Un combate de
trascendencia mundial
La juventud
contra el empleo-basura
Por Claudio
Testa
Socialismo o
Barbarie, periódico, 23/03/06
La
extraordinaria movilización que se desarrolla en Francia es una
experiencia que debe ser conocida y discutida por los trabajadores de
todo el mundo, pero en especial por los luchadores. No sólo pone en
jaque al gobierno de Chirac-Villepin, sino que muestra el camino para
torcerle el brazo a los ataques del capitalismo contra los
trabajadores y la juventud.
La actual etapa
del capitalismo presenta a las masas lo que podría llamarse un “menú
del infierno”, que va desde el viejo flagelo de las guerras
hasta los nuevos peligros de destrucción de la naturaleza. Pero en
este menú resaltan dos platos que se sirven en todos los países y
que, como el bife con fritas, generalmente marchan juntos.
Se trata de la fenomenal desocupación, por un lado, y de la degradación
del empleo, por el otro.
Ya sea “en
blanco” o “en negro”, el llamado
empleo precario es quizá la forma más difundida de esa
degradación. Lo que de manera menos “culta” pero más exacta se
conoce popularmente como empleo-basura o contrato-basura,
es en verdad el ideal de relación laboral que el capitalismo
quiere imponer universalmente, en todos los países y en todas
las ramas de la producción y los servicios.
Tomar
trabajadores en las condiciones que se les dé gana, sin cargas
sociales y con poder para despedirlos cuando se les ocurra y sin costo
alguno: tal es el modelo de capitalismo “perfecto”.
Por esos
motivos, la lucha que está llevando adelante en estos momentos la
juventud trabajadora en Francia tiene una importancia mundial.
Y demuestra además que a la barbarie capitalista sólo se la puede
enfrentar con la movilización general de las masas trabajadoras.
Aquí desarrollaremos algunos comentarios que, por supuesto, están
lejos de agotar el tema.
La crisis en
Europa y Francia y las “soluciones” capitalistas
En América
Latina hay una montaña de falsedades difundidas acerca del
capitalismo europeo o, más bien, sobre el capitalismo
“continental”, el de Francia, Alemania, Suecia, etc. Ha sido sobre
todo tarea de movimientos como el PT brasileño o la CTA en Argentina,
así como también de corrientes intelectuales “progres”, como las
que escriben en Le Monde diplomatique, la de pintar, por un
lado, un capitalismo anglosajón, salvaje y despiadado, y, por el
otro, un “capitalismo europeo”, más “humanitario”. Este
espejismo es también alimentado por nuestra vecindad con EEUU y el
dominio del sanguinario imperialismo yanqui en el continente.
Ahora, los
hechos de Francia viene a demostrar que las cosas son bien distintas.
La única diferencia entre el capitalismo anglosajón y el europeo
continental es que en EEUU y Gran Bretaña las clases trabajadoras
fueron profundamente derrotadas en los 80 por los gobiernos
conservadores de Reagan y Thatcher, mientras que en Europa
continental, especialmente en Francia, los trabajadores, aunque fueron
retrocediendo en sus conquistas, han dado grandes batallas para
defenderlas.
Algunas de
estas batallas, aunque “defensivas” por sus objetivos, han sido
especialmente en Francia de tal envergadura que en ocasiones se
transformaron en momentos de ofensiva de la clase trabajadora, que pusieron
en cuestión los gobiernos, el régimen político y el mismo
capitalismo, y tuvieron por eso una trascendencia internacional.
Así fue, por ejemplo, el movimiento de fines de 1995 en Francia, que
constituyó el precedente mundial del cuestionamiento al
capitalismo neoliberal que se generalizaría en el siglo XXI.
Desde entonces, con suerte varia, los últimos diez años en Francia
han sido la historia de sucesivas y cada vez más duras peleas. En el
2003, parecía que esta pugna se había saldado con una gran victoria
de la burguesía, al poder imponer –gracias a la traición de las
direcciones sindicales y la “izquierda” social-liberal– una
(contra)reforma en el sistema de seguridad social.
Pero
evidentemente no estaba dicha la última palabra. El año pasado,
Francia volvió a ser el centro de la crisis política europea con el
colosal movimiento por el No a la “Constitución” de la UE, que más
que un texto constitucional era un catálogo de (contra)reformas
neoliberales.
Luego, se
desarrollaron grandes movilizaciones y luchas obreras, como las del
ferry Marsella-Córcega. Tuvieron contra la cuerdas al gobierno, que sólo
logró zafar por la escandalosa traición de las burocracias
sindicales. Y el gobierno no acababa de tomar un respiro cuando en
noviembre estallaba en los suburbios de París la rebelión de la
juventud de origen inmigrante.
El gobierno de
Francia quiso aprovecharse de esta revuelta de los jóvenes excluidos.
Con el pretexto de “facilitar” a los patrones que den empleo a jóvenes,
Chirac y Villepin avanzaron
con todo en la liquidación de las conquistas obreras. Es que, por
diversos motivos, el capitalismo continental, cuyos centros económicos
son Alemania, Francia e Italia, está en una seria crisis de
estancamiento. La “solución” de los capitalistas es terminar
de arrasar con las conquistas remanentes del período posterior a
la Segunda Guerra Mundial. Ésa sería la forma de restaurar la
perdida “competitividad” europea en el mercado mundial.
Para eso, el
gobierno de Chirac-Villepin ideó el llamado “Contrato Primer
Empleo” (CPE), que detonó la oposición de la juventud estudiantil
trabajadora.
Esta ley del
“Contrato Primer Empleo” liquida los aspectos favorables a los
trabajadores que aún restan en la legislación laboral. Una de sus
medidas más escandalosas es que los patrones pueden tomar a jóvenes
y despedirlos sin motivo dentro de los dos años.
En verdad, el
significado del CPE va más allá del empleo juvenil. Es la punta del
iceberg de un ataque global para “desregular” las relaciones
laborales con el objetivo de generalizar en Francia el modelo de
precarización laboral que impera en EEUU, cuyo máximo ejemplo es el
de la cadena Wal Mart, donde se trabaja en condiciones de esclavitud y
donde no se tolera ni siquiera a las organizaciones sindicales burocráticas.
Una nueva
clase trabajadora entra en escena
Pero la rebelión
de la juventud estudiantil y trabajadora francesa también hecha por
tierra otra falsedad cuidadosamente cultivada y difundida desde los
90, y que en América Latina también hizo y hace estragos. Se trata
del mito del “fin del proletariado”, el pretendido eclipse estructural
de la clase trabajadora, en una supuesta era “post industrial”.
La verdad es
otra. La clase trabajadora ha cambiado, pero ninguna manera ha
“desaparecido”, ni menos aún ha perdido importancia estructural.
Más que nunca en la historia, la economía mundial gira alrededor
de la explotación del trabajo por el capital. El papel de los
productores “independientes” por fuera de la relación
capital-trabajo es cada vez más insignificante, tanto en la ciudad
como en el campo.
Si ha habido un
“eclipse” de la clase trabajadora y del movimiento obrero, éste
no ha sido “estructural” sino ante todo ideológico-político.
Aunque ciertos cambios estructurales sufridos por la clase trabajadora
facilitaron su retroceso, el factor determinante fue político:
las graves derrotas de los 80, que culminaron con la restauración del
capitalismo en el Este, lo que se hizo pasar como el “fracaso”
inapelable del socialismo. Y es sobre las traiciones y canalladas de
las burocracias socialdemócratas, stalinistas y nacionalistas
burguesas (al estilo del peronismo) que recae la responsabilidad
fundamental del desastre de haber dejado a la clase trabajadora sin
la perspectiva de una alternativa propia frente el sistema capitalista.
La irrupción
de la rebelión juvenil en Francia significa la entrada en escena
de una nueva clase trabajadora. Aunque son estudiantes, no se
trata de ninguna manera de una revuelta “estudiantil” (en el
antiguo sentido de esa palabra: es decir, estudiantes provenientes en
su mayoría de la pequeñaburguesía “independiente” y que iban a
la Universidad para ejercer en el futuro alguna profesión
“liberal”).
Hoy, el 50% de
los estudiantes franceses trabaja por un salario. Y casi el
100% de ellos tiene también como única perspectiva posible la de trabajar
por un salario después que se reciban. Una perspectiva que no es
precisamente de “buenos empleos”, sino de desocupación, trabajos
precarios y salarios miserables...
Salvo una ínfima
minoría de estudiantes privilegiados –que estudian en lo que en
Francia se llaman las “Grandes Escuelas” –una minoría que lógicamente
se ha puesto en contra del movimiento y apoya al CPE–, el resto ve
dibujarse un negro futuro como trabajador con diploma universitario.
Igualmente, las
demandas de este movimiento juvenil son también reivindicaciones obreras,
y no simplemente estudiantiles. Con el rechazo al CPE, salen a luchar
contra una de las plagas que, junto con la desocupación, más castiga
a los trabajadores de Francia y del mundo entero.
Tomemos nota,
entonces, de este hecho trascendental.
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