Igual
que a los adolescentes "amish", a los votantes europeos no
se les ha ofrecido una verdadera elección libre
La
Constitución europea ha muerto. Viva la auténtica política
Por Slavoj Zizek
The Guardian
Reproducido
por Rebelión, 08/06/05
Traducido
por Beatriz Morales Bastos
Las
comunidades Amish practican la institución del rumspringa. A
los 17 años se deja en libertad a los adolescentes, que hasta
entonces han sido sometidos a una estricta disciplina de familia. Se
les permite salir, incluso se les pide que lo hagan, y que
experimenten los modos de vida moderna –conducen coches, escuchan música
pop, ven la tele y participan de la bebida, las drogas y el sexo
salvaje. Después de un par de años se espera que tomen una decisión:
¿volverán a ser miembros plenos de la comunidad Amish o la dejarán
para siempre y se convertirán en ciudadanos estadounidenses normales?
Pero
lejos de ser permisiva y dejar a los jóvenes una opción
verdaderamente libre, esta solución está sesgada de la forma más
brutal. Es la más falsa de las elecciones. Cuando tras largos años
de disciplina y de fantasear acerca de los placeres ilícitos del
mundo exterior, los adolescentes amish son lanzados a él, por
supuesto no puede evitar entregarse a comportamientos extremos.
Quieren
probarlo todo, sexo, drogas y bebida. Y como no tiene experiencia en
controlar este tipo de vida, rápidamente se meten en problemas. Se
produce un violenta reacción que genera una insoportable ansiedad,
con lo que es bastante seguro que al cabo de dos años vuelvan al
aislamiento de su comunidad. No es extraño que el 90% de los amish
haga exactamente eso.
Este
es un ejemplo perfecto de las dificultades que acompañan siempre a la
idea de una "elección libre". Mientras que a los
adolescentes amish se les proporciona formalmente una elección libre,
las condiciones en las que se encuentran ellos mismos mientras la están
llevando a cabo hacen que la propia opción no sea libre. Para poder
hacer una elección efectivamente libre deberían haber sido
informados convenientemente acerca de todas las opciones. Pero la única
manera de hacerlo habría sido sacarlos de su enclaustramiento en la
comunidad Amish.
¿Qué
tiene que ver todo esto con el No francés a la constitución europea,
cuyas oleadas de réplicas se están extendiendo ahora por todos los
alrededores, alentando inmediatamente a los holandeses que rechazan la
constitución en un porcentaje aún mayor? Todo. Los votantes fueron
tratados exactamente como los adolescentes amish: no se les ofreció
una clara opción simétrica. Los propios términos de la opción
privilegiaban al lobby del Sí. La elite propuso a la gente una opción
que de hecho no era ninguna opción. La gente fue llamada a ratificar
lo inevitable. Tanto los media como la elite política presentaron la
opción como una opción entre conocimiento e ignorancia, entre
pericia e ideología, entre administración post–política y las
viejas pasiones políticas de la izquierda y la derecha.
El
No fue desestimado como una reacción miope inconsciente de sus
propias consecuencias. Se le atribuyó el ser una turbia reacción de
miedo al emergente nuevo orden global, un instinto para proteger las
tradiciones del confortable estado del bienestar, un gesto de rechazo
desprovisto de todo programa alternativo positivo. No es de extrañar
que los únicos partidos políticos cuya postura oficial fue el No
fueran aquellos situados en los extremos del espectro político. Además,
se nos dijo, en realidad el No era un no a otras muchas cosas: al
neoliberalismo anglosajón, al gobierno actual, a la afluencia de
trabajadores inmigrantes, etc, etc.
Con
todo, aunque haya algo de verdad en todo esto, el hecho de que en
ambos países el No no estuviera apoyado por una visión política
alternativa coherente es la más firme condena posible de las elites
política y mediática. Es un monumento a su incapacidad para
articular los deseos e insatisfacciones populares. En vez de ello, en
su reacción ante los resultados del No, han tratado al pueblo como
alumnos retrasados que no hubieran comprendido la lección de los
expertos.
Así,
aunque la opción no lo fuera entre dos opciones políticas, tampoco
lo era entre la visión ilustrada de una Europa moderna, dispuesta a
abrazar el nuevo orden mundial, y viejas y confusas pasiones políticas.
Cuando los comentaristas describieron el No como un mensaje de miedo
ofuscado, estaba equivocados. El verdadero miedo al que nos estamos
enfrentando es el miedo que ha provocado el propio No en la nueva
elite política europea. Era el miedo de que la gente ya no fuera tan
fácilmente convencible por su "visión" post–política.
Y
así, para todos los demás el No es un mensaje y una expresión de
esperanza. Es la esperanza de que la política esté todavía viva y
sea posible, de que esté todavía abierto el debate acerca de lo que
será y debería ser la nueva Europa. Esta es la razón por la que
quienes somos de izquierda debemos rechazar las despectivas
insinuaciones de los liberales de que en nuestro No nos acompañan
peculiares y extraños aliados neofascistas. La nueva derecha
populista y la izquierda sólo comparten una cosa: la conciencia de
que la política auténtica está todavía viva.
En
el No había una opción positiva: la opción de la opción misma, el
rechazo del chantaje por parte de la nueva elite que sólo nos ofrecía
la opción entre confirmar su conocimiento experto o mostrar una
inmadurez "irracional". Nuestro No es una decisión positiva
de empezar un debate político auténtico acerca de qué tipo de
Europa queremos realmente.
Al
final de su vida Freud planteó la famosa pregunta" Was will das
Weib? " ("¿qué quiere la mujer?") admitiendo su
perplejidad frente al enigma de la sexualidad femenina. ¿El imbroglio
con la constitución europea no es acaso testimonio de la misma
perplejidad, qué Europa queremos?
Por
decirlo sin rodeos, ¿queremos vivir en un mundo en el que la única
opción sea entre la civilización estadounidense y el emergente
capitalismo autoritario chino? Si la respuesta es No, entonces la única
alternativa es Europa. El tercer mundo no puede generar una
resistencia lo suficientemente fuerte a la ideología del sueño
estadounidense. En actual la constelación mundial, Europa es la única
que puede hacerlo. La verdadera oposición hoy no es entre el primer
mundo y el tercer mundo, sino entre el primer y tercer mundo (esto es,
el imperio global estadounidense y sus colonias) y el segundo mundo
(esto es, Europa).
A
propósito de Freud, Theodor Adorno afirmaba que lo que estamos viendo
en el mundo contemporáneo con su "desublimación represiva"
ya no es la vieja lógica de represión del ello y sus pulsiones sino
un perverso pacto entre el superego (la autoridad social) y el ello
(las pulsiones ilícitas agresivas) a expensas del ego. ¿No está
ocurriendo hoy algo estructuralmente similar a nivel político: el
extraño pacto entre el capitalismo global postmoderno y las
sociedades premodernas a expensas de la modernidad auténtica? Al
imperio global multicultural estadounidense le resulta fácil integrar
las tradiciones locales premodernas. El cuerpo extraño que no pueden
asimilar de forma efectiva es la modernidad europea.
El
mensaje del No a todos los que nos preocupamos por Europa es: no, los
expertos anónimos que nos venden sus mercancías en un envoltorio
liberal–multicultural de brillantes colores no nos impedirán
pensar. Es el momento de que nosotros, ciudadanos de Europa, seamos
conscientes de que tenemos que tomar una decisión política auténtica
acerca de lo que queremos. Ningún administrador iluminado va a
hacerlo por nosotros.
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