Imposible
ocultar más la verdad sobre Irak
Por Steve Richards (*)
The Independent, Londres
Reproducido
por La Jornada, México, 19/07/05
Traducción
de Jorge Anaya
Poco
a poco la convicción se va abriendo paso: la guerra en Irak ha
aumentado la amenaza terrorista en Gran Bretaña y en todo el mundo.
George Galloway [miembro del parlamento por la coalición Respect] lo
ha dicho. Clare Short hizo una aseveración similar. También Charles
Kennedy [jefe del Partido Liberal].
Los
miembros del gabinete desechan las críticas con predecible desdén:
"No me sorprende de Galloway... Típico de Clare... Pobre
Kennedy, no supo leer el sentir del público... Las bombas en Londres
nada tienen que ver con Irak. Lástima que alguien sugiera lo
contrario... Es de mal gusto en un momento en que todos debemos
unirnos..."
Pero
esta vez el desafío es más sustancial. El autorizado informe del
centro de análisis Chatham House, emitido esta semana, no se puede
hacer a un lado con tanta facilidad. Cambia el tono y la sustancia de
lo que se estaba volviendo un debate engañosamente débil.
El
informe sostiene que Gran Bretaña está en mayor riesgo de ataque
terrorista por su cercana asociación con Estados Unidos. También
afirma que la guerra en Irak aumenta la capacidad de ataque de los
terroristas: "El conflicto dio impulso a la propaganda, el
reclutamiento y la captación de fondos de la red Al Qaeda; creó una
gran fisura en la coalición, brindó un blanco ideal y una zona de
entrenamiento para los terroristas ligados a Al Qaeda y desvió
recursos y asistencia que debieron destinarse a apoyar al gobierno de
Karzai en Afganistán y llevar a Bin Laden ante la justicia".
Cuando
prestigiados centros de análisis molestan, los ministros expresan su
inquietud con protestas excesivas. John Reid, el secretario de
Defensa, se alteró más de lo necesario cuando fue entrevistado con
objetividad por la BBC respecto del informe. El secretario del
exterior, Jack Straw, normalmente tranquilo, casi vociferó su airada
opinión a una cámara que pasaba.
Straw
y Reid tienen preparado su alegato. En las próximas semanas oiremos
hablar con frecuencia de los países que sufrieron ataques terroristas
antes de Irak. Downing Street publicó una lista la semana pasada.
También
escucharemos el argumento gubernamental, en teoría irrefutable, de
que sería cobarde apartarse de un conflicto por temor a represalias.
Por último, los ministros sostendrán que los terroristas atacan en
Irak precisamente porque la guerra tuvo éxito en instaurar la
democracia: es mucho lo que está en juego, no se debe permitir que
los terroristas prevalezcan.
Ninguno
de estos argumentos, sólidos en apariencia, hace alusión a las críticas
del informe de Chatham House. Cierto, algunos países sufrieron
ataques antes de la guerra en Irak; nadie lo niega. Lo que el informe
señala es que el conflicto ha servido de agente de reclutamiento y
campo de entrenamiento de terroristas. La amenaza terrorista existía
antes de la guerra: ahora es mucho mayor.
La
vulnerabilidad británica no es razón en sí misma para retirar apoyo
a Estados Unidos, pero la causa de la alianza debe determinar si vale
la pena correr tantos riesgos. En este caso la causa ha ocasionado que
los terroristas tengan mayor capacidad, ha desviado la atención de
Afganistán y fracturado la comunidad internacional.
En
su declaración ante la Cámara de los Comunes, inmediatamente después
del inicio de la guerra contra el talibán, Tony Blair sostuvo que
Afganistán jamás volvería a ser olvidado y que no se haría nada
que pusiera en riesgo la coalición global contra el terrorismo que
surgió en los días posteriores al 11 de septiembre de 2001. La
guerra contra Irak rompió ambas promesas.
Afirmar
que la insurgencia terrorista en Irak es una forma de venganza por la
guerra es especialmente perverso. El presidente estadounidense, George
W. Bush, y Tony Blair fueron explícitos en insistir que la guerra era
necesaria para hacer frente a la amenaza terrorista. A consecuencia de
esa guerra, la amenaza es hoy mayor.
Conforme
pasan los meses, las acusaciones políticas relativas a la guerra no
cambian; se vuelven trágicamente más pertinentes. Ocurre así a
medida que se arroja más luz sobre las circunstancias que precedieron
al conflicto y respecto del número de personas cercanas a Blair que
expresaron dudas.
Ya
sabíamos que el secretario del exterior, Jack Straw, se preocupaba
por las consecuencias políticas de la guerra. Después de la cumbre
de Crawford, en la primavera de 2002, entre Blair y Bush, el
secretario Straw advirtió sobre el impacto de la guerra sobre el
Partido Laborista y más allá, en un memorando que se filtró más
tarde. Blair insiste en que en esa reunión no hizo compromiso alguno,
ni siquiera provisional, relativo a la guerra. De ser así, ¿por qué
Straw sintió la necesidad de escribir ese memo inmediatamente después?
Ahora
Jeremy Greenstock, embajador británico en Naciones Unidas en los días
previos al conflicto, describe la guerra como "políticamente
ilegítima" y su secuela como "un despliegue de deficiente
análisis político y torpe ejecución". Estos comentarios forman
parte de un libro cuya publicación el gobierno intenta detener.
Me
dicen que el ex jefe de las fuerzas armadas, Charles Guthrie, advirtió
a Blair que la guerra sería desestabilizadora. Sabemos que el
embajador británico en Washington en ese tiempo, Christopher Meyer,
veía la situación con recelo y acusaba a Blair de no ser sincero con
Bush en privado, ya no se diga en público.
Así
pues, lo que ocurre hoy en Irak y en otros países, entre ellos España
y Gran Bretaña, no debe ser sorpresa para Bush y Blair. Las agencias
de inteligencia alertaron que la guerra incrementaría la amenaza
terrorista. Los consejeros más cercanos de Blair, desde su secretario
del exterior hasta varios diplomáticos de primer nivel, tenían sus
dudas. Cada vez resulta más claro que el primer ministro decidió
respaldar la guerra a pesar de las advertencias de una gama de colegas
y asesores cercanos. Los recientes bombazos en Londres, Turquía y,
por supuesto, Bagdad ponen una vez más en tela de juicio esa decisión.
La
mayoría de los parlamentarios laboristas agachan la cabeza por el
momento, pero no son pocos los que están de acuerdo con el informe de
Chatham House y expresan en privado su asombro de que el tema no haya
aflorado en los días inmediatos a los bombazos en Londres. Esa es la
significación política del documento: rompe el virtual silencio político
y habla por un número importante de parlamentarios e incluso
ministros. En este sentido no pudo haber llegado en peor momento para
el gobierno.
Las
autoridades tienen el derecho y se puede decir que el deber de buscar
nuevas facultades legislativas a la vista de la amenaza terrorista.
Antes de los bombazos, cuando conservadores y liberales demócratas
por igual tenían trabajando toda la noche a los parlamentarios para
desbaratar los planes del gobierno, presenté argumentos a favor de
una legislación antiterrorista más severa. Blair merece elogios
también por la forma en que ha animado a dirigentes de la comunidad
musulmana a formar parte de la respuesta política a los ataques en
Londres. Sin embargo, su renuencia a aceptar que la política exterior
británica es un factor clave en la tensión que hoy nos abruma limita
su capacidad de guiarnos hacia un futuro menos aterrador.
(*) Comentarista político en medios escritos y
periodista de la televisión británica.
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