Espejismos
de revolución en el Este
Cuando
las viejas elites se suceden a sí mismas
Por
Vicken Cheterian
Le monde diplomatique / Realidad Económica, 01/11/05
A
menos de un año de la "Revolución naranja", el pasado 8 de
septiembre, el presidente de Ucrania Victor Yuschenko despidió a la
primer ministra Yulia Timochenko, con fondo de lucha de clanes y
corrupción. Esta crisis incita a reevaluar un fenómeno que alcanzó
a Serbia, Georgia, Ucrania y Kirguizistán, y podría expanderse a
Bielorrusia y Kazajstán.
Victor
Yuschenko no es un revolucionario común. No viste uniforme de fajina
ni se conoce ninguna foto suya con barba y kalachnikov. Este hombre, físicamente
favorecido -antes de haber sido desfigurado por un envenenamiento
criminal- fue director del Banco Central y Primer Ministro de Ucrania
(1). En 2004 fue candidato en las elecciones presidenciales, pero el
presidente saliente, Leonid Kutchma, había previsto ceder su lugar al
Primer Ministro de entonces, Victor Yanukovitch, que apenas habla el
idioma nacional.
Cuando,
al término de la segunda vuelta, la comisión electoral anunció la
victoria del candidato oficial, la oposición exclamó que era un escándalo
y organizó multitudinarias manifestaciones. Miles de personas se
movilizaron durante los gélidos días invernales, dando nacimiento a
lo que se llamó la "Revolución naranja" (2). Así
funcionan las "revoluciones de colores": a raíz de un
fraude electoral, una parte de la elite se enfrenta a la otra y
organiza protestas populares, lo que provoca un cambio pacífico de
gobierno, sin derramamientos de sangre.
Luego
de Serbia (2000), Georgia y su Revolución rosada (2003) y Ucrania
(2004), en la primavera boreal de 2005 tuvo lugar en Kirguizistán una
Revolución de los tulipanes que hizo caer al primer jefe de Estado de
Asia Central que había llegado al poder luego de la era soviética.
Grupos de manifestantes que cuestionaban los resultados de las
elecciones legislativas atacaron varias comisarías policiales y
edificios administrativos en las ciudades de Djala-Abad y Och, en el
sur del país. Al día siguiente de los incidentes registrados en la
capital, Bishkek, las oficinas de la Presidencia fueron saqueadas y el
presidente Askar Akaevitch Akaiev tuvo que refugiarse fuera del país.
En los países post-soviéticos, los dirigentes tienen tendencia a
aferrarse al poder, aunque para ello tengan que recurrir al fraude
electoral masivo. Los habitantes, por su parte, desean un cambio, y
cuando no lo pueden obtener por medio del voto, no dudan en salir a
las calles.
Nuevos
"revolucionarios"
Una
década después de la caída del Muro de Berlín (1989) y del
desmoronamiento de la Unión Soviética (1991), un nuevo viento
revolucionario sopla en el Este de Europa. Las semejanzas existentes
entre esas revoluciones (cronología, símbolos utilizados) parecen
indicar que forman parte de un mismo proceso. Otras
"sorpresas" de ese tipo podrían producirse, por ejemplo, en
ocasión de las elecciones legislativas de noviembre en Azerbaiyán, o
de las presidenciales de diciembre en Kazajstán. Estos movimientos no
sólo lograron desalojar del poder a regímenes corruptos e
impopulares en Serbia y en Georgia, sino que hicieron aparecer una
nueva realidad política, cuyo impacto sobrepasa a los últimos regímenes
autoritarios de los países del Europa del Este y de Asia Central.
Tales
"revoluciones" no violentas sólo pueden tener lugar en
Estados débiles. En los países donde se produjeron, el jefe de
Estado ya había perdido el apoyo de la población y de amplios
sectores de la administración, fragilizado por repetidos escándalos
de corrupción. Los dirigentes ya no estaban en condiciones de
garantizar el orden y la estabilidad del régimen. Frente a ellos se
hallaban movimientos de oposición con amplios recursos. En Serbia y
en Georgia, por ejemplo, los partidos que los cuestionaban contaban
con la simpatía de una gran parte de la opinión pública y con
experiencia en la movilización de masas; medios que no eran
controlados por el gobierno difundían una información alternativa;
mientras que diversas asociaciones eran capaces de movilizar a la
población y mantener contactos con redes en el exterior. Hasta la
fecha, países como Bielorusia o Turkmenistán, donde el Estado es más
represivo y donde la oposición más débil y dividida, no fueron
escenario de "revoluciones de colores".
Eduard
Chevardnadze, Kutchma, Yanukovitch y Akaevitch Akaiev, todos se vieron
confrontados al mismo problema: ¿cómo salir adelante cuando su nivel
de popularidad está por el piso, el aparato del Estado se encuentra
debilitado y desmoralizado, sus principales aliados lo abandonan y los
manifestantes se concentran frente al palacio presidencial? Ninguno de
esos dirigentes ordenó a la policía o al ejército tirar sobre la
muchedumbre. Todos renunciaron a un poder ilegítimo luego de
negociaciones con la oposición.
¿Pero,
quiénes son esos nuevos "revolucionarios"? En ese plano
también se repite un mismo esquema. En Georgia, el movimiento fue
dirigido por Mijail Saakachvili, ex ministro de Justicia de
Chevardnadze, apoyado por Zurab Zhvania (3), ex presidente del
Parlamento de Georgia, y por Nino Burdjanadze, por entonces presidente
del Parlamento. En algún momento, todos ellos -ex representantes del
ala reformista del Foro Cívico dirigido por Chevardnadze- habían
tomado distancia de la política de un presidente cada vez más
desconectado de la realidad.
En
Ucrania, Yuschenko había ejercido las funciones de Primer Ministro de
Kutchma, y Yulia Timochenko había sido vice Primer Ministro y
responsable del lucrativo sector energético. En Kirguizistán,
Kurmankiev Bakiev también había ocupado el cargo de Primer Ministro
en el gobierno de Akaiev. El estancamiento de las reformas y la
corrupción generalizada -debida a las igualmente generalizadas
privatizaciones- llevaron a estos antiguos responsables, y a la que
fuera el ala "joven" de la elite, a pasar a la oposición.
Otros
fueron desplazados por medio de maniobras políticas, como Kurmankiev
Bakiev, sacrificado luego de que las tropas gubernamentales dispararon
contra los manifestantes. Una vez en la oposición, esos dirigentes
comprendieron que la vía legal no servía, ya que los resultados de
las elecciones eran falsificados. Sólo les queda entonces recurrir a
las manifestaciones populares.
El
carácter no violento del cambio es fundamental, pues permitió a los
países en cuestión evitar la guerra civil y una eventual fragmentación.
Georgia vivió en dos ocasiones la angustia de la guerra civil en los
primeros meses de su independencia: primero, cuando una coalición
hizo caer al primer presidente libremente elegido, Zviad Gamsakhurdia,
en enero de 1992; y luego, cuando los partidarios del mismo intentaron
avanzar hacia la capital, Tbilisi. En Ucrania, las fuerzas anti-Yuschenko,
originarias de las provincias orientales, hubieran podido causar la
división de ese Estado, inmenso pero frágil. De la misma manera, el
levantamiento en Kirguizistán, que enfrenta a un presidente
originario del norte y a un dirigente llegado del sur, podría generar
nuevas divisiones tribales y comprometer la existencia misma de esa
república de Asia Central.
"Todos
los países del antiguo espacio soviético atraviesan una segunda ola
de cambios revolucionarios", estima Vazgen Manukian, ex dirigente
del Movimiento Nacional Armenio, uno de los primeros movimientos de
masa surgidos en la URSS. Manukian no duda de la voluntad de cambio de
la población, ni de su deseo de terminar con la generación de
dirigentes que cerró los ojos ante la corrupción vinculada a las
privatizaciones. Y sabe de qué habla: Primer Ministro de la nueva
Armenia independiente, terminó pasándose a la oposición; luego de
las cuestionadas elecciones presidenciales de 1996, trató de ocupar
el Parlamento a la cabeza de miles de manifestantes. La intervención
del ejército hizo fracasar esa iniciativa pacífica. Actualmente,
Manukian entrevé una alianza entre cuatro fuerzas: los partidos
pro-democráticos, los sectores reformistas del aparato del Estado,
los medios de negocios respetuosos de la legalidad, y los movimientos
juveniles.
¿En
qué medida las "revoluciones de colores" pueden ser
comparadas con los modelos representados por la Revolución Francesa o
la Revolución Rusa? Según André Liebich, profesor de historia y de
política internacional en el Graduate Institute for International
Studies de Ginebra, esos movimientos se parecen más a los movimientos
revolucionarios registrados en Francia, Bélgica, Polonia e Italia en
1830, que a sus ancestros de 1789 y 1917. Serían una réplica de las
revoluciones de 1989-1991. "Si comparamos la década de 1830 con
la de 2000, vemos que quince años después del terremoto principal se
produce un temblor secundario. No se trata de un cambio fundamental,
sino de un reacomodamiento de orden político". Las revoluciones
como las 1989 "no aportaron ideas nuevas -añade Liebich- sino
que utilizaron herramientas ideológicas al alcance de todo el
mundo". No se trató de reemplazar el orden existente por otro
totalmente nuevo, sino de hacer de tal manera de que "los regímenes
se adapten a su propia retórica".
Hasta
ahora, los medios de prensa rusos, europeos o estadounidenses,
concedieron menos importancia a la naturaleza de esas revoluciones y a
las fuerzas ocultas que las explican, que a las intervenciones
exteriores y a los cambios geopolíticos que produjeron in fine. El
primer factor que se subraya -sobre todo en los medios rusos y
franceses- es el papel jugado por Estados Unidos, al que a menudo se
señala como "disparador" de esas revoluciones. Muchos
periodistas de Washington también sostienen esa idea, acreditando la
tesis de que la política de George W. Bush favorece la democracia
desde Medio Oriente hasta Europa del Este (4). Sin embargo, esas dos
regiones son tan diferentes, política y socialmente, que establecer
una relación entre ambas es una simplificación.
Las
"revoluciones de colores" aumentaron también el prestigio
de las organizaciones no gubernamentales (ONG) que intervienen en los
"países en transición". Luego del hundimiento del sistema
soviético, las ONG a menudo reciben mandato de los proveedores de
fondos internacionales, para organizar la economía de mercado y la
democracia. Sin embargo, sus objetivos estratégicos, ligados al
padrinazgo de Occidente, son criticados, al igual que su tendencia a
funcionar con métodos empresarios (5). Los acontecimientos políticos
en Georgia y en Ucrania hicieron desaparecer esas críticas
crecientes, y transformaron la imagen de las ONG: de ser consideradas
una forma de subcultura dependiente del exterior, aislada en el seno
de sus propias sociedades, las ONG pasaron a ser instrumentos de
cambio revolucionario.
Un
periodista las calificó de "brigadas democráticas
internacionales", alabando su "inigualable eficacia, sutil
mezcla de no violencia, marketing y capacidad para recolectar
fondos" (6). Así, esas organizaciones se situarían en la
confluencia de dos culturas, la de la disidencia en los países del
Este, y la de la sociedad de consumo occidental. La admiración y el
temor que despiertan son desmedidos. Según el jefe de los servicios
de informaciones rusos (FSB), Nikolai Patruchev, las ONG extranjeras
cobijarían espías, y estarían preparando una revolución en
Bielorusia y en otros países de la Comunidad de Estados
Independientes (CEI) (7). Los gobiernos locales controlan cada vez más
sus actividades.
Es
cierto que movimientos juveniles como Kmara en Georgia y Pora en
Ucrania (8) reciben fondos de organizaciones estadounidenses como el
Open Society Institute (también conocido como Fondo Soros), o el
National Democratic Institute. Sin embargo, su papel en los cambios
políticos fue secundario. Fue la acción de los partidos de oposición,
bien organizados, y apoyados por una parte del aparato del Estado lo
que sobre todo resultó decisivo en el éxito de la vía pacífica.
Finalmente,
las consecuencias geopolíticas de las "revoluciones de
colores" también generaron un amplio debate. Para quienes
sostienen que esos movimientos forman parte antes que nada de una
estrategia de Washington, su objetivo sería aumentar la influencia
estadounidense en Eurasia, en detrimento de la de Rusia. En efecto,
Estados Unidos aumentó su presencia en Georgia y en Ucrania, mientras
que Moscú ya no puede controlar su "exterior cercano". Las
recientes tentativas del Kremlin para orientar las elecciones en
Georgia o en Ucrania dan crédito a esa versión.
De
todas formas, conviene no exagerar el alcance de esa "revolución
geopolítica" y situarla en el contexto de un simple
reacomodamiento. Georgia, por ejemplo, recibe ayuda militar
estadounidense desde 1997: en 2001, cuando Chevarnadze estaba aún en
el poder, 200 especialistas ya habían iniciado la reestructuración
del ejército nacional. Ucrania había enviado soldados a Irak en la
época de Kutchma, mientras que Yuschenko los retiró. La reciente
decisión ucraniana de construir un gasoducto para importar gas
natural de Irán -que no agrada ni a Moscú ni a Washington- pone de
manifiesto las limitaciones geoestratégicas que se imponen a la política
del país.
Las
"revoluciones de colores" se realizan bajo la bandera de la
"democracia", pero no siempre desembocan en un proceso de
democratización, ni de mayor libertad para los ciudadanos. En
Georgia, dos años después del cambio de gobierno, el balance no
resulta positivo. En primer lugar, la "revolución rosa"
comenzó con el cuestionamiento del resultado de las elecciones
parlamentarias, y terminó con el derrocamiento del presidente (9).
Las elecciones presidenciales realizadas dos meses después dieron una
aplastante victoria a Saakachvili (96% de los votos) seguida de una no
menos contundente victoria de su partido en las legislativas (135
bancas sobre 150). Tales resultados hacen de la Georgia
post-revolucionaria una república… de partido único.
Esperanzas
frustradas
Por
otra parte, las organizaciones de defensa de los derechos humanos
denuncian que la policía sigue utilizando la tortura durante el período
de detención preventiva (10); los periodistas reprochan al nuevo
gobierno haber reducido singularmente la independencia y el pluralismo
de la prensa. Algunos dirigentes y empresarios, a menudo cercanos al
antiguo régimen, fueron acusados de malversación de fondos,
detenidos, y liberados luego de haber pagado importantes sumas de
dinero, que fueron transferidas al presupuesto del Estado. Los
observadores críticos estiman que esos métodos -en los que el
sistema judicial no interviene- son más cercanos de las tradiciones
caucásicas de toma de rehenes que de la práctica moderna del Estado
de derecho.
Pero
la "Revolución rosa" también aportó algunos cambios
positivos. La policía de tránsito, que estaba carcomida por la
corrupción, fue totalmente reformada luego de varias purgas. El
rendimiento impositivo mejoró. Tbilisi obtuvo de Moscú un calendario
de evacuación de las dos últimas bases militares de la era soviética,
que serán restituidas al país en 2008. El éxito más espectacular
del nuevo régimen fue la recuperación del control sobre la república
autónoma de Adjaria y de su próspero puerto, Batumi, provocando a la
vez la fuga del dirigente separatista Aslan Abachidze. En cambio,
Tbilisi fracasó en su tentativa militar para retomar el control de
otra región en ruptura con el poder central: Osetia del Sur. Esa
aventura dejó decenas de víctimas y puso a Georgia en peligro de
caer en un nuevo ciclo de violencia "étnica". En síntesis,
la "Revolución rosa" se preocupó más en reforzar el
Estado que en impulsar la causa de la democracia.
En
Ucrania, la "Revolución naranja" permitió que se impusiera
la voluntad popular frente a un régimen corrupto. También logró
modificar la imagen del país en el exterior, y le permitió entrar en
el juego político europeo. Sin embargo, es difícil encontrarle otros
méritos. Los escándalos que recientemente salpicaron a la familia
del presidente ucraniano enfriaron el entusiasmo de la población aun
antes de que los nuevos dirigentes pudieran enorgullecerse de haber
provocado cambios en la vida de sus ciudadanos. Según Ronald Suny,
profesor de Historia y especialista de la URSS en la Universidad de
Chicago, "es evidente que no se trata de revoluciones sociales,
sino de cambios políticos". Por lo tanto, las esperanzas de
transformaciones de fondo probablemente se verán decepcionadas.
Notas:
1
Jean-Marie Chauvier, "Múltiples piezas del tablero
ucraniano", Le monde diplomatique, ed. Cono Sur, enero de 2005.
2
Régis Genté y Laurent Rouy, "Revoluciones no violentas",
Le Monde diplomatique, ed. Cono Sur, enero de 2005.
3
Luego de la revolución, Zurab Zhvania accedió al puesto de Primer
Ministro, transformándose así en el segundo personaje de Georgia.
Murió en febrero de 2005 a raíz de un envenenamiento accidental con
gas, según informaciones oficiales.
4
Sobre la Revolución del cedro en el Líbano, ver Alain Gresh,
"El viejo Líbano se resiste al cambio", Le Monde
diplomatique, ed. Cono Sur, junio de 2005. Sobre los problemas de
democratización de los países árabes, ver Gilbert Achcar, "El
'agujero negro' de los Estados árabes", Le Monde diplomatique,
ed. Cono Sur, julio de 2005.
5
Thomas Carothers, "The End of the Transition Paradigm",
Journal of Democracy, John Hopkins University Press, Baltimore, enero
de 2002. Alexander Cooley y James Ron, "The NGO Scramble",
International Security, The MIT Press, Cambridge, verano boreal de
2002.
6
Vincent Jauvret, "Les faiseurs de révolutions", Le Nouvel
Observateur, París, 25-5-05.
7
Serge Saradzhyan y Carl Schreck, "FSM Chief: NGOs a Cover for
Spying", Moscow Times, 13-5-05.
8
En la lengua de Georgia, kmara significa "basta", mientas
que pora quiere decir "ya es hora" en ucraniano. Copiando
esos modelos, un movimiento de jóvenes adoptó el nombre de Kifaya,
que significa kmara en árabe.
9
Lo mismo ocurrió en Kirguizistán en marzo de 2005. Sólo la revolución
ucraniana se desarrolló dentro del contexto de una elección
presidencial.
10
Human Rights Watch, "Torture Still Goes Unpunished", Nueva
York, 13-4-05.
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