Una
alianza de los asalariados y de la juventud de todos los países
europeos para construir una "Europa de los trabajadores"
Por
Francois Chesnais (*)
Revista
Carré Rouge Nº 29, abril 2004
Traducción
de Rossana Cortez, Panorama Internacional, Argentina
Para
las organizaciones y militantes de extrema izquierda, la campaña
"europea" será un éxito mientras que se base en una
progresión programática. Lo que queremos proponer aquí, es que se
lleve adelante con una orientación que ligue estrechamente la lucha
política para echar a Chirac en Francia con el combate contra la
Europa liberal, la de los tratados de Maastricht, Amsterdam y Niza,
por "otra Europa" entendida como "Europa de los
trabajadores".
En
el marco de las elecciones europeas, se anuncian o son concebibles
tres maneras de llevar adelante una campaña "a la
izquierda". Se puede asegurar que las dos primeras van a ponerse
en marcha. La tercera sería indispensable, pero lamentablemente, está
muy lejos de experimentarse.
Tres
maneras de llevar adelante la campaña sobre Europa
La
primera va a ser la del Partido Socialista, que va a centrar
formalmente su campaña contra el gobierno Raffarin llamando a
confirmar el voto - sanción de las regionales, pero va a seguir
siendo tan discreto y suave como sea posible sobre los temas que
dividen aguas, dicho de otro modo, sobre las cuestiones esenciales. En
el marco de la supuesta "Convención", los dirigentes del PS
han trabajado codo a codo con Giscard y con los otros dirigentes de la
derecha europea. No pueden, y algunos no quieren, desdecirse. Este es
el caso de Pierre Moscovici, pero también el de muchos otros
jerarcas. Sin embargo saben que lo que Jean - Luc Mélenchon les
advirtió después del voto del 21 de marzo es verdad: "Si dicen
que Uds. están a favor de la Constitución europea, estamos
perdidos". Por su lado, las tres corrientes
"minoritarias" que representan un 40% de los mandatos en el
último congreso, celebraron en Pascuas un mitin común muy militante
en la Mutualité. Pero, de vuelta de la calle Solferino, decidieron
una vez más componer. "Sobre la Constitución, aceptaron no
decir "sí", se ha aceptado no decir "no"",
resumió Henri Emmanuelli. El PS cuenta con el hecho de que en la UMP
no irá más o menos igual. La "síntesis" propuesta por
François Hollande consiste en decir que "el debate será doble.
Habrá un debate sobre qué tipo de Europa: más social o más
liberal, este será el mayor debate. La segunda apuesta, es una
apuesta en relación con el gobierno Raffarin. Cuando de parte del
presidente de la República hay una voluntad de proseguir con algunos
detalles cerca [...] la misma política, bien será necesario hacer
nuevamente un debate político sobre las orientaciones francesas en
ocasión de estas elecciones europeas". Hollande dice bien cuán
magras son las diferencias que separan al PS de la UMP: un poco más
de "social" o un poco más de liberalismo. La identidad de
la extrema izquierda en la campaña europea no se afirmará más que
recordando constantemente que en el Parlamento europeo el PS francés
gobernó al lado de los amigos de Blair, de Schroder y d´Alema en un
mismo partido, el Partido Socialista europeo, y que la
"Constitución" europea es el fruto de la colaboración de
este partido con los partidos de derecha.
Luego
existirá la campaña de los que van a utilizar las elecciones para
combatir el proyecto de Constitución en nombre de "otra
Europa", en la que hay que esforzarse por comprender su
naturaleza. Las organizaciones y las corrientes políticas que parecen
querer combatir el proyecto de "Constitución europea", se
componen de, por supuesto, la LCR (LO pretextando que combatir la
"constitución europea", que no es una, equivale a defender
la constitución francesa), pero también de los restos del PCF, de
algunos Verdes (para quienes la posición de Cohen Bendit y otros es
inaceptable), así como de los iniciadores del Foro de Ramuleau, a
partir de entonces flanqueados por los dirigentes "históricos"
de ATTAC.
El Partido de los Trabajadores de Pierre Lambert estará presente esta
vez y va a hacer campaña contra la "Constitución" y contra
Maastricht. La campaña más vigorosa debe ser llevada adelante,
efectivamente, contra esta supuesta "Constitución",
adoptada por "consenso" en el término de los trabajos de lo
que se llamó una "Convención", ya que una fraudulenta
referencia a la Revolución francesa pareció imponerse para intentar
esconder la realidad de los objetivos perseguidos. Pero aún allí, la
identidad de la extrema izquierda debe afirmarse en una delimitación
clara en relación a aquellos que combatirán la "Constitución"
en nombre de lo que la Fundación Copernic llama la "subversión"
de las instituciones europeas, es decir, de su reforma o de su
"enderezamiento", como si estas instituciones no tuvieran el
hábito institucional de la desreglamentación y de las
privatizaciones, como si fueran disociables del liberalismo, como si
fuera posible que lleven adelante un proyecto aceptable para los
asalariados.
Esta
delimitación supone entonces una tercer campaña, absolutamente
indispensable, pero que lamentablemente no se experimenta en ningún
lado. Sería llevada adelante por fuerzas políticas que tuvieran la
capacidad y la voluntad de servirse de las elecciones europeas para
combatir a Raffarin y a Chirac como representantes de la Europa del
capital, y por lo tanto, para popularizar, en dirección a los
asalariados franceses y más allá de ellos, a los asalariados del
conjunto de Europa, un programa de defensa de las condiciones de
existencia elemental de los asalariados, de los explotados y de los
oprimidos. Estas fuerzas lanzarían en el marco de estas elecciones,
la perspectiva de una alianza de los asalariados de los países de
Europa, contra su propia burguesía en cada país y contra la alianza
antiobrera de las burguesías en el marco de las "instituciones
europeas". En efecto, por más importante que sea, la división
"a favor o en contra del proyecto Giscard" no es suficiente.
Puede incluso hacer de pantalla a las verdaderas cosas puestas en
juego, marcadas por un lado por el momento crítico de la historia de
las clases obreras de Europa, y por el otro, por la situación política
en Francia y por el lugar único que ocupan las organizaciones de
extrema izquierda, por lo tanto, por la naturaleza y el impacto de la
campaña que podrían llevar adelante a favor de una verdadera
"Europa de los trabajadores". Es a ellas a quien les incumbe
la tarea, la quieran o no, de dar a "la otra Europa" un
contenido político adecuado, consistente en una primera concretización
de la perspectiva de los "Estados Unidos Socialistas de
Europa". Estos forman parte del patrimonio común de las
organizaciones que se refieren al trabajo teórico y político de
Trotsky. ¿La LCR (y por qué no una parte de los militantes del PT)
sabrán apoderarse de ese patrimonio nuevamente y utilizarlo en la
campaña?
Un
"no" sin ambigüedad a la "Constitución europea"
Hay
que recordar los "principios" que el texto preparado por
Giscard y Moscovici quería imponer por la vía de tratado a todos los
países de la Unión. Porque no hay que olvidar nunca que el término
"Constitución" es totalmente abusivo: se trata en realidad
de un nuevo proyecto de tratado entre Estados, cuya adopción
significaría que su contenido pasaría por arriba a la Corte Europea
de Justicia, no solamente a las leyes nacionales (como ya se da el
caso) sino a las Constituciones de los países como tales, y en
consecuencia, también a los principios enunciados por estas.
En
el proyecto adoptado por la "Convención", el liberalismo es
erigido en fundamento de la Unión Europea. Esta última es definida
en su artículo 3 como un "mercado único en que la competencia
es libre y no falseada", fórmula tomada prestada directamente de
la jerga económica liberal y a su referencia al modelo ficticio de la
competencia pura y perfecta. En muchas otras partes del documento, ya
se trate de las relaciones con los países asociados o con los otros
países del mundo, este principio es reafirmado. La Unión promete
"un comercio libre" y se compromete constitucionalmente a
contribuir a la supresión progresiva de las restricciones a los
intercambios internacionales, y a la reducción de las barreras
aduaneras. Un mandato europeo pro liberal para las negociaciones en la
OMC se derivaría a partir de esta "Constitución".
El
texto sobre el cual "conservadores", "socialdemócratas"
y "socialistas" se pusieron de acuerdo constitucionaliza el
artículo del Tratado de Roma, convertido en III - 55, que ha servido
de base a la ofensiva contra los servicios públicos. Es sobre la base
de una interpretación de este artículo que los juicios de la Corte
de Justicia de las comunidades europeas (Corbeau y Almelo) han editado
una obligación de privatización y de puesta en competencia de los
servicios públicos procediendo a una extensión de la reglamentación
de estos contra las alianzas y los abusos de posición dominante, así
como la restricción de la ayuda pública a las empresas. La "constitucionalización"
de esta jurisprudencia tendría como consecuencia impedir
constitucionalmente una mayoría parlamentaria progresista en un país
miembro de la Unión de llevar una política conforme al mandato que
habría recibido de los electores destinado a prohibir la privatización
o a restablecer un servicio público.
El
conjunto de los principios por los cuales el Banco Central Europeo
asienta sus decisiones figuraría en el texto de la "Constitución"
propuesta. A pesar del balance negativo de su funcionamiento, la
independencia total del Banco Central Europeo se reafirma así en el
proyecto Giscard, como se reafirma su única misión de estabilización
de los precios y de control de la inflación, con exclusión de los
objetivos de pleno empleo y de crecimiento. Esta elección política
de la "Convención" deja el instrumento monetario fuera del
control político, a la inversa de los estatutos del Banco Central
Federal norteamericano, bajo control del Congreso norteamericano.
Afirmación
de la primacía de la economía liberal; ausencia de todo
reconocimiento de los servicios públicos; constitucionalización de
los principios restrictivos fundadores del Banco Central Europeo: el
proyecto de "Constitución" de la "Convención"
consagra el triunfo constitucional del dogma liberal en términos que
ninguna Constitución nacional verdadera jamás osó imponer, incluso
la de la V República. Es necesario, evidentemente, llevar adelante
una campaña contra el proyecto Giscard.
Si
esta se llevara adelante verdaderamente, dicha campaña representaría
un elemento de separación y de clarificación política indiscutible
en el seno de la "izquierda". Forzaría al menos a una parte
de la "minoría" del Partido Socialista a intentar acompañar
el movimiento y a chocarse con una dirección que ha participado
activamente en la redacción de un texto tendiente a inmortalizar los
fundamentos capitalistas y los rasgos antidemocráticos de la Unión
Europea. Por lo tanto, es necesario que la tribuna de las elecciones
europeas sea utilizada para explicar a los asalariados el contenido
del proyecto de "constitución", de manera que los
defensores de este proyecto sufran una derrota estrepitosa. Es
necesario que, además de su alcance interno, los resultados de estas
elecciones tengan el sentido de un estruendoso "¡No a la
supuesta Constitución que quiere institucionalizar el capitalismo
neoliberal!" "¡No al proyecto de Giscard, de Chirac que es
también el de Moscovici y el de los amigos franceses de Schroder y
del New Labour!"
Una
segunda separación: el carácter social y las instituciones de
"otra Europa"
Por
importante que sea, el "No" al proyecto de Giscard no será
suficiente. Por sí mismo, enmascara lo verdaderamente puesto en juego
que es, lo veremos más adelante, el momento absolutamente crítico en
su historia con el que se enfrentan las clases obreras de Europa.
Una
campaña anticapitalista sobre Europa debe fijarse tres objetivos
interconectados:
Combatir,
como acabamos de verlo, a favor de un "No" rotundo de parte
de los asalariados y de la juventud.
Pero
también hacer el balance de esta "Europa" surgida de los
tratados de Roma (1967), de Maastricht (1991), de Amsterdam (1997) y
de Niza (2000), y entonces, expresar un No a Maastricht (y en
consecuencia, también a Amsterdam y a Niza) de una manera más clara
que la del referéndum de 1992.
Finalmente,
y sobre todo, comenzar a darle un contenido político adecuado a la
idea de "otra Europa", de la que hablan de manera vaga y
"consensual" (porque se trata de enmascarar las divergencias
existentes entre aquellos a quienes hacemos referencia aquí) las
fuerzas políticas que combaten el proyecto Giscard bajo esta bandera.
Por "contenido político adecuado", entendemos un comienzo
de concretización, en las condiciones económicas y políticas
actuales, de la perspectiva de los "Estados Unidos Socialistas de
Europa". Aún cuando el lugar que le ha sido reservado no es tan
central como hubiera sido necesario, esta perspectiva siempre ha
constituido un elemento central del patrimonio teórico común de las
organizaciones trotskistas. Ha sido puesta en el placard, por no decir
abandonada. Injustamente. Acá, defiendo la posición de Carré Rouge:
es necesario revivir la perspectiva de los "Estados Unidos
Socialistas de Europa". Esto podría hacerse con la alianza de
los asalariados de todos los países de Europa, gobernando ellos
mismos en sus lugares a cuenta de la gran mayoría de los ciudadanos,
y uniéndose alrededor de un programa común contra el capitalismo y
por la construcción de una Europa democrática. Una Europa democrática
se reconocería por la puesta en marcha de un conjunto de medidas que
permitan poner fin a la competencia creada entre los trabajadores
sobre el mercado de trabajo, y establecer una división del trabajo
negociada entre países, así como un reparto común del tiempo de
trabajo entre ellos. Volveremos a esto con más detalle en la
continuación de este artículo.
A
diferencia del "No al proyecto Giscard", la referencia elástica
a "otra Europa", no podría servir de base a un bloque político
correcto. Sería inconcebible hacer una campaña por "otra
Europa" en tanto que las palancas de la puesta en marcha del
programa europeo de lucha contra el desempleo propuesto por los
defensores de esta consigna no están definidas, y por tanto tiempo
como, detrás del flujo de palabras, se trata de conservar, aunque sea
reformándolas un poco, las instituciones actuales surgidas de los
tratados de Roma (1967) y de Maastricht (1991) (Consejo de Ministros,
Comisión parlamentaria, Corte europea). Ahora bien, esta propuesta es
la que se deduce de la lectura un poco atenta de los principales
documentos que defienden la idea de "otra Europa". En nombre
de esos documentos, hay que mencionar la nota de la Fundación
Copernic, "Europa, una alternativa", texto por lo demás bien
documentado y claro, a pesar de su vago consenso, preparado por un
colectivo de "sindicalistas, militantes asociativos, militantes
de partidos, comunistas, Verdes, socialistas críticos y miembros de
la extrema izquierda". También hay que
mencionar las propuestas a menudo retóricas expuestas por Yves
Salesse en su libro Manifiesto por otra Europa.
escrito para destacar sus diferencias, por lo demás mínimas, con el
trabajo colectivo de la Fundación Copernic de la que ha participado.
Los dos libros están atravesados por una contradicción interna, que
los autores se encargan de reducir, si no de ocultar, sus
implicancias. En efecto, los dos libros presentan un conjunto de datos
fácticos de los que se deduce de manera muy clara que las
instituciones de la Unión Europea han sido el vehículo de la política
neoliberal, que están "formateadas" para hacer triunfar el
"principio de una economía de mercado abierta, en que la
competencia sea libre" (art. 102 del Tratado de Maastricht). Los
dos libros, sin embargo, quisieran convencer a sus lectores que estas
instituciones podrían servir de marco para una "verdadera
alternativa", a "otra Europa" verdadera.
Si
este artículo expresa desacuerdos muy serios con estos dos libros, y
defiende posiciones diferentes tanto sobre los objetivos de "otra
Europa" como sobre sus instituciones, no es por un gratuito espíritu
de contradicción. Los desacuerdos
se derivan sobre todo de una determinada apreciación del
momento actual de la historia de las clases obreras de Europa, que es
también un momento totalmente nuevo en la historia de la
"construcción europea".
"La
ampliación": feroz puesta en competencia de los trabajadores y
caos político
Ni
la nota de la Fundación Copernic ni el libro de Salesse dicen lo que
"la ampliación" significa efectivamente. No ponen en el
centro de su análisis sus impactos económicos y sociales, sus
consecuencias para la tasa de desempleo y la precarización del
trabajo (aunque condenan, evidentemente, una y otra cosa). E incluso
bajo el ángulo del funcionamiento de las instancias de la Unión, la
gravedad de la situación creada no se destaca en toda su brutalidad.
Copernic hace una breve alusión a los impactos sociales (Yves Salesse
no habla de ello para nada , pero quizás se pueda encontrar alguna
frase que se me ha escapado), observando que los países de Europa
central y oriental "tienen en su casi totalidad una economía
desequilibrada y una situación social dramática, suscitada por el
brutal pasaje de una economía administrada a un capitalismo salvaje más
cercano al del siglo XIX que al capitalismo regulado de los tiempos
del Estado Providencia". Esto podría ser un buen punto de
partida, pero la cuestión no se desarrolla a lo largo del trabajo. La
idea que domina este aspecto del análisis de Copernic es que el
verdadero giro de la "construcción europea" ya tuvo lugar,
en el curso de los años 1980, en el momento en que triunfaron las
orientaciones liberales bajo la presión de EE.UU. y el Reino Unido, y
encontraron su consagración en el tratado de Maastricht. La ampliación
apenas sería un paso más en esta evolución.
Es
indiscutible que, desde el Acto único de 1986, creador del "gran
mercado", luego del Tratado de Maastricht, las políticas de
liberalización y de desreglamentación ya permitieron a las grandes
firmas explotar a fondo las diferencias de salario, de condiciones de
trabajo y de sistemas de protección social entre países de la Unión,
y empujar a su nivelación hacia abajo. Portugal e Irlanda, regiones
del Estado español, pero también Escocia han servido de terreno de
recibimiento privilegiado para las inversiones de bajo costo de
trabajo, y de punto de referencia de facto para la fijación del nivel
de salarios en otras partes. Pero este proceso se mantuvo
circunscrito. La ampliación constituye un paso cualitativo, que tiene
valor de giro, tanto o más que el período 1983 - 1986.
En
ausencia de una reacción de los asalariados - ciudadanos a la altura
del peligro que amenaza así, lo que fue puesto en movimiento es un
proceso que verá el alineamiento de los asalariados de toda Europa
sobre la situación sufrida por los de los países del Este; serán
lanzados entonces a más de un siglo hacia atrás en sus condiciones
de existencia de trabajo. Incluso antes del inicio formal de la
"ampliación", las consecuencias de la extensión del
capitalismo a partir de la Unión Europea hacia el centro y el este de
Europa, para explotar a los trabajadores sin defensa de los ex países
"socialistas" se han hecho sentir en los países de la Unión
a quince, aquí por un inicio de deslocalización de las fábricas
hacia el Este, allá (como en Alemania o en Italia del norte) por el
recurso al trabajo temporario sobre la base, ya sea de una inmigración
selectiva organizada por los Estados, ya sea de una
"clandestina" tolerada, incluso organizada por la patronal.
La incorporación de los antiguos países miembros del glacis soviético,
así como de algunos estados de la ex URSS, ahora va a autorizar el
pleno despliegue de esta competencia feroz entre asalariados de los
diferentes países. Se apoya en las diferencias de salarios y de nivel
de protección social entre los antiguos y los nuevos países, así
como en el nivel de desempleo elevado, a veces muy elevado, que tienen
esos países. Se tomaron medidas para que estas diferencias perduren.
Este es el sentido del rechazo, bajo pretexto presupuestario, de hacer
beneficiar a los nuevos países miembros de los fondos estructurales
de que Italia e Irlanda, luego Portugal, Grecia y España se
beneficiaron, y ayudaron a rellenar un poco las diferencias. Es sobre
los trabajadores que la explotación de estas diferencias de
remuneración y de protección social pesa de manera inmediata. Las
deslocalizaciones industriales del Oeste al Este van a proseguir, al
igual que las migraciones selectivas. Vamos a asistir, como en el
edificio en donde la cosa ya está hecha, al hipócrita emplazamiento
progresivo de un "mercado único de trabajo" para diferentes
tipos de calificaciones, en los cuales los "salarios de
referencia" para la patronal son los de los países en donde
estos son más bajos.
Pero
la extensión del proceso de liberalización y de desreglamentación
va a golpear también a los servicios públicos y al conjunto de las
actividades sociales. El resultado, por decirlo de alguna manera, mecánico,
de estos procesos va a ser un ascenso de la desocupación en todos
lados, bajo el efecto de encadenamientos acumulativos de bajas de
poder adquisitivo, de bajas de la demanda de inversiones, con nuevos
saltos en la destrucción de empleos, todo en un movimiento en
espiral.
De
manera concomitante, se desencadenaron mecanismos políticos de
dislocación. Con "la ampliación", las instancias políticas
de la Unión Europea van a dejar de representar (y también de poder
presentarse como) un polo centrípeto de una Europa capitalista en vías
de "unificación". Se habrán hecho una suerte de "hara
kiri", y no existirán más que como puros y simples relevos de
procesos de desreglamentación puestos en marcha a partir de la OMC y
lugares de concertación de los intendentes del capital de inversión
financiera, como el FMI y las reuniones de los ministros de Economía
y Finanzas de los países del G7. Si habrá "gobierno" a
nivel europeo, este será el de los jueces y los banqueros. La Corte
de Justicia de Luxemburgo y el Banco Central Europeo serán las
instituciones que dispongan del máximo de continuidad en la acción
y, en el caso de la primera, con un poder muy fuerte, el de imponer
las normas jurídicas, incluso constitucionales
"supranacionales" al derecho interno de los países (las
comillas son obligatorias, ya que no existe ningún Estado europeo, o
no está cerca de nacer). A los gobiernos de los Estados miembros les
quedará mantener el orden.
Huida
hacia delante, y entonces prioridad a la represión y a la
"seguridad"
En
cada país, los gobiernos y la burguesía son conscientes que un
movimiento centrífugo se puso en marcha y va a imponerse a ellos
siempre más fuertemente. Todos los gobiernos que pueden buscan
retomar una parte de su "libertad de acción" (ver Francia y
Alemania con respecto a sus niveles de déficits), apoyándose en las
instancias de Bruselas, Estrasburgo y Luxemburgo para atacar a la
clase obrera de sus países. Bloques políticos entre gobiernos, de
"geometría variable", por "afinidad" ideológica
o en la defensa de intereses comunes precisos, como los que se
formaron a favor o en contra de la política de EE.UU. en Irak, van a
multiplicarse, formándose y deshaciéndose según el grado de los
acontecimientos. Solamente permanecerán dos puntos estables: la obra
de liberalización y de desreglamentación, y el mantenimiento del
orden. "Europa" (es decir, las instancias de la UE) se
presentará en toda su desnudez como una instancia pura y simple de
desreglamentación, como un lugar del que emanarán las decisiones
creadoras de puro caos. Y frente al caos, el curso de "todo
seguridad", inaugurado en ocasión del atentado del 11 de
Septiembre y desarrollado en nombre de la lucha antiterrorista,
oficiará de respuesta común a la dislocación social creada por el
capitalismo neoliberal desenfrenado. La Europa liberal será la Europa
de las prisiones, de las restricciones a la libertad de circulación y
de los controles de identidad, la Europa del "eurocorps",
proyectado hacia el "mantenimiento del orden exterior", dándole
una mano a EE.UU. en las operaciones imperialistas en las que los teóricos
del "nuevo imperialismo" no se esconden.
Las
consecuencias de este movimiento paralelo y combinado, los brutales
impactos de la competencia en el espacio europeo "ampliado"
como también en el espacio mundializado construido por el capital, y
la dislocación del marco institucional, es lo que los
"intelectuales orgánicos" perciben mejor, o quienes lo
formulan más claramente. Mejor en todo caso que el personal de los
partidos políticos que, en una huida hacia delante irracional han
participado en la creación de este caos anunciado. Nicole Notat, que
sabe de qué habla, lanza así un grito de alarma. Hace la constatación
de "un atascamiento de Europa en varios planos: estancamiento
institucional, crecimiento aplastado, inquietudes en cuanto a las
consecuencias de una competencia económica intensiva, intra y extra
europea [...]. La construcción institucional amenaza paralizar a la
Unión. La arquitectura desequilibrada compromete el pilotaje
coyuntural macroeconómico, una política estructural de desarrollo
[...]. La llegada de nuevos países miembros más deseosos de
aprovechar a pleno la Unión que de jugar la carta de integración
social (sic) puede aún complicar la tarea hasta aproximarla al
trabajo de Hércules si no al suplicio de Sísifo".
Por su parte, con el título "El euro, próxima víctima de la
ampliación", el corresponsal de Le Monde en Bruselas, enuncia
las consecuencias de la obligación que se le hizo a los nuevos países
miembros de adherir al euro, mientras que ni el Reino Unido ni
Dinamarca fueron obligados a ello. Prevee que la zona euro va a
volverse cualitativamente más heterogénea de lo que era, volviendo
la gestión de la moneda única prácticamente imposible, y
alimentando las tendencias a la dislocación.
Para estos dos observadores, estamos lejos entonces de una situación
en que las cosas van a poder reglarse, ya con muchas dificultades,
entre los países miembros de la Europa de los Quince. Este es el caos
que se perfila.
La
respuesta no es: una "Europa social"
Para
una parte de la izquierda, es una especie de efecto a la moda desde
hace mucho tiempo el hecho de reclamar una "Europa social".
En su inicio, se trataba de hacer un poco de contrapeso a la Europa de
la liberalización y de la desreglamentación. Esta "reivindicación"
ha sido y sigue siendo patrimonio de los aparatos sindicales (primero
de la CFDT, pero ahora de la CGT y, por lo tanto, de todos los
dirigentes y militantes de la FSU e incluso del Grupo de los Diez para
quienes esta le da el ejemplo). Ha hecho las delicias del PCF y de una
parte del PS. Tuvo el tiempo y los medios de mostrar lo que valía. Si
la "Europa social" hubiera tenido que materializarse, habría
habido al menos algunas expresiones tangibles. Pero este eslogan
aparece por lo que era: hueco pero interesado, es una especie de
"hoja de parra política" que se resume a pocas cosas. Como
se resume a pocas cosas el hecho de reclamar que haya tomado a cargo
compartido las tareas y los costos de funcionamiento de
"camillero social" que le esperaba de la mundialización del
capital en "comarcas civilizadas". O aún de pedir al
capital financiero internacionalizado que acepte poner cara de
reconocer una necesidad de mecanismos que sellen la colaboración de
clase con las direcciones sindicales al nivel "europeo", con
el mismo título que en el plano nacional. Era necesario así que haya
una transposición y un "verdadero respeto" en el plano
europeo de instituciones o de procedimientos nacionales
insignificantes (por ejemplo, la convocatoria del comité central de
empresa para anunciarle a los delegados
los despidos, que no tenían ningún poder de impedir salvo por
los métodos de la lucha de clases).
La
presencia en el gobierno, en los países de la Unión a quince, en el
giro de los años 2000, de una amplia mayoría de partidos socialdemócratas
o socialistas, luego la participación muy activa de representantes de
estos partidos en la redacción de la supuesta "Carta de derechos
fundamentales", después de la "Constitución europea"
amenazó a los abogados de la "Europa social". El Partido
Socialista, sin embargo, acaba de redescubrirla y va a servirse de
ella durante la campaña que comienza. Pero el balance de los años en
que esta idea fue defendida es tan flaco que las fuerzas sindicales y
políticas que se dedicaron a ella, y que siguen haciéndolo, tuvieron
que encontrar un nuevo vocablo, y quizás incluso un nuevo caballito
de batalla. Es el de "otra Europa", que progresivamente, fue
el tema cada vez más a izquierda. Este es el título del Manifiesto
de Yves Salesse y corresponde a la "alternativa" que propone
la Nota de la Fundación Copernic. El contenido esencial de "otra
Europa" sigue siendo el de la "Europa social". La Nota
le consagra un largo capítulo en el que Salesse se desmarca en una
corta sección. En la Nota de Copernic, se encuentran una serie de
reivindicaciones netamente más claras y más apropiadas, pero sin que
esta elaboración se acompañe de una definición correspondiente de
los medios necesarios para su aplicación efectiva, ya se trate del
control de los medios necesarios para su puesta en marcha o de la
definición de las palancas de poder que permitan su realización.
Sino
un programa de reapropiación social, de control de la inversión y de
división y reparto negociados del trabajo
La
urgencia de las urgencias es poner fin a la terrible competencia entre
países a la que los trabajadores son obligados a entregarse, pero
también dentro de los países si quieren tener empleo. La puesta en
marcha efectiva del derecho al trabajo para todos y a la igualdad de
condiciones está en el centro de la cuestión social. La Nota de la
Fundación Copernic define (páginas 76 - 78) tres reivindicaciones
claves que son un punto de partida totalmente aceptable, sobre el que
es posible construir rápidamente. Estos son: 1) un salario mínimo
que se imponga en el conjunto del espacio europeo, 2) la reducción
del tiempo de trabajo en todos los países y 3) una legislación única
que permita el control de los despidos. El establecimiento de tablas
salariales europeas unificadas, profesión por profesión, y la
instauración de normas comunes de protección social y de seguridad
laboral, serían también otras medidas a tomar enseguida. Sin
embargo, la pregunta permanece: ¿qué tipo de gobierno y qué
"Europa" están dispuestos a dictarlas y a imponerlas a las
empresas?. Es la misma pregunta que se hace a propósito de las
"leyes contra los despidos". Solo puede tratarse de
gobiernos democráticos actuando en el interés de los asalariados -
ciudadanos y sometidos a su control permanente. Volveremos sobre esto
un poco más tarde.
Las
medidas de regulación del mercado de trabajo no resuelven la cuestión
del desempleo a nivel que ya ha alcanzado en el conjunto de la Unión
a 25, y menos aún a los niveles que puede alcanzar de aquí a uno o
dos años. Solo el lanzamiento de obras muy grandes podría llegar a
invertir la curva y a desencadenar mecanismos acumulativos creadores
de poder adquisitivo obrero y de reactivación de la demanda. Ni
Copernic ni Yves Salesse hablan de esto. Sin embargo, hay que hacerlo,
y decir que la condición para la puesta en marcha efectiva del
derecho de trabajo para todos es la recuperación frente al capital
del control social sobre los medios que permiten el financiamiento de
la inversión.
Hoy,
las decisiones de inversión (¿qué producir? [¿qué rama o sector?
¿para qué mercado en términos de nivel de capas sociales apuntadas
y de calidad de bienes o servicios ofrecidos?]; ¿dónde producir? [¿qué
zona económica o qué país?]), están de nuevo totalmente en manos
del capital privado. Este tiene libertad de movimiento, de localizar
sus sitios de producción donde quiera. Esta concentración de poder
de decisión de la inversión crece año a año, incluso en los períodos
de "fiebre de los OPA/OPE" de mes en mes. Bajo efecto del
doble movimiento interconectado de centralización del dinero en manos
de las instituciones financieras, bancarias y no bancarias, cada vez más
poderosas, alentando ellas mismas un proceso de concentración muy
lejos de estar terminado, y de concentración propiamente dicha de los
grupos industriales, los asalariados, pero también la sociedad toda,
se ven confrontados al capital como una fuerza extraña y hostil que
se comporta como tal. No se habla de estos procesos en la Nota de
Copernic. Son evocados por Yves Salesse, y únicamente en el marco de
una reflexión cuyas conclusiones siguen siendo inacabadas sobre la
"falta de interés" del capital por la "construcción
europea". Volveremos a esto luego.
El
financiamiento de las grandes obras, por otra parte indispensables a
causa de la degradación de las condiciones de vivienda, de servicios
públicos y de salud en los suburbios ghettos, la subinversión en las
vías férreas a nivel nacional y paneuropeo, como en los otros
transportes colectivos, etc., debe hacerse a la altura de lo que se
considera como la cifra indispensable para el éxito de estos gastos
de inversión, a un nivel suficiente para detener el desempleo, y por
lo tanto, sin que los argumentos que dependen de la
"imposibilidad presupuestaria" sean opuestos a los
ministerios o a las agencias públicas que los propongan. La
recuperación para el cuerpo social democrático de los medios que
permiten el financiamiento de las medidas necesarias para satisfacer
las necesidades individuales y sociales esenciales (vivienda, salud,
encuadramiento escolar a la altura definida por los mismos educadores,
infraestructura de los suburbios, etc.) y para eliminar así el
desempleo supone varias medidas. Una de ellas es restablecer o
establecer formas de apropiación social sobre las empresas de
servicios públicos como sobre aquellas de importancia en el plano de
la estrategia económica. Otra es terminar con "la independencia
de los Bancos Centrales", renacionalizar o más exactamente
"resocializar" el crédito, y transformar el Banco Central
Europeo en banco de financiamiento de las inversiones paneuropeas.
Gracias a medidas de este tipo, los asalariados de cada país
recuperarían el control del dominio indispensable de la decisión de
inversiones. El desempleo sería vencido gracias a la inversión pública
y al reparto del crédito en función de prioridades sociales e
industriales establecidas políticamente. Todos juntos, coordinarían
las inversiones paneuropeas indispensables.
Quien
dice apropiación o reapropiación social, dice expropiación de los
propietarios del momento, es decir hoy, una combinación de muy
grandes fortunas familiares y de detentores de paquetes de acciones
(los "inversores institucionales"). Ahora bien, desde 1945
hasta nuestros días, qué hemos conocido, si no un proceso multiforme
de despojo de los ciudadanos - asalariados en las decisiones claves,
de apropiación privada de las elecciones a futuro, y de
modificaciones en el reparto de la renta nacional, que no corresponde
a una expropiación. La expropiación deberá hacerse esencialmente,
sino totalmente, sin indemnización (¿con excepción de los pequeños
tenedores de títulos?) bajo pena de recomenzar la experiencia de
1982, en donde el capital financiero se enriqueció en dos tiempos.
Este comenzó a ser indemnizado "cash", de manera que pudo
"ubicar" casi inmediatamente los frutos de la indemnización
en títulos de la deuda pública, a tasas de interés muy elevadas,
agravando la modificación en el reparto que se operaba por la baja de
los salarios relativos, y arrastrando sobre todo al país en la
espiral infernal de la deuda, palanca de las privatizaciones y de la
desreglamentación.
El
proceso de apropiación o de reapropiación social no puede concernir
solamente a las empresas de servicios públicos. La existencia de
grandes grupos industriales y financieros surgidos de fusiones -
adquisiciones, que no responden más que a sus accionistas y son
dirigidos para generar "el valor por lo accionario", prohíbe
todo control social de la inversión. Es igualmente incompatible con
una democracia verdadera. No es necesario recordar aquí los diversos
medios por los cuales estos grupos pesan sobre las decisiones políticas
y buscan dar forma a lo que se denomina "la opinión pública".
Por lo tanto, deberán ser desmantelados y divididos en empresas de un
tamaño tal que pueda ejercerse el control obrero sobre la inversión
y la producción, y que pueda reducirse su capacidad de pesar sobre la
deliberación democrática.
Una
legislación paneuropea del trabajo no acabará por sí sola con la
terrible competencia a la que los trabajadores son obligados a
entregarse entre países. En la primera fase del Mercado Común, pudo
parecer que comenzaba a esbozarse una división del trabajo entre países.
A medida que la liberalización ha creado un puro y simple estado de
competencia, pero también que los OPA/OPE han conducido al nacimiento
de grupos industriales profundamente sometidos a los imperativos de
los accionistas y a los humores de los mercados financieros, las
esperanzas creadas en este plano se han desvanecido. Hoy, no habrá
división internacional del trabajo entre los países europeos más
que en la medida en que esta sea organizada y negociada, y protegida
de los efectos destructores de la competencia capitalista salvaje.
Condiciona el futuro de los trabajadores y de sus familias. Condiciona
la defensa del medio ambiente, es decir, de la otra parte de la
preservación de las condiciones sociales de la reproducción social,
comenzando por los más explotados que siempre son los más expuestos
a los efectos de la degradación del medio ambiente.
Una
división internacional del trabajo negociada es extraña al capital.
Solo los asalariados organizados políticamente, habiendo tomado en
sus manos las riendas del poder en su propio país, pueden ordenar
racionalmente el inmenso potencial humano y material de los países de
Europa. Es aquí en donde encontramos el núcleo duro, que permanece
intacto, del análisis de Trotsky sobre los Estados Unidos de Europa:
en principio, la necesidad de organizar las fuerzas productivas a esta
escala, como respuesta a la competencia salvaje y a la desocupación,
y como punto de apoyo en el combate contra el imperialismo mundial
considerado como un todo; luego, la certeza que solo gobiernos de
cierto tipo, formados en procesos marcados por la intervención
directa de los asalariados y actuando en nuevas relaciones con los
trabajadores y los oprimidos, serían capaces de poner en marcha
semejante división del trabajo. Por lo tanto, ahora hay que hablar de
las palancas políticas de un programa europeo de defensa de la
condición de los asalariados.
¿Qué
tipo de gobierno para aplicar el programa de defensa de los
trabajadores?
Allí
donde el grupo Copernic considera que las instituciones de la Unión,
a pesar de estar en el centro de las políticas de liberalización y
de desreglamentación, son reformables (ver capítulo 7, conclusión
de ese libro), Yves Salesse, se pregunta. Está más dubitativo. Una
de sus principales tesis, allí en donde la Nota de Copernic es muy
discreta, concierne al lugar central de los gobiernos nacionales en la
toma de decisiones a nivel de la Unión Europea, y por lo tanto, su
responsabilidad aplastante en el curso tomado por la Unión Europea.
Salesse enuncia también lo que él define como contradicción mayor:
"Sobre temas mayores, los Estados no pueden actuar solos, son
objetivamente superados; lo que fundamenta la necesidad de Europa. Al
mismo tiempo, no son inmediatamente superables como marco político.
Es dentro de estos Estados que todavía se organiza fundamentalmente
la vida política y social. Allí se debate, se lucha y se vota".
[9]
Es
correcto que es en el marco de los estados en donde todavía se
organiza fundamentalmente la vida política y social. Pero no hay que
quedarse en el camino. Hay que decir qué tipo de gobierno, surgiendo
como resultado de la lucha de clases, en un marco nacional, en
Francia, en Italia, en Alemania, en España o en otras partes, es
necesario para dar vida a una Europa que ya no sería una Europa de la
desreglamentación y del caos económico, social y político. Los
"Estados" no son entidades abstractas, desencarnadas.
Remiten a dos realidades políticas fundamentales. La primera es la de
las "naciones", que son la resultante de las luchas de clase
que se desarrollaron y de las relaciones políticas que las marcan a
cada momento. La segunda es la de los aparatos políticos del Estado,
con todo lo que implican de "obligación legal", de
"poder del Estado" en el sentido más fuerte. Estos aparatos
están animados y dirigidos por gobiernos precisos. Refugiarse detrás
del término de Estado equivale a callarse sobre la naturaleza de los
gobiernos susceptibles de construir "otra Europa". En el
caso francés, para ser preciso, ¿podríamos esperar que un gobierno
basado en un nuevo refrito de la "izquierda plural", surgido
de un reagrupamiento del tipo Ramulleau (del que Yves Salesse es un
miembro muy activo) denuncie los tratados de Maastricht, de Amsterdam
y de Niza? Sin embargo, este es el paso previo sine qua non al
"proceso constituyente" del que también trata al final de
su libro.
"No
hay, constata Salesse con una sospecha de añoranza, capital europeo
que aspire a la Europa política [...], no hay capital que reclame una
forma paraestatal europea en su enfrentamiento con los otros polos
capitalistas".
Esta es la confirmación de uno de los principales puntos defendidos
por Trotsky sobre los Estados Unidos de Europa. El capital no se
interesa en Europa (y
sigue más que nunca sin interesarse en ella) más que como punto de
apoyo indispensable para el ataque contra los asalariados en cada país
individual. En todos los países, con la única excepción del Reino
Unido, la burguesía no habría podido avanzar más lejos en la vía
de la liberalización y de la privatización si no hubiera podido
apoyarse en las instituciones europeas. El Consejo de Ministros de la
Unión ha sido el lugar en donde se selló durante cuatro décadas la
alianza de las burguesías y de los gobiernos trabajando a favor de
sus propios intereses contra las clases obreras.
A
esta alianza de las burguesías y de los gobiernos, es necesario
oponerle la alianza de los asalariados organizados, de las clases
obreras en el sentido contemporáneo del término. Lo puesto en juego
históricamente al que están confrontadas, frente a los peligros
mortales que pesan sobre ellas, es construir "la Alianza europea
de los asalariados por una Europa de los trabajadores" con el
objetivo de poner en marcha medidas del tipo de las presentadas
brevemente más arriba. Esto es lo que hay que decirles a los
militantes. Esta es la perspectiva que hay que argumentar, ilustrar,
defender, y no la de "otra Europa", vaga, insípida y
peligrosa a la vez (porque no se sabe quien puede apoderarse de ella,
incluso el FN u otros partidos del mismo índole).
Las
bases de tal alianza pueden aparecer desde ahora. Pero para volverse
operativos y para que una "Europa de los trabajadores" sea
construida para aplicar, frente al capital, un programa de
reconstrucción de los estragos sociales y ecológicos del capitalismo
salvaje, es necesario que las clases obreras primero se conviertan en
dueñas de ellas mismas. Repetimos que es en el seno de los Estados en
donde se organiza todavía principalmente la vida política y social,
y en donde se desarrolla la lucha de clases. Es allí que una forma
adecuada de poder democrático de los asalariados, controlando
permanentemente a sus mandatarios, debe nacer. Es en el marco nacional
que los asalariados deben hacer las tareas primero, por su propia
cuenta, sabiendo que cada victoria será un aliento para los
trabajadores de los países vecinos. Las clases obreras que hayan
cumplido con esto serán entonces libres de anudar lazos políticos de
un nuevo tipo, materializados por instituciones nuevas apropiadas para
las tareas a cumplir en común.
"La
excepción francesa" no tiene más sentido que proyectada hacia
toda Europa
Después
de las luchas de mayo - junio de 2003, las elecciones regionales y la
crisis política cuya amplitud revelaron, demuestran una vez más que
"la excepción francesa" es una realidad. Está hecha de un
complejo conjunto de elementos. Estos incluyen la herencia histórica
propio de la clase obrera y de los intelectuales radicales que viven y
trabajan en ese país, herencia que se remonta a 1789 - 1793, y
comprende a grandes momentos de la lucha de clases y del combate
democrático que sobrevino después, aún cuando la herencia está
parcialmente cargada con el pasado colonial, cuyos efectos pesan todavía
sobre el pensamiento de muchos asalariados. Está marcada por las
relaciones más o menos únicas en Europa establecidas por la clase
obrera entendida en sentido amplio (desocupados y juventud obrera
incluidos) con sus representantes en título, el PS y lo que queda del
PCF, y esto, independientemente de los votos que les da en las
elecciones. "La excepción" es el zócalo sobre el que
descansa hasta el momento (sin que esto pueda durar indefinidamente)
una capacidad de los asalariados, más elevada que en los países
vecinos, de combatir para defender el sistema de jubilaciones y frenar
la marcha de la privatización. Estos combates no terminaron con las
victorias que los asalariados habrían deseado, pero, en comparación
con los demás países, incluida ahora Alemania, las instituciones
surgidas de 1936 y de la revolución contenida de 1944 - 45, están aún
de pie. El presidente del Medef no se cansa de lamentarse de ello.
Pero
"la excepción francesa" no puede adquirir su significado
pleno más que si se proyecta más allá de sus fronteras
"nacionales". Su salida positiva no se sitúa en Francia,
sino en Europa. Los asalariados y los jóvenes de los países de
Europa tienen una necesidad aún más fuerte que las burguesías de
respaldarse unos con otros, de llevar adelante un combate contra estos
enemigos que tienen un rostro preciso en cada país, y que se
encuentran nuevamente en el seno de los organismos de la Unión
Europea. Por eso deben tejer lazos nuevos en un proceso que combina la
lucha de cada clase asalariada contra su propia burguesía y sus
propios gobiernos y "partidos de gobierno", con la lucha común
contra las políticas neoliberales de la Unión Europea, al igual que
contra las instituciones sobre las que se apoya cada burguesía y cada
gobierno.
Esto
es lo que pasó el 15 de febrero de 2003, cuando tuvieron lugar en
toda Europa las manifestaciones contra la guerra en Irak,
independientemente de la posición tomada por los diferentes gobiernos
y por fuera de las separaciones pasajeras que hubo entre ellos, han
mostrado la disponibilidad de las capas de la clase obrera y de la
juventud a encontrarse nuevamente en un combate común. La lucha por
la Europa de los trabajadores, los Estados Unidos de Europa, es
efectivamente, la lucha por la Europa de la paz contra la Europa de la
guerra, o para utilizar el vocablo a la moda, contra la "Europa -
potencia".
Lo
puesto en juego es, entonces, saber si, más allá de la derrota de
Chirac, de Raffarin y de la UMP que se anuncia, la campaña de las
elecciones europeas puede ser llevada delante de manera de profundizar
la brecha ya abierta en el dispositivo de dominación de clase en
Francia, mientras se contribuye a fecundar la lucha de clases en toda
Europa. Sentar las bases de una proyección de "la excepción
francesa" hacia Europa, contribuiría también, en un momento
dado, a determinar la salida positiva de las luchas en Francia. Estas
pueden ir lejos, mucho más allá de la desposesión de Chirac, ya
inscripta en el desarrollo de la situación francesa, pero es a nivel
de Europa, y a este nivel únicamente, que se sitúa la posibilidad de
modificar duraderamente las relaciones políticas entre las clases en
este país.
Los
asalariados franceses necesitan efectivamente "otra Europa".
Esta no es la que le proponen los dos libros mencionados aquí. Sería
aquella en la que tantos militantes, asalariados, jóvenes esperarían
comprender el contenido en el término de una campaña clara de la LCR
y de otras organizaciones de extrema izquierda.
Notas:
(*)
Economista marxista, director de la revista Carré Rouge, miembro de
ATTAC-Francia, profesor en la Universidad de París (Villetaneuse).
Autor de numerosas obras sobre la economía mundial el imperialismo,
entre ellas se puede destacar La mundialización del capital (1994
Como el 99,9% de los
miembros de ATTAC, es Le Monde del 22 de abril el que me enseña
la operación montada por Bernard Cassen en la cruzada que lleva
con los representantes del PCF en ATTAC contra la LCR y los
"izquierdistas", presentados como los enemigos internos.
Colectivo de autores
miembros de la Fundación Copernic, "Europa: una
alternativa". Colección Las notas de la Fundación
Copernic, Syllepse, invierno de 2003.
Ver página 13. Como
ejemplo de una redacción vaga que enmascara las profundas
divergencias, pero que sigue siendo fácilmente descifrable,
citemos el siguiente pasaje redactado sin duda para ser aceptado
por los miembros del PS que han trabajado en el colectivo: "Europa
siempre es solo una
construcción, un objetivo general, que, a
falta de proyecto movilizador
no es más que
imperfectamente compartida. Encerrarla en reglas
intangibles sería un absurdo contra productivo para la ambición
de una Europa unida. Pero esta construcción necesita referencias
estables que superen la sola lógica interestatal de los tratados.
Un texto de alcance constitucional es, así, un objetivo
razonable. Por poco
que no funcione como
un sustituto de proyectos, por poco que pueda empalmar con la perspectiva de una Europa
diferente en sus objetivos y sus métodos". (p.
115).
Yves Salesse, Manifeste pour une autre Europe, Editions du
Félin, París, 2004.
Ver los artículos de
Claude Serfati en los números precedentes de Carré Rouge.
Nicole Notat, "L´avenir contrasté du modèle social européen".
Le Figaro, 24 de marzo de 2004.
Arnaud Leparmentier, "L´euro, prochain victime de l´élargissement",
Le Monde, 6 de marzo de 2004.
Me remito al artículo
escrito con Claude Serfati. Ver Chesnais, F. y Claude Serfati "Les conditions physiques de la
reproduction sociale" in J - M. Harribey y Michel Lowy (bajo
la dirección de), Capital contre nature, Actuel Marx
Confrontation, Presses Universitaires de France, Paris, 2003.
Salesse, Manifeste, p.
48 y 50.
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