El terrorismo ruso y las políticas
de poder
Por Boris Kagarlitsky (*)
Traducción de Fernando Moyano,
Centro Carlos Marx, Uruguay
Boletín "La Lucha Continúa"
y revista "Alfaguara", 04/09/04
Al comenzar el verano, el Kremlin
estuvo limpiando la casa en materia de las llamadas agencias de poder,
o "siloviki". El despido del general Anatoly Kvashnin de su
cargo de jefe del Comando General sobresaltó a los gurús. A un lado
del espectro, los analistas opinaron que esta jugada llegaba muy
tarde, mientras que en el otro, muchos sostenían que tendría muy
poco efecto, o ninguno. Como siempre, la mayoría de los comentaristas
vincularon el relevo de Kvashnin a problemas entre los militares. No
hay duda de que el Kremlin se visto implicado en la situación
militar, de otras maneras las cabezas no hubiesen rodado, pero ese
involucramiento es con la situación militar en un sentido puramente
burocrático, no en un sentido profesional.
Nadie ha sido castigado o promovido
en base al rendimiento de su trabajo. El tema no es el curso de las
operaciones militares en Chechenia o el progreso de la muy peloteada
reforma militar. El único problema real que debe resolverse es que,
pese a la lealtad de Kvashnin al ministro de Defensa Sergei Ivanov, la
gente del presidente Vladimir Putin no tiene total control de la
totalidad de las fuerzas armadas, de seguridad y el complejo de las
fuerzas de la ley.
En los pasados cuatro años, el
Kremlin ha sido muy claro con todos los involucrados en que no alcanza
con la mera lealtad. En último análisis, la gente de Putin no confía
en nadie como no sea en ellos mismos. El "civil" Ivanov, que
sirvió, igual que Putin, el la rama de inteligencia exterior de la
KGB, ha tenido también que vérselas con la solidaridad de la cumbre
del medallero militar. Por cierto, el propio Kvashnin no es
exactamente un militar de los verdaderos de uniforme, habiendo sido un
graduado de una universidad no militar para "conchabarse"
luego en las fuerzas armadas por la puerta de atrás, según opinan
muchos militares de carrera. Pero comparado con el ex-chequista Ivanov,
Kvashnin resulta ser mercancía de buena ley.
Ahora, el comando militar se ha
unificado. Y encima, también tenemos a inteligencia militar (GRU),
que hasta hace poco vivía en su propio mundo. La hostilidad mutua
entre la inteligencia militar y civil es bien conocida, y proviene de
la era soviética. Ahora se agregan al caldo las rivalidades
comerciales. Servir a una ideología, o a los intereses del Estado, es
cosa del pasado. Solo una oscura memoria resta de la ética
corporativa de los servicios de seguridad. Los agentes entrenados en
vigilancia ofrecen ahora sus servicios a clientes privados. Aquellos
entrenados en municiones hacen sus dinerillos volando cosas. La
compartimentación cerrada de estas agencias les facilita a los
agentes lavar el dinero de sus cuestionables trabajos en la sombra
tanto sea para gente respetable o misteriosas compañías locales o
del extranjero.
Como lo señalaba hace poco un
experto militar, la inteligencia militar se está convirtiendo en una desorganizada y mal dirigida confederación
de varias pandillas y compañías. La llegada del actual equipo del
Kremlin significó una renovada lucha por esferas de influencia.
Tenemos una idea aproximada de como ocurren estas cosas en la mafia,
pero ¿cómo va a funcionar esto en los servicios de seguridad y en
las múltiples organizaciones relacionadas? No veremos batallas a la
luz del día ni el uso de artillería pesada, por supuesto. Y los
informes cada vez más dudosos serán archivados en lo alto de cadena
de mando como de costumbre. Pero el control se perderá por completo.
Justo del comienzo de este
reestructura de las agencias de poder, escribí en "The Moscow
Times" que en esta situación está fuera de lugar hablar de la
guerra anti-terrorista: "Todo tipo de incidentes peligrosos
ocurrirán con frecuencia creciente, dando un sin fin de oportunidades
a los periodistas para adivinar cuando hay extremistas reales
involucrados y cuando estamos ante una provocación. Pero tarde o
temprano, salvo problemas inesperados, aquellos en el poder retomarán
el control, se las verán con los causantes de los problemas y
reencauzarán las corrientes desmadradas. Pero para eso se necesita
algo que los amigos en el Kremlin podrían no tener".
Desafortunadamente, estas
predicciones se tornaron realidad demasiado pronto. Los rusos creen
que agosto es un mes de fatalidades. 1991 golpe, 1998 default, 2000
desastre del submarino Kursk... todo esto ocurrido en agosto. También
1999, ataque terrorista. Cinco años después el horrible bombardeo de
un apartamento en Moscú y otras ciudades, dos aviones de pasajeros
fueron derribados la última semana, matando a las 90 personas a
bordo. La última bomba explotada en Moscú mató a 9 personas. Y un día
después, el 1ro de setiembre los terroristas en Beslan toman como
rehenes a 354 personas, la mayoría niños.
Pero la diferencia de reacción de
las autoridades entre 1999 y ahora es alarmante. Antes, en 1999, no se
había disipado el polvo luego de las explosiones cuando los oficiales
ya nos explicaban con gran detalle como los terroristas habían
colocado las bombas. Nos decían a quién había que maldecir y dónde
encontrarlos. Como pudo verse luego, la respuesta del gobierno había
sido cuidadosamente planeada de antemano, como la invasión
norteamericana a Afganistán. Ahora en cambio [en el caso de los
aviones derribados], las autoridades repetían obstinadamente que no
se había encontrado ninguna evidencia de ataque terrorista, sin
prestar atención a las declaraciones de los testigos oculares. En vez
de ello, balbuceaban alguna cosa acerca de la baja calidad del
combustible. Tan sólo cuando se dieron cuenta que sin embargo el público
creía que se terminaría culpando a los terroristas, los expertos
oficiales anunciaron a regañadientes que se habían encontrado trazas
de explosivos en los restos de ambos aviones.
Los oficiales eran los mismos que
hace cinco años, pero en una situación muy similar, hicieron
exactamente lo contrario. ¿Qué cambió?
Muy probablemente, ha cambiado la
gente que está detrás de los ataques. De una u otra manera, las
voladuras de hace cinco años encajaban con toda precisión en la
estrategia general del régimen. Los aviones caídos ahora, no.
Lo usual es que sean los
terroristas quienes asumen la responsabilidad de sus acciones y las
demandas que las motivan. Hoy son las autoridades las que ofrecen
explicaciones. Los oficiales oficiales del gobierno nos dicen quién
está detrás de los ataques terroristas y qué es lo que los
perpetradores esperan lograr. El gobierno y los servicios de seguridad
hablan por los misteriosamente silenciosos terroristas, funcionando
como una suerte de oficina de prensa. Lo que ocurre sin decir, sin
embargo, que al hacer esto el régimen sigue sus propios objetivos.
El 1998 el régimen necesitaba algo
como la voladura de un apartamento como excusa para comenzar otra
guerra en Chechenia, que necesitaban como telón de fondo para las
elecciones que se avecinaban. La muerte de cientos de personas y la
destrucción de la propiedad dieron
al régimen una oportunidad para poner en marcha su maquinaria militar
y política.
Las recientes derribadas de
aviones, en contraste, no servían a ningún propósito. El equipo de
Putin nos ha estado alimentando con historias de éxitos económicos y
estabilidad. Los propagandistas del Kremlin ya han exprimido todo lo
que podían del tema del terrorismo. Los ataques terroristas son
pensados para mandar un mensaje. ¿Pero a quién? ¿A la sociedad
rusa? Eso no es una opción. No tiene ningún sentido tratar de
asustar al ruso promedio, porque el estado hace más que lo suficiente
para mantenernos asustados la mayor parte del tiempo.
¿Y por qué enviar un mensaje a la
sociedad en un país donde la gente no tiene realmente poder? Las
explosiones pueden influenciar al público conciente en España y
Estados Unidos, y puede ser que en la Rusia de hace cinco años. Pero
hoy, Rusia simplemente pasa por encima de los cadáveres y, con
satisfacción masoquista, señala que agosto es un mes de desgracias.
Los últimos ataques terroristas
intentaban claramente enviar un mensaje al Kremlin. No era casual que
uno de los aviones estuviese en vuelo de Moscú a Sochi, la misma ruta
que el presidente Putin toma con mucha frecuencia cuando se hace una
escapada en avión a descansar en su residencia de verano.
El mensaje parece haber haber hecho
blanco, pese a que en el Kremlin no haya encontrado una audiencia
receptiva. Esto puede explicar la inconsistencia y lo incomprensible
de los pronunciamientos oficiales cuando los atentados y la
resistencia de las autoridades a admitir que los terroristas eran los
culpables.
¿Quién mandó el mensaje? A
mediados de los '70, cuando comenzó una ola de sabotajes aéreos, los
aeropuertos implementaron nuevos procedimientos de seguridad que
funcionaron bien hasta el 11 de setiembre de 2001. Como lo demostró
la experiencia norteamericana, el incremento de las medidas de
seguridad ha llevado a los aeropuertos al caos. La enorme multitud que
de esto resulta es ella misma un blanco potencial para los
terroristas.
Aún sin medidas adicionales, el
sistema de seguridad existente es más que suficiente para detener al
terrorista promedio. Pero cuando los terroristas tienen amigos en
puestos elevados, cuando son empleados de los servicios de seguridad
del estado o cuando ellos mismos son agentes del gobierno que se hacen
pasar por terroristas, son capaces de penetrar cualquier sistema de
seguridad. Y endurecer la seguridad ya no ayuda.
La historia del 11 de setiembre está
llena de contradicciones y lagunas porque nadie en el gobierno de
EE.UU. está preparado para considerar la posibilidad de que los
terroristas pudiesen haber tenido cómplices adentro del sistema. Los
rusos son más cínicos, o tal vez simplemente menos ingenuos. La
posibilidad de de una conexión entre los servicios de seguridad y los
terroristas aparece cada vez que algo es volado.
Con la crisis de rehenes en Beslan
próxima a su culminación, más y más voces comienzan a denunciar a
la FSB, la agencia de seguridad del gobierno de Putin y la principal
base de sustento del aparato del estado. Sin embargo, no es la FSB
sino más bien la inteligencia militar quien históricamente ha tenido
la experiencia, el conocimiento y los "kadry" necesarios
para prevenir ataques de este tipo. Ha sido la inteligencia militar,
quien estuvo envuelta en el entrenamiento de terroristas tan famosos
como Shamil Basayev, y por supuesto, incluso sus exitosas
infiltraciones en la mayoría de las organizaciones terroristas
chechenas. Pese a esto, en la actual situación el GRU (inteligencia
militar) parece no haber hecho nada para prevenir el ataque. Pueden
llamarlo sabotaje burocrático, si quieren. Cosas como esta ocurren en
las corporaciones o en las agencias gubernamentales en muchos países.
Pero en Rusia las consecuencias son particularmente sombrías.
Los ataques no son obra de locos
sueltos. Es simplemente la forma en que la lucha por el poder se lleva
adelante en este país. Diferentes agencias de seguridad compitiendo
por su influencia, burocracias rivales luchando por controlar el
proceso de toma de decisiones, elites económicas peleando por la
propiedad privatizada, y, por último pero no menor, grupos
terroristas dando vueltas alrededor y ofreciendo sus servicios a las
partes interesadas: esa es la realidad de la política rusa bajo Putin.
El entorno de Putin planea usar los
métodos "revolucionarios"
para llevar adelante sus planes, resolver sus problemas y
desembarazarse de todas sus obligaciones, todo de un solo tajo.
Despojarán a los jubilados de sus beneficios, enrolarán a los
estudiantes universitarios en el ejército, y recortarán la educación
gratuita y la asistencia médica. Tratarán de socavar el poder de los
gobernadores locales y rediseñar los límites administrativos
amalgamado las distintas regiones, La inteligencia liberal se mantendrá
alejada de las líneas aéreas, y se marginará a los Comunistas de la
política. Una nueva y perfeccionada oligarquía será creada
apresuradamente para remplazar a la vieja y desleal.
Los métodos revolucionarios
funcionan bien en una revolución, pero no se puede desestabilizar un
país en que el caos revolucionario ya reina.
El régimen actual no tiene planes de desencadenar una revolución, ni
siquiera una contrarrevolución, pero lo que sin duda está logrando
es crear el caos.
(*) Boris Kagarlistsy es director
del Instituto de Estudios de la Glogalización.
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