Europa

 

Reacción en Cadena

Por Chris Harman, Socialist Review, abril 2005
Reproducido por Panorama Internacional
Traducción de Alejandra Ríos

Borrar las diferencias entre reforma y revolución nos deja librados a repetir errores del pasado

Mientras miraba por televisión el congreso del partido de izquierda más grande de Italia, Rifondazione Comunista, realizado el mes pasado, me vino a la mente una afirmación que su secretario general, Bertinotti, hizo al hablar en una jornada de Marxism hace dos años. Él dijo que el viejo debate entre reforma y revolución no era relevante en un momento en el que los reformistas no pueden conceder reformas y los revolucionarios no pueden provocar la revolución.

Este es un argumento frecuentemente escuchado en el movimiento global de los últimos cinco años. Se argumenta que todo el mundo puede darse cuenta que el neoliberalismo y la guerra están causando un daño inmenso, y por lo tanto tenemos que olvidar nuestras diferencias para oponernos a estos males.

Sin embargo, esto no sirve para comprender las razones por las cuales el debate sobre reforma y revolución fue tan importante cuando hace 110 años la revolucionaria polaco–germana Rosa Luxemburgo planteó este debate en oposición a Eduard Bernstein, ni tampoco sirve para entender por qué sigue conservando toda su importancia en la actualidad. El argumento de Luxemburgo no era que los socialistas deben abandonar la lucha por las reformas positivas. Ella tampoco llamaba a una revolución inmediata. Lo crucial es que el debate tiene implicaciones en cómo uno opera en las luchas del aquí y el ahora.

Si uno creyera en que las cosas se pueden mejorar permanente ejerciendo presiones en el estado existente, lo lógico entonces sería que los movimientos de los trabajadores miren hacia arriba, para encontrar aliados que puedan influenciar el estado. Por el contrario, si uno sostiene que en algún momento futuro, incluso en un futuro distante, el movimiento va a tener que confrontar a la clase dominante y a su estado en un combate revolucionario, entonces el énfasis tendrá que ser puesto en la construcción desde abajo y en hacer que la gente pierda el respeto por los poderes existentes.

La primera expresión práctica sobre los diferentes abordajes surgió en 1899, cuando el líder del Partido Socialista francés, Jean Jaurès, apoyó el ingreso de un colega dentro del gobierno francés que estaba en las manos de un político burgués. Bernstein era un entusiasta de esta política. Luxemburgo la denunció de una forma vehemente. El gobierno daría poco en materia de reformas para los trabajadores, insistía la revolucionaria, pero los socialistas gubernamentales contendrán las luchas de los trabajadores para mantener la estabilidad del gobierno.

La segunda gran expresión práctica fue cuando, a finales de la Primera Guerra Mundial, una revolución barrió del poder a los viejos monarcas en toda Europa. A Bernstein no le gustaba la guerra, pero no creía que la revolución era necesaria para derrotarla. Así él sostenía que la izquierda socialista que se oponía a la guerra debía trabajar con el ala derecha de los socialistas que habían apoyado la guerra con el objetivo de establecer regímenes capitalistas parlamentarios.

Luxemburgo, en contraste, insistía en que la única forma de prevenir una repetición de la guerra era transformar las revoluciones políticas que habían destituido a los monarcas en revoluciones socialistas, basadas en concejos de trabajadores y que debían asaltar el control capitalista de la producción. Su agitación por estas demandas llevó a su asesinato por parte de los oficiales del ejército de derecha.

Antonio Gramsci explicó la lógica del enfoque reformista unos años más tarde. La izquierda reformista buscaba apoyo de la derecha, decía él, la derecha reformista buscaba a la supuestamente ala progresiva de la burguesía y esta ala de la burguesía buscaba al principal sector de la burguesía, quien, a su vez, estaba preparada, si era necesario, a usar métodos fascistas para defender su posición de clase. Con esto se formaba una ‘cadena’ en la cual se ataba a los trabajadores a los peores elementos del sistema existente.

Bertinotti empezó su discurso en el congreso de Refundazione respaldando las opiniones de Rosa Luxemburgo donde decía que la opción que enfrentaba el mundo era socialismo o barbarie. Hizo un buen racconto de cómo el capitalismo está creando guerras en el ámbito internacional y precariedad económica en el ámbito nacional que llevan a millones a la desesperación. Pero su conclusión fue que Rifondazione debería unirse con la centro–derecha en una coalición electoral cuyo objetivo sería un gobierno dirigido por el ex Presidente de la Unión Europea, Romano Prodi, con algunos ministros de Rifondazione. Esta estrategia ‘abriría el camino’ a reformas serias.

¿Cómo es que Bertinotti llegó a adoptar esta posición? No puede simplemente catalogarse como una cruda ‘traición’. Después de todo, Bertinotti lideró una gran lucha contra Refundazione en la época cercana a los eventos de Génova del 2001 para que el partido pusiera todo sus esfuerzos detrás del movimiento anticapitalista. Muchos delegados jóvenes al congreso votaron por esta estrategia porque creían que era más ‘dinámica’ que la pasiva resistencia al cambio de algunos de sus oponentes.

La idea que uno puede cambiar la sociedad para mejor a través de las instituciones parlamentarias existentes es parte de lo que Gramsci llamaba el ‘sentido común’– las ideas martilladas en la cabeza de todo el mundo a través del sistema educativo y los medios de comunicación. Su influencia es particularmente fuerte cuando hay movimientos grandes pero que todavía son muy débiles para transformar la sociedad desde abajo por sus propias acciones. Es entonces muy fácil para la gente creer que el único camino práctico para seguir es buscar ‘salvadores en las alturas que cumplan las promesas’. La astuta maniobra parlamentaria se vuelve el sustituto del trabajo por construir una fuerza desde abajo hacia arriba.

Se ven activistas que están tironeados entre dos direcciones – ya sea hacia la creencia que los movimientos seccionales ‘autónomos’ aislados son la solución, o, si esto se muestra inadecuado, depositan su confianza en las instituciones existentes. Lo que empieza como anticapitalismo desde abajo termina siendo reformismo desde arriba.

Pero en las condiciones actuales del capitalismo el reformismo desde arriba sólo puede terminar produciendo desilusiones y rencores. Los ministros de Rifondazione en un gobierno de Prodi estarán bajo una inmensa presión de sus aliados parlamentarios para que sacrifiquen los objetivos de sus simpatizantes con el fin de apaciguar al capitalismo italiano. Y en los meses por delante va a haber quienes clamen que el partido no debe ser tan militante en caso de que se espante a sus aliados y a sus votantes.

Es así como el viejo debate retiene toda su importancia. Los revolucionarios no tienen que dar su espalda a quienes creen en reformas. La forma más fácil de ganar un argumento político es insistir pacientemente mientras que se lucha al lado de ellos por los fines que ambos comparten. La gente tiene que usar la poderoso crítica a la barbaridad del capitalismo que hacen los líderes de izquierda como Bertinotti (o Tony Benn en Gran Bretaña) para demostrar la futilidad de sus métodos reformistas.

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