Europa

 

Francia

Liberté, egalité... toque de queda

Por Achour Bouteldja
Gara, 15/11/05

Achour Bouteldja vive en la localidad de Bondy, distante unos quince minutos de París. Hijo de padre argelino y madre francesa, en este artículo Bouteldja narra lo que implica vivir en las ciudades periféricas de la capital francesa. Respecto a las protestas, expresa que “estos jóvenes no buscan la provocación, ni ser arrestados o expulsados; tampoco un triunfo del Frente Nacional, buscan un futuro diferente”.

¡Documentación! ¿Algo que declarar? ¿Drogas? ¿Armas? Uno registra tus bolsillos y te cachea, para comprobar que no has mentido, mientras otro hurga dentro de tu mochila, con insistencia. Escrutan tu documento de identidad (imprescindible, en el caso de los franceses de origen norteafricano) y piden comprobar los datos, por radio, a la Central: puedes formar parte de una de las tres tipologías que manejan: ser clandestino con documentos falsos, ser drogadicto o ser un dealeur (revendedor) criminal y ladrón. En caso de que vayas en grupo, pensarán que puedes ir a perpetrar un robo organizado.

Tras el 11–S, un cuarto supuesto está presente: si eres de origen árabe y llevas barba, eres potencialmente un terrorista adscrito a Al’Qaeda. Por ese motivo, sufres continuos controles en la ciudad, en el barrio, en los centros comerciales, en el transporte colectivo, en los pasillos del metro, en los andenes de cualquier estación. Si eres joven y tu cuadrilla la componen principalmente árabes y negros, esos controles se convertirán en algo cotidiano.

La única prevención considerada eficaz por una parte de la opinión pública y política es la de la seguridad. La Brigade Anti Criminalité (BAC), una genialidad por la que Sarkozy pasará a la posteridad, fue creada en 1994 para dar respuesta al “problema de inseguridad ciudadana” inherente a las banlieues (suburbios). Este cuerpo se nutre de miembros de la Policía Nacional, y su test de admisión es muy selectivo a la par que muy revelador del ánimo de esos policías de elite con pintas de cow–boys: son varones, son cinturón negro de karate y son capaces de reducir a un sospechoso en tres segundos cronometrados.

Una policía excepcional y fuera de lo común para unas banlieues a punto de estallar. Con un coche camuflado, provisto de un kit antirrebelión y antimotín, con chalecos antibalas, estos agentes irrumpen en nuestras ciudades. Su intervención es ultrarrápida, eficaz y, sobre todo, provocadora.

Informativos del miedo

Cada noche, viendo los informativos de las 20.00, «Francia tiene miedo», que cantaba el grupo de St. Etienne, Mickey 3D. En nuestras banlieues hay consumidores de porros que, por el sólo hecho de fumar o revender cannabis, contribuyen, según dice en esas noticias Villepin, “a financiar una red terrorista”. En nuestras banlieues hay integristas religiosos en potencia, o potencialmente criminales pirómanos, especialmente dotados para el hurto de coches y la reventa de drogas. Incluso, hay violadores que practican la tournante (violaciones colectivas) en los bajos de las HLM (Habitation à Loyer Modéré, alquileres sociales o VPO). Según lo que muestran los medios, para los jóvenes, para todos los jóvenes de las banlieues, sólo existen dos categorías de mujeres: las putas y las sumisas.

Los años 80 vieron nacer en nuestras ciudades a SOS Racisme; los años 90, al colectivo Ni putes ni soumises. Entonces y ahora, los jóvenes son estigmatizados y caricaturizados hasta convertirles en carne de cañón con la que alimentar el odio al extranjero. Vivir en los suburbios es ser un paria social (en el corazón de Europa). Existen folletos turísticos que desaconsejan estas zonas. Yo no he visto jamás turistas en Bondy, que está a quince minutos, en RER (tren de cercanías), de París.

La inseguridad de las banlieues ha tomado el relevo a la inseguridad en el empleo en nuestros medios de comunicación. Sarko quiere limpiar los barrios. Sin embargo, la delincuencia de la patronal no le molesta lo más mínimo, ni siquiera le molestaron los obreros de Metaleurop cuando amenazaban con verter toneladas de ácidos en un río, o cuando los agricultores “saqueaban” en sus protestas un centro comercial. Entonces miraba hacia otro lado. Y es que Sarko quiere limpiar las banlieues, haciendo desaparecer a estos jóvenes a los que varias veces ha llamado “escoria” con un karcher (manguera de alta presión que se emplea, entre otras cosas, para borrar las pintadas).

La obsesión de la seguridad es tal que pronto las cárceles serán un anexo de la escuela primaria. Los centros educativos de nuestras ciudades se asemejan, cada vez más, a las prisiones: barreras, rejas y un vigilante que te solicita la cartilla de identificación escolar. Cada vez más recintos de seguridad, cada vez menos profesoras y profesores, cada vez menos medios, cada vez menos plazas.

Así las cosas, para estos jóvenes el mayor éxito social consiste en evitar la cárcel. Ni más, ni menos. Que termines siendo un obrero endeudado y explotado es lo de menos, mientras no tengas antecedentes penales, pueden considerarte como alguien que ha triunfado. Aunque algunos consideran ahora que el ascensor social se ha detenido a medio camino, en realidad, jamás ha habido ascensor social. Lo que hay es, justamente, escaleras de madera como las de los “clandestinos” en Melilla. Unas escaleras y un muro de prejuicios tan altos como las torres que se interponen en nuestro horizonte. Algunos consiguen dar el salto. Pero, ¿por qué los obstáculos se suceden y siempre aparecen para las mismas personas?

A Platini se le perdona el “fracaso” cuando no gana la Copa del Mundo. El equipo blanc–black–beurre de Zidane ha tenido que hacer lo imposible para ganarse el derecho a cantar La Marsellesa y, todavía algunos encontraban esto insultante. Para ser un buen ciudadano francés es imprescindible saber La Marsellesa (desde la más tierna edad). Pero, ¿de qué himno hablamos? ¿De La Marsellesa que entonaban los ciudadanos en las comunas de París antes de ser masacrados por el Ejército venido de Versalles o de la que cantaban los funcionarios enviados en “misión civilizadora” por esa potencia colonial que “fue” Francia? A fuerza de insistir con la bandera tricolor en el corazón de las y los conciudadanos, se han multiplicado los potenciales fachos (fascistas) que revitalizan las nociones de “Travail, Famille, Patrie” (Trabajo, Familia, Patria), como un remake de la República de Vichy.

Guardo un recuerdo de la escuela: la extraña lógica del orientador. Algunos de ellos aconsejaban a nuestros progenitores que no hablaran árabe o bereber en casa, ya que ello implicaba un riesgo, una perturbación, implicaba entrar en conflicto con la lengua francesa... todo ello so pretexto de prevenir el fracaso escolar... Quizás temían que nuestros padres llegaran a cuestionar aquellas lecciones de Historia aprendidas de memoria que decían cosas como que “Charles Martel logró parar a los árabes en Poitiers”.

En resumen, nuestra aspiración, desde quinto: ser obrero en el sector de la construcción. O, como mi hermano Tahar, mecánico de automóvil que ha hecho prácticas en empresas donde el patrón le ha hecho comprender de manera clara que, en lugar de dedicarse a aprender cómo se usa una llave inglesa, le convendría más hacer como hizo nuestro padre: aprender a utilizar una escoba. Así tendría más oportunidades de encontrar un trabajo a la medida de sus orígenes. Unos orígenes que ese patrón conocía muy bien, ya que había combatido en las montañas de la Kabilia contra nuestro padre y nuestra madre.

En el trabajo y en el ocio

Para dar una idea de la segregación que impera en el mercado laboral, se puede aludir al debate abierto sobre el curriculum vitae, en el sentido de que cuando se presente el mismo no se haga mención al apellido ni a la dirección ni, evidentemente, se incluya fotografía... unas medidas tendentes a posibilitar que nuestros currículos al menos se lean, antes de terminar igualmente en la papelera.

La segregación abarca también al ocio: en las discotecas de fines de semana, un individuo llamado Bouba, de 1,90 m. y 100 kilos de peso, te hace comprender enseguida qué poco importa tu nacionalidad francesa: “Désolé, toi, tu rentres pas!” (“Lo siento, tú no entras”). Si es amable, añade: “Désolé, c’est la direction; moi, je fais que mon boulot, faut bien que je gagne ma vie!” (“Lo siento, órdenes de la dirección; yo sólo hago mi trabajo, necesito ganarme la vida”)... Lo más patético es que la juventud que puede entrar baila a ritmo de Johnny Clegg y Savuka. Frente a esa segregación, nos dicen que “debemos ser capaces de salir de los barrios”. ¿Con alquileres de 800 euros al mes, casi el equivalente a nuestros salarios? Un milagro si se trata de una familia.

Además, aunque tengas suficientes ingresos, los propietarios no quieren alquilarte, bajo pretexto de que puedes convertirte en un futuro desempleado; o por las razones que expuso Chirac en su discurso del 19 de junio de 1991, cuando llegó a hablar de “las molestias que generan, con ruido y olores” las personas de nuestras ciudades. Y es que todo el mundo no tiene la suerte de llamarse Hervé Gaymard, como el ex ministro de la UMP (mayoría conservadora en el gobierno), y obtener, con cargo a los presupuestos del Estado, un tríplex en pleno París por el que pagar un alquiler de 16.000 euros al mes. Para la población negra, los apartamentos en París no son tríplex, sino que son, frecuentemente, crematorios disfrazados de viviendas sociales.

En la región parisina no hay más que 180 ciudades sobre un total de 480 que llevan a cabo políticas sociales de vivienda. No es casualidad que sea en las zonas que cuentan con más HLM donde hay más revueltas.

No lejos de Bondy, un poco antes de llegar a Clichy–sous–Bois, hay una ciudad llamada Raincy y su alcalde es Eric Raoult, de la UMP. En Bondy, el 50 por ciento de las viviendas construidas son viviendas sociales. Por el contrario, en Raincy, el porcentaje de viviendas sociales apenas alcanza el 1 por ciento. Su alcalde forma parte de la asociación de ayuntamientos de Ile de France (región parisina) que se opone a construir HLM. Es la fraternité a la francesa, unas localidades concentran un 50 por ciento de HLM, otras un 0 por ciento... Y así desde los años 60. Siempre son las mismas ciudades, el norte y el este parisinos, las que soportan las cargas de la “integración”, formando una periferia saturada. Las cités son nuestra imagen y su estallido era tan previsible como evitable.

Días atrás, un joven de Courneuve era machacado por cinco policías. Ninguna imagen en el informativo de France2. Esa noticia daba paso a otra sobre el “éxito” alcanzado por un joven de origen magrebí en un supermercado de Aulnay–sous Bois. Un ejemplo más realista hubiese sido que nos mostraran a un joven magrebí como jefe de sección en un supermercado de Alsacia o de cualquier otro lugar del territorio.

La desigualdad se supera... siempre que no salgas del barrio, que te mantengas en los márgenes de las grandes ciudades. Es lo que quiere y nos ofrece esta República: que nosotros, los franceses de origen africano, permanezcamos en el lugar que nos ha asignado. Es por eso por lo que los jóvenes queman sus propias cités: no quieren estos ghettos a caballo entre el Bronx y la Franja de Gaza. Sarko ha delimitado para la UMP unas fronteras colindantes con las del FN. El rol del Estado no es fomentar el odio sino combatir las desigualdades, dicen. Sin embargo, ¿dónde estaban quienes han acompañado, hace unos días, a sus cargos electos en las marchas que pedían paz cuando se retiraron o redujeron las subvenciones a las asociaciones sólo unos meses atrás? ¿Y cuando se redujeron las partidas de educación?

Desde los enclaves de Melilla a las fronteras de las banlieues; desde los Sangat (centros de detención para inmigrantes sin documentación) hasta la expulsión de los sans papiers, Sarko, ayudado por la prensa y las cadenas televisivas, ha definido claramente cuáles son los limites de la divisa “liberté, égalité, fraternité”: el toque de queda.

¿Quién es más criminal para esta democracia? ¿Quienes dan paso a la extrema derecha en las presidenciales de abril de 2002, dejándonos un mensaje claro y sin ambigüedades; o el grito de una juventud que quema ese bosque de desigualdad que es su barrio?

Estos jóvenes no buscan la provocación por la provocación, ni ser arrestados; ni las expulsiones, ni el voto fascista. Buscan un futuro diferente mientras Francia apoya a Sarko, con el miedo, y le da la razón a Le Pen.

Abandonados a su suerte, incomprendidos, arrojados de las cités... Deberíamos intentar comprender este fenómeno complejo y contradictorio, en lugar de condenar, precipitadamente, a estos chicos que hacen grafittis y gritan desde Marsella a París: “Nique la BAC, nique Sarko” (“Jódete BAC, que te jodan, Sarko”).

Encendamos un contrafuego contra la xenofobia que crece, en vez de estar contra unos jóvenes que lanzan un SOS... Ya en los años 90, estos jóvenes de las banlieues entonaban la estrofa de una canción del grupo de rap marsellés IAM, que decía “Ce soir on vous met le feu”. (“Esta noche os prendo fuego”) ¿Una profecía? ¿Una amenaza? Ya no cantan ese himno, ahora queman.

Volver