Imperialismo
La Europa-potencia y el militarismo europeo
Por Claude Serfati (*)
Revista Viento Sur Nº 74
Enviado por Correspondencia de prensa, 09/09/04
Desde
hace algunos meses, se habla mucho de la “Europa-potencia” o, más
a menudo, de su ausencia. La expresión tiene una popularidad
facilitada por su imprecisión semántica. Cuando se mide la potencia
por el peso económico o militar, la expresión corresponde además a
una inexactitud factual. Puede parecer ligeramente absurdo no
calificar la potencia militar de la UE que cuenta con el 20% de los
gastos militares mundiales en 2002 (fuente: SIPRI, 2003), que coloca
29 grupos en la clasificación de los 100 primeros grupos mundiales.
(fuente: Defense News, 2003). La hipótesis de este artículo es que
la Política de Seguridad y de Defensa Común (PSDC), más allá de
sus avances limitados, favorece una dinámica que refuerza el
militarismo de los grandes países europeos y el de la UE como entidad
política. El “factor trasatlántico” sigue siendo primordial, lo
que no excluye la búsqueda de una autonomía operativa que, según
algunos, haría más sólida la emergencia de un “imperialismo
posmoderno” europeo. El artículo discute después sobre la “forma
Estado” que se constituye en la Unión Europea.
Aunque
las primeras tentativas europeas en el terreno de la defensa sean
anteriores a la creación de la CEE, hay que esperar a 1992 (Tratado
de Maastrich) para que las cuestiones de defensa sean (prudentemente)
introducidas en un tratado.
Claro y
ofensivo sobre la creación de la moneda única, el tratado es más
que prudente sobre la política exterior y de seguridad común (PESC)
que depende del mismo pilar (intergubernamental) y por tanto de la
toma de decisión por unanimidad. Las fórmulas son vagas /1, el
horizonte es indefinido, las modalidades imprecisas. Los avances
existen, por ejemplo la Cumbre francobritánica de Saint- Malo (4 de
diciembre de 1998) que propone la puesta en pie de una capacidad política
y militar de la UE. A finales de los años noventa, la PESC es así
provista de una PSDC.
La historia de la PSDC
Otra
iniciativa importante tomada en junio de 1992 marca la historia de la
PSDC. El Consejo europeo reunido en Petersberg fija a las fuerzas
armadas de los países europeos misiones humanitarias y de salvamento,
de mantenimiento de la paz y de fuerza de combate en la gestión de
las crisis, incluyendo el restablecimiento de la paz (peacemaking).
Estas misiones calificadas luego como misiones de “Petersberg”,
son confirmadas e inscritas en el tratado de la Unión como los
objetivos centrales asignados a la defensa europea por construir (artículo
17.2). Como ocurre a menudo en la diplomacia internacional, las
traducciones de los textos en las diferentes lenguas de los Estados
miembros dejan sitio a lo que, en el lenguaje de las cancillerías, es
llamado una “ambigüedad constructiva”, y que significa más
sencillamente la utilización a la carta de los textos.
Así,
algunos expertos consideran que la participación de los países
europeos en la Guerra del Golfo de 1991, y bastante antes en la Guerra
de Corea (1952) pueden ser consideradas como “misiones de Petersberg”
/2. Además, no hay duda de que las misiones de peacemaking, término
relativamente neutro, incluyen de hecho el uso de medidas coercitivas.
La flexibilidad de las formulaciones adoptadas por la UE permite al
grupo de trabajo sobre la Constitución consagrado a la defensa
someter propuestas que, de hecho, amplían la gama de las “misiones
de Petersberg” (por ejemplo a la asistencia militar y a la cooperación
con las fuerzas armadas de países terceros) /3.
Estos
objetivos han sido acompañados de decisiones que apuntan a permitir
su puesta en marcha operativa mediante la creación de una “fuerza
de reacción rápida”. Las cumbres de Colonia (junio de 1999) y de
Helsinki (diciembre de 1999) definen un “objetivo global” (headline
goal) destinado en el horizonte de 2003, a dotar a la UE de
capacidades militares. Estipula que “los Estados miembros, deben ser
capaces, de aquí a 2003, de desplegar en sesenta días y por una
duración de al menos un año fuerzas militares que pueden llegar
hasta 50- 60.000 personas capaces de llevar a cabo el conjunto de las
misiones de Petersberg” /4. El puesto de Alto Representante (creado
en 1999) confiado a Javier Solana, que acababa de abandonar el puesto
de secretario general de la OTAN, y otras medidas de coordinación de
los estados mayores figuran igualmente entre los elementos
constitutivos de la política de defensa común.
El
proyecto de tratado que instituye una Constitución para Europa
oficializa de alguna forma la existencia de una “política de
seguridad y de defensa común (...) que incluye la definición
progresiva de una política común de defensa de la Unión. Ésta
conducirá a una defensa común, una vez que el Consejo Europeo lo
haya decidido por unanimidad” (art. 40). El mismo artículo del
tratado recuerda que esta política respeta los compromisos de los
Estados miembros “que consideran que su defensa común se realiza
dentro de la Organización del Tratado del Atlántico Norte”.
El “factor transatlántico”
El
“factor transatlántico” está, en efecto, omnipresente en las
cuestiones de defensa, tanto en el plano político-estratégico
(doctrina, capacidades) como tecno-industrial.
Una
lectura, incluso rápida, de los documentos oficiales y las
declaraciones de los representantes de los gobiernos no deja lugar a
dudas: la defensa europea no tiene ninguna existencia y ningún futuro
fuera de los fuertes lazos que mantiene con la OTAN. Este hecho está
totalmente reconocido por los países miembros, incluida Francia,
cuyos gobiernos tanto de derecha como de izquierda reafirman periódicamente
su adhesión a la OTAN /5. La discusión está circunscrita al grado
de autonomía del que puede disponer la UE en sus decisiones de
implicación militar.
La
convergencia de puntos de vista entre los EE UU y la UE está, en
primer lugar, en los principios y valores a defender. No hay necesidad
aquí de extenderse sobre la visión fundamentalmente parecida del
futuro de la “mundialización” fundada en los principios de la
democracia, de la paz, y de la economía de mercado. Esto no significa
que, en el contexto de crisis que una buena parte del Planeta conoce
de forma endémica o súbita, y que ha alcanzado en 2000 a los EE UU,
que son el “epicentro” (en el sentido climático) de la
mundialización del capital, la competencia no se agudice. Permanece,
sin embargo, circunscrita a un marco “pacífico” /6
Un
segundo factor de convergencia se refiere al estado de las capacidades
militares. En el decenio de los 90, en las guerras de envergadura
realizadas (y no en las operaciones militares que se han multiplicado,
en general bajo el mandato de la ONU), es decir la Guerra del Golfo
(1991), la Guerra en Serbia (1999), la Guerra en Afganistán (2002),
los EE UU aseguraron no sólo la dirección operativa, sino que también
proporcionaron lo esencial (del 80% al 90%) de las capacidades
militares desplegadas. Los Ejércitos de los países de la UE están
de hecho integrados en las alianzas dirigidas por los EE UU que son
desarrolladas en esas guerras. Esta dependencia de los países
europeos fue teorizada hace algunos años por la secretaria de Estado
de Clinton, Madeleine Albright, que lanzó el slogan de “No
decoupling, no duplication, no discrimination”. En el seno de la
OTAN, no puede haber “desacoplamiento” entre las capacidades
militares europeas y americanas, como tampoco en su utilización; en
el lenguaje inimitable de los expertos en defensa, los medios
militares pueden “estar separados, pero no son separables”. No
debe haber en ellos “duplicaciones” de producción de materiales
(en nombre de la racionalización de los medios y de la economía de
los recursos); en fin, ninguna “discriminación” debe existir en
el seno de la Alianza Atlántica entre los países europeos,
pertenezcan o no a la UE (esto, a fin de facilitar la adhesión de los
países del PECO a la OTAN, antes de su entrada en la UE). Esta
defensa en “tres dimensiones” sigue siendo el principio director.
En fin,
factores tecnoindustriales favorecen la convergencia. Los EE UU han
apretado de nuevo el acelerador en la carrera tecnológica militar que
intenta impedir a todo enemigo potencial amenazarles verdaderamente.
Esta carrera crea también un “efecto umbral” con sus aliados, que
son a la vez socios y competidores en el terreno económico. En 2002,
los gastos de equipo militar de los EE UU han alcanzado 83,6 millardos
de dólares (dólares del año 2000) y los de sus aliados europeos de
la OTAN (Francia incluida), 19,3 millardos de dólares. La distancia
entre los EE UU y Europa, que con toda seguridad ha aumentado desde
esa fecha, es aún más grande en materia de gastos consagrados a la
innovación tecnológica militar (la diferencia de gastos es de 1 a
8). Los grandes países europeos productores de armas, principalmente
el Reino Unido, Francia y Alemania, desarrollan y producen
equipamientos militares que deben ser compatibles al máximo con los
equipamientos producidos en los Estados Unidos debido a su utilización
conjunta en guerras y operaciones militares. La “transatlantización”
de las industrias de armamento es entonces un camino inevitable; los
grupos europeos están obligados a ir a buscar a los EEUU los créditos
de I+D del Departamento de Defensa y los pedidos de los ejércitos
americanos /7. No es sorprendente que Bae Systems que ha orientado
deliberadamente su estrategia hacia lo militar (80% de su cifra de
negocios) y marginado sus actividades civiles, esté ampliamente
comprometida en programas financiados por el Pentágono. Pero EADS,
cuya actividad civil adosada a la producción de Airbus es ampliamente
mayoritaria (80% de su cifra de negocios), busca igualmente aumentar
su actividad militar y multiplica los acuerdos con todos los grupos
americanos de la defensa, incluido Boeing (en el marco del programa de
defensa antimisil). Esto revela la complejidad de las relaciones de
competencia y de cooperación, a menudo plagadas de intrigas, que
caracteriza los comportamientos de los grupos multinacionales en
ciertas industrias mundiales, puesto que EADS compite a la vez con el
grupo americano en los segmentos civiles (Airbus versus Boeing) y es
su socio en ciertos segmentos de la producción militar. Se comprende
por qué los dirigentes del grupo europeo son fervientes partidarios
del despliegue de un sistema de defensa antimisil europeo. El gobierno
francés, tras haber declarado su hostilidad (en nombre de los riesgos
de agravación de la carrera de militarización del espacio)
desarrolla programas de armas que pueden figurar en un sistema así.
La
imposición del factor transatlántico no significa la ausencia de
divergencias entre los EE UU y sus aliados, como muestra la guerra en
Irak encabezada por Bush. Una parte de los gobiernos europeos observan
con consternación, incluso con cólera, cómo los EE UU utilizan la
violencia militar (en nombre de la lucha antiterrorista) con el
objetivo de obtener ventajas económicas “privadas” unilaterales.
Estos gobiernos intentan acelerar las medidas que favorezcan la
constitución de un potencial militar europeo. La puesta en marcha de
capacidades militares autónomas, el objetivo buscado por los
gobiernos más decididos, comienza tímidamente a ser alcanzado (ver más
adelante). Esta voluntad se acompaña de un esfuerzo por defender la
producción de equipamientos europeos y, cuando es posible, promover
programas europeos.
Europa potencia e “imperialismo posmoderno”
La
constitución de una potencia militar europea está considerada como
un punto de llegada que coronaría el edificio construido desde hace
seis decenios. La integración comercial, la circulación del capital
y del trabajo, la creación de una moneda única que jalonan la
historia de la UE no esperaría más que la etapa de “defensa común”.
La distancia entre la potencia económica y la potencia militar de la
UE es frecuentemente subrayada, y cada vez más lamentada, en el
momento en que los EE UU han decidido bajo la Administración Bush,
aumentar aún más la utilización de sus ejércitos en la gestión de
los asuntos del mundo.
Los
partidarios de la construcción de una potencia militar europea se
tranquilizan precisando que ésta no tendría nada que ver con una
postura militarista. Una figura emblemática de esta posición es R.
Cooper, consejero del primer ministro británico Tony Blair. Si
seguimos a Cooper /8, que acaba de ser nombrado para un puesto junto a
Javier Solana en Bruselas, Europa ha entrado en la era de la
posmodernidad que los EE UU no han aún alcanzado. El gobierno y el
Congreso tienen aún reticencias a aceptar la interdependencia y sus
corolarios: la apertura, la vigilancia mutua y la ingerencia que
caracterizan esta nueva era. En cambio, la Unión Europea es el
arquetipo de este tipo de Estado posmoderno puesto que la
interferencia mutua y la transparencia son la regla en ella. La UE es
más un Estado transnacional que supranacional, una asociación
voluntaria más que la sumisión a un Estado central.
El
imperialismo posmoderno que practica consiste en crear, bajo la égida
de la ONU, un protectorado en Bosnia y en Kosovo y proporcionar
soldados y medios materiales. La intervención (militar) humanitaria
encuentra su justificación en la concepción universal (cosmopolita)
de los derechos humanos de la que los Estados, que los violan
demasiado a menudo, han dejado de ser el garante exclusivo.
Pascal
Lamy, el comisario europeo de Comercio, y Zaki Laidi desarrollan un
punto de vista convergente con el de Cooper. Partiendo de la distinción
establecida por J. Nye entre hard y soft power (designando este último
la capacidad de un país de obtener lo que quiere por la simple
atracción que ejerce) /9, consideran que la UE no debe seguir los métodos
de los EE UU en la gestión de las relaciones internacionales.
Éstos
utilizan la fuerza militar para hacer prevalecer los intereses
generales de paz, pero también sus intereses particulares. La UE, que
tiene una larga historia de conflictos mortíferos, debe por el
contrario afirmarse como un soft power. Los europeos pueden dotarse de
un útil militar propio y de una diplomacia autónoma, pero no estarán
probablemente puestos al servicio de una voluntad de dominación política.
De una
parte porque “Europa ha agotado (sic) su necesidad de imperio”, de
otra parte porque Europa, tiene pocas posibilidades de convertirse en
un Estado-nación /10”.
La idea
de que “Europa” defiende valores profundamente diferentes de los
“EEUU” está muy extendida. Se encuentra entre quienes continúan
viendo un “modelo social europeo” fundado en “la tradición política
del movimiento obrero, la fuerza de las doctrinas sociales católicas
e incluso ciertos principios normativos del liberalismo social” /11.
En la vanguardia de la defensa de sus valores, se encuentra
precisamente la “República Francia”, pues si los franceses
mantienen la idea de que /pueden dar lecciones (en materia de
libertades, de democracia, de república social francesa, etc.), no es
ésta una pretensión de dominador, sino de artesano /12. La historia,
antigua y reciente de África (no solo la de los Grandes Lagos) invita
a más circunspección en el entusiasmo visceral de la “República
Francia” por los valores universales. En cuanto a la reconstrucción
de una Europa que sería el hogar permanente de la democracia y de los
derechos humanos, “es, en gran medida, un mito” /13.
Efectos
sobre el militarismo europeo El comportamiento de la Administración
Bush ha marginado, desde hace algún tiempo un poco más el examen crítico
del militarismo europeo. El hecho es aún más patente en Francia,
donde el antimperialismo americano, incluso cuando no se reduce a
antiamericanismo, permite demasiado a menudo ignorar la contribución
de Francia a la defensa del “orden mundial” /14. Es ciertamente
posible proclamar un escepticismo en cuanto a la capacidad de la UE
para desarrollar “a tiempo” una Política de Seguridad y de
defensa común (PSDC). Las fórmulas prudentes contenidas en el
proyecto de tratado que instituye una Constitución para Europa
indican que los gobiernos tienen plenamente conciencia de la amplitud
de las divergencias y que están muy preocupados por mantener sus
prerrogativas nacionales. No se puede, sin embargo, subestimar el
papel jugado por estas iniciativas. Los avances en el terreno de la
PSDC, incluso limitados, tienen efectos autoreforzadores sobre el
militarismo europeo por, al menos, tres razones. En primer lugar,
proporcionan un impulso no despreciable al desarrollo de la potencia
militar de los Estados miembros de la UE, al menos de Gran Bretaña y
de Francia. Estos dos, que son los más militarizados (sus gastos de
equipamiento sumaban el 60% de los gastos totales de los países
europeos en 2002), han decidido un aumento significativo de los gastos
militares desde el comienzo de este decenio /15. Sus gobiernos estiman
que, en razón del “rango” que estos dos países ocupan, deben
tener un papel central en la defensa europea. Los aumentos de los
presupuestos militares se conjugan con las iniciativas de cooperación
y de fusión tomadas por los grupos europeos de la industria de
defensa.
Además,
los progresos de la PSDC permiten desarrollar cooperaciones entre países
europeos voluntarios para llevar a cabo intervenciones militares sin
tener que esperar a que todos los demás países se comprometan en
ellas /16. El proyecto de tratado de la Constitución para Europa
establece la posibilidad de “cooperaciones estructuradas”. Esta
posibilidad multiplica las oportunidades de despliegue de las fuerzas
armadas, y evita las molestas discrepancias de los Estados más
reticentes a la utilización de la fuerza armada.
El
ascenso como potencia militar de la UE se manifiesta en dos
direcciones: el contenido de las misiones y las zonas de intervención.
Sobre el contenido de la PSDC, la convergencia con los EE UU se está
estableciendo sobre los objetivos y los medios de lucha contra el
terrorismo, las armas de destrucción masiva y los “Estados
fracasados” /17. En el terreno de las zonas geográficas de
intervención militar, la voluntad de la UE de jugar un papel más
ambicioso es también explícita. En relación con la declaración de
la Cumbre de la OTAN en Washington (abril 1999), la UE ha ampliado el
espectro de sus ambiciones militares. Desde la conferencia europea de
noviembre de 2000 sobre los compromisos de capacidad militar, la
referencia frecuentemente utilizada para definir el radio de las
operaciones militares de la Unión Europea es de 4.000 km., lo que
engloba la Europa Central y Oriental, África del Noroeste, la región
del Caucaso, y la parte occidental de Rusia /18.
En fin,
se esperan iniciativas en el terreno de la PSDC: la creación de una
“cultura europea de seguridad”, que como indican los debates sobre
las cuestiones más importantes, “constituirá una mezcla de
neorrealismo (fuerza de reacción rápida potente, sanciones y disuasión
nuclear hipotética), de internacionalismo liberal (ayuda al
desarrollo, incitaciones comerciales, asistencia civil), de
universalismo moral (prevención de los conflictos), de
intervencionismo... Esto proporcionará a los responsables una
panoplia sin igual de recursos que les permitirá enfrentarse a
cualquier problema” /19. Esta gama ampliada de justificaciones a las
intervenciones militares de la UE permite también conciliar las
posiciones bastante contradictorias de los países miembros de la UE,
que pueden fácilmente encontrarse en torno a valores emblemáticos
del imperialismo posmoderno.
A fin de
cuentas, las misiones militares que asumen los países de la UE
fijadas por el Consejo de Feira (junio 2000) son de tres tipos: a) la
OTAN sola, b) la UE utilizando los medios de la OTAN, c) la UE sola.
En junio
2003, por primera vez, la UE realizó en el Congo y a demanda de las
Naciones Unidas una intervención militar (“Artemis”). La
presencia de 1.200 soldados (principalmente franceses) marca el fin de
la regla (no escrita) que autolimitaba las intervenciones de la UE en
su “exterior cercano” (near abroad) (los 4.000 km. De radio
alrededor de Bruselas) y que hacia el Sur, se quedarían por tanto en
el Magreb. Terminada el 1 de septiembre la operación “Artemis” de
despliegue de tropas en esas dos zonas, la UE está a la búsqueda de
una misión a la que podrían ser enviados sus soldados /20.
La “forma Estado” de la UE y el militarismo
La
formación de una potencia militar europea se considera una conclusión
que culminaría el edificio construido desde hace seis decenios. La
integración comercial, la circulación de los capitales y del
trabajo, la creación de una moneda única que jalonan la historia de
la UE no esperan más que la etapa de la “defensa común”. Los
elementos presentados en este artículo indican efectivamente un
refuerzo del militarismo europeo. Sin embargo, no permiten concluir en
la existencia de una defensa común, que estaría basada en objetivos
comunes, una estrategia única y capacidades operativas totalmente
compartidas y que, de hecho, llevaría a la creación de una industria
de armamento integrada, como la de los EE UU, o como pudo serlo, en
menor medida, la industria francesa durante los años setenta y
ochenta.
La
realización de este objetivo significaría un avance significativo en
la constitución de una potencia militar comunitaria y, más allá, en
la formación de un Estado europeo. Estamos muy lejos de ello, pero
sin embargo hay que intentar comprender las dinámicas que están en
juego, así como sus límites. El capitalismo se ha impuesto históricamente
como el resultado de una interacción entre el capital (relación
social) y el Estado (forma de dominación política), pero el lugar
fundamental del Estado no está circunscrito a la génesis del
capitalismo (la “acumulación primitiva”). Uno de los aportes
importantes de los teóricos del imperialismo de comienzos del siglo
XX está en la reconsideración, que desarrollan de forma más o menos
explícita, de la relación entre lo político, que incluye por
supuesto la violencia militar, y lo económico /21. Sin embargo, los
teóricos del imperialismo ponen su atención sobre el carácter muy
“estadocéntrico” del movimiento de internacionalización del
capital. Bujarin considera incluso que se ha formado progresivamente
en los países capitalistas una especie de “trust capitalista
nacional” que fusiona el capital y su Estado, y que sólo puede
tener una solución violenta.
Una
nueva configuración de las relaciones interestatales entre países
capitalistas desarrollados, cuyo pilar han constituido y constituyen aún
los EE UU, ha emergido de la Segunda Guerra Mundial. Las rivalidades
entre los Estados nacionales de los países capitalistas desarrollados
no han desaparecido, por supuesto, pero excluyen desde la Segunda
Guerra Mundial, el uso directo de la fuerza armada como modo de solución
de su conflicto /22. En este contexto profundamente modificado, la
internacionalización del capital ha tomado formas diferentes, y su
etapa actual (la “mundialización”) plantea en términos nuevos la
cuestión de la relación del capital con el Estado. Las clases
dominantes han intentado dotarse de una “arquitectura
institucional” que les permitiría gestionar los conflictos y
contradicciones planteadas por este movimiento de internacionalización
del capital /23. Aunque este movimiento sea antiguo, se ha acelerado y
tomado una nueva dimensión, tras la Segunda Guerra Mundial, con la
creación de instituciones internacionales, con competencia financiera
(FMI, BM), comercial (GATT), etc. Algunos consideran incluso que un
“Estado mundial” se está formando hoy, en tanto que expresión de
la mundialización del capital y de la solidaridad de las clases
dominantes /24.
Europa,
por un conjunto de razones conocidas, ha constituido un terreno
privilegiado para los intentos destinadas a superar el modo de
resolución bélica de las rivalidades nacionales, que había
conducido a la barbarie de la primera mitad del siglo XX. La CEE ha
proporcionado el marco en el que estas rivalidades han sido
disciplinadas y las burguesías de Europa occidental han podido
organizar ciertas alianzas para afirmarse en el mercado mundial.
Mandel, analizando el movimiento de internacionalización del capital
y subrayando la persistencia de las rivalidades interimperialistas
(frente a la tesis del “superimperialismo”), estimaba que la
constitución de un Estado burgués federal o supranacional era la hipótesis
posible incluso probable para la CEE /25. La creación de este Estado
federal europeo resultaría de una interpenetración creciente de los
capitales europeos, que constituiría de alguna forma su “base
nacional europea” a la que debería corresponder una forma estatal.
Poulantzas desarrolla una posición simétrica, que pone el acento en
la dependencia europea respecto a los EEUU pues este país reproduce
en el seno mismo de las demás metrópolis (en el sentido de “países
desarrollados”) sus propias relaciones de producción. “Estas
coordenadas que se relacionan con la reproducción ampliada del
imperialismo dominante en el seno mismo de las demás metrópolis
imperialistas, no conciernen sólo a las relaciones de producción:
implican la extensión de las condiciones ideológicas de esta
reproducción en el interior de estas metrópolis” /26. Por ello,
los Estados europeos se convierten en vectores de la extensión de las
relaciones de producción de los EE UU: “Estos Estados toman ellos
mismos a su cargo los intereses del capital imperialista dominante en
su desarrollo en el seno de la ‘formación nacional’ a saber en su
interiorización compleja a la burguesía interior a la que domina”
(p.72). Este análisis, que parte justamente de la transnacionalización
del capital y de su impacto sobre el Estado nación, conduce a su
autor, aunque se defienda de ello, a presentar a los EE UU como un
“superimperialismo” que no sólo domina las relaciones de producción
de los países europeos (lo que, por supuesto, va más allá de
indicadores estadísticos, como la parte en el comercio mundial, el
volumen de inversiones directos en el extranjero, etc.) sino que
gobierna también su estructura estatal.
Este
diagnóstico no tiene fundamento. Se pueden analizar las
transformaciones de la UE hasta hoy como producto combinado de la acción
de los Estadosnación, de la presión de los grupos financieros,
bancarios e industriales, y de las propias instituciones comunitarias,
en primer lugar de las cuales se encuentra por supuesto la Comisión,
cuyo crecimiento burocrático se alimenta del papel que cumple /27. La
UE no se ha convertido en un conjunto políticamente integrado en el
que el Estado toma a su cargo a nivel federal las cuestiones como la
moneda, la defensa, etc., y en el que los ciudadanos votan
directamente para la representación política federal. No puede ser,
sin embargo, reducida a una simple construcción intergubernamental
analizada por Raymond Aron y la corriente “realista” de las
relaciones internacionales.
La construcción híbrida
La UE es
una construcción híbrida que constituye una “respuesta” a los
procesos de mundialización del capital, admitiendo que esta
mundialización se desarrolla en formas políticamente determinadas,
particularmente en Europa, donde los Estados-nación han tomado la
forma más acabada. La mundialización del capital, hay que
recordarlo, no es una simple conclusión de una tendencia “espontánea”
(“el mercado mundial está contenido en la noción misma de
capital”). Adopta hoy una fisonomía que está marcada por el
dominio de un capital rentista –que funciona por apropiación de
rentas o por captación de riquezas basada en la existencia de
diferentes tipos de derechos de propiedad– cuya envergadura es mucho
más importante que a comienzos del siglo XX, pero también por el
tipo de relaciones de fuerza interestatales (hegemonía americana) y
las configuraciones estatales producidas por la historia.
Dicho de
otra forma, los formas de dominación política ejercidas a cuenta del
capital no son inmutables; siguen dominadas por la existencia de
clases dirigentes que están organizadas en un espacio sociopolítico
delimitado por un territorio. La UE es un intento de atemperar las
contradicciones entre el movimiento del capital y las formas históricas
en las que ha construido su dominación política y que actúan como
condicionamientos. La diversidad de las respuestas a las cuestiones
económicas y políticas que afronta la UE es reveladora de estas
contradicciones. Se encuentran ciertos terrenos en los que los
procesos de integración de la UE están muy avanzados, como muestra
la creación de una moneda única. El Banco Central Europeo es
claramente una institución cuya creación desplaza el poder hacia la
UE.
La
decisión de crear una moneda única es, en parte, el fruto de una
voluntad política que no es evidentemente reducible a la dimensión
política de la pareja formada por Kohl y Mitterrand. La iniciativa
participa así del combate colectivo del capital de los países
europeos, cuya defensa está asegurada por los Estados, que aceptan
para esta “causa”, la pérdida de un atributo histórico de su
soberanía. Esta decisión remitiría pues al deseo expresado por el
liberalismo tipo Hayek de alejar la gestión de la moneda de las
presiones y reivindicaciones de los asalariados que pueden presionar a
las autoridades monetarias para adoptar comportamientos “laxos”
(creación monetaria, etc.) /28. Pero la creación del euro no
corresponde a una nueva etapa en un proceso de integración armonioso,
en la forma en que las teorías neofuncionalistas dan cuenta del
proceso europeo. Introduce contradicciones ya perceptibles en el plano
externo –el estatuto de moneda de reserva internacional del euro
frente al dólar exige bastante más que una “competitividad” económica
de la UE– y potencialmente explosivas en el plano interno de la UE,
como el lugar de la política presupuestaria (y por tanto fiscal) de
los Estados miembros. La ampliación de la UE va a agudizar estas
contradicciones.
Los
Estados nación siguen siendo las piezas esenciales de la UE. Las
cuestiones de defensa en las que su dominio es más fuerte que en
cualquier otro terreno, aclaran igualmente las contradicciones más
generales de la construcción comunitaria. La necesidad para la UE de
reforzar su potencia militar es hoy crucial y se ve incluso aumentada
debido al curso tomado por los EE UU desde el año 2000. La PSDC
proporciona un marco favorable para este reforzamiento bajo la acción
de las tres fuerzas motrices (Estado, capital e instituciones
comunitarias) de la construcción europea. Junto a los Estados, cuyo
papel es evidente, la acción de los grupos de la industria de la
defensa es igualmente importante. El proceso de concentración lleva a
la creación de algunos grandes grupos europeos (en la aeronáutica,
el espacio y las tecnologías de la información). Este proceso ha
llevado a los Estados a organizarse de forma conjunta para establecer
frente a esta “oferta” cada vez más concentrada, una
“demanda” cuyo poder de mercado sea capaz de resistir. Su acción
pasa por la creación de una agencia de compra de materiales militares
europea (OCCAR) (inscrita en el proyecto de Constitución), lo que
permitiría la creación de un mercado común de los equipamientos de
defensa, la estandarización y la interoperatividad de los
equipamientos proporcionados a los ejércitos, el aumento del número
de programas de I+D llevados en común, etc. Incluso la Comisión, a
quien le estaba prohibido expresarse sobre las cuestiones de
“defensa”, ha comenzado a entrar en el debate por medio de las
tecnologías de doble uso (militares y civiles, igualmente calificadas
de “duales”) en tanto que son una componente de la política
tecnológica que es de su competencia; más recientemente a través de
las cuestiones industriales (ataques a la competencia en la
concentración, etc.). También ha enviado “señales”, en parte
concertadas con los Estados europeos afectados, a través de las
decisiones de la directiva sobre la competencia sobre fusiones entre
grupos americanos algunas de cuyas actividades son militares (Boeing-MDD,
GE-Honeywell, etc.).
Sin
embargo, no hay que esperar la llegada de una “defensa común”
europea como otros esperarían a Godot. El marco está dispuesto, las
fuerzas que empujan por un reforzamiento de la potencia militar son
activas. La alianza transatlántica sigue siendo dominante, se
organiza bajo formas diversas que no reflejan sólo la relación de
los países de la UE con los EE UU, sino también el grado de
cooperación y de rivalidad intereuropeas. Una de las expresiones de
ello es la combinación cambiante de “parejas” entre Alemania,
Francia y el Reino Unido (es algo más raro la formación de un trío).
Por ello la cuestión no está en preguntarse si la PSDC verá la luz
“a tiempo”, sino en observar cómo constituye ya, a la vez, un
discurso y un factor muy real para el desarrollo del militarismo en
Europa.
Nota de Correspondencia de Prensa:
(*)
Claude Serfati,
economista, maestro de conferencias e investigador en el Centro de
economía y ética por el medioambiente y el desarrollo de la
Universidad de Versalles- Saint Quentin de Yveline. Autor entre otros
libros de "La mondialisation armé. Le déséquilibre de la
terreur" (Editions Textuel, Paris 2001), y contibuyó a la
obra "Les piéges de la finance mondiale: diagnostics et remèdes",
coordinada por Francois Chesnais y Dominique Plihon. Colabora
regularmente con las revistas Carré Rouge (Francia) y A lencontre
(Suiza).
Bibliografía
1/
Cf artículo j.4: “La política exterior común de seguridad incluirá
todas las cuestiones relativas a la seguridad de la Unión, incluida
la definición más adelante de una política de defensa común que
podría, llegado el momento, conducir a una defensa común”.
2/ Heisbourg F. (con otras contribuciones), “European
Defence: Making It Work”, Chaillot Papers, 42, septembre 2002, p.23.
3/ The
European Convention, WG8 22, 16 diciembre 2002.
4/ El
objetivo de Petersberg (60.000 soldados desplegados) exigiría en la
práctica la existencia de una reserva de 180.000 (rotación, soporte
de las tropas, etc.) Los Estados europeos han confirmado en el 2001 la
existencia de un potencial de más de 100.000 soldados, 400 aviones de
combate y 100 navíos de guerra.
5/ Ver
entre numerosas declaraciones, las de M. Védrine, entonces ministro
de Asuntos Exteriores: “la defensa europea no es solo buena para
Europa, sino también para la Alianza”, (Le Monde, 13/06/2001) o
recientemente por M Alliot-Marie, ministra de Defensa que recuerda que
“la OTAN es la garantía mayor de nuestra seguridad colectiva”.
6/
Carchiedi considera que contradicciones entre los EE UU y la UE,
similares a las que han existido entre los Estados Unidos y la URSS,
podrían desarrollarse. G.Carchiedi,
“Imperialist contradictions at the Threshold of the Third Millenium:
A new Phase?, en R. Albritton, M.Itoh, R. Westra, A. Zuege, Phases of
Capitalist Development, Boom, Crise and Globalizations, Palgrave Pub,
2001.
7/
C.Serfati, “Coopération européenne et intégration transatlantique
des industries d´armement: le cas de l´aéronautique”, en J. Klein,
P. Buffotot, N. Vilboux (bajo la dirección de), Vers une politique
européenne commune en matière de sécurité et de défense: défis
et opportunités, Economica, 2003.
8/.R.Cooper., “The Post-Modern State”, in M.Leonard,
Re-Ordering The World, The Foreign Policy Centre, London, 2002.
9/. El
contrasentido para las nociones de hard y de soft power es frecuente
en la literatura, sin que se sepa si es producto de la ignorancia. El
creador de estas fórmulas, Nye, no ha considerado nunca que la
existencia de un soft power sea posible sin la existencia del “bastón”
que recuerda las realidades. “Las fuerzas armadas de los EE UU
presentes en Asia favorecen también el desarrollo democrático en
Asia, proporcionando un ejemplo claro y claramente visible del papel
apolítico de las tropas americanas (...que) ha permitido a Asia del
Sureste tener un fuerte crecimiento económico”, “The Case for
deep engagement”, Foreign Affairs, 74, 4 julio agosto 1995, pp.
90-102. Muy recientemente, expresa su acuerdo con la nueva doctrina de
seguridad nacional a la vez que critica a Bush, y considera que la
presencia de los periodistas que seguían a los Ejércitos americanos
era una buena ilustración del soft power pues ha frenado en seco la
estrategia de Sadam de “crear una protesta internacional afirmando
que las tropas americanas mataban deliberadamente civiles” (p.67).
Se puede resumir así su concepción: “Los EEUU deberían inclinarse
hacia el multilateralismo cada vez que es posible a fin de legitimar
su poder y obtener un amplio consenso sobre su nueva estrategia”
(p.69), “US Power and Strategy After Iraq”, Foreign Affairs,
julio-agosto 2003.
10/.Z.Laidi,
P.Lamy, “La gouvernance ou comment donner sens a la mondialisation”,
en Jacquet P, Pisany- Ferry J., Tubiana L., Gouvernance Mondiale,
Consejo de Análisis Económico, 2002.
11/ J. Habermas, “A Constitution for Europe?”, New
Left Review, septiembre-octubre 2001. pp.2-27.
12/ Joxe A., L’Empire du chaos. Les
Républiques face a la domination américaine dans l´après guerre
froide, La Découverte, 2002.
13/ Y. Salesse, Propositions pour une autre Europe.
Construire Babel, Éditions du Félin, 1997.
14/ Se
puede uno remitir a las alabanzas dirigidas al presidente de la República
por su actitud sobre la guerra en Irak, incluso por ciertas personas
del movimiento altermundialista, en la discusión sobre la ley de
programación militar (2003-2008), del proceso Elf o incluso de la
Francafrique, y de la operación “Licorne” en Costa de Marfil.
15/ Para
Francia, estos aumentos están previstos por la ley de programación
militar. Ya se ha producido un aumento de los créditos de
equipamiento del 11,16% para 2003 y de 9,37% para 2004.
16/ Esta
posibilidad está condicionada por la ausencia de oposición por parte
de los países miembros, que pueden por el contrario practicar la
“abstención constructiva”.
17/ J. Solana, “A secure Europe in a Better World”,
European Concil, Thessaloniki, 20 junio 2003.
18/
Numerosas operaciones militares emprendidas por la UE en los años
recientes no entran en este radio: el Golfo, Timor, Sierra Leona,
Rwanda y Afganistán.
19/ Howorth J., “The CSDP and the Forging of a
European Culture”, dans Irondello B. et Bennesson P., “L´Europe
de la défense: institutionnalisation, européanisation”, Politique
européenne, nº 8, automne 2002.
20/ CF. : “EU Force Seeks New Mission After Congo”,
Defense News, 8 septembre 2003.
21/ Esta
cuestión está desarrollada en: Impérialisme et militarisme au vingt-et-unième
siècle, Pàge 2, de próxima edición.
22/ Esto
no tiene nada que ver con el fin de la guerra como herramienta de
conquista o su ausencia definitiva de utilización. El esfuerzo
militar intensivo de los EEUU (incluido el sistema de defensa
antimisiles) está en gran parte destinado a “contener” a China,
cuyo ascenso como potencia no se ve cómo podría seguir pacíficamente.
23/
Estas cuestiones son objeto de una atención particular de los
investigadores de economía política internacional que se
autodenominan “neogramscianos”.
24/ He
analizado los límites de estos procesos de “transnacionalización”
de las clases dominantes y de formación de un “Estado mundial” en
C.Serfati, “Une bourgeoisie mondiale pour un capital financier
mondialisé?”, en (obra colectiva), La Bourgeoisie: classe
dirigeante d´un nouveau capitalisme, Syllepse, 2001.
25/ E.
Mandel, Le Troisième Age du capitalisme, Les Editions de la Passion,
1997, p. 259, (primera edición 1976). (El Capitalismo Tardío, de.
ERA, México, 1979).
26/ N.
Poulantzas, Les Classes sociales dans le capitalisme aujourd´hui,
Editions du Seuil, 1974, p. 67 (subrayado en el texto).
27/ La
Comisión actúa como un árbitro entre los diferentes gobiernos, les
sirve de representante en ciertas negociaciones internacionales y
constituye una palanca muy importante en la supresión de derechos y
conquistas sociales. Como toda burocracia investida de una autoridad pública,
es una fuerza social que intenta hacer prevalecer sus intereses
particulares y reforzar sus posiciones en el marco de las funciones
que cumple.
28/ W.Bonefeld, “European integration: the market,
the political and class”, Capital and Class, nº 77, 2003.
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