Los "derechos
Humanos" en Gran Bretaña:
Licencia para matar
Análisis de Sanjay
Suri
Inter
Press Service (IPS), 26/07/05
Londres. Que una
persona inocente haya sido ejecutada por la policía de Londres es trágico,
pero la justificación oficial de ese acto es aterradora.
Tras los atentados del
día 7 en el sistema de transportes londinense, que dejaron al menos
56 muertos, la policía instauró una política de ”disparar a
matar” contra sospechosos de terrorismo. La sospecha no debe surgir
de fuentes confiables de inteligencia, sino de la mera apreciación de
la apariencia y el comportamiento de un individuo por agentes
policiales.
Hasta el viernes 22,
cuando policías vestidos de civil persiguieron a un hombre por una
estación de trenes, lo empujaron adentro de un vagón y lo ejecutaron
de ocho balazos ante la mirada atónita de los pasajeros, todos creían
que sólo un personaje de una película de James Bond tenía
”licencia para matar”. Ahora, ésta es la política oficial de
Gran Bretaña.
Aunque en un principio
la policía afirmó que el incidente estuvo ”directamente
vinculado” con las investigaciones de una serie de explosiones en
trenes subterráneos el día anterior, poco después se descubrió que
la víctima, el brasileño Jean Charles Menezes, de 27 años, no tenía
relación alguna con esos ataques.
El comisionado de policía
de Londres, Ian Blair, dijo ”lamentar” la muerte del joven, que
vivía en Gran Bretaña desde 2002 y trabajaba como electricista, pero
inmediatamente aclaró que la norma de disparar a matar contra
presuntos terroristas suicidas seguirá vigente.
”Esta no es una política
de la policía metropolitana, sino una política nacional, y estamos
convencidos de que es correcta, porque son tiempos muy difíciles...
Alguien más podría ser abatido”, advirtió.
No muchos jefes de
policías metropolitanas se animarían a hacer semejante afirmación.
El mensaje es que, con o sin razón, si un policía armado sospecha de
los movimientos de alguien, hará bien en dispararle a matar y tendrá
la anuencia de las autoridades.
Su predecesor, John
Stevens, explicó la nueva política con sangriento detalle en un artículo
publicado en el semanario ”The News of the World”.
”Envié equipos a
Israel y otros países afectados por terroristas suicidas, y
aprendimos una terrible verdad: la única manera de detener un
terrorista suicida determinado a llevar a cabo su misión es destruir
su cerebro al instante. Eso significa dispararle con un poder
devastador a la cabeza, y matarlo de inmediato”, explicó.
Menezes recibió ocho
disparos, siete de ellos en la cabeza y uno en un hombro. La policía
sospechó que llevaba bombas sobre su cuerpo porque usaba un abrigo
grueso, aunque era verano, y huyó hacia la estación de trenes de
Stockwell cuando los agentes le dieron la voz de alto.
Stevens manifestó
compasión, pero no hacia la víctima. ”Mi corazón está con el
agente que mató a este hombre en la estación de Stockwell”,
escribió.
Mientras, el primer
ministro Tony Blair se disculpó por la muerte del ciudadano brasileño.
”Sin embargo, debemos
entender que la policía está haciendo su trabajo en circunstancias
muy difíciles... Si, por ejemplo, se hubiese tratado de un terrorista
y (los agentes) no hubiesen actuado de esa forma, habrían sido
criticados”, dijo Blair.
Las contradicciones que
se sucedieron después del operativo confirman la falta de sustento de
la sospecha que justificó la ejecución de Menezes.
Primero se dijo que el
brasileño era observado desde que abandonó el edificio donde vivía
para tomar un autobús, y que luego fue seguido en su viaje de 15
minutos hasta la estación de trenes.
Sin embargo, la policía
no explicó por qué razón vigilaba a un electricista brasileño, ni
por qué, si sospechaba que cargaba bombas, no lo interceptó antes de
que tomara el autobús.
Una vez ejecutado, las
autoridades anunciaron que estaba ”directamente vinculado” con las
investigaciones sobre los atentados frustrados del día anterior en
trenes metropolitanos. Poco después, reconocieron que no existía tal
vinculación.
Más adelante, las
autoridades afirmaron que se trataba de un inmigrante ilegal y que por
eso corrió cuando vio a la policía, pero luego se conoció que no
era ilegal. Ni una palabra sobre las posibles razones de su huida.
Ya era aterrador saber
que, sólo por estar en determinado momento en el lugar equivocado, se
podía ser víctima de un ataque terrorista. Ahora, a esto se agrega
el temor a ser víctima de una insana sospecha policial.
Los británicos piden
que alguien los salve de los terroristas, pero también, por favor,
que alguien los salve de sus salvadores.
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