El
'no' a la Constitución europea es la única opción para consolidar
las políticas sociales en la UE
La
catástrofe sería votar 'sí'
Por
Bernard Cassen
Director general de Le Monde Diplomatique
Traducción para el Periódico de Catalunya de Xavier Nerín, 13/01/05
Los
dirigentes de los partidos de gobierno franceses, reunidos por sus
colegas de los otros países europeos y por la Comisión, llevan a
cabo entre la opinión pública una campaña para la ratificación de
la Constitución que apela al miedo y no a la razón. En Francia
consiguieron una primera victoria cuando, el 1 de diciembre, en el
referendo interno del Partido Socialista (PSF), el sí obtuvo
una mayoría del 59%.
Sin
embargo, su inquietud persiste: los sondeos muestran un fuerte ascenso
del no relacionado, aunque sólo en parte, con la aceptación
de la candidatura de Turquía por el Consejo Europeo. Los argumentos
de estos dirigentes se basan principalmente en la evocación de una
crisis europea si gana el no. Ello no sólo es falaz, sino que,
por el contrario, todo hace pensar que el único escenario catastrófico
es el del sí.
1.
Ni urgencia ni miedo: ¡la vida sigue en la UE! ¿Qué pasaría
realmente si Francia u otro país se negara a ratificar la Constitución
europea? Desde el punto de vista jurídico, la respuesta es:
"Estrictamente nada". El Tratado de Niza, en vigor desde el
pasado 1 de mayo, así como los tratados precedentes, seguirán
rigiendo la UE hasta el 2009, como está previsto, y algunas de sus
disposiciones hasta el 2014. No hay pues ni urgencia particular ni
motivo de inquietud.
2.
Los propios gobiernos solicitarían con toda urgencia un nuevo
tratado. Políticamente, en cambio, el rechazo de la Constitución
crearía una situación nueva. Habría que negociar otro tratado en
función de las aspiraciones antiliberales que se habrían expresado
en Francia y quizá también en otros países, porque todos los
gobiernos tienen un interés vital en que la primera parte de la
Constitución, que habría sido rechazada con el resto del tratado,
entre en vigor. Esta parte racionaliza los procedimientos
institucionales de la UE y, efectivamente, le permite funcionar de
manera más eficaz.
3.
Un tratado social, ¡ahora! El PSF dice: "Inmediatamente
después de la ratificación de la Constitución, y con el resto de
las fuerzas socialdemócratas, nos pondremos manos a la obra para
elaborar un nuevo tratado, esta vez social". Éste ha sido el
ejercicio confiado por el Partido Socialista Europeo a Pascal Lamy,
que presentó en Madrid, el 27 de noviembre, la plataforma de una
"Europa social" a la baja. Salvo si es para adoptar este
programa residual, ¿podemos imaginar que Blair, Berlusconi y
sus consortes, que habrían conseguido constitucionalizar el
neoliberalismo, aceptaran renunciar a su victoria poniéndose a hacer
política social, cuando nada les obligaría a ello?
En
cambio, si la Constitución fuera rechazada, se habrían creado las
condiciones, bajo la presión del no, para intentar elaborar
inmediatamente este famoso tratado social, complementario a las
disposiciones institucionales de la primera parte de la actual
Constitución. En otras palabras, si el PSF sigue creyendo en su
eslogan de la campaña de las elecciones europeas --Y ahora la
Europa social--, el no constituye su única posibilidad de
traducirlo en actos. En cambio, si ganara el sí, el adverbio ahora
significaría dentro de 10 o 20 años, incluso 50, como ha predicho Giscard
d'Estaing. Si fueran consecuentes con sus ambiciones proclamadas,
los dirigentes socialistas, al igual que los de Los Verdes, militarían
activamente por un no que volviera a abrirles el juego.
4.
¿Quién teme a la democracia? Lo abriría más aún cuanto que
los movimientos sociales europeos podrían movilizarse por un tratado
social. Lo que no es todavía el caso, y tiene su explicación. Salvo
en Francia y Bélgica, la Constitución no ha sido sometida a debate
entre las opiniones públicas europeas, y los partidos de gobierno
--socialistas, liberales, conservadores y democristianos-- sólo
hablan de la "unión sagrada" para ocultar su contenido
neoliberal. A excepción del PSF, las organizaciones, sindicales u
otras, que apelan al sí, se han guardado bien de consultar
previamente a sus afiliados.
La
victoria del no permitiría eliminar esta capa de plomo
poniendo de manifiesto en todos los países de la UE tres exigencias
democráticas: la de un verdadero debate nacional divergente sobre el
proyecto europeo; la de una consulta de los miembros de todas las
organizaciones que deban pronunciarse sobre el futuro tratado, y la de
un referendo popular en cada país donde exista este procedimiento,
con la opción, ahí donde no exista, de modificar la Constitución
nacional para introducirlo.
Los
partidarios del sí se comportan como si experimentaran un
doble temor: miedo a que nos apropiemos realmente del contenido del
tratado, pues la experiencia demuestra que no gana al ser conocido; y,
consecuencia lógica, miedo a que todos los ciudadanos se pronuncien
directamente.
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