Crónica
de los sucesos de Beslán por una periodista rusa a la que los
servicios secretos de Putin trataron de envenenar
El
horror se hizo aún más terrible por la intimidación de los serviles
medios de comunicación rusos
Por
Anna Politkovskaya (*)
The Guardian, Londres
Reproducido por
Rodelu.net, 14/09/04
Es
la mañana del 1 de septiembre. Desde Osetia del Norte llegan
informaciones difíciles de creer: se han apoderado de una escuela en
Beslán. Media hora para empaquetar mis cosas mientras mi mente
trabaja furiosamente decidiendo cómo llegar al Cáucaso. Y otro
pensamiento: buscar al líder separatista checheno Aslan Masjadov, que
salga de su clandestinidad, que se reúna con los asaltantes y les
pida que liberen a los niños.
Después
vino una larga tarde en el aeropuerto de Vnukovo. Enjambres de
periodistas intentaban abordar un avión con destino al Sur, mientras
que los vuelos estaban siendo retrasados. Evidentemente, hay gente a
la que le gustaría demorar nuestra salida. Utilizo mi teléfono móvil
y hablo abiertamente sobre el objeto de mi vuelo: "Buscad a
Masjadov", "persuadid a Masjadov".
Hace
mucho tiempo que hemos dejado de hablar abiertamente por nuestros teléfonos
móviles, persuadidos de que están pinchados. Pero esto es una
emergencia. Finalmente, un hombre se me presenta como ejecutivo del
aeropuerto: "La voy a montar en un vuelo a Rostov". En el
minibús, el conductor me dice que los servicios de seguridad rusos,
el FSB [el antiguo KGB. N. del T.] , le han ordenado que me pusiera en
el vuelo a Rostov. Al subir al avión mis ojos se cruzan con los de
tres pasajeros sentados en un grupo: ojos maliciosos que miran al
enemigo. No les presto atención. Ésa es la forma como me suele mirar
la mayoría de los agentes del FSB.
El
avión despega. Pido un té. Son muchas horas de carretera desde
Rostov hasta Beslán y la guerra me ha enseñado que es mejor no
comer. A las 21:50 bebo el té. A las 22:00 siento que tengo que
llamar a la azafata porque estoy perdiendo rápidamente el
conocimiento. Del resto sólo conservo algunos vagos recuerdos: la
azafata solloza y grita: "Estamos aterrizando, ¡aguante!"
"Bienvenida
de nuevo", dijo una mujer inclinada sobre mí en el hospital
regional de Rostov. La enfermera me dice que cuando me ingresaron mi
estado era "casi desesperado". A continuación susurra:
"Cariño, han intentado envenenarte". Todos los análisis
realizados en el aeropuerto han sido destruidos —"órdenes de
arriba", dicen los doctores.
Mientras
tanto, el horror en Beslán continúa. Algo extraño ocurre allí el 2
de septiembre: ningún funcionario está hablando con los familiares
de los secuestrados, nadie les está informando de nada. Los
familiares asedian a los periodistas. Les suplican que pidan a las
autoridades que faciliten alguna información. Los familiares de los
rehenes se hallan inmersos en un vacío informativo. Pero ¿por qué?
A la mañana, también en el aeropuerto Vnukovo, detienen a Andrei
Babitsky alegando un pretexto baladí. Como resultado de ello, otro
periodista conocido por llevar hasta el final sus investigaciones y no
tener pelos en la lengua en sus declaraciones a la prensa extranjera,
se ve impedido de ir a Beslán.
Corre
la voz de que Ruslan Aushev, el antiguo presidente de Ingushetia,
rechazado por las autoridades por reclamar un acuerdo para resolver la
crisis chechena, se ha personado de repente en la escuela de Beslán
para negociar con los terroristas. Entró sólo porque la gente en el
cuartel general de los servicios especiales al cargo de las
negociaciones fue incapaz durante 36 horas de decidir quién de ellos
debía ir. Los guerrilleros entregaron a Aushev tres bebés y después
liberaron a otros 26 niños con sus madres. Pero los medios de
comunicación trataron de ocultar el comportamiento valiente de Aushev:
no hay negociaciones, nadie ha entrado a la escuela.
Para
el 3 de septiembre las familias de los rehenes se encuentran sometidas
a un bloqueo informativo total. Están desesperados; todos recuerdan
la experiencia del asedio al teatro Duvrovka en el que 129 personas
murieron cuando los servicios especiales bombearon gas en el edificio
y pusieron fin al asedio. Recuerdan cómo el Gobierno mintió en
aquella ocasión.
La
escuela está rodeada de gente armada con rifles de caza. Son gente
normal y corriente, padres y hermanos de los rehenes que han perdido
toda esperanza de recibir auxilio por parte del Estado; han decidido
rescatar a sus familiares por sí mismos. Éste ha sido un tema
constante durante los últimos cinco años de la guerra de Chechenia:
perdida toda esperanza de recibir protección del Estado, la gente
solo aguarda de él ejecuciones extrajudiciales por parte de sus
servicios especiales. De modo que tratan de defenderse a sí mismos y
a sus seres queridos. Naturalmente, la autodefensa conduce al
linchamiento. No podría ser de otro modo. Tras el asedio al teatro
del 2002 los rehenes hicieron este espeluznante descubrimiento: sálvate
a ti mismo, porque el Estado sólo puede ayudar a que te destruyan.
Es
lo mismo que ahora ocurre en Beslán. Las mentiras oficiales continúan.
Los medios de comunicación difunden las versiones oficiales. Lo
llaman "adoptar una posición amigable con el Estado",
significando con ello una postura de aprobación de las acciones de
Vladimir Putin. Los medios de comunicación no tienen ninguna palabra
crítica con respecto a Putin. Lo mismo se aplica a los amigos
personales del presidente, que casualmente son los directores del FSB,
el ministro de defensa y el ministro del interior. Durante los tres días
de horror en Beslán, los "medios de comunicación amigos del
Estado" jamás osaron expresar en voz alta que probablemente los
servicios especiales estaban cometiendo un error. Jamás se atrevieron
a sugerir a la Duma y al Consejo Federal —al Parlamento— que harían
bien en convocar una reunión de urgencia para debatir la crisis de
Beslán. La noticia de portada en los medios es el vuelo nocturno
emprendido por Putin a Beslán. Se nos muestra a Putin expresando su
agradecimiento a los servicios especiales; vemos al presidente
Dzasokhov, pero no se dice ni una palabra de Aushev. Éste no es más
que un ex presidente caído en desgracia, simplemente porque instó a
las autoridades a no prolongar la crisis chechena, a no llevar las
cosas hasta un punto de tragedia que acabara por desbordar al Estado.
Putin no menciona el heroísmo de Aushev, así que los medios de
comunicación lo silencian.
El
sábado, 4 de septiembre, es el día siguiente al del terrible
desenlace de la crisis de los rehenes de Beslán. La cifra de bajas es
aterradora, el país permanece en estado de shock. Y quedan aún
decenas de personas desaparecidas cuya existencia niegan las
autoridades. Todo esto fue el asunto de una brillante y, según los
estándares vigentes, extremadamente audaz edición sabatina del
diario Izvestia, encabezada con el siguiente titular: "Silencio
al máximo nivel". La reacción oficial fue fulminante. Raf
Shakirov, editor jefe, fue despedido. Izvestia pertenece al barón del
níquel Vladimir Potanin, quien se pasó todo el verano temblando en
sus botas por miedo a compartir el destino de Mikhail Khodorkovsky, el
hombre más rico de Rusia, arrestado bajo cargos de fraude. Sin duda
trataba de ganarse el favor de Putin. El resultado es que Shakirov, un
talentoso director de periódico y, en términos generales, un hombre
afecto al stablishment, ha quedado fuera de juego, convertido en
disidente de última hora, simplemente por desviarse una micra de la línea
oficial.
Podría
usted pensar que los periodistas organizaron una acción de protesta
en apoyo de Shakirov. Por supuesto que no. La Unión Rusa de
periodistas y el Sindicato de los Medios de Comunicación han
permanecido mudos. Sólo el periodista que sabe mantenerse fiel al
stablishment es tratado como "uno de los nuestros". Si ésta
es la actitud de los periodistas con respecto a la causa que servimos,
estamos ante el fin del principio básico según el cual trabajamos
para que la gente sepa lo que está pasando y tome las decisiones
correctas.
Los
sucesos de Beslán han demostrado que las consecuencias de un vacío
informativo son desastrosas. La gente rechaza al Estado que lo ha
dejado en la estacada y trata de actuar por su cuenta, rescatar a sus
seres queridos sin ayuda de nadie y aplicar a los culpables su propia
justicia. Más tarde, Putin declaró que la tragedia de Beslán no tenía
nada que ver con la crisis chechena, de modo que los medios de
comunicación dejaron de cubrir ese tema. De este modo, Beslán es ya
como el 11—S: puro Al—Quaeda. Ya no se menciona la guerra de
Chechenia, cuyo quinto aniversario se cumple este mes. Todo eso es
absurdo, pero ¿acaso no ocurría lo mismo en tiempos de la Unión
Soviética, cuando todo el mundo sabía que las autoridades mentían
descaradamente pero pretendían que el emperador estaba vestido?.
Nos
estamos volviendo a precipitar en el abismo soviético, en un vacío
informativo que significa nuestra muerte por ignorancia. Sólo nos
queda Internet, donde la información todavía fluye libremente. En
cuanto al resto, si quiere usted seguir trabajando como periodista,
deberá trabajar servilmente para Putin. De lo contrario, le aguarda
la muerte, la bala, el veneno, o un proceso judicial —cualquier cosa
que nuestros servicios especiales, los perros cancerberos de Putin,
estimen oportuno.
(*)
Anna Politkovskaya es periodista del diario Novaya Gazeta. Ha
obtenido numerosos galardones por su cobertura periodística del
conflicto ruso—checheno, sobre el cual ha publicado varias obras.
Formó parte del equipo que negoció con los guerrilleros que tomaron
el teatro Duvrovka en octubre del 2002.
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