Rusia y Ucrania: gas
y geopolítica
Por Augusto Zamora (*)
AIS (Agencia de Información Solidaria), 12/01/06
La crisis invernal
entre los dos grandes Estados eslavos, a propósito del precio del gas
que Rusia suministra a Ucrania, es todo excepto una cuestión de
rublos más o rublos menos. Es la expresión de las tensiones que se
vienen acumulando desde la llamada revolución naranja, en 2004. La
casi forzada elección del pro atlantista Viktor Yuschenko como
presidente de Ucrania, en detrimento del primer vencedor, el pro ruso
Víktor Yanukovich, fue vista por Occidente como victoria y como
derrota en Moscú.
Durante siglos, los
enemigos de Rusia han combatido contra ésta en territorio ucraniano
y, desde la I Guerra Mundial, han visto en la independencia y control
de Ucrania un paso esencial para abatir el poder ruso. Incrustar en el
costado más sensible de Moscú un país hostil fue intentado por
Alemania en 1918 y luego en 1941. Tras el suicidio de la URSS, Estados
Unidos avistó de inmediato a Kiev como punta de lanza de su política
dirigida a extender su influencia en las repúblicas ex soviéticas.
La UE no oculta tampoco su deseo de incluir Ucrania dentro de la OTAN.
La decisión se ha pospuesto debido a las grandes crisis sufridas por
el mundo y Europa en los últimos 15 años. También por la oposición
agónica de Moscú, que estima tal paso como fatal, tanto para su
seguridad nacional como para su estatus de gran potencia.
La revolución naranja
se consideró una ocasión única para preparar el camino a la
otanización de Ucrania. El proceso se encuentra detenido por las
disputas internas y los escándalos de corrupción del Gobierno de
Yuschenko, que provocó, además de un gran rechazo popular, la salida
de su principal aliada, la anti rusa Yulia Timoschenko. No obstante,
la pugna ha seguido soterrada y sin tregua y ha estallado en las tuberías
de gas.
Difícil es creer que
el momento escogido sea gratuito, pues se está entrando a lo más
crudo del invierno, periodo en el que el consumo de combustible se
dispara. Es, por tanto, un momento idóneo para presionar al Gobierno
ucraniano y recordarle que el gas tiene dos precios, el político y el
comercial. Rusia no podría impedir el ingreso de Ucrania en la OTAN,
pero sí cortar cualquier trato de privilegio, similar al que otorga a
Bielorrusia, país que no pone en duda su alianza incondicional con
Moscú. Dada la dependencia de la economía ucraniana, el desafío a
Rusia le resultaría catastrófico.
El momento
internacional también parece idóneo para un pulso de poder. EEUU se
encuentra al borde de la suspensión de pagos a causa de los gastos
astronómicos derivados, sobre todo, de las guerras imperiales en
Afganistán e Irak. La Unión Europea (UE), sumida en una dura disputa
interna por los fondos comunitarios, tiene dificultades para financiar
su última ampliación. Ninguno de ellos podría proporcionar fondos a
Ucrania para pagar la factura del gas. De ahí que nadie en Occidente
haya mostrado intención de sacar la chequera, para alentar
sentimientos anti rusos en los partidos y la población ucraniana.
A medida que la economía
rusa se recupera del periodo negro y fatal de Boris Yeltsin, el mejor
aliado que jamás ha tenido Occidente en tierras rusas, Moscú aumenta
su presión para recobrar la influencia perdida en las repúblicas ex
soviéticas. Una forma de lograrlo es forzando el cierre de las bases
militares de EEUU en la zona, donde ya consiguió el cierre de la
mayor base, situada en Uzbekistán. Otra, recordando que el poder
tiene mucho que ver con el control de la energía, y que Rusia lo
posee.
Contrario a lo que se
cree, la Guerra Fría no ha muerto. Ha sido sustituida por una versión
actualizada del Gran Juego, que enfrentó a Rusia y Gran Bretaña en
el siglo XIX por el control de Asia central. El derrumbe de la URSS,
en 1991, permitió mover las fronteras geopolíticas hasta Ucrania y a
Estados Unidos irrumpir en el corazón de Eurasia, siguiendo las líneas
trazadas en 1904 por el mayor geopolítico anglosajón del siglo XX,
sir Halford Mackinder. Un siglo después, el Gran Juego sigue en un
escenario mayor, de Varsovia a Bagdad, con China de nueva
protagonista. Esta guerra del gas, como las tuberías, tiene más
ramificaciones de lo que parece.
(*) Profesor de Derecho
Internacional Público y Relaciones Internacionales de la UAM.
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