Lafontaine-Gysi, la
ilusión necesaria
Por Luis M. Rivas
BerlinSur, Berlín, 27/09/05
Independientemente del
desenlace de las negociaciones para formar gobierno, las elecciones
del pasado 18 de septiembre demuestran que los alemanes no quieren
saber nada del modelo neoliberal puro y duro anglosajón. Un rechazo
amplificado por el regreso de reformistas como Oskar Lafontaine, hace
década y media uno de los enemigos favoritos de la izquierda social
siendo presidente del partido socialdemócrata y hoy, referencia para
el desarrollo de una alternativa electoral que cuestione los planes de
recortes de prestaciones sociales defendidos por la derecha y el (aún)
gobierno SPD- Verdes.
SPD-Verdes, el mal
menor
El 1 de julio, los
diputados del SPD sorprendían en la sesión de disolución del
Bundestag atacando a un empresariado alemán "que no crea empleo
a pesar de las facilidades concedidas". La socialdemocracia había
perdido su bastión de Westfalia en las regionales de mayo y la cúpula
del partido entendía que, de cara a las generales de septiembre, era
vital recuperar el perfil progresista.
Ese mismo 1 de julio,
curiosamente, el gobierno SPD-Verdes comunicaba la congelación de las
pensiones (por segundo año consecutivo; un hito en la historia
alemana) y entraba en vigor el aumento de un 0,45 % de la cotización
a la seguridad social para sufragar prestaciones hasta ese momento
recogidas en el catálogo del seguro público de enfermedad. El 0,45%
restado del salario, por cierto, lo paga sólo el trabajador y no a
medias con la empresa como ocurre con otras deducciones. Las medidas
insisten en recordar la naturaleza de la política SPD-Verdes, 7 años
extendiendo la precarización e individualizando los riesgos del
mercado. Y este balance era menester enmascarar en la campaña
electoral.
Los estrategas del SPD
saben que la mayoría de la sociedad alemana ya no digiere más
inseguridad. Pero lo hecho, hecho estaba, así que el primer objetivo
socialdemócrata era neutralizar el discurso de la oposición de
izquierda y sobre todo de Oskar Lafontaine, hasta 1998 dirigente del
SPD. Su nuevo partido, la Alternativa por el Empleo y la Justicia
Social (WASG), defiende un reformismo clásico, basado en incentivar
la demanda interna y en redistribuir la riqueza. Y nada temía más
Schröder que a un Lafontaine poniendo cifras sobre la mesa y
demostrando quién se beneficia de la política fiscal, de los
recortes del gobierno. Pero el debate socioeconómico lanzado por
Lafontaine quedó eclipsado por acusaciones de narcisismo y populismo
por pedir una renta básica para todos los ciudadanos de Alemania.
El Frankfurter
Rundschau calificó la campaña electoral de "inusitadamente
hueca". Pero esa falta de sustancia no fue casual. Relegada a un
segundo plano mediático, la candidatura Izquierda-PDS (Wasg +
poscomunistas de Gysi), la campaña quedó polarizada, como el SPD
buscaba, en la opción Schröder-Merkel. La propuesta ultraliberal de
conservadores y liberales entregó en bandeja a SPD-Verdes la etiqueta
de defensores del ciudadano medio.
La izquierda despega
en el oeste
Los resultados de esa
estrategia hablan por sí solos, el SPD pierde menos votos de los que
temía y la Izquierda-PDS obtiene un 8,7% cuando en junio las
encuestas le daban un 12. No obstante, Lafontaine y Gysi han
arrebatado un millón de votos al SPD. En el oeste del país, la Wasg
(una plataforma surgida de las movilizaciones contra la reforma del
mercado laboral) logra un significativo apoyo en las grandes urbes:
Bremen (8,5%), Cuenca del Ruhr (7), El Sarre (18,5%). En esos lugares,
la izquierda radical no había pasado del 2% en 2002. Otro cifra
reveladora: mientras en el este el voto a Izq-PDS suma el 25,4% (+9%),
en el oeste se queda en el 5%.
En general, Izq.-PDS
recibió el apoyo crítico de iniciativas de base. Corinna, del Foro
Social de Berlín, explica ese voto táctico:"la prioridad es
crear estructuras solidarias y extraparlamentarias, pero les voté
porque, a pesar de las críticas, no se puede negar que ese 9% es una
forma de articularse políticamente. Por otra parte, me ha sorprendido
la enorme atención que se ha prestado a esa candidatura en mi entorno
político; en el fondo, traduce un deseo de representación que yo no
comparto." Otros simpatizantes de la izquierda social consideran,
por su parte, que nada se puede esperar de un partido como el PDS que
acepta la lógica neoliberal cuando gobierna, como en la coalición de
Berlín con el SPD.
La campaña electoral
habría sido un momento ideal para que los grupos de base
intervinieran para captar la atención del ciudadano, pero por falta
de capacidad no ha sido posible.
Grietas en el
monolito sindical
Según un reciente
informe de la UE, los salarios reales bajaron un 0,9% en Alemania
entre 1995 y 2004. En ese mismo periodo, los costes laborales
unitarios crecieron apenas un 2,5%, la menor subida de la UE. Cifras
que hablan de pérdida de poder adquisitivo, por un lado, y rebaten el
mito empresarial de Alemania como un país con costes laborales
disparatados. Los costes apenas suben, los beneficios crecen, pero se
sigue destruyendo empleo. Solo esos datos podrían haber convencido a
los sindicatos de la necesidad de negar el voto al gobierno SPD-Verde.
Pero no ha sido así. Los planes de conservadores y liberales para
cercenar el margen de intervención de los sindicatos, han colaborado
para que la mayoría de las directivas sectoriales hayan buscado la
cercanía del gobierno. Sólo los sindicatos del metal y del sector
servicios han tenido una actitud más crítica y un número
significativo de sus miembros ha pedido el voto para Izq.-PDS.
Los neonazis en
standby
La ultraderecha logró
un discreto 1,6% (744.000 votos; 2002: 0,4). Sólo en algunas zonas
del este tienen una presencia electoral apreciable. En Sajonia, el NPD
supera a los Verdes con el 4,9%. En esta región, la ultraderecha
tiene estructuras y clientela electoral estables. No obstante sería
muy atrevido pensar que el potencial racista en Alemania se limita a
ese 1,6%. Un reciente estudio de la Universidad Libre de Berlín,
revela que el 31% de los habitantes del estado de Brandeburgo comparte
posturas racistas. De éstos, la mitad vota al SPD, o a la CDU.
A partir de ahora
WASG y PDS tienen ahora
ante sí el debate de fusión aplazado por las elecciones. Las
discrepancias no son pocas. Si se decide insistir en la retirada de
reformas del mercado laboral, el PDS deberá explicar, por ejemplo, cómo
piensa combinarlo con la aplicación de esas leyes en sus 2 gobiernos
de coalición con el SPD. Lafontaine y Gysi aseguran que llevarán los
movimientos sociales al Bundestag, pero no han dado detalles. El WASG
no ha tenido tiempo para madurar y las iniciativas de base no logran
establecer, aún, puentes entre las luchas sectoriales. La alternativa
de izquierda (una izquierda que merezca ese nombre) está en pañales.
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