De
nuevo Chechenia
Por
Carlos Taibo (*)
El
Periódico, Catalunya, 03/09/04
La
cerril estrategia de Putin en la república caucásica se tambalea por
el padecimiento de rusos y chechenos ante las lamentables actuaciones
de la resistencia y de la maquinaria de terror militar.
Las
declaraciones de apoyo de Jacques Chirac y Gerhard Schröder al turbio
proceso político que las autoridades rusas alientan en Chechenia ya
no pueden sorprender a nadie. Desde el 11-S del 2001 las potencias
occidentales no se contentan con mirar hacia otro lado cuando tienen
conocimiento de lo que ocurre en el Cáucaso septentrional: ahora le
dan palmaditas en el hombro a la figura política, Vladimir Putin, que
a muchos se nos antoja responsable principal de una razia de ecos
medievales.
El
fenómeno tiene un trasunto lamentable en la mayoría de nuestros
medios de comunicación, que sólo se asoman, y epidérmicamente, al
conflicto de Chechenia cuando alguna acción lamentable de la
resistencia local se halla de por medio. Lo común es que, así las
cosas, se olvide que la principal maquinaria de terror que opera en el
atribulado país que nos ocupa tiene un nombre preciso --Ejército
ruso-- y funciona de siempre con la más absoluta impunidad. Limitémonos
a reseñar que, aún hoy, las imágenes de Grozni, la capital chechena,
recuerdan poderosamente a las de la ciudad alemana de Dresde
bombardeada por los aliados en 1945. En uno de sus viajes relámpago,
en mayo, el propio Putin pudo aseverarlo.
El
escenario de fondo, por lo demás, es bien conocido. La guerra en
curso, iniciada en el otoño de 1999, prosigue. Nadie en su sano
juicio le atribuye mayor futuro a la propuesta política --Constitución,
autonomía, elecciones-- que Putin defiende en condiciones de nula
credibilidad democrática. La estrategia del Kremlin, merced al empeño
de atribuir una condición terrorista e islamista radical a toda la
resistencia, ha cancelado, en otro terreno, cualquier horizonte de
negociación que merezca tal nombre. Para que nada falte, en suma, eso
que hemos dado en llamar comunidad internacional está desaparecida en
un país que no ha sido objeto --nunca se subrayará lo suficiente--
de ningún programa de reconstrucción en los últimos 10 años.
Claro
que puestos a escarbar por detrás de los escombros, es lícito
barruntar un elemento incipientemente novedoso. Las cautelas que, ante
todo en relación con lo ocurrido con los dos aviones que se vinieron
abajo en el sur de Rusia, ha mostrado el Kremlin en lo relativo a la
calificación y autoría de los hechos configuran una mediana
sorpresa. Meses atrás a las autoridades de Moscú les hubiese faltado
tiempo para atribuir a la guerrilla chechena lo acontecido.
Los
miramientos de estas horas han merecido como poco dos explicaciones.
La primera, convencional y manida, merece poco crédito y viene a
sugerir que el Kremlin no quería enturbiar las presidenciales
chechenas del domingo 29 agosto con los presuntos efectos de un
salvaje atentado. La explicación, que en cierto modo recuerda a
nuestros debates sobre el 11 de marzo y sus secuelas, parece coja
siquiera sólo sea por una razón: a diferencia de lo que sucedió
entre nosotros meses atrás, el resultado de las presidenciales
chechenas --los candidatos independentistas o, simplemente,
disidentes, proscritos; los soldados del contingente militar ruso de
ocupación en gentil disfrute de su derecho a votar; los observadores
internacionales ausentes-- estaba cantado de antemano, de tal suerte
que Moscú en modo alguno veía peligrar sus posiciones.
La
segunda explicación es más sugerente y apunta que, si hasta hace
bien poco el Gobierno ruso le ha sacado franco provecho a atentados
que, como los chechenos, han dado alas a políticas indisimuladamente
represivas y han contribuido a fortalecer una operación de cierre de
filas en torno a Putin, bien pudiera suceder que el panorama estuviese
cambiando. Así, en tanto una parte de la población rusa habría
empezado a concluir que la ausencia de una negociación política en
Chechenia conduce inequívocamente a un estancamiento del conflicto y,
con él, a una prolongación de los sufrimientos de muchos, a los ojos
de otra parte cada vez sería más evidente la ineficacia de las
medidas policial-militares alentadas en Moscú.
Bien
que desde perspectivas diferentes, el programa maestro de Putin, y con
él su negativa cerril a acatar alguna fórmula de autodeterminación,
estaría empezando a tambalearse en un recinto en el que muchos de los
debates forjados al calor de la primera guerra, la librada en
1994-1996, estarían reapareciendo. Recuérdese que entonces, y
encuestas en mano, eran mayoría los rusos partidarios de reconocer la
independencia de Chechenia, antes de resultas del designio de generar
un cordón sanitario de seguridad en torno a la república
secesionista que merced a una aceptación expresa del principio de
autodeterminación.
Si
el diagnóstico que acabamos de adelantar es correcto, se estaría
abriendo en Rusia una compuerta que permitiría iluminar un horizonte
distinto para Chechenia. Entre tanto, nuestra obligación salta a la
vista: rescatar a los ojos de nuestros conciudadanos el padecimiento
sin límites de tantas gentes, chechenos y rusos, que parecen a merced
de los caprichos y de los intereses de gobernantes a los que poco más
preocupa que preservar su condición de privilegio.
(*)
Carlos Taibo es Profesor de Ciencia Política de la Universidad Autónoma
de Madrid.
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