Tras
veinte años de experimentación
El
momento de la verdad para Europa
Por
Fréderic London (*)
Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, mayo 2005
Traducción
de Lucía Vera
“¿’Modelo
social europeo’? ... no comprendo bien el sentido de esta expresión..."
(Frits
Bolkestein, Radio France Inter, 06/04/05)
Mientras
que en la mayoría de los países miembros de la Unión Europea la
ratificación del Tratado Constitucional Europeo se desarrolla en
medio de cierta indiferencia, en Francia no se excluye la posibilidad
de que el 29 de mayo el electorado se pronuncie por un "no"
que repercutiría como un trueno. Como en 1992, con el Tratado de
Maastricht, los incondicionales del "sí" intentan convencer
a los votantes prometiendo futuros radiantes... pero ya se sabe en qué
quedan las promesas.
Víctima
de algunas ligeras angustias electorales, el gobierno francés obtuvo
de sus socios europeos que el esperpento de proyecto de directiva
europea denominado Bolkestein (1) sea demorado todo el tiempo
necesario. Evidentemente, hay que tener una imaginación maravillosa
para soñar a la directiva sobre "servicios" totalmente
derrotada, o una cierta tendencia a la fabulación para negar que va a
reaparecer limpia como una moneda nueva en cuanto se disipen los
disturbios populares. Como la propensión a las promesas solemnes
llevada hasta sus últimas consecuencias es la tendencia más
compartida en el mundo, he aquí que también los socialistas tratan
de aportar su óbolo prometiendo un "gran tratado social"...
para "después". Ésta será la tercera o cuarta promesa, ya
que han tomado la costumbre de hacerlo en casi todas las elecciones.
Es
la ruidosa irracionalidad del pueblo lo que hace echar de menos la
suave quietud de las cumbres europeas entre amigos: Barcelona en marzo
de 2002 y la silenciosa desregulación energética; Lisboa en marzo de
2000 y la perspectiva de un mercado de trabajo liberalizado con gran
facilidad, por no mencionar las cosas que pueden darse por sentadas en
la Comisión Europea, como las directivas aprobadas en silencio y las
decisiones que no se publicitan.
Paradojas y amenazas
Solucionado
el tema Bolkestein, la pedagogía un poco exasperada del "sí"
va a poder ahorrarse el trabajo de señalar a los electores que la
directiva sobre los servicios no está en el Tratado porque ya se han
dado cuenta por sí mismos. A decir verdad, se necesitaba una dosis
peligrosamente alta de mala fe –o de ceguera bienaventurada– para
sostener que ambos textos no tienen nada que ver el uno con el otro.
Con un argumento un poco torpe, los partidarios del "sí"
imaginan poder disipar los temores recordando que la problemática
Parte lII no hace otra cosa que compilar los tratados anteriores. Pero
¿cómo expresar mejor la identidad liberal competitiva de una
construcción europea cuyo proyecto desregulador se remonta a sus
propios orígenes? Así, la referencia al Tratado de Roma de 1957,
hecha visiblemente para apaciguar las inquietudes con la feliz
reminiscencia de los años 1960, es al mismo tiempo factualmente
fundada y políticamente inepta. Es cierto que resulta más fácil
anestesiar el cuerpo electoral reconduciéndolo hacia un pasado simple
y protegido que tratar de poner en claro una historia llena de
paradojas y amenazas.
En
efecto, resulta paradójico el muy liberal Tratado de Roma, redactado
en plena época keynesiana. También resulta paradójica esa norma jurídica
europea, reputada como superior y que, sin embargo, quedó como letra
muerta durante cerca de treinta años. Es una historia no lineal que
merece tomarse el tiempo de contarla: la historia de un largo sueño
del principio competitivo europeo primero, de su progresivo despertar
luego, y ahora de un imperium sin piedad (2).
Es
posible entonces convocar al Tratado de Roma con fines ansiolíticos,
pero con la condición de hacer olvidar que ese texto bonachón sólo
reveló tardíamente su verdadera identidad, y ha mutado, de manera
endógena, en una máquina de desregular devenida un poco loca. Como
ocurrió, hace poco, con la directiva destinada a facilitar las OPA
(Oferta Pública de Compra) hostiles, la directiva Bolkestein no hace
otra cosa que poner de manifiesto la esencia misma de esta construcción
europea, con la imperturbable lógica de una característica física
que expresa un código genético. Desde el inocente Tratado de Roma a
la agresiva desregulación de los servicios actual, se percibe la íntima
solidaridad del cumplimiento del primero con la segunda, y la
coparticipación de una misma idea: la idea competitiva, cuya
consagración constitucional refuerza, si había alguna necesidad, su
dinamismo invasor.
Elizabeth
Guigou, ex ministra socialista, clama que nada han comprendido los
partidarios del ''no'', y que el prodigioso avance democrático
constitucional permitirá contener las futuras directivas Bolkestein.
En
primer lugar, no se ve por medio de qué súbita revolución mental
los gobernantes franceses, sus comisarios y sus parlamentarios,
indiferentemente socialistas o liberales, podrían súbitamente
oponerse a las desregulaciones cwe nunca dejaron de convalidar. Tiempo
de trabajo, energía, OPA, correo, servicios, todo liberalizado; ¿no
es suficientemente larga la lista como para hacer más probable la hipótesis
de su mantenimiento que la de un cambio profundo?
Tampoco
se ve muy bien cómo se podrá negar que el principio competitivo se
ha vuelto la línea principal de las políticas públicas europeas, el
telón de fondo sobre el cual las frágiles excepciones de la educación,
de la salud, de la cultura y de los servicios públicos están
condenadas a hacer el papel de fallas derogatorias del derecho común.
El destino de una excepción, siempre amenazada de quedar sumetgida
bajo la ola principal, es el de ser reducida; y la tarea de llegar a
una competencia generalizada sólo se detendrá una vez que su materia
se haya agotado definitivamente.
Entre
la negación pura y simple y una profecía de Apocalipsis, la
respuesta socialdemócrata a esta perspectiva da para pensar. Muy dueño
de sí, Julien Dray, portavoz del Partido Socialista (PS), asegura que
los malos resultados del "sí" en las encuestas no deben
hacer "entrar en pánico"; pero un instante después se
despista al advertir que la victoria del "no" equivaldría a
"un nuevo 21 de abril" (3). En verdad, esta calamitosa
advertencia habría que tomarla exactamente en sentido opuesto: la
victoria del "no" es el medio más seguro de alejar la
perspectiva de un nuevo 21 de abril.
Desorientación ideológica
Porque,
contrariamente a lo que se imagina Dray, la patología específica de
esta fecha no reside tanto en la eliminación del candidato
socialista, peripecia casi indiferente, como en el acceso a la segunda
vuelta del candidato de extrema derecha. Ahora bien, los éxitos del
Frente Nacional (FN) no son otra cosa que la desfiguración de una
cuestión social que, al no poder encontrar las fuerzas políticas
capaces de expresarla en sus verdaderos significados, resurge a pesar
de todo, pero en formas monstruosas y difíciles de reconocer: las
luchas identitarias sustituyen a las luchas salariales, la figura del
inmigrante es promovida para hacer olvidar la del desempleado, y los
desafíos de la seguridad abarcan a ambas desigualdades.
La
negación radical de que las cóleras de la sociedad se deben a la
degradación de sus condiciones materiales de existencia se paga tarde
o temprano y, si la sociedad no se cuida, la muy moderna
socialdemocracia, que pensaba haber terminado con las luchas de
clases, declarándolas fuera de época, podría ser responsable de su
reaparición.
Así
las cosas, el PS debe encontrarse en un estado de desorientación
ideológica muy profunda para no percibir que la virtud de este referéndum
europeo es volver a instalar el debate en la vía que nunca hubiera
debido abandonar. Esta vez no se trata de arreglárselas con historias
de "insociables" o de cacerolas, como en una elección
presidencial primaria, que no sirve para nada y no hace más que
intercambiar socio–liberales con liberales–liberales. Por una vez,
hay un escrutinio que plantea sin escapatoria posible la cuestión
cuidadosamente eludida durante todas las consultas anteriores: la del
capitalismo liberal–competitivo.
Los
electores lo sienten así y no van a perder la ocasión. No sólo se
les ofrece pronunciarse sobre el proyecto de una política europea que
ha puesto explícitamente en su centro el principio de la competencia
generalizada, sino que les es posible hacerlo con la perspectiva de
veinte años de experimentación, lo que seguramente los sitúa bien
para apreciar los efectos. .. y para anticipar el futuro probable.
Son
veinte años de promesas de prosperidad, de certidumbres de
economistas y de expertos categóricos. ¿Quién se acuerda del oro y
el moro anunciados la víspera del "Gran Mercado" de 1993?
La directiva Bolkestein los vuelve a prometer, con la misma fe granítica
en la eficacia universal de la competencia. Pero, acorralando a las
empresas entre precios industriales que bajan y exigencias de
rentabilidad financiera que suben, la competencia generalizada no ha
generalizado más que el ajuste salarial y la precariedad.
Por
medio de un extraordinario privilegio ideológico, el modelo del
mercado goza de la posibilidad de prolongar indefinidamente sus
experiencias en tamaño real, a pesar de sus repetidos fracasos: décadas
de liberalización sin el menor efecto, salvo sobre el poder de
negociación de las empresas; igual caída del costo del trabajo sin
el menor temblor específico sobre la cifra de desempleo.
Mientras
tanto, y reservando el eventual excedente de riqueza creada para
algunos, al precio de la inquietud de todos los demás, la competencia
generalizada devasta la sociedad. Ahora bien, he aquí que por primera
vez desde que fue lanzada la aventura neo liberal, y a pesar de ella,
la sociedad se encuentra confrontada, ya no sólo a los síntomas,
sino a las verdaderas causas de su devastación.
Los
partidarios más moderados del "sí" explican que seria
irracional rechazar un Tratado que, ciertamente, no está por encima
de toda critica, pero cuyo avance marginal sigue siendo, a pesar de
todo, positivo.
Hay
que tener un curioso sentido de lo "positivo" para encontrar
que "la economía social de mercado altamente competitiva"
sustituye con ventaja a la "República indivisible, laica, democrática
y social" (4) como nueva forma de nuestro destino colectivo...
Pero los socialdemócratas de hoy ¿saben acaso que la "economía
social de mercado" es un hallazgo de los economistas liberales
alemanes, recuperado por la democracia cristiana de la inmediata
posguerra? Este hallazgo se debe particularmente a Alfred Müller–Armack,
conocido como Ludwig Erhard (5), director del "Departamento de
Cuestiones Fundamentales" del Ministerio de Economía alemán.
Ahora
bien, para Müller–Armack, la economía social de mercado se define
"como un orden económico cuyo objetivo es combinar, en una
economía abierta a la competencia, la libre iniciativa y el progreso
social, garantizado precisamente por el desempeño de la economía de
mercado" (6). Precisamente... es entonces el propio mercado, y sólo
él, el operador del progreso social, bajo el benéfico gobierno del
"consumidor", único piloto legítimo de la economía ya que
"esta orientación hacia el consumo equivale en realidad a una
prestación social" (7). El progreso social sería algo tan
simple como la felicidad del consumidor...
En
el hipotético caso de que tuviéramos la bondad de apreciar este tipo
de "avance", en realidad doblemente regresivo –histórica
y políticamente–, la "racionalidad" del "sí"
permanecería sujeta a caución. Porque sólo una lectura
descontextualizada y despolitizada de la Constitución puede convencer
de que únicamente hay que prestar atención al aporte de lo
"nuevo", y que la compilación de lo viejo, por definición
ya adquirido, carece en consecuencia de interés.
Pero,
sin duda, es este tipo de aberración lo que lleva a los defensores
del Tratado a imaginar que algunas declaraciones de principios
sociales y ambientales, sin el menor apoyo de las fuerzas políticas,
van a escamotear el resto y llevarse la palma. Grave error: no porque
las poblaciones hayan apretado sus dientes desde hace tantos años hay
que considerar que la píldora ha sido tragada, digerida y olvidada.
Si el cuerpo social no ha dicho hasta ahora nada es, sobre todo,
porque nada se le ha pedido, y seria un grave error pensar que ese
silencio equivalía a un consentimiento.
Notas:
(*)
Investigador del CNRS; autor de “Et la liberté sauva le monde”,
Raison d’Agir, Paris, 2003.
1.–
(Nota de la redacción de LMD) Como señala la propuesta presentada
por la comisión Europea, la directiva Bolkenstein, que lleva el
nombre del ex comisario europeo para el mercado interno, busca
"crear un marco jurídico que suprima los obstáculos que se
oponen a la libertad de establecimiento de los prestadores de
servicios y a la libre circulación de servicios entre los Estados
miembros". Véase: http://europa.eu.intleur–Iextes/com/pdf/2004/com2004_0002es01.pdf
2.–
Para más elementos sobre este tema véase "L'Europe
concurrentielle, ou la haine de l'État", disponibles en el
sitio: http://econom.free/index.html
3.–
El 21–4–02 se llevó a cabo la primera vuelta de las elecciones
presidenciales francesas en las que el candidato del Frente Nacional,
de extrema derecha, pasó al ballottage, cuando se esperaba un segundo
turno entre el presidente Jacques Chirac y el candidato socialista Líonel
Jospin (nota de la red. de LMD).
4.–
Artículo 1 de la Constitución francesa de 1958.
5.–
Ministro de Economía y luego Canciller federal de 1949 a 1966.
6.–
Alfred Müller–Armack, citado en Hans Tietmeyer, “Economie
sociale de marché et stabilité monétarie”, Economica, 1999.
7.–
Idem.
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