Referendos
en Europa
La
izquierda contraataca
Por
James Petras
La
Jornada, México, 06/06/05
Traducción
de Jorge Anaya
Mayo:
el pueblo francés se rebela, repudia la propuesta de Constitución de
la Unión Europea, y con ella, toda una panoplia de decretos
neoliberales y legislación pasada, presente y futura que da marcha
atrás a 60 años de avance social.
Junio:
casi dos terceras partes de los holandeses acuden a las urnas y casi
el mismo porcentaje dice no a la propuesta de Constitución.
En
los días anteriores a los referendos (e inmediatamente después),
expertos, políticos y periodistas inventaron toda una serie de
calumnias para desacreditar el no, entre las cuales citaron la
xenofobia de extrema derecha, el miedo a que nuevos países entren en
la UE, la "rapidez del cambio" y, según Tony Blair, las
"dificultades de lidiar con la globalización y la nueva tecnología".
Lo
que estos comentaristas no logran analizar (o se cuidan bien de
mencionar) son los profundos cambios estructurales que han perjudicado
a la vasta mayoría de trabajadores, agricultores, profesionales
asalariados y pensionados europeos, sin respetar fronteras geográficas
y políticas, edades o nacionalidades.
El
voto por el no fue un rechazo a las privatizaciones, la subcontratación
de trabajo en el extranjero, las reubicaciones de fábricas y la
legislación social regresiva que se han implantado en consonancia con
lo que se denomina "integración",
"competitividad" y "engrandecimiento" de la UE. El
negativo pasado y la promesa de un futuro aún peor pesaron con fuerza
en la decisión de los electores.
El
no en Francia y Holanda fue una afirmación y defensa de su sector público
de servicio social, su legislación laboral, su protección de
salarios y empleos, que se ven amenazados por la nueva concentración
de poder en Bruselas.
La
Constitución creaba el mecanismo institucional para arrancar las
decisiones socioeconómicas cruciales de manos de las legislaturas y
autoridades locales, las cuales están sujetas a presiones populares
(huelgas generales, protestas en masa), y llevarlas a Bruselas, donde
el bloque reaccionario de los países de nuevo ingreso a la UE, aliado
con la derecha de Europa occidental, tendría la última palabra sobre
políticas.
La
Constitución, como aseguran sus defensores, no hacía explícita la
agenda de "libre mercado" de la derecha, pero industriales,
grandes inversionistas, banqueros y economistas liberales daban por
sentado que el cambio institucional consistía en crear condiciones óptimas
para una nueva y más profunda ola de medidas de liberalización.
Ernest-Antoine
Seilliere, presidente de la Federación Francesa de Empleados (Medef,
por su nombre en francés), señaló que la derrota de la Constitución
haría más difícil la realización de la "agenda de
Lisboa" de la UE (Financial Times, 31/5/05, pág. 2). Dicha
agenda promueve la privatización de servicios sociales, y concede
mayores facultades a los empleadores para cambiar unilateralmente las
condiciones de trabajo, rebajar salarios y contratar y despedir
trabajadores.
En
toda Europa occidental la clase capitalista y sus economistas
domesticados tronaron contra el no porque fue un golpe a su poder, a
sus prerrogativas y sus planes de incrementar la explotación de los
asalariados y acabar con las regulaciones sociales, y porque fue un
estímulo potencial para la acción de los trabajadores.
Jurgen
Thumann, presidente de la Federación de la Industria Alemana, al
rechazar el resultado del referendo francés sin aludir a la
decadencia social que lo motivó, aconsejó a los políticos "dar
pasos rápidos y convincentes" para instaurar la agenda
privatizadora. "Terminar de integrar un solo mercado, en
beneficio de todos los ciudadanos europeos (sic), debe seguir siendo
prioritario. Esto se refiere sobre todo a abrir el mercado de los
servicios (íbid., pág. 4)."
Otros
líderes empresariales germanos se mostraron menos optimistas sobre
los prospectos de su clase después de la derrota en el referendo:
"Las decisiones, por ejemplo, relativas al financiamiento a largo
plazo del presupuesto de la UE, y en particular al dominio de la
liberalización y el empleo, deben volverse aún más difíciles"
(cursivas mías).
La
victoria de los trabajadores, agricultores, profesionales asalariados
y pequeños empresarios franceses ha demostrado que existe una mayoría
capaz de derrotar a los grandes consorcios, los medios masivos, los líderes
políticos y los partidos conservadores y socialdemócratas. La
afirmación del poder popular es un gran levantón moral y de seguro
encenderá mayor activismo y mayor rechazo a la Constitución en los
sectores perjudicados por las políticas neoliberales.
Es
un hecho que la política de clase está en el centro de la
confrontación política sobre el referendo. El analista francés
Olivier Duhamel destaca que, después de 20 años de privatizaciones,
reubicaciones hacia nuevos sitios de mano de obra barata en estados
clientes de Europa oriental y recortes en el gasto social, "la
tercera parte de los franceses están afectados por el desempleo, ya
sea porque están desempleados o porque tienen miedo de estarlo, o
porque sus esposos, esposas, hijos o hijas lo están" (íd.).
Asimismo,
el carácter clasista del no, por lo menos en Francia, queda de
manifiesto en que la campaña de rechazo fue encabezada por las
principales organizaciones sindicales (la CGT izquierdista y la Fuerza
Obrera, de centroizquierda); por la gran mayoría de los activistas
del Partido Social y por los dos principales partidos trotskistas (que
cuentan con 10 por ciento del voto electoral). El Frente Nacional, de
extrema derecha, fue factor, pero sólo en la medida en que apeló al
mismo descontento de la izquierda.
Como
ocurre normalmente cuando los burgueses pierden una elección democrática
en un asunto de clase revestido de importancia estratégica, de
inmediato se movilizan para circunvalar el resultado, con una variedad
de mecanismos. Algunos comisionados europeos sugieren una serie de
"revisiones de minitratados", que centralizarían la toma de
decisiones sin que sea necesario un referendo. Javier Solana,
representante de política exterior de la Unión, advirtió que seguirían
adelante los planes de instaurar un nuevo servicio diplomático, pese
a que éste era una de las principales disposiciones de la constitución
rechazada por los votantes franceses y holandeses.
Otros
defensores del neoliberalismo proponen que los países "pro
reformistas" impulsen el cambio sin Francia y Holanda. El
presidente de la Comisión Europea, José Manuel Barroso, ferviente
partidario del libre mercado, se comprometió a implantar la agenda
neoliberal citando como fundamento la aprobación del Consejo Europeo
(que representa a los gobiernos), lo cual equivale a repudiar el
masivo voto popular en Francia y Holanda.
Atemorizados
por la victoria del pueblo francés, la mayoría de los líderes políticos
de la UE dan pasos para acabar con los referendos. Guiada por la
filosofía de "si no puedes ganar las elecciones, suprímelas",
la estrategia pretende que todas las decisiones se tomen en el
parlamento.
Por
último, ahora que Tony Blair volverá a la presidencia de la Unión,
en julio próximo, ha anunciado una guerra total contra "la
Europa social". Sin tomar en cuenta las preocupaciones de los
trabajadores asalariados y jornaleros franceses, alemanes, españoles,
belgas y luxemburgueses, quiere liberalizar y privatizar servicios (70
por ciento de la economía europea), apoyar los planes de la Comisión
Europea de acabar con la ayuda gubernamental a empresas en
dificultades (garantías) e impulsar una agenda de libre comercio. En
una palabra, se dispone a arrasar con el sistema de atención
universal a la salud de alta calidad, como hizo en Gran Bretaña.
Elevaría de manera sustancial los costos de la educación superior y
promovería la privatización de ferrocarriles, para convertirlos en
el mismo sistema inseguro, caro y deteriorado que ha producido en
Inglaterra.
Estos
esfuerzos de desdeñar el no y proseguir con la agenda neoliberal
encontrarán resistencia a partir del ejemplo francés y por la presión
masiva sobre el gobierno de Francia para que se oponga a la
liberalización. Es muy probable que la clase trabajadora europea
bloquee la estrategia derechista de "engrandecimiento",
orientada a incorporar estados clientes de libre mercado, dominados
por la derecha. Las razones son claras: Europa oriental, Ucrania y los
Balcanes son enormes reservas de mano de obra barata y no
sindicalizada (o con sindicatos controlados por el
"Estado").
El
"engrandecimiento" de la Unión Europea significa
engrandecimiento por y para la clase capitalista como mecanismo
orientado a reubicar fábricas y valerse de amenazas para reducir
salarios, vacaciones y prestaciones sociales, y forzar a los
trabajadores de Europa occidental a competir con los de la oriental.
Además, la "integración" significa importación y
contratación en gran escala de trabajadores y profesionales
calificados de bajos salarios y no sindicalizados para minar los
centros de trabajo sindicalizados y reducir salarios y prestaciones
sociales. La lucha no es sobre la "integración" o el
"engrandecimiento" por sí mismos, sino sobre el designio
capitalista de cada uno, dirigido a aplastar el poder sindical,
incrementar el desempleo y reducir los niveles de vida.
Los
trabajadores y agricultores de Europa occidental dotados de conciencia
de clase y sus sindicatos tienen pocos interlocutores dentro de la
clase trabajadora de Europa oriental, donde los sindicatos son prácticamente
cautivos de sus patrones neoliberales y sus elites políticas. Sin
contrapartes para proponer una agenda común conjunta o interregional,
el movimiento de los trabajadores debe basarse en fortalecer su poder
y posición dentro del Estado nación, mientras permanece abierto y
alerta a cualquier oportunidad en el este.
Conclusión
Las
victorias de las clases trabajadoras y asalariadas en los referendos
de Francia y Holanda abren nuevas posibilidades para contener y
revertir la escalada de libre mercado de los decenios pasados.
Estimula e impulsa con claridad a los trabajadores de toda la Unión
Europea a imitar el ejemplo, y en ese sentido tiene implicaciones
internacionalistas.
Sin
embargo, si no hay movilizaciones sostenidas, la clase capitalista
europea tratará de meter pasajes claves de la constitución por la
puerta trasera, valiéndose de decretos elitistas y de la adopción
gradual de medidas.
Una
vez más, los trabajadores franceses han demostrado que el poder
organizado de clase puede derrotar hasta a las mejor organizadas
maquinarias de riqueza y propaganda. A diferencia de Estados Unidos y
Gran Bretaña, los trabajadores franceses no están sujetos a partidos
reaccionarios (como los demócratas y laboristas): son movimientos
sociales libres e independientes, en los cuales el debate abierto y la
competencia entre tendencias revolucionarias y reformistas educan a
sus miembros sobre los temas importantes del día, y en los que el
descontento privado se vincula al debate público y el sufrimiento
individual se liga con la acción colectiva.
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