La
cuestión del “velo”
La
República imperialista contra los inmigrantes árabes y musulmanes
Por
Isidoro Cruz Bernal
con la colaboración de Flor Beltrán, corresponsal en Francia
Socialismo
o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004
En
septiembre de 2004 ha entrado en vigencia una ley (aprobada en marzo de
este mismo año) que prohíbe a las chicas musulmanas el uso del
“foulard” o, más exactamente, “hijab”, una prenda con la cual
se cubren la cabeza y, parcialmente, el rostro. En sentido estricto
esta ley francesa también prohíbe las cruces cristianas calificadas
de “conspicuas”, los kippá judíos, así como las barbas y las
bandanas que denoten una
afiliación religiosa musulmana. A esto se agregan las insignias políticas
(partidarias o también las que impliquen la adhesión a algún
movimiento social contestario).
Por
fuera de que el contenido formal de esta ley tenga la implicancia
concreta de coartar la libertad de expresión y de concebir la
laicidad de la enseñanza como la de una “neutralización” forzada
y obligatoria, un aplanamiento de toda particularidad que pudieran
ostentar los alumnos; la mayoría de la prensa y de la opinión pública
da por sentado que el objetivo al que apunta esta ley es a la
prohibición del foulard o hijab. No por casualidad la ley resultante
del trabajo de la Comisión Stasi ha sido llamada en los medios la
“ley contra el velo”. Esta presunción no se basa en una mera
desconfianza hacia el gobierno y el estado. La cuestión del
“foulard” en Francia tiene, al menos, 15 años de existencia...y
de conflictividad.
Un
momento particularmente dramático de este asunto fue la exclusión de
Alma y Lila Levy del Liceo Henri Wallon por el hecho de que ambas
muchachas se negaron a concurrir a clase sin el “foulard”. El
gobierno francés puso por encima la necesidad de afirmar la autoridad
de sus leyes expulsivas y excluyentes al hecho de que dos jóvenes
francesas de religión musulmana puedan terminar ese ciclo de su
educación.
La
expulsión de Alma y Lila del secundario y la ley contra el
“foulard” fueron, durante 2003 y 2004, los ejes de un debate político
público que dividió aguas en la sociedad francesa. Es importante
analizar esta cuestión desde un ángulo marxista revolucionario, no
tanto por una intención de “estar enterados” (cosa en sí misma
legítima y útil) sino porqué a través de la “cuestión del
foulard” se pueden ver una serie de aspectos programáticos de la
lucha socialista.
Esto
es posible debido a que el problema como tal involucra varios planos
que, para analizarlos consistentemente, en primer lugar, deben ser
evaluados sin sacrificar ni hacer a un lado ninguno de ellos, agitando
unilateralmente un solo aspecto de esta cuestión. Y en segundo lugar,
además de tomar el problema en la totalidad de sus aspectos, es
absolutamente necesario comprender esa totalidad en sus
articulaciones. Ver cuales son sus nudos, verificar si la cuestión
que motoriza e impulsa este conflicto puede ser identificada con la
que lo determina en última instancia, analizar qué aspecto es
secundario y cual no, etc.
Contra
lo que pudiera parecer a primera vista, esto último no es mero
palabrerío sino algo a prestarle una atención decisiva. Sobre todo
si vemos que los sectores y grupos sociales y políticos que han
asumido una posición favorable a esta ley lo han hecho poniendo el
acento en uno solo de los aspectos que presenta la cuestión del “foulard”.
No han tenido en cuenta, por ejemplo, que se apoya una ley que agrava
la “islamofobia” difundida actualmente en los países
imperialistas. Y que, pese a lo que pueda creerse a primera vista,
tiene su epicentro en Europa,
donde la presencia de la inmigración árabe es un hecho imposible de
dejar a un lado.
Además
es muy importante tomar en cuenta que la parte más grande de las
justificaciones ideológicas de esto vienen “por izquierda” o,
cuando menos, acompañadas por un discurso progresista. No hay que
marearse ni dejarse engatusar por este engañoso consenso que busca
quedar parado a la “izquierda” de los inmigrantes árabes y
musulmanes para, de esta forma, servir más eficazmente al
imperialismo.
En
la opinión de quién escribe, al analizar la cuestión del “foulard”,
hay que considerar los siguientes planos:
La
libertad religiosa, que incluye tanto la práctica pública
de cualquier creencia como la crítica a la religión como tal, desde
puntos de vista agnósticos o ateos.
La
libertad de las mujeres, en tanto que individuos y en tanto sexo
respecto a las creencias de su familia, comunidad o de la sociedad en
su conjunto.
La
existencia de importantes minorías nacionales en varios países
capitalistas europeos, provenientes de la periferia.
El
hecho de que una parte, ampliamente mayoritaria, de esa inmigración
vaya a engrosar las filas de la clase trabajadora (aunque manteniendo
una serie de características propias a las que los socialistas deben
atender si quieren, verdaderamente,
tener diálogo político con ella).
La
política de “criminalización” de la fe musulmana promovida por
el imperialismo.
Es
conveniente también remarcar que la Comisión Stasi ha investido sus
planteos con un aura pluralista y “multiculturalista”. Esta definió
a la escuela pública como un “espacio cerrado” que enfatiza la
igualdad entre los sexos y el respeto mutuo. También recomendó 26
medidas, varias de ellas para promover la diversidad cultural como el
agregar las festividades religiosas árabes y judías o la enseñanza
del bereber y el kurdo para dirigirse a esas minorías. Pero una cosa
son las recomendaciones que se hacen para legislar y otra cosa,
bastante más determinante, es lo que se legisla. Solamente lo que
incumbía a la cuestión del “foulard” pasó a formar parte del
cuerpo de la ley francesa.
El
mapa del conflicto
Dijimos
más arriba que la cuestión del “foulard” ha dividido a las
fuerzas políticas y a los movimientos sociales en Francia.
A
favor de la ley están la derecha que tiene como referente a Chiriac y
el partido socialista al mismo tiempo que la extrema derecha del
Frente Nacional de Le Pen. No dicen exactamente lo mismo pero es
evidente su confluencia de fondo en estos temas. Le Pen siempre ha
proclamado que los cinco millones de inmigrantes traen el crimen a las
calles y que la solución a esto pasa por su asimilación a Francia o
la expulsión.
En
cambio tanto la derecha de Chiriac como los partidos socialista y
comunista (la llamada izquierda plural) defienden la ley a partir de
referirse a la “tradición secular de la República” o proclamando
que “la secularidad no se negocia”.
A pesar de esto es bastante evidente que Chiriac y su partido buscan
una base de acuerdo con el electorado de Le Pen. Es decir que su
manera de neutralizar políticamente a Le Pen es asumir como propios
algunos puntos de su programa. Este es un aspecto clave a tomar en
cuenta para un balance acerca de la política de votar a Chiriac para
cerrarle el camino a Le Pen. Chiriac recoge ese apoyo político y
lleva adelante el mandato de las urnas “a su manera”.
La forma concreta en que Chiriac “combate” a Le Pen es competir
con él en la carrera por ver cual de ellos encarna con mayor eficacia
el consenso social reaccionario contra los inmigrantes. El economista
y diputado europeo por los Verdes, Alain Lipietz, describe esto como
una “nueva capitulación ante una vieja demanda del Frente
nacional”.
A
su vez las huestes de Le Pen, sin abandonar su fascismo esencial,
condescienden a hablar en la “jerga republicana” común al
centroderecha y a la izquierda plural. Podemos decir que el arco
mayoritario de los partidos políticos franceses apoya la ley contra
el “foulard”. Como frutilla del postre a esta confluencia se suma
Lutte Ouvbriere, un partido de extrema izquierda (su catastrófica
posición la comentaremos más adelante).
Al
apoyo a la ley contra el “foulard” hay que agregar a organismos
como S.O.S Racismo, una organización fundada por la esposa de
Mitterrand cuyo fin declarado era la lucha contra la xenofobia (aunque
con un perfil bastante “light”).
También apoyaron la ley dirigentes feministas como Fadela Amara,
perteneciente al colectivo “Ni putas ni sumisas”, una organización
creada para defender de los derechos de las mujeres y muchachas de los
suburbios que rodean Paris (y que son el blanco más frecuentes de los
violadores). Otra muestra de apoyo a la ley se dio mediante una
solicitada firmada por mujeres que gozan de cierta celebridad,
encabezadas por las actrices Isabelle Adjani y Emanuelle Beart. El
argumento dominante dentro de este espectro de los que apoyan la ley
no es tanto “la República” como la defensa de los derechos de las
mujeres.
Otras
feministas se oponen a la ley argumentando, desde su punto de vista,
que la única consecuencia concreta que va a tener su aplicación es
el fortalecimiento del fundamentalismo islámico. Dentro de la
comunidad islámica existen sectores que se oponen a la ley viéndola
como un ataque al islam” mientras que otros plantean que los
musulmanes que viven en países no-musulmanes tienen que acatar sus
leyes, aclarando que eso incluye el aceptar la prohibición del
“foulard” (en ese sentido se manifestó una importante autoridad
islámica como Muhammad Sayyid Tantawi, rector de la Universidad de
al-Azhar de El Cairo).
Una
parecida forma de neutralidad asumió la otra organización importante
de la extrema izquierda en Francia, la Liga Comunista Revolucionaria
(LCR). Su posición se resume en “ni velo ni ley”.
Una
minoría de la dirección de la LCR tomó una posición distinta y, a
nuestro entender, correcta en líneas generales, de oposición activa
a la ley y de defensa de los derechos de las muchachas a usar la
vestimenta que crean conveniente (en función de sus creencias
religiosas, de sus costumbres comunitarias voluntariamente aceptadas o
de su propio criterio) .
Otras corrientes de extrema izquierda como la que anima la mayoría
del Partido Socialista Escocés (SSP) y la corriente Socialisme
International (ligada al SWP británico) y que actúan ambas al
interior de la LCR, tienen, en términos generales, la posición de la
minoría.
Además
de las dos últimas corrientes mencionadas, en la oposición a la ley
se encuentran el Partido Verde, la Liga por los Derechos del Hombre,
sectores intelectuales ligados a Le Monde Diplomatique, el
Movimiento contra el Racismo y por la Amistad entre los Pueblos (MRAP)
y otros organismos y movimientos sociales. La mayoría de ellos actúa
junto a sectores de comunidad musulmana en “Un Ecole pour tous”,
una coalición de activistas y organizaciones que a partir de la
cuestión “foulard” ha adquirido cierto dinamismo. Cabe aclarar
que pensamos que, aunque la posición de estos sectores es correcta en
general tiene la limitación de que contempla el problema desde una
posición democrática a secas, que a lo sumo (y solamente en algunos
de estos sectores) es acompañada por una crítica con rasgos
antimperialistas. A nuestro criterio se hace necesaria una comprensión
desde un punto de vista de clase sobre la cuestión “foulard” que,
sin caer en reduccionismos, ubique el problema de fondo que le dio
origen dentro de una estrategia global anticapitalista. Por supuesto
que, en este caso concreto, existe la dificultad de que los marxistas
revolucionarios, en su mayoría, han adoptado una actitud que
dificulta notoriamente esta tarea.
La
cuestión del “foulard” en su contexto
Hasta
aquí nos limitamos a enunciar los términos del problema un poco
“en abstracto”. Recién ahora, con lo que expondremos en este
apartado, el lector podrá disponer de los hechos y del contexto en
que estos se dan y fuera del cual serían incomprensibles o que se
reducirían a un debate aséptico sobre el pluralismo cultural. Vamos
a hablar, como decía un
personaje de Onetti, del “alma de los hechos”.
El
asunto del “foulard” va más allá de su incidencia inmediata. Los
prohombres de la república francesa que integraban la Comisión Stasi
lo reconocían abiertamente: “Debemos ser lúcidos, hay en Francia
algunas conductas que no pueden ser toleradas, hay sin duda muchas
fuerzas en Francia que están buscando desestabilizar a la república.
Y es hora que la república actúe”.
Mediante este tipo de afirmaciones los cuadros del estado burgués
trazan un panorama en el que aparecen signos de múltiples
implicancias que amenazan la idílica república de las luces. El
enemigo que se busca perfilar no tiene rostro. Es uno y muchos, cosa
que permite al estado francés ir eligiendo las batallas que quiere
dar en el momento propicio. “Muchas fuerzas...” afirma la ínclita
Comisión, aunque no las describe. Esa ambigüedad es la que permite
remitirlas a enemigos tan brumosos como el “terrorismo”, entidad
en la que caben tanto Al-Quaeda como la resistencia palestina o...una
chica francesa de origen árabe que usa el “foulard” para ir a
clase.
“Usar
el velo, lo queramos o no, es una especie de agresión que no podemos
aceptar” declaró Jacques Chiriac
volviendo más concreto el perfil del enemigo a combatir. Esta dialéctica
entre formas abstractas con un contenido vago y una “bajada a
tierra” que permite incluir a “enemigos concretos” en esa
conjura es uno de los eje de esta maniobra ideológica.
Juppé,
el ex-ministro de economía que quiso llevar adelante el ajuste que
desencadenó la huelga de 1995, declaró que: “no es paranoico decir
que estamos frente a un alza del fanatismo religioso y político”. O
también “vestir insignias conspicuas no es aceptable. Debemos
legislar para que el velo islámico no sea usado”. Otro gran
“ajustador”, Raffarin, el actual ministro de economía que llevó
adelante la ofensiva contra las jubilaciones, definió a Francia como
“la vieja tierra de la cristiandad”. Estas dos declaraciones son
aparentemente contradictorias. La de Juppé alude a la fantasmagoría
de una población musulmana uniforme y fanatizada que busca acabar con
Occidente. La de Raffarin convierte al cristianismo en el sustento
natural del estado francés. El objetivo común de las dos es excluir
a la comunidad musulmana, en su mayoría pobre, de la protección legítima
de la república burguesa.
Pero,
como el lector puede imaginar, por más que el aspecto ideológico sea
muy importante en la cuestión “foulard”, todo esto no va a
quedarse en palabras sino que implica acciones concretas. Jacques
Peyrat, alcalde de Niza, ciudad que es un bastión de la extrema
derecha, declaró: “No se concibe que existan mezquitas en un estado
secular”.
Si
el lector tiene esperanzas en que esta última cita sea simplemente el
producto de la enajenación fascistoide y racista de la extrema
derecha puede ir abandonando esas expectativas. También en nombre de
la razón y de la izquierda se verifican expresiones similares. Desde
los militantes socialistas, entusiastas partidarios de la ley anti-foulard
para “defender las escuelas de la república” hasta casos como el
del alcalde de Montreuil (elegido por el PCF, cuya dirección comparte
los fundamentos de la campaña “islamofóbica”, y emigrado
recientemente a los socialistas) que ha lanzado una campaña para
impedir que las madres de origen árabe usen el foulard cuando van a
buscar a sus hijos a la escuela primaria.
Todas
estas expresiones y propuestas deben ser insertadas dentro de un
contexto en el cual abundan profanaciones de tumbas de ciudadanos de
origen árabe, cócteles molotov contra mezquitas (como en Chalons en
la región del Marne o en Mericourt en Pas de Calais) o mediante
cartas-bomba como contra la mezquita de Perpignan.
Cabe aclarar que, en este contexto, cuando este tipo de atentados
salen a la luz el repudio es considerablemente menor que cuando los
vestigios residuales del nazismo perpetran sus bárbaras incursiones
en cementerios judíos. Cuando suceden este tipo de hechos todo el
espectro político acude a actos oficiales donde concurre la izquierda
y la derecha, ya que el estado francés proclama oficialmente la lucha
contra el antisemitismo. El contexto de “islamofobia” dominante
pone en sordina cuando las víctimas son árabes y se desgarra las
vestiduras cuando hay alguna agresión contra la comunidad judía
(naturalmente en tanto que marxistas revolucionarios el antisemitismo
nos repugna visceralmente, pero ponemos el acento sobre la
“islamofobia” actual en función de que es allí donde el
imperialismo dirige sus golpes, militares y propagandísticos). En
Francia es claro que hay dos racismos: uno que debemos repudiar casi
por obligación (y que tiene sus manifestaciones cada tanto) y otro,
que no se admite y que funciona a pleno porque es constante. Es el
racismo antimaghrebí, que tiene especiales connotaciones con los
inmigrantes argelinos, los cuales no solamente fueron colonizados por
el imperialismo francés (como todo el Maghreb) sino que, para obtener
su independencia, tuvieron que desarrollar una sangrienta y
sacrificada lucha armada que dejó muy importantes secuelas en la
sociedad francesa. Pero, más allá de que en el caso de los argelinos
esto es más extremo, con todos los maghrebíes se entabla una relación
compleja y crispada, de un odio latente que periódicamente estalla.
El rechazo racista del colonialismo que tuvo que resignar sus blasones
hacia contingentes de población que emigran al país que los colonizó.
A esto debe agregarse que Francia manejó su imperio colonial con métodos
de represión duros (como las célebres matanzas de Setif, Hanoi o
Madagascar) y, actualmente, desarrolla cotidianamente políticas de
intervención militar en varios países de África.
Hace
falta introducir otro elemento más para tener un cuadro completo de
la situación. La ley francesa contra el “foulard” ha inspirado
legislaciones similares en Bélgica y Alemania. En este último país,
en Waden Burtemberg, una de sus zonas más de derecha y conservadoras,
se ha aprobado una disposición que obliga a los maestros de escuela
de origen árabe a no usar ninguna clase de prenda que los identifique
como musulmanes. En España se está empezando a discutir una
iniciativa parecida a la francesa.
Y
por último, en Estados Unidos, donde la cuestión de la inmigración
musulmana está muy lejos de tener la importancia de Europa, se han
empezado a verificar signos de islamofobia que ya no son meramente
externos sino que apuntan a legislar sobre la vida interna de ese país.
En Oklahoma, por ejemplo, una estudiante ha sido suspendida dos veces
por usar el “foulard”. Lo más reciente (y ridículo) ha sido el
proceso judicial que le impediría entrar o permanecer en Estados
Unidos que atraviesa el cantante Cat Stevens por haber abrazado,
hace ya largo tiempo, la fe musulmana. Hay que tener en cuenta que,
hechos como este, revelan la puesta en práctica las “Patriotics
acts”, aprobadas por republicanos y demócratas luego del atentado
al World Trade Center.
Elementos
estructurales e históricos
Una
vez que se han enumerado todos los indicadores que forman parte
contextualmente de la cuestión del “foulard” estamos en
condiciones de abordar una comprensión más de conjunto del proceso
histórico del que forma parte.
Para
lo que viene haré una distinción analítica entre los elementos
estructurales (y connaturales a las características del desarrollo
capitalista) y los de tipo histórico (que refieren en concreto a la
inmigración árabe en Europa).
En
cualquier proceso de migraciones de masa, propios del capitalismo,
podemos encontrar dos elementos.
Por
un lado la tendencia a que los polos de desarrollo capitalista
atraigan fuerza de trabajo que en su lugar de origen carece de
posibilidades de encontrar ocupación debido a la estrechez del
mercado interno. Este tipo de proceso puede verse claramente en la
migración de fuerza de trabajo desde la periferia hacia el centro
pero también puede darse entre áreas desigualmente desarrolladas de
la periferia. También hay que
considerar el otro costado de la cuestión. En la mayoría de los países
capitalistas centrales la tasa de natalidad cae. Por lo tanto Europa
necesita fuerza de trabajo venida desde la periferia.
Por
otro lado la recepción de esos inmigrantes va a estar acompañada por
la creación de obstáculos a su ciudadanización. Por regla general
puede verse que cuanto más desarrollo capitalista tiene el lugar de
destino, más trabas encontrarán los inmigrantes para poder
desarrollar su vida cotidiana y laboral. Esto vuelve cada vez más áspero
el conflicto que tiene como razones de fondo:
La
necesidad de sostener un consenso social reaccionario. Uno de los
instrumentos usados con frecuencia es hacer de los inmigrantes un
chivo expiatorio hacia el cual volcar las expresiones de odio social.
Un conocido slogan de Le Pen es la afirmación de que los inmigrantes
“roban el pan de los franceses”, además de acusarlos de ser el
principal foco de criminalidad.
Un
aspecto menos visible pero igualmente decisivo que resulta de esto es
la división de la clase trabajadora en compartimentos estancos que
raramente comparten un ámbito y una experiencia comunes y que son
instrumentalizados por la clase dominante para que se perciban
mutuamente como enemigos.
En
los países imperialistas, especialmente los europeos, los inmigrantes
son:
En
su mayoría una parte de la clase trabajadora. Son el sector más
oprimido y que es, en general, víctima propiciatoria de las políticas
de precarización del trabajo (en Francia maghrebí suele ser sinónimo
de desocupado). Forman parte de un sector de la clase trabajadora
hacia el cual los marxistas revolucionarios no puedan dejar de tener
política y que, a la vez, por las condiciones de marginación en que
vive su peso social es inferior al que debería desprenderse por su número.
También
constituyen una minoría nacional al interior de estas sociedades.
Esto configura un nuevo tipo de cuestión nacional sumamente compleja.
Por un lado cada comunidad no es una entidad homogénea sino que está
formada por varios sectores sociales. Pero ello está relativizado por
dos cuestiones decisivas. La primera es que al ser inmigrantes la
mirada del conjunto de la sociedad en que viven los homogeiniza como
grupo, los convierte en “los árabes”, “los maghrebíes” o
“los musulmanes”.
En
relación a los aspectos históricos de esto, se debe situar a la
inmigración árabe en Europa dentro de las coordenadas estructurales
que describimos arriba y dentro del proceso de reconstrucción
capitalista de Europa posterior a la segunda guerra mundial. Durante
los años 60, en sus inicios, fue un proceso de inmigración con una
neta mayoría masculina, rasgo en el que se nota que el motor que lo
impulsaba era la necesidad de fuerza de trabajo, demandada por el
capital. Recién después de la guerra de Yom Kippur (1973) comienzan
a llegar mujeres y niños y a darse un proceso de reagrupamiento
familiar. Los tres países que recibieron mayor inmigración árabe o
musulmana fueron Inglaterra, Alemania y Francia. Aún corriendo el
riesgo de esquematizar se puede decir que en cada uno de esos países
se asentó una comunidad diferente. En Alemania fueron los turcos, en
Inglaterra los pakistaníes y los inmigrantes originarios de África
occidental y en Francia los maghrebíes.
Un elemento, por demás revelador, que resalta Kepel es que la mayoría
de estos flujos migratorios no tenían una impronta islámica fuerte,
independientemente de que esa fuera su religión. Más bien sus
características parecían estar marcadas por las aspiraciones a la
integración social propias de la mayoría de los procesos de
inmigración.. La imagen “homogeneamente islámica” que hoy
tenemos de estas poblaciones es falsa y más bien parece condicionada
por los términos en que hoy percibimos el problema (a lo que se
agregan, como frutilla del postre y para complicar más las cosas, las
deformaciones de la propaganda imperialista rabiosamente anti-islámica).
Se puede decir que la relativa “reislamización” de la opoblación
de origen árabe que viven en Europa parece mas bien algo adquirido
posteriormente a su inmigración. Representa, en gran medida, un
efecto directo de los fracasos de la integración a la sociedad y que
está necesariamente determinado por los componentes estructurales que
describimos más arriba.
Tenemos,
por lo tanto, que referirnos al contexto propiamente político que se
relaciona con ello y que es paralelo a este proceso de atracción de
fuerza de trabajo, propio del desarrollo capitalista. Desde 1979 hasta
la fecha se ha dado la aparición de un movimiento político islámico
que se ha ido haciendo una presencia protagónica en la escena
internacional. El inicio de este proceso es común fecharlo a partir
de la revolución iraní de 1976 en que el khomeinismo logró
monopolizar la dirección política del amplio frente contra la
dictadura del Sha, reprimiendo brutalmente a la extrema izquierda y a los sectores obreros
organizados en shoras (consejos obreros). A pesar de ello el
khomeinismo sostuvo momentos de intenso enfrentamiento político con
Estados Unidos y conformó además una ideología, a la vez
radicalizada y a la vez reaccionaria, que adquirió una enorme difusión
y atractivo para el mundo musulmán.
El
khomeinismo chiíta fue un elemento revulsivo dentro del mundo musulmán.
Lo que vendría a ser algo así como el establishment dentro del
islamismo, los sectores dirigentes de Arabia Saudita, no se resignaron
a dejarle el espacio libre a Irán. Su primera respuesta política fue
apoyar, conjuntamente con los norteamericanos, a los milicianos
afganos que combatían a la URSS. Afganistán constituyó el primer
escenario de lo que el islamismo radicalizado planteó como
“Jihad” o guerra santa. Tanto los norteamericanos como los saudíes
supieron agitar la existencia de un enemigo “ateo y comunista”
contra el cual era lícita la guerra santa. En Afganistán, debido a
la naturaleza internacional que adquirió el conflicto y que reforzó
el activo combatiente antisoviético, hicieron sus primeras armas unos
cuantos terroristas de los que hoy son presentados como
“fundamentalistas enemigos de Occidente y sus libertades”. Salvo
que en esa época eran descriptos como “combatientes de la
libertad”. De todas maneras el carácter pro-imperialista de la
resistencia afgana no quita que el odio al invasor soviético no fuera
un sentimiento muy amplio entre los oprimidos (desgraciadamente
manipulado hacia una política al servicio de Estados Unidos. Pero en
lo que concierne a las pujas al interior del mundo musulmán es
innegable que la retirada de los rusos de Afganistán fue un triunfo
para los saudís.
La
otra jugada política exitosa de los sauditas fue el impulsar y
financiar el Frente Islámico de Salvación en Argelia. Aprovechando
la decadencia del régimen burocrático-militar argelino dirigido por
el Frente de Liberación Nacional (FLN)
y las consecuencias de las políticas de ajuste implementadas por este
para salir de su crisis, logró ganar amplios apoyos sociales entre
los jóvenes sin trabajo marginados, estudiantes e intelectuales en
proceso de “reislamización” (en general de clase media o alta) y
sectores del gran y mediano comercio. El FIS se convirtió en el
partido más popular de Argelia y solamente un golpe militar que
repuso al FLN en el poder pudo evitar que gobernara el país.
Hasta
donde hemos visto la lucha política entre iraníes y sauditas tenía
como escenario excluyente a países de la periferia, y exclusivamente
musulmanes. Aquí es donde se produce un giro en las luchas internas
por este liderazgo. Khomeini pronuncia la fatwa (condena, en
ausencia, pero con carácter jurídico y con consecuencias ejecutivas)
contra el libro “Versos satánicos” de Salman Rushdie, facultando
a cualquier musulmán a matar a este escritor en cualquier parte del
mundo. Mientras que en el resto del mundo este último acto político
importante de Khomeini
causaba una mezcla de asombro y rechazo, significó, para los
musulmanes, una especie de “internacionalización” del conflicto,
un llamado inclusivo hacia los musulmanes que viven en los países del
centro. La fatwa contra Rushdie movilizó distintas estrategias
de los sectores musulmanes en competencia. Por ejemplo en
Inglaterra, el clero musulmán ligado a los saudís intentó
conseguir una prohibición del libro apelando a sus contactos en la
elite británica. Contrariamente, los musulmanes chiítas y los
pakistaníes recurrieron a la movilización en las calles de sus
comunidades.
Pero,
en términos generales, la movida política de Khomeini fue un factor
importante tuvo en la activación cultural, social y política de las
comunidades musulmanas insertas en los países centrales. Los otros
factores fueron el incremento de las acciones saudís en la pelea
hegemónica y, sobretodo la presión imperialista sobre los países árabes.
Los
musulmanes en Francia y la cuestión del “foulard”
Para
tener un panorama claro de las relaciones de la comunidad musulmana
con la sociedad francesa, recurriremos a una comparación con
Inglaterra y Alemania.
En
este último país el componente principal de la inmigración de
origen musulmán es turco. A ellos les es casi imposible acceder a la
nacionalidad alemana. La política del estado alemán es estimular a
los turcos a un comunitarismo exacerbado, a vivir en una especie de
“sociedad paralela”. Es decir, a hablar casi exclusivamente en su
idioma, a consumir revistas escritas en turco, a circular por las
calles y parques en grupo y a promover el uso del “foulard” en las
mujeres.
En
Inglaterra, el acceso a la nacionalidad no es difícil como en el
ejemplo anterior, especialmente para los inmigrantes de países que
formen parte del Commonwealth. De todas formas, el
estado británico privilegia claramente la integración por la vía de
la comunidad (y no por la vía individual). Esta adopta una forma
diferente a la conformación de un gheto, propia de los alemanes.
Tanto musulmanes, como hindúes o sikhs, negocian “parcelas de
integración” a la sociedad inglesa por la vía de un “toma y
daca” entre sus dirigentes religiosos y comunitarios con los
distintos gobiernos ingleses. Una forma clásica de esto se da en las
elecciones. Los imanes musulmanes recomiendan a sus fieles cual
candidato es conveniente que la comunidad vote.
Francia
no siguió con los inmigrantes un camino como el de Alemania de
encerrarlos en un comunitarismo exacerbado ni un comunitarismo mas
consensuado con la sociedad de inmigración como en el caso de
Inglaterra.
En Francia juega un papel decisivo dos elementos:
La
ideología republicana, las tradiciones laicas y de igualdad democrática
no favorecen una vía de integración abiertamente comunitaria sino de
tipo individual y, en el ámbito educativo, ejercen una presión
contraria a las manifestaciones religiosas.
Francia
es un país imperialista que, a diferencia de Estados Unidos, tuvo un
importante imperio colonial y, a diferencia de Inglaterra, ya en esa
época era una república. Las tradiciones democráticas pueden jugar
de una forma más o menos “pura” en relación a los franceses,
pero cuando refieren a otros contingentes nacionales, y especialmente
a aquellos que fueron parte de su imperio colonial, como los maghrebíes,
estas tradiciones republicanas se combinan, necesariamente, con
ideologías racistas y justificadoras de la supremacía nacional. Esto
puede plantearse de forma brutal y policial como en el caso de Le Pen
o, de una forma sutil y justificadora, republicana o
“izquierdista”, que atribuye a la república francesa la misión
de combatir el “atraso musulmán” mediante vías de hecho
administrativas.
De
todas formas, para aproximarnos un poco más a la realidad concreta de
este problema, en Francia siempre ha existido una tensión conflictiva
entre la ideología republicano-imperialista de su estado y un
comunitarismo de hecho, que no era admitido como legítimo por el
ordenamiento político y social francés pero que “funcionaba”.
La
comunidad musulmana, en sus diferentes organizaciones, pero
principalmente la Unión de Organizaciones Islámicas de Francia (UOIF),
tenía como misión, dentro de este status quo, una labor de
“contención social” tratando de sacar a los jóvenes desocupados
que viven en los suburbios de las redes de la delincuencia o la droga.
A cambio de eso los diferentes gobiernos iban tramitando los diversos
“ritos de pasaje” que sancionaban la “igualdad republicana” de
los musulmanes franceses. Quizás el hecho más destacado de este
proceso haya sido la inauguración de la Gran Mezquita de París en
1982, al que concurrieron numerosas autoridades francesas. Sin embargo
hacia fines de la década de los 80, en que aparece la primera
generación de adolescentes y jóvenes musulmanes que vivieron toda su
vida en Francia, el proyecto de integración empieza a mostrar sus
primeros quiebres. No es por azar que sea entre esta franja
generacional en donde hayan aflorado los conflictos. Estos jóvenes no
eran árabes sino franceses de nacimiento, no tenían que hacer
“buena letra” como sus padres, extranjeros al fin y al cabo. En
cierta manera son ellos los “sujetos de experimentación” en
quienes iba a comprobarse las bondades de la integración individual
en tanto que “ciudadanos de la república”.
Son
ellos, mucho más que sus padres, los que van a asumir elementos de
identidad musulmana explícitos. Por supuesto que el contexto político
internacional (en el que los musulmanes aparecen como “los malos de
la película”), la agitación que esta estigmatización produce en
la comunidad musulmana y en sus fuerzas políticas e intelectuales, y
el hecho de que, por vía parental, es su comunidad de pertenencia ha
influido de forma determinante para que muchos jóvenes hayan tomado
esas señas de identidad y no otras (como hacerse punks o
trotskistas). De todas formas, cuando se evalúa el caso de los
inmigrantes maghrebíes en Francia no se puede dejar de considerar que
su “reislamización” es fruto de su marginación social en
Francia. Esos inmigrantes del Maghreb, aunque tuvieran creencias
religiosas islámicas, venían de sociedades gobernadas por
movimientos políticos laicos, en los que los imanes religiosos tenían
una importante cuota de desprestigio por su frecuente papel de
colaboradores del poder colonial.
Pero
volviendo al asunto del “foulard” es importante señalar que este
tiene sus primeros avatares hacia 1989. Es por esa fecha que es
percibido, y metabolizado agresivamente, por amplios sectores de la
sociedad francesa. Sin embargo, en ese momento la comunidad musulmana,
que estaba en buenas relaciones con el estado francés, pudo manejar
esto con relativa habilidad. Posteriormente, las tensiones fueron en
aumento, teniendo como efecto colateral una mayor división en la
comunidad musulmana (entre partidarios de un entendimiento con el
estado francés, aunque hubiera que hacer concesiones, y los
musulmanes que veían todo esto como un ataque al islam y a ellos como
comunidad).
El
primer paso importante de la escalada estatal contra los musulmanes
fue la llamada circular Bayrou (1994), antecedente de la actual ley.
Tanto el antecedente como la comisión Stasi de hoy hacían gárgaras
con la laicidad y la república, pero ambas disposiciones no decían
ni hacían nada en relación a los amplios subsidios que el estado
francés dispensa a la educación confesional de signo cristiano. Lo
único que atenta contra la laicidad de la república es el islam.
Este
proyecto, de dar una identidad francesa a los inmigrantes de origen
maghrebí, fracasó. No por ser “demasiado idealista” precisamente
(esta es la conclusión de los franceses racistas que piensan que como
“hemos sido demasiado buenos con los musulmanes, ahora se debe
acabar la leche de la clemencia”), sino porque su despliegue era
contradictorio con la realidad efectiva de la vida de los inmigrantes.
Porque, si bien es cierto que algunos sectores de esta comunidad
ascendieron socialmente, la mayoría de los maghrebíes hace los
trabajos peor pagados o está desocupada. Y, simultáneamente es víctima
de sentimientos y tratos discriminatorios.
Esta
es la base material sobre el que se asienta el fracaso de la integración.
Por un lado los inmigrantes no han adoptado una identidad social que
de prioridad a lo francés antes que a lo musulmán. Y por otro lado a
partir de síntomas como la cuestión del “foulard” podemos ver
como el estado francés y su ideología republicano-imperialista busca
mantener la ficción de una integración de los musulmanes de tipo
“laica, democrática y progresista”, aunque sea mediante métodos
coactivos, como en el caso de la “ley contra el velo”. Aclaramos
que calificamos de ficción a esta integración, no porque creamos en
un “esencialismo” musulmán de estos pueblos (que por otra parte
no se corresponde con la verdad histórica), sino porque todo
verdadero proceso de integración entre comunidades de distintos orígenes
étnicos y nacionales para tener un sustento real debe basarse en una
igualdad sustantiva. Cosa que no se da en este caso, sino que se
reproduce una relación de tipo colonial, con la diferencia que
resulta de una nueva realidad en la que el mercado mundial hace ya
varias décadas que liquidó los imperios coloniales pero pasó a
rearmar relaciones similares al interior de las formaciones sociales
de los países centrales.
Este
tipo de relación colonial y racista delimita un “doble rechazo en
una parte de la sociedad francesa, que es social y cultural. Esto pesa
fuertemente en el sentido de la afirmación de una identidad islámica:
“Tu dices que soy diferente? Bueno, lo soy, soy musulmán y es allí
donde encuentro la fuerza para vivir y sobrevivir en esta sociedad”.
Este tipo de identidad, que se desarrolla al interior de una sociedad
que tiene otra impronta cultural y donde los musulmanes son una minoría
nacional sui generis, no es una identidad de tipo conservador o
integrista, como quieren hacer pensar los medios de comunicación
imperialistas (con la colaboración inestimable de una gran parte de
la intelectualidad, en el caso de Francia). Un estudio realizado por
sociólogos hace unos años afirma que, en la mayoría de los casos,
el uso del “foulard” por las mujeres musulmanas no es
experimentado como sumisión sino como autoafirmación. Y que incluso,
las opiniones expresadas por importantes franjas de estos jóvenes
(varones y mujeres en este caso) sobre aspectos de la cultura
tradicional musulmana, como la poligamia son muy críticas. Hay que
tener en cuenta que no es una tontería esta toma de distancia, ya que
la poligamia significa en el islamismo tradicional la consagración de
la desigualdad del hombre y la mujer. Este estudio afirma que el mismo
patrón de crítica se repite en otras áreas en las que existe
desigualdad de derechos.
Este
tipo de datos que aparecen en la mayoría de las investigaciones
sociales contradicen la verdad de pacotilla que recitan todos los días
las agencias de noticias y que homogeiniza a todos los árabes como si
fueran seguidores Al-Quaeda o de cualquier grupo de imanes
fundamentalistas. Aunque es bastante obvio que existen sectores
reaccionarios entre los árabes y musulmanes, el panorama que deja a
la vista cualquier estudio serio de estos problemas puede ser
descripto de muchas formas salvo la de un conjunto homogéneo y sin
distinciones. Este panorama complejo no puede ser reducido a la
especie de una interpretación que lo ve como un conflicto entre la
modernidad y el atraso, en el que el primer papel estaría a cargo de
la república francesa y el segundo de los inmigrantes del Maghreb.
Sobre todo cuando es visible que la manera que tienen numerosos jóvenes
franceses de religión musulmana de experimentar su religión se
inscribe como un conflicto de formas modernas (no arcaizantes y de
retorno a un pasado). Incluso podríamos decir, a título de hipótesis,
que en el conflicto del “foulard” se expresan dos modernidades
mutuamente contradictorias: una de tipo societal y con aspectos de
autodeterminación y otra de tipo estatista represivo (la de los
partidarios de la ley).
Este
carácter de relación colonial que mencionamos es importante tener en
cuenta que la lógica de la ley que resultó de la Comisión Stasi
propone una forma de laicidad exterior (discutiremos esto más
adelante) pero cuyo único resultado solo puede ser el fortalecimiento
del comunitarismo. La exclusión de alumnos musulmanes de la escuela pública
tendrá como resultado que se creen escuelas para la población
musulmana, que tendrán una alta probabilidad de ser manejadas por
sectores reaccionarios o integristas del clero. No porque creamos que
los musulmanes sean intrínsecamente de derecha sino porque este tipo
de escuelas comunitarias son financiadas, generalmente, por los
sectores musulmanes ricos que, a causa de su posición de clase, se
van a preocupar de proveer a los jóvenes de su comunidad una educación
lo suficientemente conservadora como para que su situación social
privilegiada se disimule o atempere en relación a los musulmanes
pobres o desocupados. De esta forma se reafirmará un factor esencial
de colaboración de clases. Los musulmanes actuarán en base exclusiva
a la solidaridad nacional o religiosa. Los trabajadores musulmanes que
forman parte del sector más oprimido de la clase trabajadora de
Francia se encontrarán con mayores dificultades para orientarse en
relación a sus intereses sociales.
Algunas
precisiones sobre la islamofobia
El
uso de la expresión “islamofobia” no significa que cualquier
ataque al islam sea un ejemplo de ello. Una crítica al contenido
religioso de la fe musulmana hecha desde un punto de vista cristiano o
judío o, por el contrario desde el ateísmo o el agnosticismo, es
completamente admisible, aunque pueda incomodar a musulmanes
creyentes.
Pero
lo que se da en Francia, y en Occidente en general, no es nada de eso.
Es un proceso de estigmatización de una comunidad y de la organización
de un consenso social en contra que no acepta argumentos en contra y
convierte sus convicciones y percepciones en evidencia irrecusable.
La
“islamofobia” reviste varias formas. Una de estas es la de Jean
François Revel, viejo propagandista del Departamento de Estado en
Francia, cuando habla, en su libro “La obsesión anti-americana”,
del “odio por Occidente de la mayoría de los musulmanes que viven
entre nosotros”. El periodista Alain Gresh (de Le Monde
Diplomatique) comenta esta expresión de Revel de la siguiente
manera: “Yo no sé si nuestro filósofo propone la deportación,
pero su comentario define bien el discurso islamofóbico: bajo la
cobertura de la crítica a la religión, se estigmatiza a toda una
comunidad, reenviada a su “identidad” musulmana que sería
“natural”, biológica”. Esta amalgama entre religión y
comunidad es propiamente escandalosa y provoca hoy un problema
importante ya que en la denominación “los musulmanes” incluye a
los ateos y a quienes no dan mayor peso a la religión. Es esta nueva
máscara del viejo racismo anti-árabe y anti-maghrebí en conjunción
con la idea de una nueva “amenaza” internacional, lo que el término
“islamofobia” expresa”.
Otra
variante de “islamofobia” es la “culturalista”. Como dice
Claude Imbert, director de Point: “La dificultad nueva no es
en absoluto racial: es cultural, religiosa y atañe al islam”.
Imbert afirma que el islamismo tiene “propensión a mezclar lo
espiritual y lo temporal” y a desarrollar un “fanatismo
abominable”. Gresh pregunta polémicamente porque el director de Point
no hace intervenir en su análisis a “la desocupación y el racismo
que golpea a los jóvenes de origen maghrebí” y concluye afirmando
que “estas variaciones esencialistas sobre el islam han sido uno de
los temas favoritos del director de Point...: el islam es
incompatible con “nuestras” libertades, con “nuestra”
sociedad, con la democracia”.
Es evidente porque este tipo de ideólogo no se pregunta por los
problemas que señalaba Gresh: porque necesita mantenerse en un plano
de las “ideas puras” y los “problemas en general” para poder
justificar una línea de demarcación absoluta entre la sociedad
francesa y los problemas de los inmigrantes maghrebís. Si diera
cuenta de esos problemas en su “análisis” tendría que bucear en
las cuestiones de fondo que hacen que la actual sociedad francesa
genere este tipo de problemas. Si considerara esa cuestión le sería
imposible sostener una ficción ideológica en la que se describe esto
como un problema que le viene “de afuera” a una “sociedad básicamente
democrática y pluralista”.
Gresh
afirma que las visiones “islamófobas” “no son solamente, ni
principalmente, francesas”. Las sitúa, en nuestra opinión, en una
relación tan directa con el gobierno de Bush que podrían parecer
imposibles fuera de este contexto. Sin embargo su percepción es
totalmente correcta cuando dice que esta ideología “permite
inscribir cada hecho aislado en una visión apocalíptica: un musulmán
que reza sus cinco plegarias y lleva barba es “un integrista”;
tanto un atentado de Hamas como una joven que lleva el “foulard”
forman parte de una estrategia planetaria”.
El
último aspecto de la cuestión de la “islamofobia” atañe al
papel que juegan los medios de comunicación. Para dar parámetros
concretos sobre las actitudes “islamofóbicas” Gresh trae a colación
el siguiente ejemplo: en un documental de la BBC se dio a publicidad
que una serie de enviados del Vaticano habían realizado una campaña
en África, donde el problema del sida está terriblemente extendido,
en la que afirmaban que los preservativos no protegían de esta
enfermedad. Este hecho causó una cierta polémica. Pero Gresh
pregunta agudamente: imaginemos que hubiera pasado si esta campaña la
hubiera llevado a cabo un alto dignatario musulmán. Evidentemente los
medios de comunicación en Francia no hubieran realizado una ponderación
objetiva y permitido la crítica (y el derecho de réplica) del mismo
modo a ambas religiones. Probablemente, en el caso de que un
representante islámico hubiera dicho tal enormidad, lo hubieran
difundido como una noticia que ejemplificaba que atrasados y bárbaros
son los musulmanes. En cambio a la Iglesia Católica la hubiera
tratado con mucha más diplomacia y probablemente le daría bastante
espacio para que esta argumentara esa posición reaccionaria. La
“islamofobia” se expresa en los medios a través de determinadas
condiciones de recepción, en las que todo lo que viene de la cultura
musulmana es bárbaro y casi sinónimo de terrorista, y en unas
condiciones de circulación de los enunciados en las que se puede
decir casi cualquier cosa del islamismo sin correr riesgos de generar
ninguna oposición por parte de la sociedad oficial.
Naturalmente,
la cuestión de la “islamofobia” no debe hacernos pasar por alto
que la base material en que se sustenta la cruzada anti-musulmana
actual es que en esos pueblos se concentra más del 90% de las
reservas petroleras mundiales. Quizás no esté de más recordar la
defensa de la guerra del Golfo que hace algo más de diez años hizo
Henry Kissinger en la televisión francesa: “No es un crimen
defender el aprovisionamiento petrolero de Occidente”.
Una
mirada al laicismo republicano
A
lo largo de este artículo hemos señalado la existencia de una
ideología republicana-imperialista que es, hoy día, un instrumento
propagandístico usado como cobertura progresista o de “izquierda”
para hacer avanzar planteos racistas
que enunciados como tales serían incapaces de ganar adhesión
o consenso.
Un
reportaje a Elizabeth Roudinesco,
una intelectual francesa que se define “mas como republicana que
como demócrata” nos permitirá ver las implicancias de ciertos
argumentos.
Roudinesco
afirma: “Yo era favorable a la ley que prohibía la exhibición de símbolos
religiosos en las escuelas. Una ley que fue votada tanto por la
derecha como por la izquierda. Estaba a favor de esa ley, consciente
de que reafirmar la interdicción sobre los símbolos religiosos en la
escuela tuvo como causa los símbolos islámicos. Es una buena ley,
que originó dos comisiones de debate, que trabajó durante dos meses
y dividió a la opinión pública”.
Más
adelante Roudinesco intenta polemizar mordazmente con los críticos de
la ley contra el “foulard” cuando dice: “...la extrema izquierda
en Francia considera que el islamismo es una forma política de rebelión
contra el capitalismo y eso genera simpatías: es como un nuevo
marxismo. Yo no estoy para nada de acuerdo, y esto no es nada fácil,
porque al mismo tiempo hay que condenar la política de Bush”. Es
interesante puntualizar dos cosas a este respecto. En primer lugar la
actitud de la extrema izquierda no ha sido precisamente de alinearse
en contra de la ley. Sus dos formaciones políticas importantes no han
tomado este combate. LO milita cotidianamente haciendo campaña en
contra de las muchachas que llevan el “foulard” y alineándose, de
hecho, con el estado burgués imperialista de Francia. La LCR no apoya
la ley, pero se declara de hecho prescindente en un conflicto entre
poderes ampliamente desiguales. Aunque probablemente el fallido
sarcasmo de Roudinesco refleje cierto estado de ánimo crítico entre
las bases y simpatizantes de la extrema izquierda. En segundo lugar
resulta particularmente notable como juega aquí la amalgama
intimidatoria en lo intelectual: si uno rechaza la ley se convierte de
inmediato en un izquierdista tonto que busca sublimar la crisis del
marxismo con una dosis fuerte de “antimperialismo” islámico, como
si después de la caída de los países del Este buscáramos
reemplazar la URSS por Al Quaeda. Este tipo de razonamiento deja a la
vista uno de los mecanismos ideológicos del laicismo republicano: su
pretensión de monopolizar los impulsos seculares y modernizantes. ¡La
laicidad soy yo! parece decirle el estado imperialista francés a
todos los inmigrantes (y a aquellos que simpatizan con las demandas de
estos), reeditando una de las tradiciones francesas menos progresistas
. Por último la condena a Bush que emite Roudinesco no debe verse
como una muestra de especial progresismo sino de que, por el
contrario, se trata de uno de los tantos y muchos intelectuales que
bosquejan justificaciones al servicio de las políticas del estado al
que, en última instancia
(y muchas veces en primera) sirven.
Pero
aquí llegamos a la parte más interesante de los argumentos de
Roudinesco.
Empieza afirmando que “hay que combatir el islamismo porque eso va a
permitir integrar a los musulmanes en Francia”. Es decir, asume la
bandera de la “islamofobia” en nombre de una finalidad
“buena”. Es para integrarlos, no es por racismo...¡que nadie
piense mal!
Inmediatamente
viene la justificación: “El nuestro es un estado laico y la
laicidad significa en nuestro caso que dentro de la escuela los chicos
ya no pertenecen a la familia. La escuela laica republicana extrae al
chico de su familia y allí se convierten en sujetos que no tienen por
qué exhibir signos religiosos que identifiquen a su familia. La
religión es una cuestión de conciencia y no una cuestión corporal.
Y yo creo que es una posición muy justa”.
Es
muy sugestivo ver los presupuestos de una posición como esta. El
individuo, su historia, sus inclinaciones y su juicio personal casi no
cuentan. Dejando a un lado la grosera imagen de la “extracción”,
para este tipo de republicanos el individuo es educado por su familia
o por el estado, especialmente por este último si uno tiene la mala
fortuna de provenir de una de esas familias musulmanas tan reacias a
la “integración”. Es imposible dejar de ver a esto como una
apología desembozada del “adoctrinamiento” (que tanto horror
provoca en los “demócratas” cuando se trata de la Cuba castrista
o del Irán khomeinista) y la negación de la autonomía personal como
uno de los fines esenciales del proceso educativo.
Pero
lo constituye el aspecto central del laicismo republicano es la
operación de estatización ideológica que le es propia.
Frecuentemente se olvida que, si por un lado, el laicismo expresó un
combate progresista contra el clericalismo que pretendía tener el
monopolio de las conciencias no fue este su único frente de lucha. El
otro enemigo fueron las escuelas levantadas por los movimientos
socialistas y sindicalistas revolucionarios que expresaban un serio
intento del movimiento obrero por disputar una lucha en el plano ideológico.
El laicismo se desarrolló entonces como una ideología justificadora
de este proceso que, en parte, buscaba convertir a los obreros, la
“clase peligrosa”, en ciudadanos de la república, iguales en lo
jurídico y desiguales en lo real. No es por casualidad que el
principal impulsor de este proceso, Jules Ferry, haya sido parte también
del elenco político de los masacradores de la Comuna de Paris.
Cabe
aclarar, para no pecar de unilateralidad que el laicismo no se reduce
únicamente a este aspecto. Lo destacamos para que no caigamos en la
trampa de comprar el “buzón” de la ideología republicana y para
mostrar que actualmente la burguesía francesa solamente defiende lo
que el laicismo tiene de reaccionario (¡el estatismo!). Porque si nos
atuviéramos al contenido literal de lo que es el laicismo éste no se
aplica sobre los alumnos sino sobre las instituciones. El laicismo
significa que el estado no toma partido en las cuestiones referidas a
las creencias o convicciones y que todos tienen derecho a una educación
igual. No tendría que porqué meterse qué tipos de símbolos o
insignias llevan las/os jóvenes. Naturalmente en el laicismo, como en
toda ideología, siempre existe una cierta distancia entre sus
planteos y los intereses a los que, en última instancia, expresa. No
se le puede negar coherencia a la burguesía francesa cuando toma sólo
el aspecto del laicismo que más le conviene, dejando que el elemento
sobrante engrose los anacronismos históricos.
Como
si esto fuera poco, el caso del “foulard”, deja a la vista que
tras el velo laico de la “neutralidad” educativa de la república
se cuela un buen número de sotanas. Muchos de los partidarios de la
ley contra el “foulard” propician la extensión de la educación
privada (ocupada mayoritariamente por colegios católicos).
Por
último es importante reflexionar de que la reivindicación del
laicismo es especialmente pertinente como bandera de lucha contra una
religión dominante. Suponiendo que el contexto de “islamofobia”
que describimos no existiera, la religión musulmana en Francia es
minoritaria y no se encuentra en posición de imponerle nada al
conjunto de la sociedad. Por lo tanto, en lo que se refiere al asunto
del “foulard”, la invocación del laicismo responde a una
manipulación ideológica y no a un combate progresista.
Las
mujeres y el “foulard”: ¿opresión o libertad?
Además
del laicismo uno de los argumentos esgrimidos por los defensores de la
ley contra el “foulard” es la defensa de los derechos de las
mujeres.
Este
es uno de los puntos que la ideología anti-musulmana manipula con más
éxito, ya que la condición de la mujer en los países árabes es
vista como más desventajosa, subordinada y con menos derechos que en
el resto del mundo. Esto en parte es así o, por lo menos, esa
subordinación aparece de una forma más directa, pero es necesario
poder tomar una distancia crítica de esta imagen inmediata, ya que la
existencia de movimientos feministas en el resto del mundo que
levantan reivindicaciones precisas desmiente la presunción de que en
Occidente hay igualdad entre el hombre y la mujer mientras que en los
dominios del “bárbaro” islam sería lo exactamente opuesto. Cosa
bastante discutible en un sinnúmero de aspectos. Pero para tomar
solamente uno. ¿podemos criticar a los aspectos que minusvaloran a la
mujer que hay en algunas prácticas religiosas del mundo musulmán y
no decir nada del sexismo y el machismo caricaturesco de que está
impregnada la cultura masiva en Occidente? Si los socialistas
revolucionarios estamos obligados a defender los derechos de las
mujeres no podemos mirar solamente una parte del panorama (que, para
colmo, es la que es más cómoda de asumir ya que va en el sentido de
la corriente dominante). Por otro lado es bastante difícil poder
creer que en religiones como el cristianismo o el judaísmo haya otra
postura respecto a los derechos de la mujer. Todas estas religiones,
independientemente de la evolución que hayan podido sufrir en las últimas
décadas, comparten idénticos fundamentos contrarios a la igualdad
entre los sexos.
De
todas formas se impone una precisión metodológica para abordar esta
cuestión. Este combate no se da de la misma forma en todas partes.
Los distintos escenarios condicionan la manera en que debemos encarar
estas reivindicaciones. No es lo mismo un país en el que el islamismo
es la religión de estado y que se impone de manera coactiva al
conjunto de la sociedad que la situación de la inmigración de los países
árabes en Europa.
En
países como Arabia Saudita, Irán o Afganistán las mujeres que
aceptan las costumbres y la ritualidad islámica, en la mayoría de
los casos, no tienen verdaderamente posibilidades de elegir autónomamente.
El peso de las relaciones sociales y de la coacción estatal vuelve
muy difícil que las mujeres puedan emanciparse de la tutela de la
prescripción religiosa.
Esta
situación cambia en países en los que la religión musulmana, su
ritualidad y sus costumbres son minoritarias. La presión sobre las
mujeres pasa a ser trasmitida únicamente por su comunidad de origen.
Al lado de esto hay que considerar que, en el caso de los inmigrantes
maghrebíes, existe una carga de hostilidad del conjunto de la
sociedad hacia ellos que, en los últimos años, se centró en su
condición de musulmanes. Este panorama vuelve compleja la cuestión.
Las mujeres musulmanas pueden recibir la presión de su comunidad para
usar el “foulard”, pero también están presionadas, de forma más
contundente, por la sociedad y el estado francés en un sentido
contrario. Todo esto construye, seguramente, distintas situaciones.
Puede darse el caso de que haya muchachas que acepten usar vestimenta
musulmana debido a una combinación entre la presión familiar y la
solidaridad voluntariamente asumida con su comunidad en contra de la
clara hostilidad del “mundo exterior”. Seguramente habrá otros
casos, como el de Alma y Lila Levy, en el que esto se da como una
identidad voluntariamente asumida. Tampoco descartamos que haya casos
en los que el uso del “foulard” está dado únicamente por la
presión de la comunidad o la familia. En esos casos los socialistas
debemos apoyar a las muchachas que se nieguen, a partir de su voluntad
como individuos, a usar indumentaria musulmana. Subrayamos el elemento
de la voluntad, de rechazo explícito de la tradición porque en los
análisis dominantes en la extrema izquierda francesa (LO y LCR)
predomina una tendencia a caracterizar de forma objetivista el uso del
“foulard”, sin que entre en consideración la vivencia de la
muchacha que acepta llevarlo. La LCR lo dice claramente: el uso del
“foulard” es reaccionario “cualquiera sea la forma en que es
vivido por las que lo llevan. Analizaremos
más adelante esta declaración pero nos parece que a partir de allí
se genera un problema político por el cual, mediante un discurso
emancipatorio, la extrema izquierda converge con la presión del
estado.
Donde
no se de esa situación y las jóvenes musulmanas usen el “foulard”,
a partir de una decisión personal o como manera de solidarizarse con
su comunidad de origen, los socialistas revolucionarios defendemos su
derecho a expresarse y a manejar ese aspecto de su vida. Esta es la única
posición que verdaderamente defiende su autonomía frente a las
presiones heterónomas de una sociedad que les muestra su hostilidad.
Además,
en el caso de que el problema fuera mucho más simple y se redujera a
la opresión directa, lisa y llana, de las jóvenes musulmanas a manos
de los imanes ¿sería el estado burgués imperialista de Francia el
encargado de bregar por su emancipación? Se nos ocurren dos razones
para fundamentar en contra.
La
primera de ellas es que el estado francés actualmente no es un aliado
de las mujeres inmigrantes. En el Código Civil francés y en los
acuerdos bilaterales de Francia y los países del Maghreb las mujeres
inmigrantes continúan bajo la jurisdicción de las leyes de sus países
de origen y no están protegidas por las leyes francesas. Un ejemplo
puede darle a esto su real significación: un hombre puede volver a
Marruecos o Argelia, repudiar a su mujer y evitar pasarle la pensión
alimentaria. Francia reconoce esto como legítimo, lo cual tiene como
efecto que la mujer inmigrante en Francia tenga considerables
dificultades para hacerse valer o que, a causa de la decisión de su
marido, su situación en el país quede fuera de la legalidad.
Los estados capitalistas poderosos dejan a la vista, una vez más, que
su tendencia dominante es a aliarse con los elementos socialmente
regresivos de sus semi-colonias y no a introducir el progreso
precisamente.
La
segunda razón que invocamos es la experiencia afgana. En Estados
Unidos, un sector importante del feminismo, llamado Mayoría
Feminista, apoyó la guerra de Bush contra Afganistán porque
supuestamente liberaría a las mujeres de la opresión de los
talibanes. Es más, esta organización, una vez terminada la guerra,
hizo circular una declaración en la que agradecía a Bush la defensa
de los derechos de las mujeres. Los medios de comunicación masiva
dieron amplia propaganda a este aspecto.
¿Qué
sucedió después de finalizada la guerra? Nada, la condición de la
mujer afgana sigue igual. No solamente siguen usando la burka de la
cabeza a los pies. También tienen muchas limitaciones para viajar o
cantar en público, no hay educación mixta. La sociedad afgana sigue
estructurada con la finalidad de que la única salida para la mujer
sea el casamiento. Como dice Mariam Rawi, miembro de la Asociación
Revolucionaria de Mujeres de Afganistán (RAWA): “Estados Unidos
reemplazó un régimen fundamentalista misógino por otro”.
La
conclusión es contundente: la lucha por mejorar la condición
femenina solamente puede ser asumida en serio por las fuerzas políticas
y sociales de signo emancipatorio. Nunca por los estados
imperialistas.
La
discusión en la extrema izquierda
Como
habíamos adelantado las dos organizaciones significativas de la
extrema izquierda han tomado una postura que va en contra de la
importante tarea política de relacionarse con la clase trabajadora
inmigrante de origen maghrebí. Lutte Ouvrière considera que la ley
contra el “foulard” es un “punto de apoyo” para poder luchar
por los derechos de las mujeres. La Liga Comunista Revolucionaria
(LCR) no está a favor de la ley pero no defiende el derecho de las jóvenes
musulmanas a llevar el “foulard” en los colegios y liceos. En lo
que sigue analizaremos los planteos de ambas.
Lutte
Ouvrière
Esta
organización ha hecho del combate contra el uso del “foulard” una
de sus causas más pertinaces. Ya en la época en que se discutía la
circular Bayrou esta organización decía en una de sus publicaciones:
“El hecho que una chica sea velada no es inocente ni anodino. No es
un asunto de coquetería ni de pudor súbito. Es una violencia que se
le hace, sin que importe si esta violencia se envuelve como lecciones
de moral en la familia”.
O más actual y enfáticamente: “Para ellas el velo islámico es más
que una coacción indumentaria, es la marca de una opresión y, a ese
respecto, es una infamia”.
¿Qué
significado más general le da Lutte Ouvrière a esto? Veamos: “Todo
esto forma parte de las múltiples formas de una barbarie impuesta a
las mujeres (matrimonio forzado, imposición del uso de velo, educación
separada, intromisión de toda vida privada por el padre, los
hermanos...agresiones sexuales, insultos) que denuncian las mujeres de
origen inmigrante”.
Otra forma de decir lo mismo deja a la vista una variante
“trotskista” de la “islamofobia” republicano-imperialista:
“Actualmente, en los suburbios un islam integrista se desarrolla. En
nombre de prejuicios bárbaros y reaccionarios, los hombres...ejercen
una presión desmesurada sobre las muchachas y las mujeres para
reducirlas al único rol de la reproducción, encerrándolas, escondiéndolas
bajo el velo”.
Aquel
que busque en los análisis de Lutte Ouvrière el papel que tiene el
imperialismo en la ofensiva contra los pueblos árabes (que ya lleva más
de una década) va a decepcionarse por completo. La única vez que el
imperialismo aparece es cuando LO busca asombrarnos con la
“extraordinaria” novedad de que... el islamismo radical no lleva a
fondo la lucha contra el imperialismo.
Pero
LO nos informa que este islamismo radical, flor del fango que crece en
los suburbios y que ha llegado no se sabe cómo a la sociedad
francesa, persigue otros objetivos aparte del mero placer de oprimir a
las mujeres. En su periódico nos informan: “...los integristas han
buscado, en muchas ocasiones, la prueba de fuerza contra la institución
escolar”.
Por supuesto que LO es una defensora a-crítica de la laicidad. Es
decir no percibe el costado ideológico estatista que entraña la
laicidad republicana. Su punto de vista se reduce a criticar los
bandazos pragmáticos que desarrolla la burguesía en ese cuestión,
abandonando a veces, retomando otras esa bandera. LO habla, a causa de
las maniobras burguesas, de una “laicidad imperfecta”, establecida
por ley en 1905 pero a la que define como “uno de los fundamentos de
la república burguesa”.
¿Qué
ocasión encontró LO para salir a defender la laicidad de la
institución escolar? Sí, adivinaron: la exclusión de Alma y Lila
del Liceo Henri Wallon. Lutte Ouvrière publicó un artículo en su
prensa cuyo título es harto elocuente: “El velo al asalto de las
escuelas”
en el que apoya a los docentes que recomendaron la exclusión en caso
de que las dos hermanas no aceptaran ir sin el “foulard”. Además,
como es público y notorio, sus militantes docentes hicieron campaña
por la exclusión de las muchachas, acto que, en nuestra
opinión, tiene otro carácter que una posición política equivocada.
Frente a ella solo cabe la discusión fraterna, aunque no por eso
apasionada sin características diplomáticas. Pero el haber militado
en pro de la exclusión es de una singular gravedad política. Es una
canallada. LO se vanagloria de su actitud, atacando a los que se oponían
a la exclusión, calificándolos de “bienpensantes”, mostrando que
a veces una política de derecha suele vestirse de maneras sectarias
sin perder nada de su contenido.
Una
política como estas solo podía desembocar en un apoyo a la ley, ya
que si uno describe al islamismo de los inmigrantes maghrebís como
una manifestación de la reacción política extrema se puede llegar a
apoyar a la república, burguesa pero laicista (“imperfecta”) al
fin y al cabo. Define al informe de la Comisión Stasi como “un
texto sobre el cual apoyarse para poder oponerse al uso del velo en la
escuela. Será también, y sobre todo, un apoyo para todas las jóvenes
que quieren resistir a las presiones sexistas que sufren y que esperan
un amparo de la sociedad”.
Lutte
Ouvrière en nombre de un combate que es justo, la defensa de los
derechos de la mujer, clausura toda una parte de la realidad. No una
provincia, podría decirse que un continente. Nada menos que la actual
cruzada imperialista contra los pueblos árabes y el islam. Tampoco da
cuenta de las relaciones de su propia nación imperialista con los
inmigrantes de sus ex-colonias. A partir de un hecho puntual se hace
visible su tendencia a capitular ante el imperialismo de su propia
burguesía, actitud que prolonga una de las peores constantes de la
izquierda francesa.
Como
el conjunto de la posición de Lutte Ouvrière no va más allá de un
terreno democrático-burgués, el truco al que utiliza es el recurso a
su tan remanido obrerismo de siempre. ¡Nuestra “comunidad” es la
clase obrera! proclaman desde su periódico. Por más vueltas que le
den se esconden detrás de esa idealización obrerista para no
defender a los inmigrantes árabes respecto a su propio estado burgués.
Detrás del palabrerío “izquierdista” se les nota su
conservadorismo. Preguntamos: ¿desde cuando en la tradición marxista
revolucionaria y trotskista el ubicarse en un terreno de clase (no
otra cosa quiere decir “nuestra comunidad es la clase obrera”)
dispensa a los socialistas de defender a un sector de los oprimidos?
Dejamos de lado momentáneamente el hecho de que, en nuestra opinión
los inmigrantes son un sector de la clase obrera. Hagamos de cuenta
que no lo son. Hace ya muchos años (por lo menos desde que Lenin
escribió el “Qué hacer”) que los marxistas tratamos de no caer
en la defensa “estrecha” de los intereses obreros. Buscamos
trascender esa perspectiva inmediatista para articular a esto con los
intereses de todos los explotados y oprimidos por esta sociedad.
Nuestra
comunidad también es la clase obrera. Pero somos conscientes de que
esta presenta diferentes sectores y que una parte decisiva del arte
político revolucionario que se necesita actualmente pasa por
articular esas partes. La unidad de clase es uno de los vectores de
mayor peso en el programa político que se desprende de la situación
actual de la lucha de clases. Y la reflexión que debemos hacer los
socialistas revolucionarios es que muchos de esos elementos no se
reducen a los clásicos rasgos económico-corporativos, como diría
Gramsci.
Además,
en un país imperialista,
actualmente, los distintos sectores de la clase obrera no sólo son
diferentes sino que también tienen, políticamente, obligaciones
distintas. Aunque hoy por hoy no sea el programa más “popular” en
los países centrales, hay que plantearle a la clase obrera nativa que
tiene que apoyar las reivindicaciones no solo económicas sino también
étnicas y como minoría nacional de la clase obrera inmigrante.
Abstenerse de hacerlo es dejar un inmenso capital político en manos
de la clase enemiga.
No
deja de ser llamativo que una organización que, como LO, históricamente
no le dió gran importancia a movimientos sociales como el feminismo,
y que fue criticada muchas veces por rechazar a estos movimientos
“en nombre de la clase obrera” haya terminado asumiendo una posición
tan proclive a una suerte de “feminismo” corporativo y totalmente
desligado de los elementos antimperialistas y de clase. Lenin alguna
vez dijo que los errores ultraizquierdistas son una forma que
encuentran los oportunistas de expiar sus pecados políticos de
derecha. Claro que la posición de LO no sea precisamente de
ultraizquierdista, por más esfuerzos de maquillaje que hacen los
redactores de su periódico.
LCR
La
LCR no alcanzó una posición única en su dirección. Públicamente
se dieron a conocer dos posiciones. La de la mayoría, que en los
hechos pasa a ser la posición oficial de esta organización y que fue
expresada mediante un comunicado firmado por François Grond; y la de
la minoría, a la que adhirieron León Crémieux, Alain Mathieu,
Delphine Petit-Lafon, Catherine Samary, Emmanuel Sieglmann, Olfa
Tlilli y Flavia Verri.
Ninguna
de las dos posiciones al interior de la LCR nos convencen
completamente. Pero hay una diferencia cualitativa entre ambas. Con la
declaración de la minoría podemos tener diferencias y matices pero
la evaluamos, en general, correcta.
En
cambio la mayoritaria nos parece un desastre. La mayoría de la LCR
busca hacer un equilibrio imposible ante el problema. Tanto así que
su posición muchas veces ha sido resumida como “ni ley ni velo”.
A continuación la analizaremos.
La
declaración mayoritaria comienza describiendo el problema a tratar en
tres frases y, ya el párrafo siguiente ataca en general el uso del
“foulard”. Tenga en cuenta que el redactor del comunicado no dijo
nada contra el gobierno ni contra la ley. La frase textual es: “El
uso del velo islámico expresa la opresión y la inferioridad de las
mujeres, cualquiera sea la forma en que es vivido por las que lo
llevan”. Con semejante principio, el redactor del comunicado no
tiene más remedio que plantear cuatro renglones más abajo de la
frase anterior: “No hay pues ninguna duda, desde nuestro punto de
vista, en combatir el uso del velo”.
Por
fuera del hecho de que la primera definición del comunicado es contra
el “foulard”, en la frase citada hay mucho del nudo de la polémica.
En
primer lugar nos parece equivocado la posición objetivista del
comunicado acerca del uso del “foulard”. Creemos que es un
elemento muy importante la vivencia con que esta prenda es usada. No
es el único elemento a tener en cuenta pero no se puede dejar de
considerar. Este objetivismo esencialista del comunicado de la mayoría
de la LCR contrasta con el análisis concreto y pegado al contexto que
se debe hacer (y que es el que hace, por ejemplo, Lipietz en su
declaración de rechazo a la ley).
En
segundo lugar el uso del “foulard” en una sociedad donde el
islamismo es una minoría contribuye a atemperar los elementos
coactivos hacia las mujeres. No queremos decir que no existan y que
nada de esto nos debe inhibir de defender a cualquier muchacha
musulmana que, sintiéndose oprimida, se rebele contra su comunidad.
Pero en un caso como el sucedido en Francia con el “foulard” la
cuestión de la tolerancia se desplaza y tiene como eje mucho más a
la sociedad en su conjunto que a las relaciones internas de la
comunidad musulmana. ¿Qué otro significado puede tener el hecho de
que para combatir al islam “bárbaro, totalitario y fundamentalista
por esencia” la solución adecuada que encontraron los “demócratas
y progresistas republicanos es excluir a dos muchachas de un liceo?
En
tercer y último lugar, el hecho de plantear que el uso del
“foulard” por parte de cualquier chica musulmana que viva en
Francia es reaccionario de por sí, “cualquiera que sea la forma en
que es vivido por las que lo llevan” tiene una implicancia concreta
que es tratar como “subdesarrolladas” a esas chicas. Nada de lo
que digan tiene valor porque sus enunciados estarían presos de una
especie de “alienación islámica”.
El
comunicado afirma más adelante: “...si rechazamos el uso del velo
como signo opresivo y distintivo, nos pronunciamos a favor de
intentarlo todo, mediante el diálogo, la discusión y la mediación
externa para evitar exclusiones que son siempre fracasos pedagógicos”.
Este es un diálogo que, como vemos, tiene sus límites ya que
solamente puede terminar de una forma: con las chicas musulmanas
despertando de su ensoñación fundamentalista y aceptando las
bondades de la república laica e ilustrada. Si LO es la variante
guerrera y militante de un frente único con Chiriac, Le Pen y la
“izquierda plural” contra el “foulard”, la mayoría de la LCR
es su vertiente vergonzante y “contenedora”.
Pero
las buenas maneras tienen sus límites, parecen creer estos curiosos
trotskistas, y en caso de que fracase su lobotomía con frases dulces
ellos están preparados y tienen su solución. Allí nos advierten que
“cuando nos encontramos ante una voluntad militante de hacer una
demostración, de medir la relación de fuerzas, de incitar a otras jóvenes
a llevarlo, rechazar algunas clases o contactos físicos, el problema
se desplaza y hay un deber de protección de los demás alumnos”
¿Proteger
de quién? ¿De sus compañeras de curso cuya religión es musulmana?
Es increíble que se afirme semejante cosa. Por otro lado, el redactor
del comunicado acepta a las muchachas musulmanas mientras ellas se
“civilicen” y cambien sus creencias, pero cuando dejan a la vista
“voluntad militante” o intenciones de “medir la relación de
fuerza”, dejan de ser seres humanos oprimidos por una religión y se
convierten en el foco de la discordia (del cual, naturalmente, hay que
proteger a los demás estudiantes).
La
declaración de la minoría critica correctamente a este comunicado:
“...no se puede apoyar la exclusión de la escuela pública de unas
jóvenes por el único motivo del uso del velo –cuando precisamente,
los partidarios de la exclusión consideran a esas jóvenes como víctimas.
¿Desde cuando se castiga a las víctimas?” Desde ya sabemos que
esta parte del comunicado de la minoría no está polemizando con los
compañeros de su organización sino con los partidarios de la ley.
Pero la posición “ni velo ni ley” de la mayoría de la LCR
comparte una importante porción de los presupuestos de los
partidarios de la exclusión (de Chiriac a LO). Ambos creen que las
supuestas víctimas del fundamentalismo musulmán no lo son tanto, si
no hacen lo que los próceres de la república quieren se convierten
de hecho en “partisanas del foulard”. ¿Qué otra cosa está
diciendo la mayoría de la LCR cuando se propone proteger a los “demás
alumnos”? Su única diferencia con la posición a favor de las
exclusiones es que juzga que no es necesaria una ley para obtener los
mismos fines. La mayoría es una versión “soft” y pusilánime de
los mismos fundamentos que LO expresa con su habitual y tosca
frontalidad. Declaran oponerse a “la separación de la sociedad y
del mundo del trabajo en fracciones comunitarias hoy distintas, mañana
opuestas”, propósito que compartimos pero que creemos imposible de
lograr si no se parte de que existe una parte marginada y oprimida y
otra que, pese a que la mayoría de sus componentes pertenecen al
campo de los explotados, por el solo hecho de no ser inmigrantes se
encuentra por encima. La única reconciliación verdaderamente
progresista entre los dominados es la lucha por la igualdad y contra
las divisiones que el capitalismo busca profundizar y manipular para
seguir explotando. Pero esto requiere reconocer como tal la existencia
de una opresión adicional sobre los trabajadores inmigrantes, que los
convierte en una mixtura entre clase obrera y nacionalidad oprimida.
Una
mirada retrospectiva
El
conflicto desatado a partir del uso del “foulard”, a pesar del
triste papel jugado por las direcciones de la extrema izquierda
francesa puede ser útil si sirve para ganar una nueva comprensión de
algunos problemas de índole programática que se dan tanto en el
centro como en la periferia.
A
título de hipótesis creemos que se ha desarrollado en las últimas décadas
una nueva forma de cuestión nacional. Los países imperialistas
pueden exportar la miseria a la periferia, pero de igual forma la
importan. Sus estados aparecen cada vez más como estados heterogéneos
(reconociendo aquí una importante diferencia entre EEUU y Europa),
obligados por la necesidad a reconocer e integrar minorías, a la vez
endógenas y exógenas, pero a las que, paralelamente, deben mantener
dominadas y exteriores.
En
el marxismo revolucionario recién empieza a haber una conciencia de
que estos nuevos problemas llegaron para quedarse. Una primera
experiencia interesante es la de la coalición Respect, impulsada por
el SWP inglés y que reúne al activismo contra la guerra de Irán,
del cual los indopakistaníes que viven en Inglaterra son una parte
esencial. Sabemos que el fracaso es una posibilidad que se encuentra
implícita en toda empresa humana, pero si contrastamos esto con la
manera en que se ha llevado el conflicto del “foulard” pensamos
que los revolucionarios de los países imperialistas tienen que
trabajar en una dirección parecida a la de la experiencia impulsada
por el SWP y desprenderse de los prejuicios que han impregnado la
conducta de la LCR y LO.
En
los países periféricos tenemos también que actuar tratando de
entender a la clase obrera tal como ésta es realmente y no de un modo
normativista (en ese sentido el PTS argentino es el mejor ejemplo de
los prejuicios que hay que abandonar). Esto no significa que le
adjudiquemos carácter obrero a todos los oprimidos. Pero hay que
entender que debido a la desindustrialización relativa a que fue
sometida la periferia la desestructuración social progresó y redujo
al “núcleo duro” de la clase obrera que produce las grandes
porciones del plusvalor. De ahí que asistamos a la aparición de
movimientos políticos que expresan de una forma más directamente
social la lucha de fracciones de la clase obrera tal como esta es de
hecho. Fenómenos como los movimientos de desocupados en la Argentina
o las formas comunales (vecinales y de trabajadores) de lugares como
la ciudad de El Alto son expresivas de esta realidad. Movimientos que
además no expresan una realidad de marginación o explotación sino
también una densa malla de problemas culturales, étnicos, nacionales
o de otro tipo.
Estamos
obligados a reflexionar sobre una realidad todavía no muy conocida. Y
hacerlo mientras intervenimos políticamente.
>>>>
A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18
Notas:
[1]
Esto está lejos implicar que consideremos “neutral” o en una
posición más pasiva a Estados Unidos. Por el contrario, además
de la evidencia que constituyen las dos guerras que ha desatado
(Afganistán e Irak), su gobierno y su estado constituyen una de
las principales usinas mundiales de ideología y política “islamofóbica”.
Lo que queríamos destacar simplemente es que, en lo que atañe a
su situación interna, la cuestión de la inmigración árabe
tiene una incumbencia menor como problema. Incluso podríamos
agregar que, al ser para Estados Unidos una cuestión a usar en su
política exterior imperialista, su versión de la
“islamofobia” tiene pocos matices y variantes. Se reduce a una
cuestión de “seguridad nacional”. En Europa, continente pródigo
en ideas, la “islamofobia” es más variada y compleja,
presentando versiones tanto de izquierda como de derecha, tanto
feministas como simplemente xenófobas.
Además existen elementos históricos que intervienen para hacer más
conflictivo un tema como este en Europa. Estados Unidos casi no
tuvo colonias. Manejó su enorme influencia en el mundo mediante
formatos de semicolonialidad o dependencia. Los países europeos,
pero especialmente Inglaterra y Francia, tuvieron extensos
imperios coloniales, con los cuales mantuvieron lazos con
posterioridad a la descolonización.
[2]
Remarcamos con énfasis esta palabra debido a que en este debate
los defensores de la ley han argumentado que ella no impide a los
musulmanes practicar en su ámbito privado los ritos de su
creencia religiosa.
[3]
Estas referencias, así como otras de este apartado, están
tomadas (a menos que haya una cita explícita) del artículo de
Sharon Smith “Woman and islam” en “International socialist
review” de mayo-junio de 2004.
[4]
Por supuesto que aquí hay que diferenciar a los sectores
populares que creían honestamente que votar a Chiriac era el
camino acertado para combatir a la extrema derecha, de las
organizaciones revolucionarias, como la LCR, que se adaptaron a la
temperatura ambiente declinando de su responsabilidad política de
explicar a esos sectores, con la mayor apertura al diálogo y la
mayor flexibilidad táctica, que el voto a Chiriac contra Le Pen
era una vía muerta.
[5]Alain
Lipietz “Ce que je pense actuellement du debat sur le foulard
islamique” consultada en http:// lipietz. Net /
[6]
Sharon Smith menciona que uno de sus fundadores rompió con la
organización al hacer público esta su apoyo a la ley contra el
“foulard”.
[7]
Aunque en este tema el status de mayoría y minoría, creemos que,
va a adquirir un carácter dinámico. En la última escuela de
verano de la LCR, según la información que nos llega de Francia,
cerca del 50% de la base de la Liga se oponía a la ley, mientras
que en la dirección esa proporción se reducía al 30%.
[8]
Citado por Sharon Smith en International Socialist Review
mayo-junio, pag. 50.
[11]
ver Le Monde Diplomatique (edición francesa) de noviembre del
2003.
[12]
La ciudad de Buenos Aires es un buen ejemplo de esto, tanto en lo
que se refiere a las migraciones provenientes del interior del país
como a las que vienen de países vecinos.
[13]
Para una visión de conjunto de ese proceso ver Gilles Kepel
“Jihad” pags 286-312.
[14]
Resulta importante mencionar que este islamismo político tiene
sus antecedentes intelectuales hacia fines de los años 60. Sus
representantes principales son el egipcio Qotb, el pakistaní
Mawdoudi y, el más célebre de ellos, el iraní Khomeini.
[15]
La izquierda iraní de la época estaba formada por varios
agrupamientos. El Partido Tudeh (stalinista) que apoyó
activamente a Khomeini mientras este fusilaba simultáneamente a
militantes obreros y a prostitutas. El stalinismo iraní apoyó al
khomeinismo con muchos propagandistas insertos en los medios de
comunicación de esos tiempos hasta que dejó de ser útil y
muchos de sus militantes fueron encarcelados (por ejemplo su
secretario general murió torturado por la policía de Khomeini).
El ala izquierda de los primeros tiempos de la revolución, los
Modjaidines y los Fedayines (estos últimos muy influenciados por
el maoísmo) y que contaban una base popular tan amplia como la de
Khomeini) fueron víctimas de su ceguera estratégica. Se dejaron
sorprender por la rápida ruptura política llevada a cabo por
Khomeini y fueron vencidos casi sin combatir. Entre los grupos
trotskistas, el PST (ligado al SU) cometió errores pero mantuvo
una conducta medianamente correcta, mientras que el PRT (ligado a
Healy y al PRT griego, hoy asociado al PO argentino) apoyó al
khomeinismo y, al comienzo del régimen, se negó a defender a los
presos de las organizaciones de izquierda que ya habían pasado a
la oposición al régimen clerical (especialmente del PST).
[16]
El movimiento político que dirigió la lucha por la independencia
de Argelia.
[17]
Aclaremos que el FIS es un movimiento completamente reaccionario,
aunque haya expresado o, más bien canalizado el descontento y la
furia de sectores oprimidos de la sociedad argelina. Su dirección
no solo es burguesa sino que algunos de sus dirigentes públicos
vienen de la delincuencia. Ha organizado ataques contra tendencias
obreras y de izquierda.
[18]
Kepel le da carácter de “testamento político”.
[19]
Es la denominación en inglés de la Comunidad británica de
naciones, una suerte de “entente cordial” que los ingleses
llevaron a cabo después de la desmantelación de su imperio
colonial en los años inmediatamente posteriores a la segunda
guerra mundial.
[20]
De ningún modo estamos haciendo la apología del modo inglés de
proceder que, quizás comparado con el neto racismo de los
alemanes, pueda parecer menos indigerible. No hay que pasar por
alto que este modo de integración refuerza la autoridad de los
dirigentes religiosos sobre la comunidad, lo cual pese a que
encierre una serie de contradicciones, es de conjunto poco democrático.
[21]
Alain Lipietz refiere el ascenso del integrismo islámico a una
serie de situaciones que “terminaron por hacer aparecer la
modernización y el “progresismo” como agresiones
extranjeras”. Lipietz refiere esto al desarrollo de la
taylorización primitiva o al fordismo periférico. Pero lo que
hace que su observación sea fina y merecedora de interés es el
hecho de que no culpabiliza a los pueblos árabes por desarrollar
estos sentimientos o puntos de vista sino que lo integra dentro de
un proceso histórico que
toma a la economía mundial como punto de partida. Es una visión
aguda y verdaderamente progresista que se distingue de la mayoría
de la intelectualidad francesa que, en nombre de los aspectos
reaccionarios de las visiones no-universalistas, ha pasado a
asumir que el único universalismo posible es el que representa la
internacionalización del capital, y especialmente el imperialismo
de su “madre-patria”.
[22]
M. Wierworka, en la compilación “L’avenir de l’islam en
France et en Europe” (Paris 2003).
[23]
F. Gaspard y F. Khosrokhavar “Le foulard et la republique” (Ed.
La Decouvert, 1995) citado por Antoine Boulangé en
“International Socialism” 102 spring 2004.
[24]
Alain Gresh “A propósito de la islamofobia” en “Le Monde
Diplomatique” (1/3/04)
[26]
Y, en términos históricos más generales, el desarrollo
capitalista actual.
[28]
La única excepción que conocemos a esto fue la del escritorzuelo
Michel Houellebecq que definió al islam como “la religión más
boluda” y después tuvo que pedir disculpas. Sin embargo no hay
que darle a este acto de “humildad” un alcance más extenso
del que tiene. En el caso de Houellebecq la agresión había sido
tan gratuita que era difícil sostenerla con legitimidad. Además
su “acto de contrición” prestaba un servicio a la ideología
republicano-imperialista, permitiendo mostrarse tolerante, con esa
particular manera autoindulgente y apologética con que le gusta
adornarse a la Francia burguesa.
[29]
Citado por Jean Robelin en “Las nuevas configuraciones actuales
de la política” editado en “Actuel Marx-Ediciones SRL”.
[30]
Esto no quiere decir que metidos en una lucha política concreta
los socialistas revolucionarios tengamos vedado el recurrir
coyunturalmente a los valores republicanos que, como tales y
tomados aisladamente de su articulación burguesa, pueden ser
utilizados de manera contra-hegemónica. Pero lo que debemos tener
en cuenta es que cuando recurrimos a ellos estamos tomando armas
del arsenal de nuestro enemigo de clase. Otra postura nos llevaría
a tomar esos valores republicanos como algo propio, a pensar como
“ciudadanos de la república”, cuando en verdad son una suerte
de “presente griego” que lleva escondido el veneno de la
colaboración de clases.
[31]
Historiadora del psicoanálisis y redactora de múltiples columnas
de opinión en medios de comunicación. Escribió una historia del
psicoanálisis en Francia, “La batalla de cien años”, una
biografía sobre Jacques Lacan y algunos trabajos sobre emancipación
femenina y política. El reportaje citado fue hecho en Buenos
Aires y publicado por el diario Página /12 el 16/5/04. Contiene
una de las escasísmas menciones al problema del “foulard” en
la prensa argentina, fascinada y dedicada full time a las
vicisitudes de su aldea y tan reacia constitutivamente a referirse
a lo que pasa en el resto del mundo, a excepción de lo que no
tiene más remedio que enterarse (elecciones en EEUU, el FMI, los
países más próximos, etc)
[32]
Simone Weil, en su obra “Raíces del existir”, reflexionó
agudamente, no sobre algo tan general como la tradición
centralista francesa, sino sobre la continuidad en las prácticas
expropiatorias de la autonomía popular que se dan, sin interrupción,
entre el estado absolutista y el moderno estado burgués.
[33]
A la cual, insistimos, la tomamos como ejemplo o, también, como síntoma
que deja a la vista los mecanismos de la ideología
republicano-imperialista.
[34]
Decir esto no implica que los socialistas eximamos de
responsabilidad al estado burgués respecto a proveer de educación
a la población trabajadora (aunque no dejemos de alertar sobre
las limitaciones intrínsecas de la determinación capitalista que
tendrá, necesariamente, esa enseñanza).
[35]
Sobre este aspecto poco conocido del laicismo nos han sido útiles
el artículo “Qu’est-ce la laïcité” de Hassan Berber en el
libro “Islamisme et revolution” (1995) publicado por
Socialisme International (grupo francés ligado a la IST) así
como el artículo “Marxismo y educación”, una elaboración
colectiva publicada en el nº5 de Debate Marxista.
[36]
Sobre esto ver el ya citado “Islamisme et revolution” pag. 85.
[37]
Y también conviene recordar que todas han sido igualmente homofóbicas.
[38]
Alain Lipietz en el texto, ya citado, donde fundamenta su oposición
a la ley plantea que, en un contexto como en el que se desarrolla
el asunto del “foulard”, el significado del uso de esa prenda
puede revestir significados diferente. Para los imanes, padres,
hermanos y futuros maridos puede significar la sumisión de la
mujer, pero para algunas muchachas puede ser la manera de decir
otros mensajes. Lipietz sugiere que el uso del “foulard” también
podría querer decir: “árabe, musulmana y orgullosa de serlo”
o “manos quietas” o, para las más politizadas “no logo”.
[39]
“Femmes immigrees et issues de l’immigration” Fich nº5.
[40]
Citado por Sharon Smith en el artículo antes citado en
International Socialist Review mayo-junio de 2004.
[41]
Dejamos abierta la muy opinable discusión sobre si la emancipación
femenina solamente puede ser producto de la emancipación humana más
general (la revolución socialista) o si puede obtenerse,
totalmente o por lo menos en gran parte, sin ese cambio. Lo que
nos resulta indiscutible es que las fuerzas de la reacción pueden
verse obligadas a aceptar este tipo de cambios progresistas, pero
de ningún modo es su política el impulsarlos.
[42]
Où en est la cause des femmes. Exposición en el Círculo León
Trotsky (10/11/95)
[43]
Lutte Ouvrière nº 1833 (19/9/03)
[44]
Lutte Ouvrière nº 1827 (8/8/03)
[45]
Lutte Ouvrière nº 1846 (19/12/03)
[46]
En relación a esto ver artículo en Lutte de Classe nº 70 (janvier-fevrier
2003)
[47]
Lutte Ouvrière nº 1827 (8/8/03)
[49]
Lutte Ouvrière nº 1834 (26/9/03)
[50]
Como aparece relatado en el artículo de Antoine Boulangé ya
citado (International Socialism 102 spring 2004)
[51]
Lutte Ouvrière nº 1846 (19/12/03)
[52]
En 1922, durante la época heroica de la Tercera Internacional, un
grupo de los miembros argelinos del PCF (la sección de Sidi-bel-Abbes)
dirigió una carta a Frossard (en ese momento secretario general
del partido) en la que se opone al llamamiento a la insurrección
en el norte del África francesa. Su planteo consistía en que
“la liberación del proletariado nativo de África del Norte
solo será el fruto de la revolución metropolitana y que el mejor
medio de ayudar...a todo movimiento liberador en nuestra colonia
no consiste en “abandonar” a esta colonia, como se afirma en
la octava condición de adhesión a la III Internacional, sino por
el contrario, de permanecer en ella, siendo tarea del partido
multiplicar la propaganda de adhesión al sindicalismo, al
comunismo y al cooperativismo, a fin de crear en todo el país un
estado de ánimo y una estructura social, que puedan, quizás,
cuando el comunismo triunfe en Francia, facilitar su
establecimiento en África del Norte”. Este curioso documento
forma parte del dossier del libro “El marxismo y Asia” de
Stuart Schram y Hélène Carrère D’Encausse (ed. Siglo XXI,
1974). A riesgo de aburrir al lector creemos pertinente citar un
trozo previo a lo anterior, ya que deja a la vista las constantes
de esta izquierda que le capitula a su propio imperialismo. En los
considerandos de esta resolución se decía: 1. Que la población
de nativos de África del Norte está compuesta en su mayor parte
por árabes refractarios a la evolución económica, social,
intelectual y moral indispensables a los individuos para formar un
estado autónomo capaz de lograr la perfección comunista. 2. Que
los musulmanes niegan la instrucción a las mujeres...”. Como se
ve la actitud de LO tiene sus precursores. El islamismo como
pretexto para capitular ante el propio imperialismo. No creemos
que sea necesario referirse a la oposición de la izquierda
francesa a la independencia de sus colonias ¡en nombre de la
lucha contra los nazis! Es un problema que parece tener hondas raíces.
[53]
Lutte Ouvrière nº 1847 (26/12/03)
[54]
Ambas declaraciones fueron publicadas por la revista Viento Sur.
Todas las citas de este apartado provienen de allí.
[55]
Creemos que la declaración de la mayoría y de la minoría
comparten un criterio esencialista respecto al uso del
“foulard”
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