Crisis política en
Ucrania: Poco después de la “Revolución Naranja” se divide la
coalición de gobierno
Fracaso color
naranja agria
Red Voltaire, 18/10/05
La división de la
coalición naranja en Ucrania es un duro golpe para todos los que veían
en este movimiento la punta de lanza de una reorientación política
«occidental» de la región. Por otra parte, la reciente revelación
del financiamiento de la campaña del presidente Yushchenko por parte
del oligarca ruso Boris Berezovski podría conducir, teóricamente, a
una invalidación de las elecciones presidenciales de enero de 2005 y
a la dimisión del Presidente. Este fracaso, menos de un año después
de la «revolución naranja» podría tener un impacto negativo en las
legislativas de 2006.
En Vremya Novostyey, de
Kiev, Piotr Simonenko, primer secretario del Partido Comunista
Ucraniano, atempera toda esta agitación. En su opinión, no se trata
más que de una nueva fase del plan geopolítico imaginado en el
exterior del país durante la formación del poder «naranja». La
estrategia de situar a la primera ministra destituida, Yulia
Tymoshenko, en la piel de una opositora, permite presentar una
candidata «naranja» que no tendrá que asumir el fracaso de la política
implementada. Así, habiendo captado los votos leales y disidentes en
2006, los naranjistas se unirán nuevamente después de las
elecciones. Considera que se trata de un conflicto entre grupos
financieros que terminarán por reconciliarse cuando sus intereses
económicos lo exijan. Una vez obtenida la mayoría parlamentaria, sus
representantes trabajarán para incorporarse a la OTAN y a la OMC e
intensificarán la colaboración del GUAM [Georgia, Ucrania, Azerbaiyán
y Moldavia] contra Rusia.
Por su parte, en Novyie
Izvestia, de Kiev, el ex primer ministro ucraniano, Leonid Kravchuk,
fuente de la revelación sobre el financiamiento de la campaña de
Yushchenko, atempera igualmente las consecuencias de este asunto. Si
bien desacredita un movimiento que se pretendía limpio, el
procedimiento de impeachment tiene pocas oportunidades de dar
resultado. Es de la opinión de que estos conflictos entre primer
ministro y presidente se inscriben en la tradición política del país
y no tienen consecuencias, pues las relaciones terminan por
normalizarse entre ambas partes.
El diario conservador
francés Le Figaro da la palabra a la principal interesada, la
multimillonaria ucraniana Yulia Tymoshenko, ex primera ministra de
Ucrania y dirigente del Partido de la Madre Patria, quien se empeña
en tranquilizar a los partidarios del campo «naranja»: la revolución
democrática no está muerta, incluso si el nuevo gobierno nombrado
por el presidente Yushchenko está más próximo del antiguo régimen
Kuchma. Para las elecciones de marzo de 2006 Yulia Tymoshenko se sitúa
en el campo de la oposición, aunque en temas como la integración a
la OMC su partido apoyará al gobierno. Sin embargo, para ella, lo
principal es que las tensiones políticas en Ucrania no atenten contra
la imagen de la revolución naranja en Occidente. La moderación de
sus palabras en dirección de los lectores no rusoparlantes contrasta
de manera singular con el tono que ha adoptado en la prensa ucraniana
durante estas últimas semanas. Es evidente que se trata de minimizar
la crisis en el exterior y tranquilizar a quienes ostentan el poder
tutelar en Occidente. La misma línea defienden Stephen J. Flanagan y
Eugene Rumor, del Institute for National Strategic Studies, en el
International Herald Tribune. Si bien la crisis política en Ucrania
es decepcionante para los que habían creído en la revolución
naranja, no debe perderse la paciencia y debe analizarse según el
camino recorrido desde 1991. No es porque el nuevo primer ministro
ucraniano llame a mejorar las relaciones con Rusia que hay que
alarmarse y pensar que el país se aleja de Occidente. Ucrania es un
buen alumno atlantista que se aleja de Rusia para estrechar relaciones
con Estados Unidos, la OTAN, la Unión Europea y participa en la
guerra de Irak. Eso es lo que cuenta.
Es también la actitud
para con Rusia lo que preocupa a Andrei Piontkovsky, analista del
Hudson Institute, en el Washington Times, diario muy apreciado por los
neoconservadores estadounidenses. Considera que las relaciones entre
Estados Unidos y Rusia han alcanzado un nivel de desequilibrio nunca
antes visto desde Yalta en 1945 y pone como prueba la actitud «obsequiosa»
del presidente Bush para con el presidente Putin, mientras que éste
se mostrara escandalosamente «arrogante» según el autor.
Aprovechando el superdespliegue norteamericano en Irak y la
reconstrucción después del huracán Katrina, Vladimir Putin mueve
los peones de su estrategia antinorteamericana. Reclama la retirada de
las tropas extranjeras de Irak, ayuda a quienes se oponen a las bases
norteamericanas en el Cáucaso y apoya a los países «no amistosos»
como Irán o China. Para el autor, esta estrategia no es buena, ni
para Rusia ni para Estados Unidos. A buen entendedor… Hay que ir
pensando en la sucesión de Putin.
Y precisamente
Christopher Walker, director docente en la Freedom House, laboratorio
de propaganda política dirigido hasta hace poco por el ex director de
la CIA James Woolsey, se interroga en el International Herald Tribune
sobre el «problema 2008» en Rusia. Considerando que Vladimir Putin
llegó al poder de forma dudosa, al autor le preocupa lo que éste hará
al término de su último mandato. Hasta 2008, habrá diez escrutinios
importantes en la ex área soviética. Ahora bien, Walker comprueba
una ausencia de mecanismos de sucesión democrática en esta misma área,
donde pocos presidentes han abandonado el poder voluntariamente. Para
él, el Kremlin ha iniciado ya la campaña al trabajar por eliminar a
los potenciales rivales con la ayuda del arma judicial y apoyándose
en una prensa complaciente. Por lo tanto hay que movilizarse para
evitar un escrutinio falseado y para que las elecciones sean libres,
lo que equivale a decir que sería deseable que Putin no fuera
reelecto en 2008 y que hay que trabajar en la organización de una «revolución
coloreada».
Para alcanzar este
objetivo, Estados Unidos puede contar con el activismo de militantes
expertos como el ucraniano Serguei Taran, quien fuera una de las
figuras cimeras del movimiento estudiantil Pora, actor principal de la
«revolución naranja». Interrogado por Deutsche Welle, la radio
alemana para el extranjero, Serguei Taran presenta el instituto por él
fundado y cuyo objetivo es exportar la «democracia» a los países de
la zona. Basándose en una red pretendidamente informal –que olvida
precisar que es financiada en secreto por la rama ucraniana de la Open
Society Institute, de George Soros– Taran pretende aplicar a países
como Azerbaiyán o Bielorrusia los métodos de insurrección cívica
no violenta que ya mostraron su validez en Georgia o Ucrania. La
entrevista no aborda los desafíos e implicaciones geopolíticas de su
acción, pero Taran da muestras de una ingenuidad un tanto sospechosa,
tratándose de un doctor en ciencias políticas de la Duke University.
Defiende la acción de su instituto como animado por la simple
voluntad de «salvar al mundo» y «ayudar a construir un mundo mejor».
Es su corazón el que se lo ordena.
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