Hasta yo pongo en
cuestión la verdad sobre el
11 de septiembre
Por
Robert Fisk
The
Independent, 25/08/07
Sin Permiso, 02/0907
Traducción de Ramona
Sedeño
Cada vez que doy por ahí una conferencia sobre el Oriente Medio,
siempre hay uno en el auditorio –uno, precisamente— a quien llamo
el “delirante”. Me disculpo por adelantado con todos y todas las
que acuden a mis charlas con preguntas agudas y pertinentes, preguntas
a menudo humildes hacia mi, que no soy sino periodista, reveladoras en
cualquier caso de que comprenden la tragedia del Oriente Medio harto
mejor que los periodistas que informan sobre ella. Pero el
“delirante” existe. Cobró forma corpórea en Estocolmo y en
Oxford, en Sao Paulo y en Yerevan, en El Cairo, en Los Ángeles y, con
rostro femenino, en Barcelona. No importa el país, siempre ha de
haber un “delirante”.
Su pregunta es sobre poco más o menos ésta: ¿por qué, siendo usted
un periodista libre, no cuenta todo lo que sabe del 11 de septiembre?
¿Por qué no dice la verdad, a saber: que la Administración Bush (o
la CIA, o el Mossad, o quien sea) hizo volar las torres gemelas? ¿Por
qué no revela usted los secretos que se esconden tras el 11/9? Se da
por supuesto, en cualquier caso, que Fisk sabe; que Fisk tiene una
concretísima caja blindada rebosante de hechos concluyentemente
probatorios de lo que “todo el mundo sabe” (así suelen
expresarlo): la identidad de quien destruyó las torres gemelas. A
veces, el “delirante” está manifiestamente poseído por la
angustia. Un hombre, en Cork [Irlanda], me espetó la pregunta, y
luego –cuando sugerí que su versión del complot era un tanto
rarita—, abandonó la sala protestando a los gritos de haber sido
insultado y dando coces a las sillas.
Normalmente, he tratado de contar la “verdad”; que aunque había
cuestiones sin respuesta en relación con el 11/9, yo soy el
corresponsal del Independent en Oriente Medio, no corresponsal
de conspiraciones; que ya tengo bastantes complots reales de que
ocuparme en Líbano, Irak, Siria, Irán, el Golfo, etc., como para
preocuparme de conspiraciones imaginarias en Manhatan. Mi último
argumento –concluyente, en mi opinión— es que la Administración
Bush ha metido la pata en todo lo que ha intentado –militar, política
y diplomáticamente— en Oriente Medio: ¿cómo caramba podría haber
entonces perpetrado con tal éxito los crímenes contra la humanidad
cometidos en EEUU el 11 de septiembre de 2001?
Bien; sigo en ésas. Cualquier aparato militar capaz de decir –como
los americanos hace dos días— que al-Qaeda está en fuga, no es
capaz de poner por obra algo de las dimensiones del 11/9.
“Desbaratamos al-Qaeda, provocando su huída”, dijo el coronel
David Sutherland hablando de la ridículamente llamada “Operación
Martillo Relampagueante” desarrollada en la provincia iraquí de
Diyala. “Su temor al cara a cara con nuestras fuerzas prueba que los
terroristas saben que no hay puerto seguro para ellos”. Y más por
el estil, todo igualmente falso.
En unas pocas horas, al-Qaeda atacó Baquba en orden de batallón y dio
muerte a todos los jeques locales que cayeron en sus manos con los
americanos. Me recuerda Vietnam, la guerra que George Bush contempló
desde los cielos de Texas (lo que puede explicar por qué mezcló esta
semana el final de la guerra de Vietnam con el genocidio en un país
diferente llamado Camboya, cuya población fue finalmente rescatada
por los mismos vietnamitas a lo que los colegas de Bush más valientes
que él habían combatido sin cuartel).
Pero… A eso voy. Yo me siento cada vez más desconcertado con las
contradicciones de la explicación oficial del 11/9. No se trata sólo
de los más obvios non sequitur [falacia de inferencia
deductiva; N.T.]: ¿dónde están las partes de las aeronaves
(motores, etc.) del ataque al Pentágono? ¿Por qué los funcionarios
involucrados en el vuelo United 93 (que se estrelló en Pensilvania)
han sido amordazados? ¿Por qué los restos del vuelo 93 se
esparcieron por un radio de kilómetros, cuando se supone que se
estrelló entero en un campo? Quede claro: no hablo de la loca
“investigación” de David Icke (Alicia en el país de las
maravillas y el desastre del World Trade Center), a cuya lectura
cualquier hombre sano debería preferir la de la guía telefónica.
Hablo de asuntos científicos. Es verdad, por ejemplo, que el queroseno
arde a 820 grados centígrados en condiciones óptimas: ¿cómo
entonces pudieron venirse simultáneamente abajo las vigas de las dos
torres gemelas, hechas de un acero cuyo punto de fusión se supone que
ronda los 1.480 grados centígrados? (Recuérdese que colapsaron en
8,1 y 10 segundos, respectivamente.) ¿Qué pasó con la tercera
torre, el llamado World Trade Center Building 7 (o Salmon Brothers
Building), que colapsó por sí propia en 6,6 segundos a las 17h20’
del 11 de septiembre? ¿Por qué se desplomó tan limpiamente, sin que
ninguna aeronave hubiera impactado en ella? Se encargó al American
National Institute of Standards and Technology analizar las causas de
la destrucción de los tres edificios. Todavía no ha emitido el
informe sobre el WRC 7. Dos prominentes profesores norteamericanos de
ingeniería mecánica –no desde luego de la cauda del
“delirante”— están ahora inmersos en una impugnación jurídica
de los términos de referencia de este informe final, alegando como
fundamento el que pudiera ser “fraudulento o engañoso”.
Periodísticamente, hubo muchas cosas raras en torno al 11/9. Las
informaciones iniciales que hablaban del ruido de “explosiones” en
las torres –que bien podría proceder del desplome de las vigas—
son fáciles de descartar. Menos lo es la información, según la cual
el cuerpo de una mujer miembro de la tripulación fuera hallado en una
calle de Manhatan con las manos atadas. Vale; digamos que se trata sólo
de informaciones de oídas del primer momento, del mismo modo que fue
un error inicial de los servicios de inteligencia la lista,
proporcionada por la CIA, de árabes suicidas, en la que se incluían
tres hombres que estaban –y siguen estando— vivitos y coleando en
Oriente Medio.
¿Pero qué decir de la enigmática carta escrita por Mohamed Atta, el
asesino suicida egipcio de rostro terrorífico, cuyo consejo “islámico”
a sus siniestros camaradas –dado a conocer por la CIA— sumió en
la perplejidad a todos mis amigos musulmanes de Oriente Medio? Atta
mencionaba a su familia, cosa que ningún musulmán, ni el peor
instruido, haría en una oración de este tipo. Recuerda a sus
camaradas de asesinato el deber de recitar la primera oración
musulmana del día y luego cita partes de la misma. Pero ningún
musulmán necesita tal recordatorio, por no decir nada de la necesidad
de incluir el texto de la oración Fajr en la carta de Atta.
Repito. No soy ningún partidario de teorías conspirativas. No me
vengan con delirantes. No me vengan con complots. Pero a mí, como a
cualquier hijo de vecino, me gustaría saber la verdad entera de lo
que ocurrió el 11/9, entre otras, por la nada despreciable razón de
que fue el disparador de la “guerra al terror”, una política de
todo punto lunática y falsaria que nos ha llevado al desastre en Irak
y Afganistán y en buena parte de Oriente Medio. El asesor felizmente
ido de Bush, Karl Rowe, dijo una vez: “ahora somos un imperio;
creamos nuestra propia realidad”. ¿Es verdad? Háganoslo saber, al
menos. Impediría que la gente diera coces a las sillas.
(*) Robert Fisk es el corresponsal del diario británico The Independent
en Oriente Medio.
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