Stay–behind
Londres vuelve a la
“estrategia de la tensión”
Por Thierry Meyssan (*)
Red
Voltaire, París,
15/07/05
Los dirigentes de la
Coalición (que invadió Irak) aprovecharon los atentados de Londres
para denunciar, un vez más, la existencia de un complot islámico y
llamar a la guerra contra el terrorismo.
Sin embargo, los hechos
hablan por sí mismos: la operación se organizó bajo la fachada de
un ejercicio antiterrorista en el que debían participar las fuerzas
del orden británicas. Al igual que en los años 80, cuando los
servicios secretos anglosajones organizaban sangrientos atentados en
Europa para infundir el miedo al comunismo, un grupo militar anglosajón
activa la estrategia de la tensión para provocar el «choque de
civilizaciones».
La comprensión de un hecho
depende de su contexto, pero este último se define a su vez en función
de nuestra comprensión anterior. A tal punto que, a menudo, lo que
vemos no hace más que confirmar lo que ya creíamos saber. Así
sucede con los atentados ocurridos en Londres el 7 de julio de 2005:
confirman nuestros prejuicios en la misma medida en que nos aturde su
violencia.
Para algunos, los atentados
de Londres demuestran una vez más que los islamistas quieren destruir
la civilización y que, desde los atentados de Madrid, están atacando
a Europa. Para otros, son, por el contrario, pero también junto a los
atentados de Madrid, el castigo al colonialismo de la Coalición.
Para otras personas, entre
las cuales me sitúo, son una operación más en la «estrategia de la
tensión» que dirige el complejo militar–industrial anglosajón.
Con sorprendente
constancia, cada analista sigue su propio razonamiento, desde el 11 de
septiembre, sin detenerse en los hechos. No es sin embargo razonable
creer que el paso del tiempo no nos permite descartar ciertas hipótesis,
que no desmiente algunas de ellas.
Examinemos la lógica
interna de las tres posiciones antes expuestas.
Para los dirigentes de la
Coalición, y con ellos la clase dominante en el mundo, los atentados
de:
* Nueva York (26 de febrero
de 1993),
* Riad (13 de noviembre de
1995),
* Khobar (25 de junio de
1996),
* Nairobi y Dar–Es–Salam
(7 de agosto de 1998),
* Adén (12 de octubre del
2000),
* Nueva York y Washington
(11 de septiembre de 2001),
* Djerba (11 de abril de
2002),
* Karachi (8 de mayo y 14
de junio de 2002),
* Yemen (6 de octubre
2002),
* Bali (12 de octubre de
2002),
* Mombasa (28 de noviembre
de 2002),
* Riad (12 de mayo de
2003),
* Casablanca (16 de mayo de
2003),
* Yakarta (5 de agosto de
2003),
* Bagdad (19 de agosto de
2003),
* Riad (8 de noviembre de
2003),
* Estambul (15 y 20 de
noviembre de 2003),
* Irbil (1ro de febrero de
2004),
* Madrid (11 de marzo de
2004),
* Khobar (29–30 de mayo
de 2004),
* Mosul y Ramadi (24 de
junio de 2004),
* Yakarta (9 de septiembre
de 2004),
* Sinaí (8 de octubre de
2004),
* Yeddah (6 de diciembre de
2004),
* Mosul (21 de diciembre de
2004),
* Manila (14 de febrero de
2005),
* Hilla (28 de febrero de
2005) y,
* Londres (7 de julio de
2005)
son obra de un protagonista
único: Al–Qaeda.
Esa creencia se apoya en un
conjunto de comunicados de autoría, ninguno de los cuales ha podido
ser verificado.
Ante la ausencia de
elementos materiales que demuestren la existencia de Al–Qaeda,
ciertos dirigentes de la Coalición han optado por definirla no como
una organización estructurada sino como una ideología alrededor de
la cual se mueven grupúsculos dispersos.
Si así fuera, habría que
admitir la no existencia de una relación formal entre las 29
operaciones anteriormente citadas y que no hay entre sus respectivos
autores otro vínculo que el ideológico. Desgraciadamente este
razonamiento tiene un carácter circular: nada permite confirmar esta
hipótesis ya que en la mayoría de los casos ha sido imposible
identificar a los autores de los atentados y no se sabe absolutamente
nada de ellos.
Algunos universitarios,
cuyas investigaciones son copiosamente financiadas por los Estados de
la Coalición, han señalado que existe un medio yihadista
internacional dentro del cual es posible reclutar ejecutores para los
atentados. Sin embargo, no ha sido posible demostrar la existencia de
vínculos claros entre ese medio y todos esos atentados.
La principal dificultad
reside en que esos atentados no tienen nada en común, fuera de los
comunicados de autoría no verificados.
No es ni siquiera seguro
que todos puedan ser calificados de «terroristas». En efecto, lejos
de tener como objetivo sembrar el pánico entre la población, el
atentado contra el destructor Cole estaba dirigido contra un objetivo
militar y el que le costó la vida a Sergio Vieira de Mello fue un
asesinato político clásico.
Algunos de los atentados
comprendidos en la lista son ajustes de cuentas entre Estados rivales;
como el atentado de Karachi contra ingenieros franceses, que buscaba
excluir a Francia de la venta de armas a Pakistán; o el cometido
frente a las costas de Yemen contra el petrolero francés Limburg,
cuyo objetivo era disuadir a Francia de modificar el destino final de
envíos de petróleo.
En pocas palabras, la teoría
según la cual todos esos atentados tendrían un mismo financista no
se basa en ningún elemento verificable. Permite que la Coalición
justifique su despliegue militar pero lo explica en términos
totalmente confusos. La retórica de la «guerra contra el terrorismo»
es eficaz en materia de comunicación en la misma medida en que carece
de sentido.
El terrorismo no es un
enemigo sino una técnica de combate. Por consiguiente, es imposible
vencer el terrorismo pero sí es posible utilizar indefinidamente esa
retórica para justificar la continuación de operaciones militares en
todos los frentes.
Desarrollar un discurso
sobre el terrorismo a partir de los casos no aclarados, cuya autoría
reclama Al–Qaeda, conduce a definir el terrorismo exclusivamente en
función de esas operaciones. Por consiguiente, se excluyen todos los
demás atentados, cometidos en Colombia o en China, para llegar a la
ecuación «terrorismo = musulmán» y dar paso a la paranoia del
complot islámico mundial.
Primera
plana del diario francés Le Monde de fecha 9 de julio 2005.
La imputación según la
cual los atentados de Londres fueron cometidos por islamistas
vinculados a Al–Qaeda queda entonces relegada a los trucos de
propaganda. Como muestra, no puedo resistir la tentación de
reproducir como ilustración de este artículo la primera plana del
diario Le Monde del 9 de julio de 2005.
El titular principal se
contradice con el de un artículo de análisis que aparece en la parte
baja de la misma primera plana. A la izquierda de éste aparece un
titular del suplemento de Le Monde en inglés, realizado por el diario
New York Times, y a la derecha se ve una publicidad sobre un DVD en el
que se glorifica el Mossad.
Las otras dos lecturas
posibles de los atentados de Londres rechazan el mezclar estos últimos
con la serie de actos violentos antes citados. El que no comprendamos
bien todos esos hechos no quiere decir que estén necesariamente
vinculados entre sí.
Para quienes se oponen a la
guerra, los atentados son el castigo por la invasión. Españoles y
británicos llevaron la guerra a Bagdad y los iraquíes les responden
en Madrid y Londres. O, como no hay indicios de la participación de
iraquíes en esos hechos, los que golpean las capitales de países de
la Coalición son más bien musulmanes solidarios con los iraquíes.
Es posible, pero, es
precisamente en ese caso que la hipótesis de la manipulación se hace
mucho más plausible.
En efecto, más que la
letanía de hazañas de la supuesta Al–Qaeda, los atentados de
Madrid y Londres recuerdan sobre todo los cometidos en Bolonia [1],
Voltaire, 10 de julio de 2005.], en 1980.
En aquel entonces, las
redes stay–behind de la Alianza Atlántica, dirigidas de forma
conjunta por Estados Unidos y el Reino Unido, organizaron un atentado
en una estación de trenes para provocar una tensión política que
favoreciera un endurecimiento del gobierno italiano. Claro está, la
red stay–behind actuó a espaldas de las autoridades italianas,
utilizando agentes en el seno de los servicios secretos italianos y
reclutando ejecutores en los medios políticos extremistas.
Los atentados de Londres
coincidieron, en tiempo y lugar, con el desarrollo de un ejercicio
antiterrorista organizado por la firma Visor Consultants. Según el
testimonio del director de esa firma, Peter Powell, recogido por el
cable ITV y disponible en nuestro sitio web, los responsables
comprobaron desde el puesto de mando, durante el transcurso del
ejercicio, que el guión que ellos habían trazado se estaba
desarrollando «de verdad» ante sus ojos. El despliegue de los
bomberos en el marco del ejercicio, anterior a las explosiones,
explica la rapidez y eficacia de las acciones de socorro.
En otras palabras, si las cámaras
de vigilancia no vieron a quienes pusieron las bombas, es porque estos
últimos estaban de uniforme. Y la red stay–behind [2] de la OTAN es
quien único dispone de agentes en el seno de la fuerza pública.
La estrategia de la tensión
busca imponer el «choque de civilizaciones» para que los europeos
apoyen las guerras de la Coalición en el mundo musulmán [3].
Esa estrategia favorece
también el endurecimiento de las democracias (de ahí la generalización
del fichaje de la población que tanto trabajo le está costando
imponer a Tony Blair, tanto en su propio país como en el resto de la
Unión Europea).
Por otro lado, la
sincronización de los atentados de Londres con el momento de la
apertura del G–8 en Escocia debía permitir perturbar la agenda de
la cumbre, evacuando así rápidamente cuestiones como la lucha contra
el calentamiento global o la ayuda al desarrollo de África y
favoreciendo los temas vinculados a la seguridad, como efectivamente
sucedió.
Sin embargo, al forzarles
la mano a los dirigentes del G–8, los financistas de los atentados
fueron quizás demasiado lejos. Algunos jefes de Estado y de gobierno
podrían considerar que adoptar la retórica de la guerra contra el
terrorismo puede presentar en lo adelante más inconvenientes que
ventajas.
Notas:
(*) Periodista y escritor,
presidente de la Red Voltaire y de la sección francesa Réseau
Voltaire con sede en París, Francia. Es el autor de La gran impostura
y del Pentagate.
[1] 1980: masacre en
Bolonia, 85 muertos, Voltaire, 10 de julio de 2005.
[2] «[Las redes
estadounidenses de desestabilización y de injerencia», por Thierry
Meyssan, Voltaire, 20 de agosto de 2001.
[3] Leer 9/11 Synthetic Terror por Webster Griffin Tarpley, Progressive
Press, 2005.
|