Las
joyas de la CIA
Por
Juan Gelman
Página 12, 28/06/07
Se dice que cada
quien tiene un muerto en su placard. Los de la CIA deben ser enormes
para esconder los suyos y esta semana ha comenzado a desclasificar
documentos secretos que hablan de secuestros, infiltración y
espionaje del movimiento contra la guerra de Vietnam, intentos de
asesinato, allanamientos ilegales, escuchas telefónicas de
periodistas calificados de “disidentes” por su postura pacifista,
experimentos psicológicos con personas y otras “joyas de la
familia”, como se las llama en la Agencia. Lo anunció su director,
el general Michael V. Haiden, y consideró benignamente que las 693 páginas
que contienen el elenco de cadáveres son “un vistazo a una época
muy diferente y a una Agencia muy diferente” (The New York Times,
22-6-07). Haciendo a un lado Guantánamo, Abu Ghraib, Irak, Afganistán,
Sudán, Cuba, Venezuela, Colombia, los vuelos clandestinos a Europa
con secuestrados en otros países y largos etcéteras, el general
Haiden estaría diciendo la verdad.
El Archivo de
Seguridad Nacional (ASN), organismo no gubernamental e independiente
con sede en la Universidad George Washington, se anticipó a la CIA y
dio a conocer cuatro documentos secretos de comienzos del ’75 que
muestran la alarma de la Casa Blanca, en particular de Henry Kissinger
–entonces secretario de Estado y asesor del presidente Gerald Ford
en materia de seguridad– ante la serie de artículos que el muy
notable periodista Seymour Hersh había comenzado a publicar en el New
York Times (www.gwu.edu/~nsarchiv/NSAEBB/NSAEBB222/index.htm,
21-6-07). El texto de Hersh del 22 de diciembre del ’74 mereció la
primera plana del diario y denunciaba las actividades ilegales que la
Agencia realizaba en el país. El 3 de enero de 1975, su entonces
director William Colby ventilaba la ropa sucia ante el presidente, dos
consejeros de la Casa Blanca y el general Brent Scowcroft, segundo de
Kissinger. Figura en el memorándum que expuso, entre otras cosas, lo
que sigue.
“Creo que tenemos
una institución que existe hace 25 años y que ha hecho algunas
actividades que no debería haber hecho. En cuanto a los disidentes
(los pacifistas), el esfuerzo principal estuvo dirigido a comprobar si
tenían conexiones con el extranjero... Infiltramos a alguna gente
para que pudiera ir al exterior... Pasamos información al FBI y ellos
nos la pasaban a nosotros... Sucedió que hicimos expedientes con los
informes del FBI. Esto, con nuestros informes del exterior, suma
alrededor de 10.000 legajos. No podemos negarlo, pero trataré de
aclararlo.” El objetivo de la CIA eran los estadounidenses que se
manifestaban contra la guerra de Vietnam. Si se sustituye la palabra
“disidente” por la palabra “terrorista”, nada cambió.
El 4 de enero
Kissinger abrió la reunión con Ford y Scowcroft con esta declaración:
“Lo que está ocurriendo es peor que en los días de McCarthy...
Helms (Dick, ex director de la CIA) dice que todas esas historias
(denunciadas en los artículos de Seymour Hersh) son apenas la punta
del iceberg. Si salen a la luz, correrá sangre. Por ejemplo, Robert
Kennedy organizó personalmente la operación para asesinar a
Castro”. El entonces secretario de Estado atribuye las filtraciones
a Helms, despedido por Nixon porque se negó a cubrir el escándalo de
Watergate. Kissinger parece frenético en la reunión del 5 de enero
que se llevó a cabo en su oficina.
Ford ordenó
investigar las actividades ilegales de la CIA que Colby le había
presentado y su secretario de Estado consideró que esa indagación
“podía ser tan dañina para la comunidad de inteligencia como
McCarthy fue para el servicio exterior. La índole de las operaciones
encubiertas resultará extraña para el ciudadano medio y fuera de
contexto podrían parecer inexplicables”. Un asesor le señala que
algún parlamentario de los comités de servicios armados querrá
escudriñar los aspectos legales, morales y políticos de la relación
costo-eficacia de los hechos. “Estamos en problemas entonces”, se
compunge Kissinger y acuerda con los presentes la estrategia a seguir
en las audiencias del Congreso: “Debemos decir que esto atañe
profundamente a la seguridad nacional. Desde luego, queremos cooperar,
pero éstas son cuestiones básicas de la supervivencia nacional”.
Los argumentos de W. Bush para desatar la llamada “guerra
antiterrorista” no son diferentes. En esta materia –y aun
otras–, la Casa Blanca nunca fue muy creativa.
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