Robert
Fisk y la conspiración del 9/11
Por
Alejandro Nadal
La Jornada / Rebelión, 06/09/07
En un artículo
reciente Robert Fisk se queja de que la versión oficial sobre lo
acontecido el 11 de septiembre de 2001 deja preguntas sin respuesta
(The Independent, 25 de agosto). Vaya, hasta que un periodista
importante y con credenciales respetadas en todo el mundo, se atrevió
a decirlo. Pero, cuidado, Fisk mantiene su distancia, no sea que lo
vayan a confundir con los creyentes de la subcultura de los videntes y
aficionados a los platillos voladores. Muy bien, hay que respetar la
cautela, pero eso no debe afectar la lucidez.
El prestigiado
periodista relata que siempre que habla en público sobre este tema,
hay una persona rabiosa que le cuestiona duramente por qué no dice
toda la verdad sobre los atentados de ese fatídico día. Fisk le ha
respondido que no tiene tiempo para perder hablando de complots
imaginarios. “Yo solamente soy el corresponsal en Medio Oriente, no
el corresponsal de conspiraciones”.
Según Robert Fisk,
el razonamiento decisivo es el siguiente: ¿cómo puede uno creer que
el gobierno de la mancuerna Bush-Cheney pudo organizar un complot para
ejecutar los atentados del 9/11? Esa mancuerna todo lo arruina y ha
metido la pata mil veces. ¿Cómo puede pensarse, insiste Fisk, que
fueron capaces de “organizar los crímenes contra la humanidad
perpetrados en Estados Unidos el 11 de septiembre”?
Pero, ¿quién dice
que todo lo han arruinado? La agenda de la administración Bush-Cheney
buscaba, entre otras cosas, el continuo desarrollo de los arsenales
nucleares estadounidenses, la destrucción de la Convención de
Ginebra en materia de tortura, la limitación severa de los derechos
civiles y libertades fundamentales en Estados Unidos, etcétera. ¿Quién
dice que no se han alcanzado estos objetivos? Quizás el logro más
importante del dúo Bush-Cheney es la manipulación de la opinión pública
en Estados Unidos después del 9/11. Eso es lo que explica la
re-elección de Bush, un político que interrumpe sus frases, que no
sabe nada y que titubea en cada sílaba.
Por supuesto, el
corresponsal de The Independent en Medio Oriente se refiere al
desastre en Irak. Pero aún ese embrollo estuvo siempre en los planes
nefastos de estos personajes para perpetuar la presencia invasora en
la región. Después de todo, la noción absurda (compartida por todo
político importante en Washington) de que “no podemos salirnos de
Irak porque habría una guerra civil” está cimentada precisamente
en este caos y desorden. Es más. Hoy Teherán está siendo acusado
por la Casa Blanca de ser el responsable de la debacle en Irak. De ese
modo, el desastre en Irak serviría para justificar el ataque a Irán
en un futuro no muy distante.
El error de Fisk es
caer en la trampa de Bush-Cheney. Vamos por partes. La versión
oficial sobre el 9/11 es una historia compacta y cerrada: unos
individuos fanáticos, armados de cutters comprados en el Wal-Mart,
secuestraron aviones de pasajeros y los estamparon contra las Torres
Gemelas y el Pentágono; el impacto y el fuego causaron el desplome de
los edificios del WTC, provocando un número elevado de muertes.
Esta historieta puede
leerse como un guión de televisión. Esa es su única ventaja. Por
eso los medios la han podido empacar bien y su venta inicial fue un éxito.
Pero tiene un problema: partes esenciales de la historieta no se
sostienen cuando se confrontan con un análisis serio.
Robert Fisk ya conoce
las críticas más importantes a este relato. Los componentes
estructurales de las Torres Gemelas no pudieron ser destruidos por el
impacto de los aviones y el fuego. Por eso, la velocidad de caída
libre de esos edificios queda inexplicada en la versión oficial. Además,
la pulverización de miles de toneladas de concreto no pudo deberse a
la energía cinética del derrumbe de las torres (el balance energético
del derrumbe necesita una fuente de energía adicional para explicar
la pulverización). La torre WTC-7 (de 47 pisos) no recibió el
impacto de ningún avión, y sin embargo, se desplomó de manera
inexplicable sobre su misma planta, en caída libre, haciéndose polvo
la tarde del 9/11. Las altísimas temperaturas en la cavidad del
derrumbe no pudieron ser resultado del incendio provocado por el
combustible de los aviones y otros materiales en los edificios.
Pero Fisk cae
prisionero de una pregunta peligrosa: si el cuento oficial no te
satisface, ¿cuál es tu historia? Aquí es donde muchos críticos se
pierden.
Es cierto que es difícil
imaginar una conspiración capaz de explicar los atentados. Esa es la
principal defensa de la versión oficial. Pero no es necesario
especular sobre posibles conspiraciones para cuestionar el relato
oficial sobre los ataques del 9/11. Es más, es indispensable evitar
caer en ese juego de adivinanzas. Lo único que hay que hacer es
examinar la evidencia y preguntar ¿qué es lo que sabemos y lo que
ignoramos? Y lo que sabemos es que la versión oficial hace agua por
todos los costados. Eso debiera tener consecuencias penales en Estados
Unidos, pero ese es otro tema. Lo demás es, efectivamente, especulación.
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