) y The Siege (Estado de sitio), que tienen al
“terrorismo islamista” de argumento reiterativo y gancho del que
colgar una película de acción y emoción. Su “gente”, el
colectivo de personas corrientes del que proviene el terrorista, se
representa como si también compartiera las mismas características de
los que cometen los actos terroristas.
Hasta finales de la década
de 1960, las películas de guerra estadounidenses siempre terminaban
en victoria. Esas victorias de ficción reforzaron la imagen de que
las fuerzas armadas podían conquistarlo todo, eran todopoderosas y
siempre tenían razón. Evidentemente, después de la Guerra de
Vietnam se produjeron algunos cambios. Se introdujo cierto realismo,
aunque el Pentágono se negó a colaborar en algunas películas como
Apocalipse Now . En la actualidad, se ha recuperado el estilo
triunfalista, aunque con frecuencia aparece un factor nuevo con
respecto a las viejas películas y es el personaje de un traidor
relacionado con Estados Unidos. El traidor desprecia los valores más
profundos y conservadores de América y representa la antítesis del héroe.
Hoy en día, cada rama de las fuerzas armadas posee un despacho en Los
Angeles que se encarga de negociar las producciones fílmicas. Estas
oficinas están gestionadas por los “oficiales de proyecto” que el
Pentágono envía a los rodajes de las películas, con las que han
firmado un contrato, observan lo que se está filmando y ofrecen su
asesoramiento y punto de vista. Un ejemplo contemporáneo de los
estrechos vínculos entre Hollywood y el Pentágono es Pearl Harbor ,
de los estudios Disney. La película se estrenó el 21 de mayo de
2001, con una proyección especial en la cubierta de aterrizaje del
portaaviones nuclear John C. Stennis . Se montaron unas gradas y se
instaló una inmensa pantalla sobre la cubierta. A continuación, el
portaaviones se trasladó (sin aviones) de su puerto base en San Diego
a Pearl Harbor específicamente para el acto. La marina y Disney
invitaron al estreno a más de 2.500 personas. Tal como muestran los
créditos, gran número de mandos de las fuerzas armadas ayudaron a
realizar la película; a cambio pudieron realizar modificaciones en el
planteamiento de la trama con el fin de presentar a los militares bajo
una óptica favorable y promover la idea de que el servicio militar es
romántico, patriótico y divertido. Según el Chicago Tribune , los
reclutadores militares llegaron a colocar mesas en los vestíbulos de
los cines donde se proyectaba la película, con la esperanza de
atrapar a unos cuantos jóvenes a la salida de la película[iv].
El ejército actúa
como una corporación más, promocionando sus productos (la guerra) y
lanzando sus ofertas de reclutamiento al mercado. Para conseguir este
objetivo de forma más eficiente, firma periódicamente contratos con
empresas de la comunicación para difundir su mensaje[v]. La imagen
del ejército debe ser impoluta y de infalibilidad para que refuerce
el mito de la supremacía militar estadounidense. Los desastres y los
casos de negligencia son tratados por los medios de comunicación con
gran benevolencia. Como cuando el 9 de febrero de 2001, el submarino
nuclear de ataque Greeneville de 6.500 toneladas salió repentinamente
a la superficie frente a la costa de Honolulu durante una emergencia
simulada. Colisionó con el Ehime Maru, un buque escuela japonés de
130 metros de eslora, lo hundió y ocasionó la muerte a nueve jóvenes
japoneses. El caso fue un claro ejemplo de negligencia de la marina.
El submarino había zarpado con el único fin de dar un paseo a dieciséis
ricos patrocinadores de la marina. Sin embargo, el tratamiento que dio
la prensa al suceso fue el de un accidente inevitable. Por otro lado,
la influencia de la industria del armamento sobre la difusión de la
información y la cultura, a través de la inversión financiera en
empresas de comunicaciones, no es nada despreciable. Por ejemplo, el
principal accionista de la cadena NBC es la corporación General
Electric, una de las principales empresas proveedoras del Departamento
de Defensa. Los contratos de GE para motores de aviones militares
ascienden a miles de millones de dólares. Este fenómeno no se da únicamente
en Estados Unidos, sino también en todos los países con una potente
industria de armamentos. En el caso de Francia, por ejemplo, Serge
Dassault y Jean–Luc Lagardère, dos de los dos principales
empresarios de la comunicación en el país, afines al presidente
Jacques Chirac, tanto por simpatía ideológica como por asuntos de
negocios, dirigen respectivamente los grupos Dassault y Lagardère.
Estos dos importantes grupos tienen en común la inquietante
particularidad de haberse constituido en torno a una empresa central
dedicada a la actividad militar (aviones de caza, helicópteros, misiles,
cohetes, satélites, etc.). El viejo temor se ha hecho realidad:
algunos de los principales medios de comunicación están ya en manos
de los vendedores de cañones. En este momento en el que se producen
importantes tensiones internacionales, es de imaginar que estos medios
de comunicación no se opondrán enérgicamente al empleo de
intervenciones militares.
Notas:
(*)
Aleksandro Palomo Garrido: Doctorando en el departamento de Ciencia
Política y de la Administración II en la Facultad de Ciencias
Políticas y Sociología de la UCM.
[i]
Este limitado acceso a la información sólo se concedió bastante
avanzada la Guerra Fría, tras los escándalos del Watergate .
[ii]
Datos extraídos de: Chalmers Johnson. Las amenazas del imperio . Edt.
Crítica, Barcelona, 2004. p. 135.
[iii]
Los haberes financieros del saudí Binladen Group (SBG) son
gestionados por el Carlyle Group , desde el año 1995 en que Khaled
Bin Mahfouz confió millones de dólares a la empresa.
[iv]
Ver: Johnson, 2004, p. 129.
[v]
Por ejemplo, ha firmado recientemente un contrato por valor de 470
millones de dólares con Microsoft, que es copropietaria de MSNBC
junto con NBC.
|