Huelga general
contra el neoliberalismo
Por Eduardo Febbro
Corresponsal en París
Página 12, 06/10/05
Ciento cincuenta
manifestaciones movilizaron en Francia a un millón de personas contra
la política salarial del gobierno, los despidos en grandes empresas y
la pérdida de poder adquisitivo. Convergieron empleados públicos y
privados.
Francia sirvió ayer el
plato preferido de la cocina social francesa: una jornada de huelgas y
manifestaciones de una amplitud impresionante. El movimiento social
convocado por el conjunto de los sindicatos y cuatro partidos de
izquierda –el Socialista, el Comunista, los Verdes y la Liga
Comunista Revolucionaria– sacó a las calles a más de un millón de
personas en todo el país. El objetivo de la jornada consistió en
protestar contra la política salarial del gobierno, los planes
sociales imprecisos y la drástica pérdida del poder adquisitivo. Los
sindicatos habían apostado por una movilización nacional de un millón
de personas a fin de imponer al gobierno del primer ministro Dominique
de Villepin el deshielo de los salarios y una agenda de negociaciones.
La meta fue ampliamente alcanzada. Con París a la cabeza y el
tradicional desfile sindical que partió desde la Plaza de la República,
más de 150 manifestaciones se realizaron a lo largo del país, al
tiempo que los transportes públicos, Metro, autobuses, trenes y
aviones, se vieron fuertemente perturbados. Si el legendario malhumor
francés es un termómetro del descontento social, lo ocurrido ayer es
la excepción que confirma la regla y anuncia otras movilizaciones
sociales. Contrariamente a otros años, la población perjudicada por
los paros no rezongó por los atrasos y enredos provocados por la
falta de transporte. Había en París un clima jovial de solidaridad
con los sectores movilizados. En vez de la típica exclamación
parisina “¡Merde!”, la gente clamaba “Bravo, tienen razón”.
A las marchas
callejeras pobladas de empleados del sector público se sumaron muchísimos
empleados del sector privado. Imagen más que emblemática de la
convergencia de insatisfacciones y de las consecuencias de las políticas
económicas de los gobiernos, la manifestación de París estaba
encabezada por los empleados del grupo norteamericano Hewlett-Packard.
La multinacional de la informática anunció un vasto plan de
reestructuración que comprende la supresión de miles de puestos de
trabajo en el mundo. Francia es uno de los países más afectados por
las medidas. “Tengo 50 años y me van a despedir”, decía el
cartel que llevaba una mujer de 50 a quien le cayó la guillotina
social accionada por Hewlett-Packard. Al lado de ella, otro empleado
de la empresa llevaba un cartel donde podía leerse: “La Bolsa me
mató”. El hombre denunciaba un plan social “que no se justifica.
Su única razón radica en hacer que suba el precio de las acciones de
HP”. Otro, con un gorro de Napoleón, decía: “Somos el símbolo
triste de los empleos que se asesinan en pos de la rentabilidad”. Al
lado de los manifestantes había un responsable sindical de la sede
norteamericana de Hewlett-Packard. El sindicalista había cosido las
banderas de Estados Unidos y de Francia y decía que las empresas de
hoy sólo buscan tener “empleados explotados y ultracompetitivos”.
Los carteles sindicales
habían unido en un mismo reclamo las reivindicaciones
plurisectoriales: “Juntos por el empleo, el poder adquisitivo, el
derecho de los empleados del sector público y privado”. Ante el
incuestionable éxito de la movilización que reunió a más de
100.000 personas en París, Bernard Thibault, secretario general de la
CGT, señaló que no veía “otra alternativa para el gobierno y la
patronal que mostrar con precisión y concretamente en los próximos días
y mediante actos precisos que han escuchado el mensaje de las huelgas
y las manifestaciones de hoy”. Jean-Claude Mailly, titular de Fuerza
Obrera, advirtió que el gobierno “tiene que destaparse las
orejas”. París parecía haber regresado a sus amores de antaño. Un
bosque de banderas rojas cubrió el cielo de la capital.“Ni libre
competencia, ni privatización”, “no a la precariedad”. El tono
de las pancartas exponía las preocupaciones de una sociedad que paga
un alto tributo a los criterios económicos en boga. El primer
ministro francés reaccionó de inmediato a las protestas diciendo que
escuchaba “el mensaje que me dirigen los franceses. Queremos
responder a sus inquietudes y a sus aspiraciones”. Dominique de
Villepin agregó en la Asamblea Nacional que el Ejecutivo “no se
resigna a la impotencia pública”. Sin embargo, el jefe de gobierno
no dejó entrever ningún cambio de dirección y, al contrario, se
refugió en la literatura política para reiterar su conocido concepto
de “Francia está de pie, Francia trabaja y ganará”. El
presidente francés no intervino en el debate ni tampoco respondió a
las demandas que también lo interpelaban. Jacques Chirac se limitó a
fustigar la Unión Europea, señalando que no le parecía “normal”
que la UE no se implicara en los temas sociales como el de la empresa
Hewlett-Packard.
Alentados por la
respuesta de la sociedad, los sindicatos anunciaron una cumbre
intersindical en los próximos días para decidir cómo continuar la
acción. La situación del jefe de gobierno es complicada: además de
enfrentar un poderoso descontento social, tiene que medirse con el
ministro del Interior, Nicolás Sarkozy. El ambicioso y agitado
ministro pugna por la candidatura a la presidencia en el curso de las
elecciones de 2007 y es un infatigable partidario de la “ruptura”
a fin de posicionarse lo mejor posible. Según miembros del
oficialismo que asistieron a una reunión a puertas cerradas, Villepin
le advirtió a Sarkozy que “en la historia de Francia, el único
momento de ruptura que hubo fue la Revolución Francesa. Eso terminó
en un baño de sangre”.
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