Euskadi
a la hora del Plan Ibarretxe
Andalucía
Libre, 02/02/05 (*)
El 1
de Febrero el Parlamento español rechazó en sesión sumarísima el
Proyecto de nuevo Estatuto
Político para la Comunidad de Euskadi, también
conocido como Plan Ibarretxe, aprobado por mayoría absoluta
por el Parlamento vasco el pasado 30 de Diciembre. El Parlamento español
despreció la decisión del Parlamento vasco con una votación de 29
votos a favor de su toma en consideración, 313 en contra y 2
abstenciones. Su tratamiento parlamentario se produjo tras una campaña
españolista sostenida de ocultación, difamación y manipulación
desaforada que se condensó finalmente en los 315
votos españolistas contra el derecho a la
autodeterminación.
En
esa hora se escenificó para la historia, de forma nítida y sin
confusión ni excusa posibles, el conflicto de soberanías y
legitimidades nacionales: España se impuso a Euskadi en un ejercicio
evidente e incontestable de opresión nacional; la mayoría española
predominó sobre la mayoría vasca. El Estado español –sostenido
por la fuerza, que no por los votos– anuló legalmente en Madrid la
legitima propuesta política aprobada en Euskadi por la mayoría vasca
de forma impecablemente democrática, negándose al tiempo a reconocer
el derecho de la nación vasca a decidir libremente su destino.
El día antes, por su parte, las cuatro fuerzas
representadas en el Parlamento andaluz –las sucursales andaluzas del
PSOE, PP y PCE/IU más el regionalista PA– en un despreciable
ejercicio de sucursalismo y seguidismo político a sus jefes españoles
acordaban una nueva declaración conjunta contra el Plan Ibarretxe
–que formalizaran próximamente en sede parlamentaria– revalidando
con ello, para vergüenza de Andalucía, su condición compartida de
mamporreros de España. La infamia se ejecutó entre repulsivas
declaraciones que rezuman cobardía e hipocresía, ocultándose por enésima
vez tras el "agravio comparativo" para reafirmar de
hecho su lacayuna lealtad española y su servilismo constitucional y
perpetrar así una nueva traición a los intereses nacionales de
Andalucía.
Recapitulación
de recorrido
El texto conocido como Plan Ibarretxe es el
resultado final de una coyuntura política sumamente compleja en la
que el PNV buscó alcanzar simultáneamente tres objetivos:
1º. Salir con una iniciativa propia de una contingencia
histórica en la que la ilegalización de Batasuna por el Estado español
–apoyada por PP/PSOE/IU– amenazaba con emparedarlo con riesgo
cierto de rebajarlo a la condición de Quisling vasco,
aprisionándolo entre los empujes opuestos del Estado español que le
imponían de una parte el colaboracionismo y de la izquierda abertzale
que le reclamaba, de otro, resistencia y dignidad nacional. La oferta
concreta de elaboración de nuevo Estatuto permitía al PNV zafarse de
la presa y recuperar protagonismo y centralidad políticas al proponer
un nuevo proceso constituyente vasco en términos positivos. El énfasis
en el proceso le facilitaba, además, eludir la vía de asunción
unilateral de competencias a la que se había comprometido, dilatando
con ello el momento de una confrontación frontal con España nunca
realmente deseada por la fracción dominante del aparato peneuvista.
2º. Ante el agotamiento evidente de la formulación
estatutaria vigente –tanto por la actuación española como por las
consecuencias de la construcción neoliberal europea– la propuesta
de nuevo Estatuto político permitía al PNV trascender su
responsabilidad histórica en la imposición del modelo vigente, situándose
en vanguardia en un escenario político actualizado creado de su mano
y bajo su dirección. Su desmarque y avance le posibilitaba igualmente
presentar y fijar nuevos contenidos programáticos para Euskadi con
los que estructurar y adoctrinar a su masa social, justificar sus
alianzas con EA y EB–IU y ofertar un renovado proyecto nacional
vasco que superara limites y debates recurrentes, sorteando –al
menos aparentemente– obstáculos sobradamente conocidos. Las
previsiones sobre su curso institucional posible, dada la correlación
de fuerzas, incluían obviamente utilizarlo como justificación y
reclamo para una renovada mayoría absoluta en el Parlamento vasco,
dejando implícitamente abierta la puerta a un posterior reencuentro
negociador posibilista con el PSOE. 3º.
En el diseño político previsto, además, el Plan Ibarretxe debería
servir destacadamente para la absorción paulatina por el PNV de la
base electoral de la izquierda abertzale, de tal forma que la actuación
combinada del Plan como propuesta política de un lado, sumados a los
efectos del colapso de la estrategia de ETA y a los derivados de la
represión española (ilegalización de Batasuna; arbitrariedades
judiciales y penitenciarias; etc) de otro, cuarteara la cohesión de
la izquierda abertzale, dejándola huérfana de referencias y
propuestas políticas operativas, permitiéndole al PNV avanzar hacia
la recuperación de la plena hegemonía política sobre el conjunto
del nacionalismo vasco
La respuesta que articuló el Plan Ibarretxe se demostró
extremadamente inteligente para resolver conjuntamente estos desafíos
políticos, facilitándole al PNV avanzar un significativo trecho con
sus dos almas –la autonomista y la independentista– aparentemente
conciliadas. El Plan Ibarretxe se sostuvo no en la reclamación
aislada de controvertidos principios abstractos de difícil aprehensión
y plasmación sin disponer previamente de poder nacional propio
(autodeterminación, territorialidad vasca...) sino en la proposición
y codificación de todo un modelo institucional completo viable que
resultara de una aplicación desarrollada de esos principios,
condensados en un ejercicio articulado y unilateral de Soberanía
Nacional vasca; sin constreñirse ni someterse a las imposiciones del
marco constitucional español resultado de la Reforma del franquismo,
aunque aceptando su curso procedimental como plataforma para sostener
una negociación bilateral posterior. No se instalaba en la espera o a
expensas de una hipotética negociación para iniciar su recorrido
sino que, aprovechando la existencia del Parlamento vasco y de una
mayoría democrática en su seno, comenzaba desde el primer momento a
construirse como referencia y nueva situación.
Su
resultado definía una relación bilateral entre Euskadi y España a
partir de una determinada aplicación de lo que el PNV entendía por
derechos vascos: una suma doctrinal –marca de esa casa– del
incuestionable derecho nacional democrático de Euskadi a la
autodeterminación y de una lectura ideológica interesada de los
privilegios históricos de los territorios vascos en el seno de la
Monarquía española.
Su
producto final se manifestaba, ciertamente, con la formulación más
adecuada a los intereses sociales que encarna su principal factor
pero, a la vez e inobjetablemente, implicaba también un avance democrático
cualitativo y una protección reforzada de las potencialidades y
expectativas de progreso y mejora del conjunto de la sociedad vasca.
El modelo resultante no era "secesionista" ni "independentista"
–pese a las afirmaciones de la propaganda española– sino una
especie de resurrección de la relación pactada que creó Austria–Hungría
en 1867; en la que, bajo el paraguas de la "libre asociación",
la soberana Euskadi proyectada por el PNV asumiera los beneficios y
ventajas de la histórica posición magiar en un dualismo contractual
con España adaptado a los intereses y circunstancias nacionales
vascos; sin por ello abdicar ni un segundo de su derecho a posteriores
desarrollos.
El proyecto contó desde un principio con la persistente
descalificación y el boicot del bloque españolista PSOE–PP, tanto
en Euskadi como en España. El motivo esencial de esta oposición no
radicaba, claro está, en que el nuevo Estatuto confiriera privilegios
a Euskadi. Es evidente que los españolistas tienen a su espalda toda
una tradición histórica acreditada de favorecer a Euskadi a la vez
que le niegan derechos políticos nacionales efectivos –como también
a Cataluña– aunque siempre en abultadísima menor proporción que a
Madrid, parásito creado artificiosamente de la nada en medio del páramo
por la Corte y engordado al calor y amparo del Estado español hasta
el día de hoy.
Sin
necesidad de hacer extensa referencia a la situación privilegiada de
los territorios vascos bajo las Monarquías españolas –que tanto
contrasta con la anexión y persecución inquisitorial posterior que
marcaron la conquista e incorporación de Andalucía– baste recordar
al respecto la concesión por Canovas de los Conciertos Económicos a
la oligarquía vizcaína en 1878,
proporcionándole un régimen tributario y fiscal singular hecho a su
medida, que bien le nutrió en españolismo. O citar como la dictadura
franquista, incluso cuando se los suprimió en 1937
a Guipúzcoa y Vizcaya –consideradas "provincias
traidoras" por su soporte al Gobierno Vasco en la Guerra
civil– los mantuvo operativos ininterrumpidamente en Álava y
Navarra –sin que ello fuera incompatible con una feroz persecución
sobre la lengua y cultura vascas– hasta que los pactos de los
postfranquistas con el PNV en 1978–1980
los hicieron nuevamente extensivos al conjunto de Euskadi sur,
recuperados en el mismo paquete que la aprobación del Estatuto de
Guernica a cambio de no batallar por la autodeterminación (como siguió
haciendo en solitario la izquierda abertzale).
Como
es notorio, la razón nuclear de la oposición españolista, sea de
derecha reconocida o de pretendida izquierda, al nuevo Estatuto se ha
motivado en que el nuevo Estatuto se sustenta y legitima en la Soberanía
Nacional vasca –sea ejercida y concretada como fuese– y no en una
concesión otorgada por España, desde una legalidad construida bajo
su interés y supervisión. Ni más ni menos.
El apoyo de EB–IU al nuevo Estatuto, fundado en su
inesquivable necesidad política como condición para integrarse en el
Gobierno vasco y para consolidarse como marca vasca, se asentaba
precisamente en sus limites –el hecho de no ser independentista– y
especialmente en su voluntad conciliadora con España, aún desde el
privilegio; argumentos y presupuestos que en su momento compartió
expresamente incluso el mismo Llamazares. El sostén de EB–IU se
complementó con la presentación durante su proceso de elaboración
en el Parlamento vasco de unas esotéricas enmiendas, hechas
exclusivamente a efectos de preservación de imagen y predestinadas
para decaer y ser olvidadas, cuya aportación más significativa era
remitirse frívolamente con insistencia digna de mejor causa a una
inexistente e inviable "Constitución de la República
Federal Española". Acompañaban a estas de fondo, otras
sectoriales de muy diversa entidad y suerte: unas de mayor
profundización democrática en el funcionamiento interno de Euskadi;
otras de reiteración europeísta y otras de hecho más "separatistas"
que la inicial propuesta peneuvista, ahora convenientemente
difuminadas fuera de Euskadi para no entorpecer el pacto interno en IU.
El tan cacareado "federalismo de libre adhesión" de
EB–IU –autoproclamado pretenciosamente como "tercera vía"–
se demostró en Euskadi, a la hora de la verdad, conceptualmente
arbitrista y desvertebrado y del todo insustancial en la practica. De
hecho, el vocinglero rechazo españolista de IU al Proyecto –que se
encargó de demostrar lo infundado del apellido adjudicado a su
federalismo españolista–acabó eliminando incluso su justificación
instrumental al evidenciar que al oportunismo político de EB–IU al
apoyar al Proyecto correspondía un simétrico oportunismo –eso si,
este de carácter reaccionario– de la IU española al rechazar
incluso su toma en consideración parlamentaria, dejando en
contradictoria evidencia y orfandad a su federación vasca (que tras
la experiencia, por cierto, difícil tiene aducir algún día en
Euskadi que sus "hermanos españoles" son un valor
como defensa exterior solidaria de los derechos vascos). No obstante,
a la orientación de EB–IU cabe reconocerle que conllevó, en esa
coyuntura concreta y al margen de cuales fueran sus intenciones, la
consecuencia positiva de facilitar la gestación y aprobación de la
Propuesta que, desde presupuestos obviamente más serios, abría una
nueva etapa política en la lucha de Euskadi por sus derechos
nacionales.
Un accidente político imprevisto –el medido voto
favorable de Batasuna que permitió su aprobación parlamentaria en
Vitoria– alteró decisivamente el guión sobre el papel político
del nuevo Estatuto casi a final de obra. La inesperada y sorpresiva
aprobación cargó irreversiblemente de nuevos contenidos políticos
en fondo y forma a la propuesta, más allá de la voluntad de sus
mismos impulsores iniciales.
La
Propuesta, aprobada gracias a Batasuna, quedó inhabilitada como
recurso absorbente por parte del PNV en dirección a la izquierda
abertzale. Los hechos sobrevenidos implicaban la imposibilidad
objetiva para el Gobierno PNV–EA–EB tanto de achacar en adelante
la frustración de su estrategia a ninguna fuerza de obediencia vasca
como de excusarse ante su bloqueo adjudicándolo a algún conflicto
interno vasco, para explicar así un giro posibilista mantenido en
reserva. Al ser ya la propuesta del Parlamento vasco (y no sólo de un
Gobierno) el escenario resultante dejó nítidamente situado el nudo
gordiano del conflicto: la confrontación de Soberanías y
legitimidades nacionales mutuamente incompatibles.
La
mayoría vasca hacía también inocultable el autoadjudicado derecho
de veto reclamado por el bloque españolista PSOE–PP –minoritario
en Euskadi pero mayoritario en España– para la determinación del
futuro vasco y como este operaba amparado en una legalidad
constitucional que actúa como instrumento de preservación del Régimen
–cumpliendo así los objetivos políticos reaccionarios para los que
fue instaurada en 1978– y sobre todo respaldado en la fuerza
coactiva del Estado.
El inolvidable portazo a la Propuesta por el arco
vertebrado por el eje españolista PSOE–PP, escenificado con toda
solemnidad en el Parlamento español, no facilita precisamente la
reorientación del PNV para adoptar una "vía catalana"
(mayores competencias pero limitadas, algún eufemismo simbólico y más
dinero); ya de por si dificultada por la presencia de la izquierda
abertzale en el escenario vasco.
El
NO terminante de Madrid a la propuesta vasca, sin siquiera darle
espacio alguno a una negociación incluso a la baja con las
instituciones vascas, implica objetivamente que al Gobierno Ibarretxe
le resulte mucho más difícil dar por saldada y archivada su
propuesta y converger, como si no hubiera pasado nada, con la
propuesta "a la catalana" recientemente enarbolada
por el PSOE vasco, sin que ello resulte visualmente demasiado cercano
a una capitulación en toda regla. El curso avanzado hasta el que ha
llegado la Propuesta y su rechazo por el Parlamento español denotan,
asimismo, tanto las fuerzas como los limites de una estrategia de
satisfacción de las demandas nacionales de base democrática como la
asumida por PNV–EA que no contemple indisociablemente, junto al uso
de la legitimación parlamentaria, el recurso a la confrontación
civil, la insumisión y movilización social y la utilización de
todos los resortes, recursos y soportes institucionales y populares
nacionales para defender una decisión propia frente a la imposición
y la agresión españolas.
Repaso
de contenidos
El Proyecto de nuevo Estatuto ha ido
perfilándose a lo largo de su elaboración como una propuesta de
federación Euskadi–España respaldada formalmente en "las
posibilidades de desarrollo de un Estado compuesto, plurinacional y
asimétrico", basada en la voluntad vasca y con clara
delimitación dual de competencias legislativas y ejecutivas, desde el
sostén y la reserva de Soberanía vascas, sin admitir posibilidades
de intromisión arbitraria y veto español en su ámbito de decisión
pactado (que incluye la estructura judicial aunque no códigos civiles
y penales completos propios).
La
propuesta no se restringe al marco constitucional español –ni cabe
en su seno– porque aspira a un poder democrático vasco realmente
actuante, capaz de proponer y ejecutar políticas especificas
completas efectivamente alternativas decididas en Euskadi y no
meramente un repertorio funcional para la aplicación o gestión de
políticas estructurales y determinantes dictadas en Madrid. También
garantiza la protección de los derechos democráticos y libertades
individuales en Euskadi frente a agresiones aprobadas en España.
Aunque
inserto expresamente en el marco de la Unión Europea y por tanto
condicionado por su contexto neoliberal –aunque fuera parcialmente
compensado por una capacidad de presencia directa en la UE– el nuevo
Estatuto diseña competencias y orientaciones –en lo que puede caber
en un texto constituyente– indiscutiblemente beneficiosas para la
población vasca y mucho más receptivas que el marco español actual
para recibir una reorientación social que cuestione las líneas
habituales del orden neoliberal.
El
proyecto de Estatuto mantiene y desarrolla la soberanía fiscal que
instituye el sistema de Concierto económico –del que hoy también
disfrutan cínicamente los gobernantes ultraespañolistas de Navarra y
que ahora se reclama en Cataluña en forma expresa o equivalente y en
todos los sitios donde se plantea ejercer un autogobierno que merezca
tal nombre– y la extiende a la Seguridad Social, dejando en manos
vascas su control y gestión; como lógico anexo al ser una parte
fundamental de la política económica y social. El nuevo Estatuto
vasco contiene una referencia explicita al derecho a la
autodeterminación como su sustento (Art. 12); una posibilidad abierta
a la reunión democrática de todos los territorios vascos (Art.s 2, 6
y 7) y una vía para plantear la secesión (Art. 13–3).
Respuestas
españolistas y definición de situación
Los partidos centrales del Régimen español (PSOE–PP)
han pactado y desarrollado –bajo el patronazgo de la Monarquía–
una respuesta común a la propuesta de nuevo Estatuto vasco (y que muy
posiblemente incluye también algún acuerdo reservado sobre el nuevo
Estatuto catalán en proceso de elaboración), a la que se han
incorporado desde fuera como meritorios los neosocialdemocratas españoles
y catalanes de IU–IC y dos regionalismos españoles: la insularista
Coalición Canaria y el aragonés Labordeta y su Cha.
La posición españolista acordada se asentaba en el
rechazo rápido, contundente y pretendidamente irreversible a la
propuesta vasca. El PP, en un principio, no quería siquiera que se
diera un debate plenario en el Parlamento español sino que el
proyecto fuera descartado a priori por inconstitucional, evidenciando
así un desprecio expreso a la iniciativa como ejercicio de autoridad
española.
El
PSOE, por su parte, quería atenuar la forma del rechazo sin disminuir
su impacto, camuflando en lo posible su coincidencia de fondo con el
PP para no afectar sus equilibrios catalanes y sus pactos con ERC y
por ello optó por respaldarse bajo la imagen televisiva de una mayoría
parlamentaria –expresión de la soberanía española– que se
impone a la mayoría vasca y rechaza en sesión única incluso la toma
en consideración del proyecto, sin abrir fase de negociación
parlamentaria alguna.
La
marginal IU, acogotada por sus contradicciones y buscando diluir en lo
que estuviera en su mano el bochornoso espectáculo de su alineamiento
reaccionario con España y su oposición practica al ejercicio del
derecho a la autodeterminación, pugnaba por su parte, sin éxito, por
oponerse a la Soberanía vasca a plazos, dilatando el acto en el
tiempo y a ser posible fuera de los focos públicos y de ahí su interés
porque el proyecto pasara primero a Comisión parlamentaria antes de
llegar a Pleno.
Tras el
1 de Febrero el PNV–EA queda emplazado a cumplir su compromiso de
convocar una consulta popular especifica sobre el nuevo Estatuto y a
buscar la forma de sortear la imposición española. Si ETA declarara
ahora una tregua, el Gobierno Ibarretxe se encontraría de inmediato
en una difícil posición, sin excusas para plantearse de una vez el
paso del Rubicón en la confrontación con España en defensa de los
derechos de Euskadi. Incluso de no producirse esta iniciativa los
efectos del 1 de febrero son también inevitables sobre el discurso,
cohesión y fundamentación de la estrategia del llamado "nacionalismo
democrático" a medio plazo, una vez cubierta la etapa de
lucha por renovar la mayoría absoluta en las inmediatas elecciones
vascas de la primavera de 2005. Nadie puede dejar de tomar nota de que
como consecuencia del rechazo español del 1 de Febrero ya no es sólo
la vieja estrategia de la izquierda abertzale la que tiene notorios y
serios problemas... porque también la del PNV –valórese como se
quiera su nivel de sinceridad– ha llegado a sus limites.
La izquierda abertzale por lo que le toca, está
embarcada en el desarrollo de la propuesta de Batasuna "Ahora
el Pueblo, Ahora la Paz", desarrollada en su Carta
Abierta a Zapatero, que parece representar un reconocimiento de
la necesidad de resituarse, intentando acabar de forma presentable con
la acción de ETA. Unas ofertas que pueden leerse como una propuesta
al Estado español en términos más moderados e integrables que la
misma propuesta Ibarretxe. La izquierda abertzale comparte una
desconfianza profunda y fundada en la disposición del PNV–EA para
confrontarse seriamente con el Estado español, viéndolos proclives a
alcanzar acuerdos con el PSOE. ETA, por su parte, mantiene desde hace
algún tiempo una línea de actuación atenuada, concretada en la
colocación de bombas y petardos con escasa potencia y previo aviso,
lo justo para hacer proclamación de su existencia y continuidad pero
sin mayores alardes.
El
PSOE mantiene, por su lado, la ilegalización de Batasuna y la
continuidad del discurso y practicas diseñadas por el anterior
Gobierno del PP. A modo de ejemplo, las ultimas actuaciones amparadas
por el Gobierno Zapatero son negarle a posteriori derechos
penitenciarios a los presos de ETA para mantenerlos en prisión
incluso tras cumplir su condena y enjuiciar a 35 dirigentes políticos
abertzales de una tacada. En ese contexto y con la correlación de
fuerzas existente no parece fácil el avance.
Se
rumorea que los términos de un posible acuerdo serían que a cambio
de una declaración de la presidencia del Gobierno español sobre el "derecho
a decidir de los vascos" en términos inconcretos y con
aplicación aplazada, ETA anunciaría un alto el fuego definitivo y
Batasuna (o su sustituto) seria legalizada permitiéndole concurrir a
las elecciones y que luego, al tiempo que se restablecía la legalidad
penitenciaria, se acercaban los presos a Euskadi y se excarcelaban
paulatinamente se comunicaría por ETA la destrucción de sus
arsenales.
Lo
que no está nada claro es que el PP permitiera apuntarse un tanto así
al PSOE, incluso limitando la cuestión a un pacto "Paz por
Presos" ni aún mucho menos que Zapatero esté en disposición
política de difundir una declaración sobre el respeto a los derechos
vascos, por nebulosa que sea su formulación, que permita darle alguna
envoltura política general al hipotético acuerdo.
Así
pues, cabe el riesgo de que, atenazada por la comprensible urgencia
para solucionar "su problema" y salir de su
particular laberinto, la izquierda abertzale no enfatice lo
suficiente ni articule una estrategia de presión política y social
sobre el PNV–EA, para que estos apliquen unilateralmente el Plan
Ibarretxe, como parecería lógico prever de no darse todo este cúmulo
de circunstancias.
En resumen y cara al futuro, demasiadas cuestiones
abiertas aún haciendo equilibrios en el tejado vasco y demasiados
violinistas que aún deben escoger su partitura.
(*)
Nota de SoB: no publicamos aquí la última parte de este artículo,
que está dedicada a debates específicos en Andalucía. Quien quiera
leer esta última parte, puede encontrarla en http://www.elistas.net/lista/andalucialibre.
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