Francia
Sobre la insurrección
de los suburbios
Por Samir Amin (*) y Rémy
Herrera (**)
Rebelión, 09/12/05
Traducido del francés por S. Seguí
Tanto en Francia como
en el extranjero se ha escrito mucho sobre los acontecimientos que los
medios de comunicación han denominado la "insurrección de los
suburbios" o la "guerrilla urbana", deformándolos
parcial o completamente, y que se desarrollaron entre finales de
octubre (a raíz de la muerte en condiciones poco claras de dos jóvenes
perseguidos por la policía en Clichy-sous-Bois) y finales de
noviembre (tras la decisión del Gobierno Chirac-Villepin-Sarkozy de
prorrogar el estado de urgencia por tres meses). El ridículo se
alcanzó cuando las embajadas de varios países extranjeros
difundieron consignas de seguridad dirigidas a sus nacionales
residentes en territorio francés. Francia no está en llamas. Los
desordenes sólo tuvieron lugar en las ciudades satélite y los
barrios suburbiales más pobres del país, donde habitan numerosas
familias de las capas populares en grandes torres y masas de hormigón
(y donde raramente se ven turistas u hombres de negocios). Los jóvenes
que se rebelaron contra el orden establecido la emprendieron contra
bienes materiales, incendiando coches (por millares), centros
comerciales, comisarías de policía, bancos, etc. no contra las
personas, con la excepción de las fuerzas del orden. Nuestra intención
aquí no es justificar estos actos de violencia gratuita, sobre todo
cuando se sabe que afectaron a bienes públicos (escuelas, transportes
públicos, etc.), sino intentar comprender las razones de esta rebelión.
Ya que, aún sin aceptar las formas que ha tomado, muchos Franceses
comprenden esta explosión y, para decir todo, la esperaban como algo
absolutamente ineludible. Sabemos todos que esta sociedad
(capitalista) nuestra no ofrece nada a estos jóvenes: ni condiciones
de alojamiento satisfactorias, ni una educación que les permita
conseguir un empleo estable, ni esperanza de promoción social, ni
reconocimiento, ni escucha. La relación más tangible de estos jóvenes
con el Estado (capitalista) consiste en los controles policiales, a
veces brutales, siempre intimidatorios y humillantes, basados en el
aspecto.
Muchos observadores
hicieron oír sus voces, con razón, contra la represión, pero lo
hicieron limitándose en general a concentrar las críticas sobre el
ministro de Interior, en campaña para las elecciones presidenciales
de 2007. Es evidente que su dimisión, por sí sola, no resolvería
los problemas de los suburbios. Las provocaciones de Sarkozy --que
pretendía limpiar "con mangueras de agua a presión" las
calles de la "inmundicia" que "las contamina"--,
se consideraron como insultos --que es lo que son-- por los habitantes
de las ciudades satélite, y también como una manifestación de odio
contra los pobres. Son las clases populares en su conjunto, todos los
que sufren y resisten a la ofensiva destructiva del neoliberalismo,
quienes se sintieron aludidos.
Ha habido gentes cuya
lectura de estos motines se ha basado en criterios de raza y religión.
Ello significa olvidar que esta rebelión plantea básicamente un
problema de clase. Se trata de una rebelión de jóvenes de las clases
bajas urbanas precarizadas, que están aprendiendo el significado de
la lucha de clases a fuerza de golpes que les asestan los aparatos
represivos de Estado: reinstauración de hecho de la doble pena (prisión
+ expulsión), justicia expeditiva, juicio en comparecencia inmediata
la noche misma de su detención y condenas a penas desproporcionadas
(un año de prisión por haber incendiado cubos de basura, expulsión
de titulares de un permiso de residencia arrestados por la policía,
etc.) La represión que se abatió sobre estos jóvenes es una represión
de clase, dirigida contra los pobres, contra ese subproletariado de
las ciudades satélite, sin distinción de orígenes. Que muchos de
ellos sean de origen extranjero (norteafricanos y subsaharianos sobre
todo) no impide ver que el punto en común de estos rebeldes, tanto si
son franceses de origen como si son inmigrantes o extranjeros, es la
pobreza. Y eso se traduce, geográficamente, en un urbanismo que los
relega a estas zonas de exclusión.
Esta represión de
clase, agravada por el odio de raza de unas élites francesas que,
autistas y saciadas de dividendos, abruma hoy a los jóvenes de los
suburbios se explica, entre otras cosas, por un hecho a menudo
ocultado. Incluso en la confusión de los enfrentamientos, las luchas
de estos jóvenes –que son también pueblo de Francia y en su gran
mayoría "gente como todo el mundo"– son portadoras de una
alternativa a la sociedad actual. Esta alternativa no ha sido
teorizada, ni conceptualizada, ni siquiera a menudo aclarada, pero se
practica y está en fase de aplicación en la dura realidad de las
ciudades satélite, en el infierno de la vida cotidiana: fracaso
escolar, discriminación, desempleo, edificios ruidosos y
deteriorados, transportes públicos deficientes y demasiado costosos,
escasez de infraestructuras sociales y culturales, etc. La alternativa
de la que son portadores estos jóvenes de los barrios populares es la
antítesis del proyecto antisocial de la burguesía francesa y las élites
europeas, es la inversión simétrica del apartheid
urbano-racial-social predicado por la extrema derecha de Le Pen,
rencorosa, xenófoba y reaccionaria. Esta alternativa se sitúa
exactamente en el punto opuesto del apartheid mundial querido, desde
Estados Unidos, por Bush. La paradoja, y una parte de la dificultad
para entender el sentido de estos motines, proviene de que estos jóvenes
se hallan alienados y son totalmente permeables al modo de vida
consumista estadounidense: prendas de vestir, comida, juegos, jergas,
referencias culturales, etc., pero, debido a su antirracismo puesto en
práctica en las ciudades satélite, rechazan la modalidad de
existencia de Estados Unidos, es decir, la violencia de un sistema de
segregación dentro del país y de guerra fuera de él. No se trata ya
de la violencia de grupos de jóvenes que incendian coches, sino de la
del primer Estado terrorista del mundo, en lucha contra los pobres.
Aunque la mayoría de estos jóvenes amotinados no esté politizada,
su acción es política.
La alternativa que se
construye hoy, en primer lugar en estas ciudades suburbiales, y por la
cual luchan en primera línea estos jóvenes, junto a sus padres,
amigos y vecinos es la de una Francia mestiza, multicolor, abierta al
mundo –especialmente al Sur, al Tercer Mundo–, una Francia fuerte
y orgullosa de sus diferencias, cosmopolita y acogedora. Una Francia
que no olvida que, en 1789, su Revolución concedió un acta de
diputado a un alemán (Anacharsis Cloots); que la Comuna de París
contó, en 1871, con representantes polacos (Wrobleski, Dombrowski); y
sobre todo que millones de extranjeros dieron su vida para defenderla.
Lo que estos jóvenes nos recuerdan, hasta en la furia de estos
acontecimientos, es que Francia está en pleno mestizaje, que Marianne
tiene la piel morena. La evidencia está a la vista: en las clases
populares, muchos jóvenes y menos jóvenes, han tomado ya partido
desde hace tiempo. Más allá de las dificultades a que se enfrenta
ese proyecto antirracista, en los barrios pobres, campos de batalla
sobre los cuales se desarrolla el combate decisivo contra el racismo,
amplios sectores populares, incluidas clases medias, ha optado en
conciencia, con valor y tolerancia, por aceptarse, vivir y construir
juntos, en el respeto del otro. La gran mayoría de los jóvenes que
se alzaron es francesa y no tiene ninguna necesidad de
"integrarse" (por otra parte, ¿con quién? ). Exigen ser
aceptados y reconocidos por lo que son y lo que hacen: son franceses
como los demás, y construyen la Francia de mañana: una sociedad de
aceptación del otro, de mestizaje, de confraternización de razas y
nacionalidades.
Estamos muy lejos del tópico
de una Francia racista, en curso de fascitización bajo el efecto de
las tesis de Le Pen. Heredero de la Francia de la vergüenza, de Vichy
a la OAS, de la Francia de esta Europa "indefendible" como
decía Aimé Césaire, el Front National renació a principios de la década
de 1980, de la mano de un Mitterrand deseoso de romper la influencia
del Partido Comunista Francés. El Frente Nacional creció sobre el
abono nauseabundo de la historia de la burguesía francesa, la de la
esclavitud, la colonización, la colaboración con el nazismo, el
imperialismo. Le Pen consiguió pudrir lo que el neoliberalismo habían
empobrecido. Y la victoria contra él en 2002, gracias también a esa
juventud abigarrada de los suburbios, que supo asimismo movilizarse y
decir "no" en mayo al referéndum sobre la Constitución
Europea, fueron decisivas para la defensa de los valores de la República
y de lo que 1789 tuvo de universal. El peso político del FN no se
debe a un supuesto racismo del pueblo de Francia, sino más bien a la
reacción de las fracciones extremistas de la burguesía nacional ante
la opción antiapartheid adoptada y ya practicada por los jóvenes de
los barrios populares. Y queda aún mucho camino por recorrer antes de
que nuestras élites acepten abrir el debate sobre lo que ellas
hicieron sufrir a los pueblos de Francia y el mundo anteriormente: de
la esclavitud a las guerras coloniales, del colaboracionismo de Pétain
en Francia a los apoyos a las dictaduras neofascistas del Sur. Tanto
camino hay aún para que se abra el debate sobre lo que nuestras
burguesías, dirigentes transnacionales y altos responsables del
Estado, hacen a Francia y del mundo: mantenimiento de zonas enteras
del pueblo en el desempleo y la pobreza, saqueo imperialista del Sur
por sus empresas y su Estado. Son estos jóvenes de los barrios que
hacen frente a Le Pen y a sus sustitutos de la derecha
"moderada" por medio de los cuales gobierna por delegación.
Son estas ciudades satélite las que más sufren los innumerables
desastres sociales causados por la política neoliberal impuesta al
pueblo francés desde el principio de los años ochenta por esta
alternancia sin alternativa de la derecha tradicional y el Partido
Socialista.
Pero Francia es un país
democrático, puesto que su Presidente fue elegido por el pueblo. ¡Hasta
por un 82%! ¡Y ahora un 70% de los franceses afirman hoy no tener
confianza en él! Votaron contra Le Pen, y Chirac aprovechó para
seguir con más de lo mismo: cada vez más neoliberalismo. No se trata
de minimizar aquí la importancia del voto. Pero si para la mayoría
de los Franceses la democracia representa darse un paseo, un domingo
al año, hasta la mesa electoral para hacer cola (en silencio),
asentir con la cabeza al oír su nombre (en silencio), deslizar un
sobre en la urna (en silencio) y volver a casa (en silencio), entonces
es bien poca cosa. Cuando una minoría impone una política antisocial
a la mayoría, no es democracia. Votar para que sólo cambie lo
necesario para que nada cambie, no es democracia. La cohabitación de
la antigua derecha (tradicional) y la nueva derecha (PS), la una más
neoliberal y atlantista que la otra, no es democracia. Es el
"poder fuera del pueblo, sin el pueblo, contra el pueblo";
el capitalismo moderno, neoliberal; el poder de las finanzas; es
decir, una "democracia de accionistas". Votamos el 29 de
mayo y dijimos "no" a la sumisión atlantista de las élites
europeas, votamos "no" a la constitucionalización del
neoliberalismo en Europa, un no de clase, un no de esperanza. Y
ganamos. ¿Se oyó nuestra voz? No. Todos ellos fueron derrotados,
democráticamente; todos siguen en sus sitios, ¿democráticamente? ¿Cómo
se espera que los jóvenes de las clases populares crean en esta ficción
de democracia, “puenteados”, sin estar representados por nadie y
pudiendo contar sólo con ellos mismos?
Así, desde el 8 de
noviembre de 2005, en las "zonas sensibles", para los
rebeldes (a veces menores), es el estado de urgencia; régimen de
excepción que, "en caso de peligro inminente resultante de
ataques graves al orden público " libera a las autoridades
administrativas (los prefectos) del principio de legalidad que regula
normalmente su actividad, mediante la ampliación de sus poderes en
forma de: prohibición de circular, arresto domiciliario de las
personas cuya actividad resulte peligrosa para el orden público (sin
la "creación de campos donde se mantendrían detenidas las
personas"), cierre de salas de espectáculos y de comercios de
venta de bebidas, prohibición de reunirse con miras a causar o
mantener el desorden, registros a domicilio día y noche, controles de
prensa, publicaciones, radios y cines, competencia de los tribunales
militares en los casos de delitos de derecho común, etc. Es decir,
una ley represiva a la que los "demócratas" que nos
gobiernan sólo recurrieron contra los argelinos (1955) o los
“canacos” de Nueva Caledonia (1985). En la metrópolis, no lo
hicieron ni en 1968. Alcaldes de derechas que imponen en sus
municipios el toque de queda a partir del atardecer (como ha hecho en
Raincy Éric Rault, ex ministro UMP de la ciudad). A excepción de
algunos cargos elegidos socialistas que se declaraban francamente
satisfechos de las medidas adoptadas por el Gobierno, la izquierda en
su conjunto condenó esta escalada de la represión: Partido
Comunista, Liga Comunista Revolucionaria, Verdes, Federación sindical
unitaria, MRAP, Liga por los Derechos Humanos, Sindicato de la
Magistratura, Comité de personas sin domicilio fijo, Asociación de
trabajadores magrebíes de Francia, Centro de Estudios e Iniciativas
de Solidaridad internacional, etc. etc. Las reacciones del Partido
Socialista, en cambio, han sido por lo menos mesuradas: el primer
secretario del PS, François Hollande, declaró que "la aplicación
de la ley de 1955 debe limitarse en el tiempo y en el espacio" y
que su prórroga era "un mal símbolo". En noviembre de
2001, su esposa, Ségolène Royal, entonces viceministra de la Familia
y la Infancia del gobierno Jospin, ofuscada por la validación por el
Consejo de Estado de un orden municipal toque de queda ya había
dicho: "el término toque de queda es inadmisible… es un término
belicoso". Jean-Marc Ayrault, presidente del Grupo Socialista de
la Asamblea nacional, por su parte, se ganó los favores de un
hemiciclo mayoritariamente de derechas declarando: "en tales
circunstancias, las formaciones democráticas deben saber concebir un
pacto de no agresión".
No es menos cierto que
muchos jóvenes de suburbios, y de toda Francia, se hallan hoy
completamente desvinculados de las luchas de emancipación del
movimiento obrero francés y de la memoria de su historia. La escuela
no les enseña esta materia –y menos aún las luchas de los pueblos
del Sur–, y tampoco lo hacen los partidos y los sindicatos de
izquierdas. Pero lo que es seguramente más grave aún, es que muchos
militantes progresistas ignoran casi todo de la historia y de la
actualidad de las resistencias de las ciudades satélite y la
inmigración en Francia. Ahora bien, estos dispersos movimientos
asociativos, molestos, en ebullición, son la expresión
autoorganizada de las poblaciones de los barrios populares, franceses
y extranjeros pobres mezclados que avanzan codo con codo para una
transformación progresista de la sociedad. Estas luchas surgen sin
cesar de las ciudades satélite, alimentadas por la dificultad de las
condiciones de vida y (de falta) de trabajo, estallando después de
cada "atropello" policial. Estas luchas se esfuerzan en
organizarse, estructurarse, unirse, debilitadas por las ofensivas de
recuperación, instrumentación y desvío de sus energías. En
Francia, la historia de las luchas de los habitantes de las ciudades
satélite se solapa –aunque sin encubrirla—a la de los
inmigrantes. Hunde sus raíces, a partir del desencadenamiento de la
crisis de los años setenta, en los combates llevados por los
inmigrantes de la "primera generación" venidos del Sur, que
se organizaron en grupos autónomos con el fin de defender sus
derechos e intereses en el lugar de trabajo o residencia (Étoile nord-africaine,
Mouvement des Travailleurs arabes, Maison des Travailleurs immigrés,
etc.) Desde el principio de la década de 1970, las huelgas del hambre
de los "indocumentados" (contra la Ley Marcelin) produjeron
varias decenas de millares de regularizaciones. A pesar de una dura
represión, en 1976, las huelgas de alquileres de los trabajadores de
los hogares Sonacotra, en protesta contra unas condiciones de
alojamiento lamentables, luego las de familias enteras en
"ciudades de tránsito", permitieron arrancar nuevos
alojamientos.
Estas luchas se
reforzaron en la década de 1980, ante los efectos sociales
devastadores del neoliberalismo y el ascenso del Frente Nacional, con
la aparición de los movimientos de jóvenes de las ciudades satélite
y de la inmigración de la "segunda generación". En 1982,
una serie de agresiones de carácter racista y de atropellos
policiales causó la creación, entre otras cosas, de la Association
Gutenberg, en Nanterre, que contribuyó a coordinar las acciones de
resistencia contra el racismo y las discriminaciones y a la
autoorganización de las luchas de los habitantes de los barrios
populares. Estos últimos se movilizaron poco a poco en torno a una
multitud de asociaciones e iniciativas, sobre todo en las regiones de
París y Lyon. Fue el caso, después, de las confrontaciones entre jóvenes
y fuerzas de orden en Minguettes (Vénissieux) y el llamamiento
"Policía y justicia iguales para todos", de una serie de
asociaciones de barrios: Zaama d’Banlieue, en Lyon; Lignes parallèlles,
en Vaulx-en-Velin; o, en los suburbios parisienses, Wahid Association
y el Collectif des Mères des victimes de crimes racistes et sécuritaires.
El año 1983 es un momento de inflexión: las asociaciones de
Minguettes (SOS Avenir, en particular) lanzan la iniciativa de una
gran marcha pacífica "en favor de la igualdad de derechos y
contra el racismo", que sale en octubre de Lyon y llega a París
en diciembre, y reúne a más de 100.000 personas. Para sorpresa de
todos, el impacto de esta marcha fue enorme, con su parte positiva,
como la instauración de la "tarjeta de residencia de 10 años",
y negativa, muy especialmente la puesta en marcha por el Partido
Socialista de la máquina de recuperación electoral de los
movimientos de las ciudades satélite, y en primer lugar de los jóvenes
beurs. La ilustración más acabada de esta manipulación de las
demandas de los jóvenes fue el nacimiento de la asociación SOS
Racisme en diciembre de 1984. Nacida en los salones del Elíseo, se
benefició de medios materiales considerables, además de los apoyos
de Matignon (Fabius), la Juventud Socialista, los medios de comunicación
(Libération, Le Matin), intelectuales y publicitarios mediáticos,
etc. Seguirán, en este espíritu, la creación de France Plus (1985),
las subvenciones a Radio Beur y a la Amicale des Algériens, la moda
de la "ciudadanía" en torno a Mémoire Fertile (1987), y la
promoción de lo que podríamos llamar una “beurgeoisie”. [1]
La brecha seguía
ensanchándose irremediablemente entre las asociaciones
institucionalizadas (organizaciones de izquierda, antirracistas, católicas,
etc.) y los movimientos de las ciudades satélite que operaban sobre
el terreno. Entre éstos, el Collectif Jeunes, creado a finales de
1983, se dio a conocer en la región parisiense por sus acciones de
choque: ocupaciones (hipermercados, periódicos, un coloquio
organizado por el MRAP y el PS, entre otras), ruedas de prensa (en los
locales de la Prefectura de policía de París), manifestaciones de
solidaridad con los obreros inmigrantes despedidos en conflicto con
patronal y sindicatos (en las fábricas de automóviles Talbot, en
Poissy, y Renault, en Flins) que fue la ruptura definitiva con el PS y
el antirracismo de salón. Los distintos movimientos seguían estando
sin embargo aislados, enclavados en sus zonas respectivas, divididos
entre sí. En las Jornadas nacionales de jóvenes de las ciudades satélite
y la inmigración, en junio de 1984, en Bron no fue posible alcanzar
la unidad. Demasiados conflictos dividían la dinámica global. Uno de
los puntos de divergencia entre las asociaciones era su posición con
relación a la defensa de los jóvenes, franceses o extranjeros, con
antecedentes penales, lo que constituía, por ejemplo, una parte del
trabajo de Convergence 84, surgida del Collectif Jeunes de París, o
de Jeunes árabes de Lyon et banlieues (JALB) en Lyon, movilizados ya
en 1985 contra proyecto de Ley Pasqua.
En los años noventa
tuvo lugar un nuevo desarrollo de las asociaciones y los comités de
barrios, algo más organizados, autónomamente, sobre la base de
reivindicaciones sociales y políticas, especialmente en los suburbios
de París (Les Mureaux, Nanterre, Mantes-la-Jolie, Goussainville,
Vitry-sur-Seine) y de Lyon (Vénissieux, Vaulx-en-Velin). En París,
se constituyó un colectivo interurbano, Résistance des Banlieues,
con el fin de ayudar a los habitantes en sus relaciones con la policía,
la justicia, la administración de los bloques de viviendas sociales,
etc. Con el respaldo de ex miembros del Collectif Jeunes, una nueva
generación de militantes de las clases populares surgió de las
ciudades satélite y de la inmigración y se organizó. Uno de los
grupos más activos es el Comité National contre la Double Peine (CNDP),
creado en 1990 en Ménilmontant (20º arrondissement de París).
Mediante la ocupación de locales (de SOS Racisme, prefecturas,
aeropuertos), huelgas de hambre y manifestaciones de apoyo a jóvenes
en precario condenados, condujeron a un cuestionamiento de una ley
represiva e injusta (Ley Sapin de diciembre de 1991). En Lyon, después
de los motines de Vaulx-en-Velin (1989-90) tras nuevos atropellos, se
formó un comité contra las violencias policiales y la manipulación
informativa en el barrio Agora del Mas-du-Taureau. Su radicalidad
militante condujo a una larga serie de conflictos entre esta asociación
y los poderes locales (prefecto, alcalde, Fondo de acción social,
centros sociales), y también una aproximación con el CNDP y las
fracciones de movimientos más antiguos, parisienses (Gutenberg) y
lioneses (Lignes Parallèles, JALB). Las Jornadas nacionales de los
suburbios, en 1992, confirman esta convergencia de las dos
asociaciones (y la ruptura con el JALB, satelizado, no sin problemas,
por los Verdes). De la misma manera que habían hecho irrupción,
juntos, en un coloquio sobre la ciudad ("Banlieue 89")
organizado en Bron por el PS y presidido por el presidente Mitterrand,
sus militantes emprenden, codo con codo, una serie de acciones de
solidaridad en los barrios: servicios jurídicos permanentes y
asistencia de abogados, apoyos escolares y ayudas en la búsqueda de
empleo, etc. En las elecciones municipales de 1995, Agora y otras
asociaciones se unen para presentar una lista local, "Le Choix
vaudais", que se consiguió cerca del 20% de los votos en Mas-du-Taureau,
siguiendo el ejemplo de Jeunes Objectif Bron (1989).
El Mouvement de
l'immigration et des banlieues (MIB), surgido tras una convención
nacional de jóvenes celebrada en la bolsa de trabajo de Saint-Denis,
en mayo de 1995, es el producto de esta historia de luchas de las
ciudades satélite. Prosigue la búsqueda, ya iniciada antes, de la
autonomización y la participación de los habitantes de los barrios
populares, intentando instaurar la relación de fuerzas menos
desfavorable posible. El MIB analiza también los métodos de
resistencia a la enajenación capitalista, a fin de intentar emancipar
a los jóvenes de sus relaciones de odio-deseo ante la sociedad de
consumo. Los objetivos declarados del MIB consisten en sostener y
reunir a los protagonistas de la lucha en las ciudades satélite
(contra la discriminación, las agresiones racistas, la violencia
policial, la doble pena, las expulsiones de extranjeros, en favor del
alojamiento, el empleo, el respeto de la libertad de culto, el control
de su futuro por las propias poblaciones, etc.), pero también en
formular una estrategia de acción y representación políticas. De ahí
el esfuerzo para devolver la memoria de las luchas de las ciudades satélite
y de los inmigrantes, y para contextualizar sistemáticamente los
problemas concretos en el contexto de las relaciones de fuerza
internacionales (explicación de los agravamientos sucesivos de la
represión después de la guerra del Golfo en 1991, en el momento de
la Intifada, luego en el marco de la "lucha contra el
terrorismo" después de los atentados del 11 de septiembre de
2001, y de nuevo después de la invasión de Irak en 2003).
Evidentemente, las
propuestas deben formularse de manera suficientemente amplia para que
permita su articulación con las pretensiones de otros movimientos
sociales en lucha, aparecidos también en los años noventa, a saber:
la Association Droit au Logement (DAL), creada en 1990 con ocasión de
la ocupación de inmuebles por familias expulsadas, en la Place de la
Réunión en el 20º arrondissement de París; el Comité des
Sans-Logis (CDSL), creado en 1993 para ayudar a las personas en estado
de gran precariedad y a los pobres muy aislados; la asociación Droits
Devant! (Dd!!), creada en diciembre de 1994; Agir contre le chômage!
(AC!) ; el Groupe d'Intervention et de Soutien aux Immigrés (GISTI);
el llamamiento Appel des "Sans", lanzado del 20 de diciembre
de 1995, entre las grandes huelgas obreras contra el neoliberalismo;
el Mouvement national des Chômeurs et des Précaires; la Association
pour l'Emploi, l'Insertion et la Solidarité (APEIS), etc. Hacer
converger las demandas de todos estos movimientos diferentes no es fácil,
pero existen muchos puntos de convergencia; por ejemplo, el empleo. En
las ciudades satélite, muchos jóvenes, aun teniendo sus papeles en
regla, no encuentran trabajo formal –la tasa de desempleo es
superior al 20% entre los jóvenes y de alrededor de un 50% entre los
de origen africano, lo que se explica, entre otras cosas, por la
persistencia de una discriminación difusa y multiforme--; sus
peticiones de empleo se dejan de lado por provenir de un grupo social
sobre el que los empresarios proyectan sus prejuicios negativos, y
también porque en el mercado laboral, en Francia como en los otros países
capitalistas del Norte, la oferta de trabajo clandestino se abastece
permanentemente, según convenga a los empresarios de la confección,
la hostelería-restauración o la construcción, por flujos de
inmigración clandestina prácticamente constantes desde la implantación
del neoliberalismo. Así, los jóvenes "con tarjeta" (de
identidad francesa o estancia) y los jóvenes
"indocumentados" están en una situación de competencia en
la búsqueda de empleo, para mayor beneficio de los capitalistas. La
represión, que sólo muy raramente afecta a éstos, se abate en
cambio sobre los trabajadores clandestinos, amenazados por decretos de
expulsión, encerrados en centros de retención, expulsados por la
fuerza del país e incluso colocados ellos mismos en competencia con
nuevos trabajadores clandestinos traídos por las redes organizadas
por el capital.
Es ya hora de que la
izquierda francesa manifieste su solidaridad con este subproletariado
sobreexplotado, con estos jóvenes precarizados de las ciudades satélite.
Si bien este petit peuple de las ciudades satélite no constituye,
ciertamente, la totalidad de su base social, sin él la izquierda no
será nunca más verdaderamente popular. Lo que está en juego en esta
solidaridad con las reivindicaciones de los jóvenes de los suburbios
consiste en la articulación de las luchas tradicionales de los
trabajadores franceses –sean franceses de origen, nacidos de la
inmigración o extranjeros– con las de las otras fracciones de las
clases populares: precarios, parados, indocumentados, personas sin
hogar, sin derechos. Hay seguramente en ello, para la izquierda
francesa y para todos los progresistas, una oportunidad histórica de
reconstruir en la modernidad unas posiciones de clase claras, un espíritu
revolucionario y un internacionalismo de los pueblos. Seríamos
bastante románticos y un tanto ingenuos si creyéramos que se reúnen
ya hoy las condiciones objetivas y subjetivas de una transformación
radical e inmediata de la sociedad francesa. No se trata de sugerir
que estos jóvenes sean el relevo del proletariado sin fuelle de los
centros capitalistas, o los reflejos de las periferias de un Sur en
ebullición. No se trata tampoco de negar que muchos de estos jóvenes
aspiran simplemente a acceder a la sociedad de consumo y a subir en la
escala social de la sociedad capitalista. No se trata de ocultar el
hecho de que algunos de ellos no tienen otro objetivo que la destrucción,
devolver golpe por golpe a esta sociedad inicua y represiva que los
excluye. No se trata de idealizar las pretensiones que llevan a estos
motines –estas formas de violencia, por otra parte casi siempre
dirigidos contra los propios habitantes de las ciudades satélite–.
Pero aunque estos jóvenes en rebeldía no formen partidos, aunque
sigan suscitando mucha desconfianza y una cierta inquietud en el resto
del país, la izquierda debe ver en ellos a unos aliados para la
necesaria transformación progresista, social y democrática de
Francia, y no solamente una reserva de votos para las próximas
elecciones.
(*)
Samir Amin es presidente del Forum du Tiers Monde y del Forum Mondial
des Alternatives
(**)
Rémy Herrera es investigador del Centre National de la Recherche
Scientifique (CNRS) y docente en la Universidad de París 1 – Panthéon-Sorbonne
[1]
Juego de palabras, a partir de « beur » (persona de origen magrebí,
francés hijo de padres magrebíes) y « bourgeoisie » burguesía.
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