Rabat
hace el trabajo sucio con los inmigrantes, pero la Unión Europea
consiente esta nueva trata de esclavos
El
gobierno de Marruecos, un gendarme sin escrúpulos
Por
Antoni Segura
Catedrático de Historia de la Universidad de Barcelona
rodelu.net, 13/10/05
Las
imágenes del calvario de los inmigrantes subsaharianos que intentaban
entrar en España cruzando la frontera de Melilla han provocado
estupor y perplejidad. Estupor porque esto sucede en las mismas
puertas de Europa. La Europa cuna de la justicia, de las libertades,
las políticas solidarias, el multilateralismo, el consenso y el
partenariado euromediterráneo. Perplejidad, porque la decisión española
de repatriar a Marruecos a muchos de los inmigrantes que habían
logrado cruzar el paso fronterizo no se entiende tras la
desproporcionada actuación de las fuerzas de seguridad marroquís en
días anteriores.
Marruecos
no dispone de los medios para encarar el problema y no garantiza en
absoluto los derechos humanos de los inmigrantes que han sido
sometidos a todo tipo de malos tratos, desde ser abandonados a su
suerte en la zona semidesértica de la frontera oriental con Argelia
hasta ser trasladados en autobuses, esposados y en condiciones
infrahumanas, hacia una tierra de nadie de la frontera sur con Argelia
y Mauritania. Sólo unos cuantos afortunados han sido repatriados
directamente por avión a Senegal y Mali, fruto de un acuerdo entre
los gobiernos de estos países y Rabat. El resto tendrán que cruzar
los campos de minas y el desierto para intentar llegar a Argelia y
Mauritania.
Sorprende
que se fuerce a los inmigrantes a llegar a dos países que no son los
suyos y que están implicados indirectamente en el conflicto del Sáhara
Occidental. Pero sorprende aún más la actitud de la UE, que parece
haberse desentendido de una cuestión que le afecta directamente,
porque Ceuta y Melilla son las únicas fronteras terrestres de la UE
con el continente africano, porque es la UE la que tendría que
negociar los acuerdos de repatriación y porque, como recordaba hace
unos días el secretario general de la ONU, Kofi Annan, "las
migraciones son necesarias para mantener el ritmo de crecimiento de
algunos países europeos, e intentar contener los movimientos
migratorios de forma drástica es algo que no funcionará". Pues
ésta ha sido precisamente la respuesta de la UE y del Gobierno de
Madrid: repatriar a los inmigrantes a Marruecos, país que a menudo ha
utilizado el asunto de la inmigración como elemento de presión en
sus relaciones con España, pero que parece dispuesto a hacer el papel
de gendarme de la inmigración --el trabajo sucio-- a cambio de una
importante ayuda económica (40 millones de euros inicialmente). Y,
por lo que se ha podido ver estos días, se trata de un gendarme con
muy pocos escrúpulos y sin ningún respeto por los derechos humanos
de los inmigrantes.
En
este drama humano, Marruecos es sólo el actor secundario. Las
principales responsabilidades son de la parte del más fuerte, que se
empeña en consolidar el modelo de una Europa fortaleza ignorante de
que esto es como querer poner puertas al campo. El origen del problema
no está en cómo contener los aludes de inmigrantes que llegan a las
puertas de Europa. El origen del problema está en que en gran parte
de África la población se muere literalmente de hambre y el
horizonte europeo constituye una esperanza de supervivencia. Sólo
esto explica que uno esté dispuesto a dejar la vida en un viaje de
meses o años, lleno de penalidades, de sufrimientos y de abusos en
manos de unas mafias que se apropiarán de lo poco que haya podido
conservar --o le forzarán a una esclavitud de por vida-- para
sufragar el último tramo, los 14 kilómetros que separan la frontera
con más desigualdad de renta de todo el mundo, como afirmaba el
ministro de Exteriores Miguel Ángel Moratinos.
En
Camerún, Gambia, Ghana, Guinea, Costa de Marfil, Sierra Leona,
Senegal, Mali, etcétera, el nivel de vida se sitúa entre 11 y 31
veces por debajo de la media de la UE (y entre 15 y 40 respecto de la
Europa de los 15), mientras la esperanza de vida oscila entre los
34-41 años y los 54-58. En Marruecos, la diferencia de nivel de vida
es de entre 6 y 10 a 1.
Esta
desigualdad en los niveles de vida, más allá de las
responsabilidades de los regímenes corruptos de muchos de estos países
--en los casos en que puede hablarse verdaderamente de una estructura
estatal responsable-- y de sus aliados, sólo podrá paliarse con políticas
de choque de ayuda al desarrollo. Es la única solución realista a
medio y largo plazo. A corto plazo, habrá que encontrar fórmulas
para aligerar la presión que soporta Marruecos como punto de
concentración y de salida de los inmigrantes. Habrá también que
exigir a Rabat que deje de utilizar la inmigración como moneda de
cambio en sus relaciones con España y la UE y que respete los
derechos humanos de los inmigrantes. No puede consentirse que se
repitan situaciones como las que se están viviendo: campos de
internamiento en condiciones lamentables, malos tratos, muertes por
disparos, inmigrantes vagando por el desierto con riesgo para su vida,
caravanas de la desesperación y la humillación...
Pero
tampoco puede consentirse que la UE mire hacia otro lado cuando todo
esto suceda, que se desentienda del problema y sólo quiera
beneficiarse de los frutos (la mano de obra barata que proporciona la
inmigración) y que no tenga el coraje político --y la sensibilidad
humana-- para arbitrar otras medidas más imaginativas que la
construcción de muros.
En
este sentido, el acuerdo de los ministros Moratinos y Benaïsa es un
primer paso, pero insuficiente. Las conciencias europeas deberían
reaccionar ante una situación que recuerda demasiado --en la forma y
en el fondo-- a la trata de esclavos de hace unos siglos, porque son
los mismos valores europeos que tanto defendemos los que han sido
puestos en evidencia y porque no puede darse la espalda al drama de
los inmigrantes. Nosotros menos que nadie.
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