Chechenia
El
genocidio silenciado
Por
Roberto Ramírez
Socialismo
o Barbarie, periódico, 10/09/04
El
mundo se vio conmovido por la masacre de más de 500 niños y sus
parientes en las escuela de Beslán, capital de Osetia del Norte, república
de la Federación Rusa cercana a Chechenia. Esta atrocidad debería
haber llamado la atención del mundo sobre un genocidio
convenientemente silenciado: el que sufre el pueblo checheno. Pero los
mismos que desde hace años han tendido una cortina de silencio o de
mentiras a su alrededor ahora vomitan una renovada catarata de
falsedades para que la “opinión pública” no saque conclusiones
“inconvenientes”. Son los de siempre, los gobiernos imperialistas
y sus vasallos de la periferia, la angelical Organización de las
Naciones Unidas y, en primera fila, casi toda la TV y la “prensa
seria” del planeta. Ante esta repugnante competencia por ver quién
confunde más, queremos aquí desarrollar algunas reflexiones desde el
socialismo.
¿Otro
episodio de la “guerra del terrorismo internacional”?
Obviamente
alborozado, Bush fue uno de los primeros en salir al escenario. El
presidente de EEUU en busca de la reelección, ha tomado la matanza de
Osetia como un “11 de septiembre” internacional, que le puede
aportar algunos votos extra. Dando por sentada la completa inocencia
de Putin y el estado ruso en esta salvajada, Bush y gran parte de los
medios estadounidenses presentan esto como otro episodio en la guerra
del “terrorismo internacional”. Con diversos matices, a esta versión
adhieren los demás gobiernos imperialistas, incluso los de Francia y
Alemania que hace un año criticaron a Bush su aventura en Irak.
Para
fundamentar esta versión, los medios informan que se trata de otra
“operación de al-Qaeda”. La prueba –dicen– es que según los
“servicios” rusos “de veinte terroristas muertos, diez son árabes”.
Claro que estos eficientes “servicios” (y los periodistas que les
sirven de bocina) no aclaran cómo han comprobado eso, si todos han
pasado a mejor vida. Quizás, para facilitarles su trabajo, los
“terroristas de al-Qaeda” murieron con el pasaporte en la mano.
Uno
de los pocos escépticos de la prensa mundial, Jason Burke, columnista
de The Observer y The Guardian de Londres e investigador
de la historia de al-Qaeda, analiza “los beneficios de la
fabricación de mitos” a este respecto. “Los jefes de
gobierno y de los servicios de seguridad –señala Burke– tienen
algo en común con Osama Bin Laden. Todos sacan beneficios de exagerar
las capacidades de al-Qaeda...” [1]
Además
del obvio interés de Washington, Burke subraya “los
beneficios... tanto para los rusos como para todos los gobiernos
violadores de los derechos humanos (de Filipinas, Argelia, Uzbekistán,
etc.), que claman constantemente que los insurgentes que combaten en
sus respectivos países están ligados con al-Qaeda”. [2] Señala
que la lucha de Chechenia, como tantas otras, es una lucha de raíces
nacionales, que no ha tenido centralmente motivos religiosos. Pero
advierte al mismo tiempo que estas políticas contribuyen a
“islamizar” éste y otros conflictos.
En
efecto, es utilísimo hacer creer a cientos de millones de
espectadores horrorizados que lo ocurrido es producto de la
“demencia incomprensible” de los “feroces islamistas” que,
naturalmente, por ser de fe musulmana –¡y algunos, peor aún, árabes!–,
son gente sanguinaria. Se complacen en inmolarse después de matar niños,
para ganar el Paraíso prometido por Mahoma.
Esta
burda campaña “islamofóbica” ha tomado en EEUU y otros países
imperialistas dimensiones delirantes, sólo superada por la paranoia
anticomunista del período de la “guerra fría”. Aquí convergen
los intereses directos de varios de los peores enemigos de los
trabajadores y los pueblos del mundo, desde Bush hasta Putin.
Estados
Unidos, en primer lugar, la impulsa como el gran pretexto para invadir
y colonizar el Medio Oriente y el Asia Central, que casualmente, además
de musulmanes turbulentos, tienen las principales reservas petroleras
mundiales. El estado racista de Israel y el aparato internacional de
propaganda sionista justifican así la ocupación de Palestina y las
matanzas diarias de su población. A la mayoría de las burguesías
imperialistas europeas, aunque critiquen esos “excesos” de sus
colegas norteamericanos y sionistas, también le conviene la
islamofobia. Es excelente para dividir a la clase trabajadora. Una
importante minoría de trabajadores en Gran Bretaña, Francia y otros
países está compuesta de inmigrantes de países musulmanes o de sus
descendientes. ¡Qué bueno que el trabajador inglés o francés de
origen vea un enemigo en el de origen “islámico”!
Para
Putin, para la flamante burguesía y para la vieja nomenklatura
que con una nueva camiseta continúa administrando el estado ruso, el
cuento de la “guerra contra el terrorismo islámico” ha sido un
regalo del cielo. Un genocidio que se viene perpetrando con
intermitencias desde hace más de dos siglos contra el pueblo checheno
queda esfumado y hasta legitimado. La toma de la escuela de Osetia ya
no es una respuesta (bárbara, desesperada y equivocada) a la barbarie
infinitamente mayor del estado ruso, sino una expresión del
incomprensible “fanatismo terrorista islámico” y de la “guerra
mundial” que ha desencadenado no se sabe bien porqué. O, como
explica Bush, porque es la guerra del bien contra el mal, y ellos
evidentemente son “los malos”.
Aritmética
de la muerte
En
uno de los sitios web de una fracción minoritaria de la resistencia
chechena –la encabezada por el dudoso Shamil Basayev, responsable de
algunas de las provocaciones que justificaron la segunda invasión
rusa–, se argumentaba lo siguiente antes del cruento desenlace de
Beslan: “Cualquiera sea el número de niños tomados de rehenes,
cualquiera sea el número que vaya a morir... es incomparablemente
menor que el de los 42.000 niños chechenos en edad escolar que fueron
asesinados por los invasores rusos...” [3]
Por
supuesto, como socialistas revolucionarios, rechazamos de plano
argumentos como éste, tanto por motivos humanistas como por el hecho
de que los hijos de los trabajadores rusos y chechenos son hermanos de
clase. Pero esto no invalida que las cifras sean horriblemente
ciertas.
Entonces,
cabe preguntarse: ¿cuántos gobiernos que alzaron su voz de condena y
de duelo por los 500 muertos de Osetia, protestaron antes por los
42.000 niños chechenos asesinados por Yeltsin y Putin? ¿Qué cadena
de televisión internacional hizo alguna campaña mostrando al mundo
sus cuerpos despedazados y el dolor de sus familiares? Por supuesto
que ninguno y ninguna. Son muertos de segunda clase. No merecen ni que
se hable de ellos.
La
población total de Chechenia era estimada antes de la primera guerra
entre un millón y 1,3 millones según distintas fuentes. En dos
guerras y la actual ocupación, las tropas del
estado ruso asesinaron alrededor del 20%. Los testimonios de
los organismos internacionales de derechos humanos como el Human
Rights Watch son escalofriantes. El informe Wellcome to Hell
(Bienvenido al infierno) - Arbitrary Detention, Torture, and
Extortion in Chechnya (Detención arbitraria, tortura y extorsión
en Chechenia), editado hace dos años, es realmente una excursión a
los infiernos. [4] No hay crimen ni brutalidad que el ocupante no haya
cometido o esté cometiendo, desde la continua “desaparición” de
personas como método para mantener un clima de terror permanente,
hasta la violación sistemática de las mujeres por parte de las
tropas rusas, para humillar y desmoralizar a la población.
Pero
nada de esto ha interesado ni a los gobiernos “democráticos” ni a
la prensa “libre”, ni al Papa ni a Kofi Annan. ¡Putin, el ex 007
del KGB, tiene “licencia para matar”... chechenos!
Putin:
¿un policía ineficiente o el genocida de costumbre?
Ante
esta realidad, son otro capítulo deplorable la mayoría de las críticas
que llueven sobre Putin. No se le reprocha su historial de crímenes,
sino que haya sido muy ineficiente como policía en la toma de la
escuela de Beslán. La prensa occidental hubiera ensalzado al
carnicero de Chechenia si, como en las películas de Hollywood,
hubieran muerto sólo diez o veinte rehenes (preferentemente negros o
latinos). Pero matar a 500 y herir a otros tantos para terminar con sólo 30
“terroristas” resultó difícil de digerir. Realmente el ex mayor
del KGB no ha aprendido nada ni olvidado nada desde los tiempos de
Stalin.
Este
terrible episodio ilumina, en cierto sentido, tanto la continuidad
como los cambios del estado ruso. La brutalidad represiva sin límites,
en la mejor tradición estalinista, se combina con una ineficiencia y
corrupción fenomenales, desarrolladas al máximo en la etapa de
restauración capitalista. La “nueva” Rusia de Yeltsin y Putin
combina lo peor de la herencia burocrático-estalinista con lo peor
del capitalismo.
“Una
cosa no ha cambiado –advierte un corresponsal británico–: la
corrupción, que en Rusia es tan descarada que los militantes rebeldes
chechenos pueden pasar armados por cualquier puesto de control ruso
con un simple pago. Hace poco, un chofer checheno me aseguraba que
pasar una bomba a través de los controles de seguridad rusos cuesta sólo
17 dólares.” [5]
Dominación
y petróleo: las dos verdaderas razones para exterminar chechenos
El
pueblo checheno es castigado con esta política de exterminio no
porque se haya alistado en la “guerra del terrorismo
internacional”, sino porque hizo el imperdonable intento de declarar
su independencia.
¿Pero
por qué Moscú, que toleró casi sin resistencia la pérdida de las
restantes repúblicas de la ex Unión Soviética, algunas de
importancia tan grande como Ucrania o los estados bálticos, se empeña
en una guerra a muerte por un pequeño territorio, que le provoca
crisis recurrentes, miles de soldados muertos y millones en gastos
militares?
En
1991, las fuerzas centrífugas que llevaban a la disolución de la
URSS eran tan poderosas que intentar detenerlas habría puesto en
peligro la existencia misma del estado ruso, encabezado por una
burocracia que ante todo aspiraba a una transición al capitalismo lo
más rápida y tranquila posible, en su propio beneficio. Como lo habían
demostrado meses antes las rebeliones de los estados bálticos
(Estonia, Letonia y Lituania) y de Armenia, oponerse por la fuerza
hubiera planteado una situación de guerra civil desde el Báltico al
Cáucaso.
Pero
las mismas razones que le hicieron ceder y aceptar resignadamente la
disolución de la URSS llevaron al Kremlin a oponerse furiosamente a
la independencia de Chechenia. Es que Chechenia no era una república
de la Unión Soviética, sino que integraba la Federación Rusa.
Aceptar su secesión significaba que el proceso centrífugo que había
acabado con la ex URSS, proseguía dentro de la Federación. Para la
burocracia de Moscú en conversión al capitalismo, fue cuestión de
vida o muerte trazar un límite –las fronteras de la Federación
Rusa– y allí atrincherarse, para conservar y recuperar el control
centralizado de lo que le quedaba... que no era poco.
Esta
poderosa razón geopolítica se agravaba para la región del Cáucaso
norte, que había quedado dentro del territorio de la Federación Rusa
y cuyo centro geográfico es Chechenia. Su independencia podría haber
impulsado la del resto de repúblicas no rusas que la rodean (Daguestán,
Ingushetia, Karachay-Cherkessia, Kabardino-Balkaria).
Por
último (y no la menor de las razones) esto hubiera significado la pérdida
de la principal región petrolífera de Rusia. La “nueva” Rusia
capitalista repite en algún aspecto el papel internacional de la
Rusia de los Zares. Actúa como un país imperialista en relación a
los pueblos más débiles y atrasados de su periferia, pero es un país
subdesarrollado en relación a Europa y EEUU. Exporta ante todo
materias primas, principalmente hidrocarburos, a los países
centrales, y les compra bienes de alta tecnología. El petróleo del Cáucaso
es no sólo una de las principales materias primas de exportación,
sino una gran fuente de enriquecimiento de los llamados
“oligarcas”, el puñado de billonarios que constituye la cúpula
de la burguesía mafiosa parida por la burocracia estalinista. La
independencia de Chechenia era una amenaza directa a los bolsillos de
estos delincuentes, que han expropiado al pueblo trabajador de Rusia y
lo han llevado a una catástrofe social sin precedentes.
Socialismo
o barbarie es hoy algo muy concreto
Nuestra
última reflexión es que el episodio de la escuela de Osetia,
demuestra, lamentablemente, que lo de “socialismo o barbarie”
es hoy algo muy concreto.
Se
dijo muchas veces en el pasado que la contrarrevolución burocrática
estalinista acabó con la revolución obrera y socialista más
grandiosa de la historia. Sin embargo, posiblemente sólo ahora,
cuando el híbrido “subsistema” burocrático ha dejado paso
abiertamente al capitalismo, es posible medir sus consecuencias en
toda su profundidad. El “agujero negro” que dejó en la conciencia
política y de clase de los trabajadores de Rusia y de toda la ex URSS
es inconmensurable. Es posiblemente el factor decisivo que permite a
una burguesía mafiosa y una burocracia criminal y corrupta, como la
que representa Putin, cometer las peores injusticias y barbaridades
con poca respuesta aún de las masas obreras y populares.
Este
vacío ideológico y político, de conciencia de clase y de organización
independiente, aflige no sólo a las grandes masas de trabajadores
rusos. Tiñe también, por ejemplo, a las mismas masas chechenas, y
afecta su lucha. Que no existan alternativas de clase a las corrientes
burguesas-conciliadoras (Masjadov) o extremistas locoides (Basayev) ha
significado que la resistencia chechena no haya podido tender un
puente a quien debería ser, objetivamente, su principal aliado, la
clase trabajadora de Rusia, explotada y oprimida por los mismos que
martirizan a Chechenia.
Al
no tener un enfoque de clase, socialista, la resistencia juega en el
terreno que interesadamente le marca el enemigo: el de una guerra
entre pueblos (rusos versus chechenos), donde todo vale; o, peor aún,
de guerra del islam contra los infieles. Es en este contexto que un
sector de la resistencia perpetra el criminal desastre de Osetia, que
provoca el rechazo del pueblo ruso (y de todo el mundo), y que es
aprovechado internamente por Putin para levantar el programa de más
represión que nunca, y mundialmente por Bush para agitar con más
fuerza la bandera de la guerra universal contra el “terrorismo”.
Una
estrategia de clase para la lucha del pueblo checheno no es una
preferencia que tenemos porque somos socialistas y nos gustaría más
eso. Es la única política realista. Es posiblemente la única (o la
mejor) posibilidad de triunfo para los chechenos. Es que la relación
de fuerzas es tan abrumadoramente contraria, que si un sector
importante de las masas rusas no se vuelve contra Putin, difícilmente
alguna vez Moscú se retire de Chechenia.
Allí
están los ejemplo de Afganistán y Vietnam. Más allá de los
contrastes que sufrieron en el campo de batalla, lo que decidió la
retirada fueron las respectivas crisis políticas internas de la ex
URSS y de EEUU. Crisis determinadas porque un sector importante de la
opinión pública se fue volcando contra esas intervenciones.
Para
poder derrotar a Putin, a la burguesía mafiosa y la burocracia que
sigue el frente del estado, será entonces decisiva la actitud que
tomen las masas trabajadoras de Rusia. Aquí está la clave del
desenlace de la guerra de Chechenia.
Notas:
1-
Jason Burke, It’s too easy to blame bin Laden [Es demasiado fácil
culpar a Bin Laden], The Observer, 05/09/04. Burke publicó este año
el libro Al-Qaeda: The True Story of Radical Islam (Al-Qaeda:
la verdadera historia del islam radical).
2-
Burke, cit.
3- J. Steele en Moscú, Bombers' justification: Russians are killing
our children, so we are here to kill yours, The Guardian,
06/09/04.
4- Human Rigths Watch, Wellcome to Hell, Nueva York-Londres-Bruselas,
octubre 2002.
5-
Thomas de Waal, Chechenia: el problema de Putin, BBC World,
02/09/04.
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